Iolhen no tuvo demasiado tiempo para preocuparse porque se vio envuelta
en la vorágine que vivía todo el Castillo de los Cerezos y sobrinos que querían
mostrarle entusiasmados las mil maravillas que descubrían a cada rato:
golosinas deliciosas, panecillos recién horneados, cometas que se elevaban al
cielo, pequeños artilugios traídos de distintos confines. También pasaba gran
parte de su tiempo evitando que los niños se metieran en algún problema, e
incluso los adultos.
Las gemelas estaban ayudando a sus maridos en sus respectivos puestos,
Raine tenía uno para vender sus espadas, cuchillos y delicadas piezas de
orfebrería. Daimon vendía muebles con un fino trabajo de ebanistería y pequeñas
tallas que deslumbraban por sus detalles realistas. Así que ambas parejas necesitaban ayuda para supervisar a sus hijos,
que junto a los de Lysander y Blaze eran una peligrosa combinación.
La joven Likaios se pasaba gran parte del tiempo cumpliendo su rol de
tía, mitad severa y mitad jugando.
Lyonisse y Cristhopher eran su compañía constante, y aún así cada cosa
que le llamaba la atención la hacía pensar en Baylor y en lo
mucho que le gustaría compartirlo con él. La ausencia del joven era casi
tan potente como su presencia.