El
ruido metálico de abrir y cerrar las tijeras, fue lo que la sacó de su trance,
para hallar enfrente suyo al hombre, con cierta mirada pensativa hacia la
endemoniada prenda.
-No
mires por romperla lo más mínimo –soltó con cierto hastío-, pues pienso
someterla a la trituradora de la cocina.
Colin rió, tomando aquello como permiso para actuar con total libertad. Pero aún así,
al volver agacharse a sus pies, le daba en parte cierta lástima destrozar la
escasa prenda, que en verdad era la culpable de que se hallara en el dormitorio
de la joven.