La mañana transcurría con calma, demasiada calma. No sabía cuántas veces había visto el reloj, cuantas veces había visto el teléfono esperando que sonara, ni cuantos brincos había dado cada vez que entraba un cliente temiendo confirmar que era él quien llegaba.
- Es el segundo pedido que nos devuelven. – Dijo Murray uno de sus ayudantes y ella le ignoró, parecía oír pasos por la acera, alguien iba a entrar definitivamente al establecimiento, aguzó el oído. - ¿Candy? – Lo intentó él de nuevo.
- Toma. – Le dijo ella sin verlo, solo extendiéndole una nota de pedido. - Un pastel de chocolate, envíalo a esa dirección. - Siguió vigilando la puerta.
- A esto es a lo que me refiero. – Protestó Murray. – Te han pedido un pastel pero de queso no de chocolate. ¿Podrías explicarme por qué lanzas miradas neuróticas hacia la puerta? Parece que estás a punto de tener un colapso mental o algo así. – Ella siguió ignorándolo, sonó el teléfono y dio tal respingo que hasta espantó al pobre Murray. Miró el aparato como si fuera a morderla. - ¡Cielos! Estoy empezando a preocuparme.
- Contesta tú. – Dijo ella.