Iolhen no tuvo demasiado tiempo para preocuparse porque se vio envuelta
en la vorágine que vivía todo el Castillo de los Cerezos y sobrinos que querían
mostrarle entusiasmados las mil maravillas que descubrían a cada rato:
golosinas deliciosas, panecillos recién horneados, cometas que se elevaban al
cielo, pequeños artilugios traídos de distintos confines. También pasaba gran
parte de su tiempo evitando que los niños se metieran en algún problema, e
incluso los adultos.
Las gemelas estaban ayudando a sus maridos en sus respectivos puestos,
Raine tenía uno para vender sus espadas, cuchillos y delicadas piezas de
orfebrería. Daimon vendía muebles con un fino trabajo de ebanistería y pequeñas
tallas que deslumbraban por sus detalles realistas. Así que ambas parejas necesitaban ayuda para supervisar a sus hijos,
que junto a los de Lysander y Blaze eran una peligrosa combinación.
La joven Likaios se pasaba gran parte del tiempo cumpliendo su rol de
tía, mitad severa y mitad jugando.
Lyonisse y Cristhopher eran su compañía constante, y aún así cada cosa
que le llamaba la atención la hacía pensar en Baylor y en lo
mucho que le gustaría compartirlo con él. La ausencia del joven era casi
tan potente como su presencia.
Y cuando Iolhen pasó junto a los vendedores de caballos sintió un vacío
que la hizo tomar una bocanada de aire. Su prima iba con ella y le sujetó la
mano.
-¿Tanto así? – preguntó Lyonisse y ella le dedicó una leve sonrisa.
-Eso parece, y ni siquiera sé cómo sucedió –replicó y era verdad, no
sabía cómo pero aquel hombre se había vuelto alguien que necesitaba.
-Vamos a ver a mis hermanas…
-¿Por qué?
-Porque un rato con ellas y sus hijos puede distraerte de casi cualquier
cosa.
Cuando llegaron donde estaba Ariadne, un par de niños idénticos tironeaban su falda.
-¡Mamá! ¡Cómpranos hurones! Los venden en aquel puesto…- gimotearon
señalando un lugar cercano.
-Ya les he dicho que no soy su madre, soy su tía…suelten mi falda- les
dijo con seriedad.
-¡Mamáaaaaaaaaaaaaaa! – protestaron a coro y Raine se acercó a ellos.
-Ari, no deberías engañar así a tus hijos.
-No pierdo nada con intentarlo – respondió guiñándole un ojo
seductoramente y él rió, su esposa jamás cambiaría y daba gracias por ello.
-Nada de hurones para ustedes, ya tenemos demasiados escurridizos en
nuestra familia – dijo a sus hijos que lo miraron desolados.
Iolhen se vio impelida a intervenir. Los hijos de sus primas eran tan
irresistibles como ellas.
-¿Quién quiere mostrarme la pista de hielo?- preguntó y dos pequeños de
ojos verdes se giraron hacia ella. De pronto los hurones perdieron importancia
y la pista del hielo fue una tentación mayor.
La pequeña Beth de Lysander se sumó al paseo y junto a Lyon y los
gemelos fueron a patinar.
La pista que había creado su hermano era uno de los lugares más
concurridos
-Papá hizo un buen trabajo, pero creo que le falta algo de decoración,
tía Iolhen- evaluó Beth con seriedad.
-¿Qué se te ocurre?
- Estrellas , pero no sé cómo hacerlas, no aún….- dijo la pequeña
mirando sus manos. El don apenas estaba despuntando en ella.
-De acuerdo, veamos qué podemos hacer, cuando haya menos gente.
-Nosotros nos encargamos de eso, tía – se ofrecieron los gemelos y antes
que pudieran impedírselos se dedicaron a patinar con velocidad y empujar a
algunas personas lo que provocó que la pista se vaciara rápidamente.
-El método es malo, pero las intenciones buenas. Ese suele ser el dilema
con ellos – sentenció Lyonisse yendo a detener a sus sobrinos.
Iolhen se inclinó hacia la niña que había pedido que decorara el lugar.
-Vamos con las estrellas…- dijo y con sutiles movimientos de sus manos
creó pequeños cristales de hielo que se elevaron y quedaron suspendidos como si
fueran una cúpula sobre la pista, una cúpula de estrellas. Y el hielo de la
pista también se llenó de reflejos aquí y allá- ¿Te gusta Beth? Creo que de
noche se notará más…
-Es precioso tía- dijo la niña.
-¿Entonces señorita, quieres patinar? – preguntó extendiéndole la mano,
pero su gesto se detuvo en el aire y se giró de pronto, algo la llamaba…alguien.
-Tía Iolhen- dijo la niña intentando recuperar su atención, pero la
mirada de Io recorría el lugar, la gente, los puestos buscando lo que había sentido.
Y lo vio. A unos cien metros, estaba Baylor observándola.
El joven domador había decidido
marcharse de las tierras Likaios, había tomado su caballo dispuesto a alejarse,
pero al iniciar el camino su determinación había cedido frente a su anhelo.
Había empezado a cabalgar hacia las tierras Backdalion, hacia Iolhen.
Y una vez que había tomado aquella dirección había viajado sin descanso,
casi como un animal hambriento, desesperado. Había llegado al lugar y vagado
entre el gentío, su corazón agitado y sus pensamientos revueltos hasta que la
había divisado.
A lo lejos, sobre una pista de hielo, con su prima y con niños
rodeándola, Iolhen estaba creando estrellas. Y su don también lo iluminó a él,
mirándola se sintió en paz.
Como si todas las aristas en su interior se suavizaran, ella estaba
allí, eso era lo único que importaba. Se quedó quieto observándola y de pronto
la vio girarse hasta dar con él, hasta que sus miradas se encontraron.
Estaba demasiado lejos para escucharla pero ella había susurrado su
nombre, estaba seguro.
-Baylor…- dijo Iolhen sin poder evitarlo y Lyonisse llegó inmediatamente
junto a ella y miró lo que su prima
veía.
-Vino – dijo la joven Blackdalion aunque su tono fue neutro sin poderse
distinguir si aquella visita la alegraba o la molestaba.
- Ya regreso – dijo Iolhen y empezó a alejarse. Lyon suspiró y la dejó
ir, interponerse no tenía sentido.
Io recogió un poco su falda para poder caminar más deprisa, trató de
esquivar la gente que circulaba pero chocó con un par porque sólo podía mirar
hacia adelante, hacia el hombre que la esperaba. Rápidamente llegó hasta él,
estuvo a punto de abrazarlo pero se contuvo.
-Viniste- dijo deteniéndose un par de pasos delante de él.
-No pude evitarlo – respondió Baylor y era la mayor verdad de su vida.
-Me alegra que así sea – aseveró con sinceridad y Baylor volvió a temer
que alguna vez ella lamentara su llegada y lo aborreciera.
-Estabas haciendo estrellas – comentó tontamente sin saber que decir,
quería aferrarse a lo bueno, a lo bello, a ella.
-Te enseñaré…-ofreció Iolhen y le tendió una mano. Baylor dudó un
segundo y luego se agarró con firmeza y dejó que ella lo llevara hacia la luz y
las risas
-Nos volvemos a ver – comentó Lyonisse cuando llegaron y él la saludó
con un movimiento de cabeza. La mirada de aquella joven le hacía recobrar la
consciencia y arrepentirse de estar allí. Pero el calor de la mano de Iolhen
sujetándolo era más fuerte que cualquier duda. Ella era real, lo demás eran
fantasmas del pasado y temores infundados.
-Hola…- lo saludó Beth y los gemelos se acercaron.
-¿Quién eres tú? – preguntaron a coro y él parpadeó al notar que eran
idénticos.
-Gemelos- aclaró Iolhen y luego se dirigió a los niños- Es mi amigo
Baylor.
- ¿Vas a jugar con nosotros? – preguntó uno de ellos.
- Patinemos- sugirió Io y Baylor la observó espantado.
-Yo…
-¿Nunca patinaste antes?- preguntó Beth.
-Creo que no.
-Es fácil – dijeron los gemelos y salieron disparados con Lyonisse tras
ellos. Beth también empezó a deslizarse y la joven Likaios miró al domador que
los observaba algo cohibido.
-Inténtalo, es divertido y has aprendido cosas más difíciles- lo alentó.
La miró, era verdad ella le había enseñado a manejar su poder, patinar no podía
ser tan complicado, además había ido para eso, para descubrir un mundo distinto
donde ser feliz era posible.
Le sonrió como forma de aceptación y ella procedió a explicarle cómo hacer.
Un rato después iban deslizándose sobre el hielo, debajo de las
estrellas que Iolhen había esparcido y , un poco más tarde, habían caído, pero estaban riendo. Era tan fácil vivir de
esa manera.
Después de jugar un rato los niños empezaron decir que estaban hambrientos, así que todos
juntos fueron a buscar algo rico en los puestos de la feria.
-¿Dónde te quedarás? – preguntó Iolhen.
- Con el grupo de vendedores de caballos…- respondió él que no había
pensado mucho en eso. Sólo había querido verla.
Io por su parte estuvo a punto de invitarlo a quedarse en el castillo pero
su prima le dedicó una rápida mirada que le recordó que era imposible, ni el
Castillo de los Cerezos era su casa ni
tener a los hombres de la familia cerca de Baylor era buena idea.
-Es hora de regresar – intervino Lyonisse cuando terminaron de comer.
-Lyon…- protestó la joven pero Baylor la tranquilizó.
-Nos veremos mañana- le prometió.
-Es una promesa, ¿verdad? Mañana estarás aquí, ¿no es así?- trató de
confirmar la joven.
-Sí, aquí estaré.
-Junto a la pista de hielo, a media mañana – le indicó y él asintió.
Luego la vio marcharse junto a su familia.
Baylor aprovechó para conocer el lugar.
Las tierras Blackdalion eran un famoso señorío, conocido por su
prosperidad y porque aquella familia de guerreros contaba con el favor del rey.
Eran poderosos, reconocidos e incluso temidos, pero lo que más le llamaba la atención no era la fama que
los rodeaba sino lo que veía con sus propios ojos. Aquel lugar con su Castillo
Negro y su aldea era un lugar feliz, era claro que sus gobernantes eran justos
y sabios y la posición que ostentaban la usaban para hacer el bien.
Iolhen provenía de esa familia, aquellos valores transmitidos por su
familia y el amor puesto en su crianza se notaba en su forma de ser. Baylor se
preguntó si también en su caso su oscuro
origen determinaba su identidad o si era algo que podía cambiar.
Hola... me bloquearon el blog en el compu de mi trabajo.:( asi que solo desde el celular puedo leer y emocionarme con estas historias. Me cuesta mucho imaginarme a io como una joven, aun la veo como niña... Baylor cada vez me tiene mas intrigada. Su oscuro pasado lo relaciono a que sea nieto de deveró. Nose. Nose que pensar. Gracias por alegrarme el dia con mi saga favorita.
ResponderEliminarAy qué mal!! Dan ganas de mandar a los Blackdalions con sus espadas para que les arreglen cuentas, cómo se atreven a bloquearnos! Grrrrr!! Bue, no es nieto de Deveró ( no se me ocurrió sinceramente porque hubiera sido genial) pero anda cerca....besos Yoce!!
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