Abigail corrió a la
habitación de Antoniette, la cual ocupaba temporalmente, y apenas entró se
quedó apoyada contra la puerta. El corazón le latía agitado. El sentido común,
las enseñanzas de su madre y sus propios valores, le decían que debería haberse
ido de aquella casa después de lo sucedido, pero su corazón decía algo muy
diferente.
Jamás había tenido
un contacto tan intimo con un hombre, aún sentía el peso del cuerpo de Cole
sobre el de ella, su respiración, sus manos aferrándose a sus muslos para
mantenerla quieta. Recordaba su mirada intensa y sus palabras casi susurradas. Sin embargo,
aunque estaba turbada, no había sentido miedo, había sabido que él no iría más
allá, que no haría nada para lastimarla.
Confiaba en él.
Y además, en aquel
instante de tanta cercanía, cuando sólo había deseado calmar lo que lo
atormentaba, había descubierto que se había enamorado de él.
Lo sensato hubiera
sido regresar a su casa y no regresar jamás, pero no lo hizo.
Se acostó y se
acurrucó entre las mantas, esperando que el nuevo día trajera un poco de
esperanza, para ella y para él.