lunes, 3 de octubre de 2011

El Dulce Sabor del Amor 11



La mañana transcurría con calma, demasiada calma. No sabía cuántas veces había visto el reloj, cuantas veces había visto el teléfono esperando que sonara, ni cuantos brincos había dado cada vez que entraba un cliente temiendo confirmar que era él quien llegaba.
-          Es el segundo pedido que nos devuelven. – Dijo Murray uno de sus ayudantes y ella le ignoró, parecía oír pasos por la acera, alguien iba a entrar definitivamente al establecimiento, aguzó el oído. - ¿Candy? – Lo intentó él de nuevo.
-          Toma. – Le dijo ella sin verlo, solo extendiéndole una nota de pedido. - Un pastel de chocolate, envíalo a esa dirección. - Siguió vigilando la puerta.
-          A esto es a lo que me refiero. – Protestó Murray. – Te han pedido un pastel pero de queso no de chocolate. ¿Podrías explicarme por qué lanzas miradas neuróticas hacia la puerta? Parece que estás a punto de tener un colapso mental o algo así. – Ella siguió ignorándolo, sonó el teléfono y dio tal respingo que hasta espantó al pobre Murray. Miró el aparato como si fuera a morderla. - ¡Cielos! Estoy empezando a preocuparme.
-          Contesta tú. – Dijo ella.

-          Es Silk. – El alivio de Candy fue monumental.
-          ¡Casi me matas! – Le increpó cuando se puso al teléfono.
-          Deduzco que aún no tienes noticias. – Dijo Silk aguantando la risa.
-          Ninguna. ¡Le mandé el pastel hace horas! Y aún no se nada, no ha llamado, no ha venido, ¡nada!
-          Seguro que está disfrutando pensando en cómo te estás atormentando.
-          Creo que me va dar un infarto. Voy a ir. No lo soporto más. – Sentenció Candy.
-          No irás, te conozco, no tienes el valor de ir a su oficina, presentarte ante él y decirle…
-          ¡Dime de una maldita vez si consideras que lo que te mandé es único y original! ¡Y deja de atormentarme! Eso le diré…- Interrumpió a Silk.
-          No, lo que debes decirle es… Ven y devórame de una vez.
-          ¡Tú… estás completa y rematadamente loca!
-          ¿Acaso no es lo que quieres?
-          ¿Silk, no has oído hablar de lo que implica tener sentido común?
-          No.- Respondió muy fresca.
-          Voy a ir y salir de dudas de una vez por todas.
-          Mi querida Candy solo viéndolo con mis propios ojos lo creeré.
-          Entonces te sugiero  querida, que salgas de casa ahora mismo para que llegues a tiempo de verme llegar al edificio de los Kensington. - Y cortó.  Silk por supuesto salió corriendo de casa.

Candy respiró hondo, se quitó el colorido delantal con dibujos de pasteles, galletas y demás postres que usaban todos los empleados y enfiló hacia la puerta. ¿Qué le digo? ¿Cómo se lo digo? ¿Se lo suelto así nada más? ¡Dime ya que opinas maldita sea! No, ella no maldecía al menos no en público.  Sentía que le faltaba el aire y solo había dado unos pocos pasos, a esas alturas tendría que pedir un taxi para recorrer las escasas manzanas hasta Kensington. 
Siguió caminando con la mirada baja abstraída en sus pensamientos y curiosamente esta vez ignoró a quien entró por la puerta y se quedó parado observando su andar lento y su mirada directa hacia el piso, iba directo hacia esa persona y solamente que se moviera evitaría la colisión, él no se movió ni un ápice.
Candy chocó contra algo duro ¿Desde cuándo había postes o columnas en medio de su pastelería? Alzó la mirada y se quedó de piedra al ver quien era, de un brinco se echó hacia atrás.
-          ¡Tú! – Fue lo único que atinó a decir.
-          Yo. – Contestó Drake con esa sonrisa derrite polos.
Nuevamente siento que me falta el aire, pensó Candy ¿A esto se refieren cuando dicen “Me dejas sin aliento”? Ó es eso o  problemas cardiacos.
 
-          ¿Y bien? – Se atrevió a preguntarle deseosa por conocer su respuesta y acabar con esa agonía.
-          Vine a darte mi respuesta.
-          ¿Qué esperas? – susurró ella.
-          ¿Eso te tenía tan pensativa hace un momento? – Preguntó dirigiéndole una mirada curiosa y divertida.
-          No, tengo muchas más cosas en que pensar que solo en ti, digo, en tu condenada apuesta. – Por el rabillo del ojo vio a Silk casi derrapando en la acera, iba a pasar de largo pensando en que ella ya  iba camino a Kensington, al verlos a través del escaparate de cristal se detuvo y aguardó curiosa desde su sitio. Candy emitió un suspiro un tercio cansado, un tercio divertido al ver a Silk y otro tercio realmente desesperado. – Ayer tuve una noche bastante ocupada, estoy desvelada, no tengo tiempo para esto así que, ¿podrías apresurarte?
-          ¿Pues qué hiciste anoche? – Le preguntó frunciendo ligeramente el ceño.
-          Nada de tu incumbencia. – Cocinar como una loca durante horas sin producir nada satisfactorio, dormir en un horno y hacer trampa, por supuesto.
-          Bueno, hasta cierto punto lo es.
-          Explícame por qué… - Dijo de inmediato Candy no creyendo lo que oía.
-          Tenías que estar cien por ciento dedicada a nuestra apuesta y no andarte distrayendo hasta altas horas de la madrugada. – Lo dij0 tan serio que Candy quedó más confusa aun y luego rió.
-          Es lo más ridículo que he oído en todo el  día y mira que ya hablé con Silk.
-          ¿Quién es Silk? – Preguntó con la misma seriedad y esta vez con el ceño totalmente fruncido.
-          Y eso a ti que… - Empezó a decir ya enojada.
-          Soy yo. – Hizo su aparición la susodicha logrando que el rostro de Drake se relajara por completo y ofreciéndole una enorme sonrisa.
-          Ah bien. – Dijo Drake.
-          ¿Ah bien? – Repitió Silk. – Esto se pone interesante.
-          Ve a la cocina. – Fue la escueta orden de Candy hacia su amiga.
-          Ni lo sueñes. – Dijo Silk quien tomó un banco y se sentó a contemplar la función.
-          Sigo esperando. – Le dijo Candy a Drake desechando la idea de sacar a Silk de allí.
-          Quería retrasar el momento lo más que pudiera. –Admitió él.
-          Lo has logrado, créeme.
-          Bien. Tú ganas.
-          ¿Cómo?
-          Que tú ganas. Lo que me mandaste tiene un sabor único, diferente, celestial, etc., etc. Admito mi derrota, no me gusta perder, pero en esta ocasión lo hago ante un formidable contendiente. Así que, tú dirás ¿cuál es mi castigo?
-          Sabía que no perderías. – Silk aplaudía encantada. – No puedo creer que hayas pensado que no podrías. Ella es increíblemente buena ¿cierto? – Le dijo a Drake.
-          Cierto. ¿Y bien? ¿Cuál es mi castigo por haber perdido?
-          ¿Puedo sugerir algo? – Preguntó Silk.
-          No. Por supuesto que no. ¿Podrías esta vez hacerme caso e ir a la cocina? – Al ver la silenciosa negativa de Silk le dijo: - Hay montañas de esas galletas de coco que te fascinan.
-          ¿Con chispas de chocolate? – Al decirle Candy que así era, salió presurosa hacia la cocina no sin antes mandarle distintas indicaciones a Candy con la mirada, se conocían tan bien que sabía exactamente lo que  quería decirle: “No lo dejes ir” “El hombre está buenísimo” “Más vale escojas un buen castigo”.
-          ¿Estarás muy ocupado esta semana?
-          ¿El castigo es irnos de viaje? Si es así no lo estoy.
-          Perfecto. –Sonrió Candy con picardía.
-          Entonces, ¿nos vamos de viaje?
-          Mejor aún. Serás mi empleado toda la semana. Te pagaré por supuesto.
-          ¿Cómo has dicho? – Nunca antes nadie había logrado sorprenderlo de esa manera, nadie. En serio, nunca. ¿Empleado, de ella? - ¿Aquí? – Atinó a preguntarle.
-          No, en mi casa. Claro que aquí ¿dónde más? Empiezas mañana a menos claro que decidas echarte cobardemente para atrás y te rehúses, si es así lo entenderé.
-          Mañana estaré aquí. – Contestó veloz.
-          Siete en punto.
-          Lo que digas, Jefa…



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