domingo, 21 de agosto de 2011

El Dulce sabor del Amor 6


-          Por tercera ocasión ¿estás bien? – Silk preguntaba mientras con gran deleite comía fresas bañadas en una salsa de chocolate que de simple no tenía nada gracias a los demás ingredientes de los que no tenía idea cuales eran pero que Candy había puesto allí, y eso era Candy, dulce pero también nada simple y sí algo complicada y para su frustración en esos momentos era misteriosa.
-          ¿Qué te hace pensar que no lo estoy?
-          Bueno… - Tenía que admitir que Candy había disimulado bien, la había encontrado algo distraída al llegar, pero se las había arreglado para charlar, pero en cuanto un joven entró y pidió una rebanada de Pasión Oscura, Candy se había puesto roja como un tomate y en lugar de dar lo que le habían pedido había dado al pobre chico  una enorme rebanada de tarta de manzana. Al menos el cliente no había protestado después de llevarse la primera cucharada a la boca. Observó a Candy tratando de averiguar que rayos pasaba. Ella era tan tranquila, solo había algo que la ponía totalmente rara y ese era… oh, oh… - ¡Drake Kensington!

-          ¿Qué? –  Candy intentó añadir un matiz extraño y ajeno a su voz, pero ahí venía el color rojo a su cara de nuevo y Silk soltó una carcajada. 
-          Cuéntamelo todo, lo harás tarde o temprano, mejor ahora ¿no crees? No dudes que te incordiaré hasta el cansancio. Deduzco que sigues en estado de shock y por ello andas en la luna y que todo tiene que ver con tu Pasión Oscura.
-          ¡Rayos!
-          Tu cara a veces es un libro abierto, al menos para mí. – Ignoró el gesto de frustración de Candy. – Venga, suéltalo ya.
-          Estuvo aquí. –A favor de su amiga tenía que decir que no había dado un grito o algo así, veía sus enormes ganas por saber más, sin embargo admiró su gran autocontrol. – Entró de pronto a la cocina y dijo que quería conocer a la creadora de los postres. Sally le dejó entrar y aun no entiendo por que no me avisó antes.
-          Que ingenua. Sally le hubiera dejado destrozar el lugar a cambio de una de sus sonrisas y puedo apostar que le dedicó una a juzgar por la facilidad con la que le dejó entrar, digo, yo lo hubiera hecho.
-          ¿Ah si?
-          Claro, sobre todo por que vino personalmente a verte querida.
-          ¿Sólo por eso?
-          El hombre es guapo, niña, guapísimo.  También por eso.
-          ¡Ey! Que le diré a tu marido.
-          Él sabe que yo admiro las cosas bellas, pero que él es lo más hermoso del mundo para mí. – Suspiro dramáticamente mientras ponía ojos de borrego a medio morir.
-          ¡Santo cielo! No empezaras a darme la lata con tu tema favorito ¿verdad? – No había que ser experta para saber cual era el tema favorito de Silk: La historia de amor entre ella y su esposo. Era preciosa, de hecho. Solo que ella ya había perdido la cuenta del número de veces que la había escuchado.
-          Si no quieres que empiece prosigue por favor.
-          Está bien, pues nada, que llegó cuando intentaba evitar que Honey acabara con toda mi harina. Solo que la escena que encontró pues… - Le contó todo, no tenía caso no incluir todos los detalles, pero aun no le dijo el final.
-          No puedo creerlo – Silk casi lloraba de la risa. -  ¿Así que vino y se puso a cocinar galletitas contigo? Esto indica algo… algo más… - Los ojos de su amiga empezaron a ponerse en plan soñador  y para su desgracia también conspirador.
-          No sigas por ese camino ¿Te olvidas de Barbie ejecutiva?
-          Tonterías, ¿Qué hombre preferiría un reporte de la economía de la empresa antes que un delicioso postre tuyo?
-          ¿Un hombre con sentido común? – Le rebatió con ironía.
-          ¡Él vino! ¡Aquí! Si eso no indica nada para ti, es que estás ciega y sorda.
-          No, me indica que no soy la típica chica que hace castillos en el aire.
-          ¿En serio tengo que repetir que él vino aquí?
-          Le gustan mis postres, no yo.  Acéptalo, el hombre está más que interesado, sí, pero en mis habilidades reposteras.
-          Al corazón de un hombre se le llega por el estómago. – Le dijo Silk levantándose de un salto de la silla como para enfatizar su afirmación.
-          ¿Así llegaste al corazón de tu amadísimo esposo? – Preguntó con ironía pues ya sabía la respuesta.
-          Bueno, no, pero…
-          Te vio en ropa interior ¿cierto?
-          ¡Oye! Que no fue así.
-          Si tuviera tu figura quizás lo intentaría. – Suspiró Candy.
-          ¿Te presentarías en su oficina cubierta con un largo abrigo llevando abajo solo ropa interior?
-          Sí. Sí eso significara que él me viera como algo más que la mujer que prepara los postres por los cuales se vuelve loco. Loco, ni más ni menos si no, no me explico que…
-          Punto número uno: Tienes una figura excelente, lo sabré yo que te he visto cuando te pruebas la ropa que te doy. Punto dos: Apruebo la idea de que te presentes así y de paso lleves chocolate para que todo el “asunto” resulte más sabroso si cabe y punto tres creo que debes… Un momento, ¿Qué es lo que no te explicas?
-          Él me besó. – Tenía que decirlo, como si el por fin soltarlo en voz alta le diera más realidad a lo sucedido, es que ella aun no terminaba de creérselo. Silk la miraba sin parpadear, al menos no lo hacía con la boca abierta.
-          ¿Qué rayos esperas para continuar? – La apremió.
-          De pronto se acercó y así sin más lo hizo.
-          ¿Y..?
-          Sabía a harina.
-          Por el amor de Dios dime que no le dijiste eso después que te besara. ¡Lo hiciste! – La acusó Silk al ver su cara de culpabilidad.
-          Bueno, yo…

La había tomado desprevenida, totalmente. Había puesto su mano en su nuca  y en menos de dos segundos la estaba besando. Estaba tan nerviosa que en cuanto sintió el leve sabor de la harina empezó a reírse sobre sus labios. De más está decir que después que él se fuera se había puesto literalmente a darse de topes contra la pared, así la había encontrado Sally, lo que le hizo preguntarse si hubiera sido mejor meter su cabeza en el horno.

-          ¿Te estás riendo? – Preguntó él con incredulidad al separarse de ella.
-          Sabes a harina. – Le soltó sin más. La cara de él era en realidad de asombro.
-          Nunca nadie me había detenido en mitad de un beso...

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