Venía caminando por el camino bastante enfadada con Donovan, que hasta que no llegó casi a la entrada de su casa no reparó en la presencia de él y su madre en el porche sentados con cervezas en sus manos. ¡Increíble! Pensó con cierto fastidio al haber la mínima posibilidad de que Donovan le hubiera contado lo ocurrido a su madre en la librería. Ya tenía risas para un mes de su madre… ¿Porqué no tenía una entrada trasera por la cocina como muchos otros ranchos? ¿Qué diantres le habría contado aquel vaquero a su madre, para justificar que cada uno hubiese llegado por separado?
-Hola cariño –Saludó Margaret-. ¿Al final has visto a Kate?
-¿Qué? –Frunció el ceño sin saber a qué se refería.
-Donovan me ha contado que te has bajado en el pueblo, por que querías verla.
Mientras su madre le hablaba, pudo observar por el rabillo del ojo unas milésimas de segundos al hombre para ver como éste le guiñaba un ojo sonriendo. ¿Acaso se creía que le hacía un favor por callarse? Imbécil… ¿Quién se creía qué era?
-Tesoro, me ha llamado tu tía Luisa y…
-Perdona que te interrumpa mamá, pero que quede claro que no vengo de ver a mi amiga.
-¿Ah no? –Frunció ésta el ceño, al tiempo que Donovan se incorporaba un poco en la silla.
-No –Ahora sí que lo miró directamente a los ojos-. Vengo caminando del pueblo, por que me enfadé con Donovan en la ciudad y cogí el autobús.
-¿Os habéis enfadado? –Se preocupó ésta.
-Yo no, pero tu hija es muy cabezona… -Comenzó a excusarse el hombre, pero Silvia no lo dejó terminar.
-Yo seré cabezona, pero tu un idiota rematado –Acusó ella con carácter.
-¡Hija! –Se sorprendió Margaret.
-Mamá, no te sientas ofendida por mi actitud hacia Donovan. Pero hoy se lo merece…