Una pequeña historia que estoy escribiendo para compartir con ustedes, espero les guste...
Katherine salió de prisa de la galería de arte , con la sonrisa aún en el rostro saludó a la dueña del lugar, y avanzó en la tienda departamental.
Cuando llegó al sector principal, escuchó los murmullos y vio un pequeño tumulto. Un par de guardaespaldas caminaba custodiando a algún personaje importante que paseaba por el lugar.
La gente se apartó un poco y ella se quedó congelada, la sonrisa se desvaneció de su rostro y el cuerpo se le aflojó.
Pero no fue la visión del hombre alto, de cabello oscuro y ojos verdes lo que la impactó. No, no fue volver a ver al imponente Nicholas Laurent después de seis años, lo que la conmovió fue la pequeña niña rubia que él llevaba de la mano.
Sólo había visto a la niña una vez pero la reconocía. Tenía el cabello tan claro como ella y los mismos ojos azules.
Aquella niña era su hija, la hija que ella había creído muerta al nacer.
Sin pensarlo dos veces se lanzó hacia ellos.
Nicholas se sintió inquieto, había algo que lo mantenía alerta, miró alrededor para intentar descubrir que era lo que le daba aquella sensación. Entonces la vio, la mujer rubia que corría hacia ellos.
Había pensado que nunca la volvería a ver pero allí estaba.
La escuchó gritar “Mi hija” y reaccionó con rapidez, en un fluido movimiento levantó a la pequeña que sostenía y le apoyó la cara contra su hombre mientras le cubría la cabeza con su mano para que no viera ni escuchara lo que sucedía.
La mujer llegó hasta ellos y extendió la mano, él la esquivó y ordenó a sus guardaespaldas que la detuvieran.
Ellos sacaron a Katherine que se retorcía y gemía como un animal, y él apresuró el paso para salir de allí.
Casi corrió a la salida y se metió deprisa al auto que lo esperaba.
-A casa – dijo escuetamente al chofer y recién entonces soltó a la niña y la acomodó en el asiento a su lado.
-¿Papi, qué pasó? – preguntó asustada sin comprender.
-No es nada cariño, sólo una mala persona, pero ya está todo bien- le dijo y pensó que jamás dejaría que su hija sufriera daño alguno.
-¿Tú estás bien? – preguntó estirando su manito para acariciarle la cara.
-Si , cariño- contestó y sonrió forzadamente. Ella sonrió y lo miró tranquila, entonces Nick se sintió conmovido por aquellos ojos azules que lo miraban confiados y con cariño, tan iguales y tan distintos a los de la mujer que acababa de volver a sus vidas.
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