Ayer mi país vivió una jornada triste, fue a la marcha de #NiUnaMenos, lamentablemente no fue la
primera, fue otra que se hace a lo largo
de estos últimos años.Esta vez la originó el terrible crimen cometido contra una
niña de 16 años que fue drogada, violada, empalada y asesinada por un grupo de
hombres. Lucía Pérez murió de dolor en medio de su feroz tortura, así de
aberrante. Su corazón se detuvo en medio de tanto sufrimiento. Y el dolor de
Lucía nos invadió a todas.
La muerte de esa joven fue una herida demasiado lacerante
para dejarla pasar y el pueblo, hombres
y mujeres unidos , salió a las calles a pedir que nos dejen se seguir matando,
matando por ser mujeres. Matando como si fuésemos cosas.
Toda muerte es injusta, todo crimen merece nuestro repudio,
ya sea que se mate a un animal o a un ser humano (de cualquier género, raza,
edad, etc), pero esta vez se trata de
reflexionar sobre los crímenes que se cometen contra las mujeres por el solo
hecho de ser mujeres.
Porque aún quedan hombres y sociedades que engendran y defienden
a esos hombres que creen que nos pueden poseer, que nuestros cuerpos son cosas,
que les pertenecemos, que somos inferiores, que pueden hacernos lo que quieren,
que pueden salir impunes. Impunes porque la mujer provocaba, o se lo buscaba, o
a ellos “se les fue la mano”.
Y con mucha tristeza me detengo a mirar el mundo de allí
afuera, uno donde sigue existiendo la trata de personas, la prostitución, el
maltrato físico y psicológico, la desigualdad laboral, la cosificación en los medios de
comunicación.
Allí afuera hay calles oscuras que nos da miedo transitar,
porque se nos dicen cosas obscenas, porque se nos cuestiona nuestra forma de
vestirnos, porque se cuestionan nuestras decisiones. Porque se esconden seres
que creen que pueden violarnos, matarnos y tirarnos.
Allí afuera hay un mundo que convierte a la víctima en
victimario, en lugar de defendernos.
Allí afuera hay un mundo que no nos protege. Un mundo sin
leyes.
No quiero vivir en un mundo donde deba agradecer estar viva.
Donde sienta que he ganado un lugar en vez de sentir que es mi derecho y lo que
me corresponde como a cualquier ser humano.
Me da asco pensar que tantos años de historia no nos han
enseñado nada.
Las mujeres hemos sido tratadas de brujas ,perseguidas y quemadas vivas. Hemos
sido tratadas de putas ya fuera porque querían
poseernos o porque querían quitarnos el derecho a decidir sobre nuestro
cuerpo. Y hemos sido locas cada vez que alzamos la voz para decir lo que pensábamos.
Así se nos anuló durante siglos. Éramos seres inferiores, éramos brujas, putas
y locas.
La ilusión del cambio se ha roto, parece que aún seguimos en el mismo sitio, que aún no
cambió nada.
Pero aún nos duele Lucía y nos duelen las mujeres golpeadas
por sus novios y esposos, y nos duelen las mujeres mutiladas, las sometidas,
las expulsadas a lo largo y ancho del
planeta.
Y mientras nos duela hay una esperanza.
Tenemos que salir a las calles y protestar. Tenemos que
pedir leyes nuevas. Tenemos que animarnos a denunciar la violencia de género.
Pero más importante tenemos que vernos a nosotros mismos,
mirar adentro, nuestras acciones, nuestras palabras. Tenemos que ver cómo
permitimos que estos crímenes sucedan.
Alguien me dijo que el machismo lo crearon los hombres pero
lo sostenemos las mujeres, y quizás sea cierto. Porque tenemos que aprender a
ser más solidarias con nosotras mismas, a no juzgarnos según los estándares patriarcales,
a criar a niños que serán los hombres del mañana con la idea de que hombres y
mujeres son lo mismo. Mismos derechos, mismas posibilidades. Y que la vida es
sagrada.
Sinceramente no sé cómo se soluciona, pero por algún lugar hay que empezar…Y quiero
creer que cuando nos conmovimos por la muerte
de esta niña y miramos a las mujeres de nuestro alrededor y quisimos que
nunca suceda de nuevo y cuando los hombres sintieron el dolor y nos dieron la
mano, nos miraron, nos acompañaron en la marcha…en ese instante empezamos a
cambiar.