Alex sabía que debería estar en las
nubes por lo que había pasado esa noche. Tener en sus brazos a Aurora,
deslizándose por la pista de baile, no era una dicha de todos los días. Pero
no, ahí estaba él, sintiéndose desolado y no lograba entender por qué. Bien,
para ser sincero, Aurora había sido un sueño para él. Y aun así, seguía triste
por Danaé.
Él la quería. Mucho. Y la sola idea de
hacerle daño, le era repugnante. Jamás podría…
jamás querría hacerlo. Ni siquiera había considerado que tal vez podía dañarla
de alguna manera. De que ella lo conocía más que nadie, que había leído en él
tantos sentimientos…
Era eso. El impacto de que alguien
pudiera ver más allá de lo que él mostraba a los demás, el no entender que
hacía que ella fuera diferente ¿por qué podía mirarlo desde otro cristal que
los demás no? O tal vez sí… pero no lo decían, jamás.
Lo único que quedaba era ignorar todo,
bueno al menos lo que había creído sentir cuando la miró, sin mirar realmente.
Y tratar de hablar con ella, disculparse si era preciso. No sabía cuántas
estupideces había dicho, porque realmente se sentía como un idiota.
Solo sabía una cosa… había sido muy
duro con ella. Con Danaé, que le
suscitaba tanta ternura. ¡Algo estaba terriblemente mal en él!
Estaba decidido, al día siguiente, él
hablaría con Danaé. Iría muy temprano a su casa para que no hubiera posibilidad de escape. Porque era
probable, sino seguro, que ella no querría verlo.
***
Danaé tenía una taza de chocolate en
su mano mientras recorría el jardín.
Como de costumbre, se había levantado muy temprano pero no desayunado hasta
que estaba con su familia. Tenía que darles la noticia, después de todo. Sin pesadillas aquella noche, se sentía
libre, tan feliz y aliviada. Al principio, había pensado que las palabras de
Alex se clavarían en su mente, haciendo aún más vívido su dolor. Pero no, ni
una sola pesadilla, ni un solo sueño con Alex.
Nada… solo vacío. Mas era un vacío agradable, aquel que deja lugar a un
nuevo inicio. Justo lo que ella necesitaba.
Su padre se había entristecido un poco
al saber que partiría pero al mismo tiempo el orgullo se dibujaba en sus
facciones y eso fue lo que predominó en su voz cuando la felicitó y le abrazó
muy fuerte. Su madre había hecho lo mismo, se sentían tan felices por su
pequeña Danaé. André no estaba en casa, cosa que no era rara, pero lo que sí
fue que había llegado a dormir y se había levantado temprano. ¿Él temprano
después de dormir en la madrugada? ¡Eso era más que extraño!
Restó importancia sacudiendo la
cabeza, últimamente pasaban cosas extrañas por sus vidas. En general, o al
menos eso parecía, con Beth, André, Aurora, Christopher, Alex…
Bueno, al menos con Alex, estaba
segura. Aún trataba de rememorar con exactitud el episodio de la noche y no le
encontraba sentido. ¿Qué rayos había pasado? Alex había estado ¿fascinado? y al
momento siguiente estaba ¿al borde de un colapso entre nervioso y furioso? ¿Por
qué? ¿Qué había hecho ella más que salir al balcón a tomar aire? ¿Cómo la había
encontrado? ¿Cómo…?
–Danaé…
No necesitaba mirar. Él estaba detrás. Suspiró con cansancio, dejando a un lado la
taza de chocolate (no quería tener nada a mano que pudiera usarlo en su contra)
y lo miró.
–Alex.
Él parecía nervioso y cansado. Lucía
como si no hubiera dormido nada, que seguramente era el caso pues debió
quedarse hasta muy tarde en la fiesta. Le sorprendió mirarlo así, él siempre había
estado impecable y seguro. Ahora, no podía precisar que era, pero no parecía
él.
Era como si, de pronto, fuera
humano. No aquel ser perfecto que creyó
amar toda su vida. No. Solo alguien más.
Alguien… vulnerable.
–¿Quieres sentarte? –preguntó,
señalando la banqueta donde acababa de dejar la taza– te ves algo… cansado.
–Un poco –dibujó una sonrisa pequeña–
no logré dormir bien.
–Oh, qué lástima –Danaé no sabía que
decir– ¿quieres ir a la sala?
–No, gracias –susurró mirando en
varias direcciones, parecía evitar fijar su mirada en ella– ¿tú descansaste?
–Sí, muy bien gracias –contestó con
una sonrisa genuina.
–Cuanto me alegro –Alex se pasó la
mano por su cabello rubio– Danaé, yo… –se detuvo. De pronto, él no tenía nada que decir ante
sus ojos enormemente castaños… ¿castaños?–. Ayer… ¿usas lentes de contacto?
Danaé lo miró como si de pronto
hubiera enloquecido. Él no parecía ser la persona más coherente desde anoche.
¿Qué le estaba pasando? Quizás atravesaba un problema, probablemente algo
relacionado con Aurora o su familia, para que estuviera en ese estado, ¿pero
qué? Y ahora, ¿qué pregunta era esa?
–No –contestó sin entender del todo–
con respecto al día de ayer…
Alex la miró. No supo qué leyó en sus
ojos pero Danaé se silenció de inmediato.
Esperó que él siguiera, parecía lo adecuado.
–Es que tus ojos… eran diferentes
anoche –precisó y Danaé asintió con una sonrisa– creí mirar que eran dorados,
seguro fue la luz.
–No, eran dorados –confirmó riendo
brevemente– el tono varía –explicó– desde castaños hasta dorados… muchas gamas
entre ellos –se encogió de hombros, como si no fuera nada extraordinario– me
pasa siempre.
–¿De verdad? –Alex preguntó, fascinado
mientras ella asentía, ladeando un poco la cabeza. ¿Por qué ahora cada mínimo
movimiento suyo parecía tan importante y llamativo? Cuando la había visto
caminando en el jardín, aún de espaldas, había sabido que era ella. Su paso era
seguro pero encantador y él quiso creer que simplemente era la deducción
lógica. ¿Quién más sería a esas horas
que Danaé? Había llamado a la puerta y de inmediato le dijeron donde estaba, él
era como de la familia, después de todo. Siempre ahí… la conocía desde siempre
y aún así, sentía como si nunca la hubiera visto. ¿Por qué ahora? ¿Qué había
cambiado? Al girar, ella hacía ese movimiento tan elegante que había notado la
noche anterior, mientras bailaba, tenía una gracia innata que le encantó. No había podido despegar los ojos de ella y
ahora no era la excepción. Mientras
hablaban, él había visto a una mujer (no una niña) segura, alegre y optimista. Había
sonreído, estaba hermosa e irradiaba confianza.
¿Cómo podía ser? ¿Podía alguien cambiar en horas o era él quien miraba
más allá? ¿Por qué…?
–Alex –llamó Danaé bajo. Temía que nuevamente él pudiera sentirse…
extraño. Como ayer.
–¿Cómo pude estar tan ciego? –murmuró
Alex ante el asombro de Danaé– ¿qué ha cambiado?
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