En el cine,
Kenai compró las entradas y Rachel compró dos tarros enormes de pochoclos y las
bebidas.
-Gracias – dijo
él.
-Es lo mínimo,
debiste dejarme pagar las entradas.
-Creo que esto
salió más, y quería invitarte al cine.- respondió sin aclarar que en realidad llevaba
años queriendo invitarla.
La película era
entretenida y cada tanto Kenai se
inclinaba hacia ella para comentarle algo, Rachel sintió como si el tiempo volviese atrás y pudiera sentirse
libre, despreocupada y un poco como estuviese en su primera cita. Sabía bien
que Kenai había ido a ayudarla, pero se sentía
ansiosa y emocionada con cada gesto de él, estaban rodeados de gente,
pero al mismo tiempo, sentados uno junto
al otro, en la oscuridad, se sentía como algo demasiado íntimo. Su mente
recordaba bien quien era él, el amigo de su hermano, el niño que conocía desde
siempre, pero su cuerpo le enviaba señales distintas, aquel era un hombre, uno
que la hacía sentir reaccionar, que la movilizaba de mil maneras distintas. Le
llevó mucho esfuerzo concentrarse en la película y parar sus pensamientos
peregrinos.
Al salir del
cine aún faltaba un par de horas para poder tomar el vuelo de regreso.