Kenai iba muy pensativo cuando le alcanzó el café a Evan.
-Acabo de cruzarme con tu hermana en la cafetería de Anke.- dijo.
-¿Y estaba bien?
-Sí, ¿sabes si está saliendo con alguien?
-Oye , Kenai, ¿es una broma? Tú
debes saber mejor que yo lo que hace Rachel últimamente, apenas si logré hablar
por teléfono con ella. Eres su vecino, deberías estar mejor informado. ¿Hablaba
de citas con Anke?
-Algo así.
-No me malentiendas, quiero que sea feliz, sólo que espero que no se
complique la vida saliendo con el hombre equivocado.
-También yo- Respondió antes de beber el café.
Rachel, ajena a las deliberaciones de aquellos dos hombres pasó por el
taller mecánico para saber sobre automóvil. La habían ido a retirar y le
dijeron que estaría lista en unos días, tenían demora con unos repuestos que
necesitaban. Andar sin vehículo era un poco complicado, más cuando su actual
casa estaba bastante alejada, así que decidió alquilar un auto por unos días,
tuvo suerte pues era el último. Lo miró con desconfianza, era un pequeño auto
azul, no se parecía en nada a su camioneta, pero serviría por el momento. Hizo
algunas compras más para abastecerse y luego se volvió a su casa.
Pasó una tarde tranquila, terminando de decorar su nuevo lugar, leyendo e
investigando sobre cursos sobre turismo que podía realizar en forma virtual. AL
llegar la noche se dio un cálido baño
con las sales que había comprado, luego se frotó la piel con la crema perfumada
y envuelta en una bata se recostó en el sofá a ver películas mientras comía el
postre de Anke como cena. Aquello se sentía casi decadente, estaba tan
acostumbrada a sobrecargarse de responsabilidades, a ir siempre de prisa
que estar disfrutando así del tiempo
libre era algo muy inusual.
Se acomodó para mirar la película, una romántica, parecía algo liviano pero cuando
llegó al final y enfocaban al
protagonista alzando a su hijo recién nacido mientras su mujer los miraba
embelesada, Rachel se puso a llorar. Era una escena simple, pero aquella mujer
viendo al hombre sostener por primera vez al hijo producto de su amor mutuo era
muy conmovedora, ella nunca tendría eso.
Una familia, ver al hombre amado con su hijo en brazos, no era algo que
hubiese anhelado específicamente, no recordaba haber deseado formar una
familia. Quizás ese sueño lo había tenido de niña, cuando su madre aún vivía ,
cuando ella imaginaba un futuro muy diferente. Luego se había desvanecido en
medio de su realidad, aquellas fantasías infantiles habían quedado atrás. Pero
ahora que le habían dicho que era probable que no tuviera hijos, ahora que se
sentía tan perdida y sola, ese deseo había renacido y tenía la sensibilidad a flor de piel,
prueba de ello era que estaba llorando como tonta mientras miraba una película.
Decidió que debía darse una oportunidad, ser más osada, así que antes de
ir a dormir pautó el encuentro con el hombre que le había agradado en la página
de citas, se verían el fin de semana.
El encuentro sería en Juneau, donde el hombre residía, una ciudad
cercana, era mucho más fácil ir en avión y tomaba muchísimo menos tiempo
que llevar el auto en el ferry y todas
las complicaciones. Aunque no se sentía del todo cómoda teniendo que ir a otro
lugar, ese apego a sus costumbres también debía cambiar, además que el
encuentro fuese en otra ciudad la libraba de las habladurías
Cuando llegó el día se encontró frente a un territorio desconocido, hacía
mucho que no iba a una cita, así que no sabía qué hacer, había olvidado cómo
arreglarse. Recordó que Anke había hecho hincapié en que estuviera sexy. Se
maquilló ligeramente, resaltando sus labios con un color más intenso, y se peinó el pelo con grandes ondas, el
problema fue cuando tuvo que elegir qué ponerse. Se arrepintió de no haber ido
a comprar ropa nueva, eligió el
único vestido negro que tenía, pero
al ponérselo, se le rompió el cierre. Maldijo en voz alta mientras
rebuscaba entre sus prendas a ver qué más podía usar. No tenía más opción ,
porque ya no tenía tiempo si quería llegar a la cita, sólo podía ser ese
vestido rojo. Lo miró con desconfianza, era demasiado veraniego, y hacía mucho
que no lo usaba, pero tendría que servir.
Cuando terminó de vestirse se dio cuenta que tampoco tenía un abrigo
decente, sólo las que usaba para el
trabajo o alguna casaca ligera de jean. Tomó
una campera negra que le llegaba
a la cadera y salió, le quedaba poco tiempo para tomar el vuelo.
Había logrado llegar a la calle principal cuando su auto de alquiler se detuvo, si hubiera sido supersticiosa
habría creído que aquella cita no estaba destina a ser, pero lo atribuyó a su
ansiedad, era la ley de Murphy ensañándose con una mujer que intentaba dar un
giro en su modo de vida. Necesitaba llegar al aeródromo, así que caminó tres cuadras hasta la cafetería para pedirle
a Anke su auto.
Apenas entró se quedó tan sorprendida como los dos hombres que tomaban un
café y volvieron su vista hacia ella.
-¡Oh por todos los cielos, el Lobo se volvió Caperucita! – exclamó su
hermano haciendo gala de su falta de tacto. Kenai ni siquiera habló, la observó
impactado. Ella se dio cuenta que llevaba el abrigo abierto y tomó las solapas
para cubrirse, la intensa mirada azul
del amigo de su hermano la avergonzó. En
ese momento salió la alemana al rescate.
-Rachel querida, ¿vas a tu cita?
-Sí , pero ese maldito auto alquilado se rompió, ¿me prestarías el tuyo
para ir hasta el aeropuerto?
- Sí, claro – dijo la mujer y fue a buscar las llaves. Se las entregó y
le dio un beso en la mejilla- Deja las llaves en la oficina de atención al
público, yo lo retiraré más tarde .Mucha suerte.
- Gracias- respondió y salió antes que los hombres preguntaran algo.
-¿Qué fue eso? – preguntó Evan a la dueña del lugar.
-¿Cita? – preguntó Kenai recuperando la voz.
-Tu hermana va a una cita en Juneau.
-¿Y vestida así? A ese vestido le faltaba tela y pues es lo más feo que he visto en mucho
tiempo – comentó Evan y Kenai le golpeó el hombro.
-¿La dejarás ir a encontrarse con un desconocido?
-Casi tiene cuarenta años , Kenai. ¿Qué quieres que haga?
-Cuidarla.
-Hazlo tú, si estás tan interesado- dijo Evan volviendo su atención al
café que bebía.
Kenai no dijo más, pero dejó su bebida y se acercó a Anke para conseguir
información.
El vuelo estuvo un poco demorado, y cuando llegó a Juneau la ansiedad de
Rachel fue en aumento. Faltaban unos cuarenta minutos para el horario de encuentro en el restaurante , no le daba tiempo a hacer
mucho pero tampoco quería llegar temprano y estar esperando, así que tomó un
taxi y se quedó en el centro de la ciudad. Deambuló un rato, pero al pasar por una tienda vio su reflejo en la
vidriera y se sintió espantada. Llevaba zapatos bajos porque ya era demasiado alta y si usaba
tacones sobrepasaría a cualquier hombre de estatura promedio, Kenai era una
excepción, y la mujer no supo por qué su mente lo había conjurado
automáticamente. Su vestido llegaba apenas por debajo de sus rodillas, era
demasiado angosto y ajustado, y aunque ahora la cubría el abrigo, era
strapless, con un volado en el escote y
ya que había ganado peso desde la última vez que lo usara, sentía que
sus senos desbordarían si no era cuidadosa. No sabía si Anke acodaría que era sexi, pero ella se sentía muy desubicada, sin embargo ya
no podía cambiarse, apenas faltaban veinte minutos y no hacía tiempo de comprar
algo nuevo. “La suerte está echada” se dijo a sí misma y se encaminó al
restaurante, descubrió algo sorprendida que estaba ubicado en el primer piso de
un hotel, dudó un instante al entrar, pero el hombre había sido muy agradable
en su intercambio de mensajes virtuales, así que se quitó el abrigo, porque no combinaba para nada, lo dobló y entró.
Reconoció al hombre que la
esperaba sentado en una mesa ubicada
junto a la ventana. Ella se acercó lentamente, intentó esbozar una sonrisa,
pero estaba segura que parecía más una mueca que otra cosa. Él se puso de pie
para esperarla y se saludaron en forma incómoda, Rachel extendió la mano y él
se inclinó para besarla en la mejilla,
finalmente se dieron la mano torpemente y ella se sentó.
-Rachel, ¿no te molesta que te llame así, verdad?
-Claro que no, es mi nombre después de todo – respondió sin saber muy
bien qué decir. Se sentía retraída y no lograba sonar natural, quizás fueran
los nervios pero no había fluidez en la interacción.
-Espero que no te moleste, pero ya ordené – dijo él sonriendo.
-Está bien – asintió y tras un gesto del hombre, el camarero se
acercó con unas copas de vino y la comida. Quizás llevaba mucho tiempo sin salir, pero
había algo chocante en que él hubiera pedido la comida sin consultarle, estaba
segura que había sido un acto de caballerosidad , pero ya había tenido mucho de gente que no le prestaba atención a sus preferencias,
sin embargo no dijo nada. Quería darse una oportunidad, no sabotearse siendo
demasiado sensible ante aquellos detalles. Pero su intuición le decía que si
era algo que debía forzarse, no era el
camino adecuado. Apenas intercambiaron palabras, ella escasamente probó la comida y el vino, él rellenó su copa varias veces y devoró su
comida. A medida que bebía se ponía más hablador, y ella se volvía más callada,
contestando con monosílabos. Tampoco le agradaba que cuando le hablara
dirigiera su mirada a sus pechos en lugar de a sus ojos, ni siquiera podía
comer porque tenía el estómago anudado. Cuando les retiraron los platos, el de
Rachel casi lleno, él se inclinó sobre
la mesa para hablarle más de cerca.
- Con cuarenta años, ya no puedes perder más tiempo, ¿verdad? – comentó Y
Rachel sintió que su primera impresión
era correcta, no le agradaba aquel hombre.
-Aún no tengo cuarenta – aclaró, no porque fuera tan relevante sino
porque le había molestado como lo había resaltado, como algo ofensivo.
- Pero ya somos grandes ambos, deberíamos aprovechar cada instante, saber
si somos compatibles – dijo él y puso una
llave magnética sobre la mesa. Rachel parpadeó mientras intentaba comprender lo
que él decía, mientras trataba de asegurarse de no ser mal pensada.
-¿Perdón?
- Ya estamos aquí - dijo haciendo
un gesto con la cabeza hacia los ascensores que llevaban a las habitaciones.
Definitivamente no había escuchado mal, aquel idiota estaba invitándola a
acostarse con él, tras una hora de conocerla. Se le mezclaron las sensaciones,
asombro, indignación, furia. Respiró profundamente diciéndose que ya estaba
grande para ser impulsiva, para armar un escándalo, bastaba con retirarse.
-Lo siento, creo que tiene una idea equivocada – dijo siendo formal a
propósito para marcar distancia.
- No es lo que dice ese vestido – agregó con una mirada lasciva y Rachel
se puso en pie, tomó su bolso y sacó dinero que depositó en la mesa.
-Me retiro, invito yo el almuerzo –
le dijo con calma, quería comportarse educadamente a pesar de que hubiera
deseado echarle encima la copa de vino que apenas había probado. Después de
todo acababa de pagarla.
- No deberías hacerte rogar, no tendrás muchas oportunidades más, quédate
– insistió el hombre y alargó la mano sujetándole la falda. Ella se movió para
desasirse y sintió que la tela se rasgaba . Al diablo la dignidad, tomó la copa y
le arrojó el vino en el pantalón.
-Creo que necesitas enfriarte – dijo y
giró para marcharse, requirió
coraje pues llevaba la falda rasgada casi
hasta el muslo, un abrigo que no
la cubría y acaba de protagonizar su primer escándalo público, pues el privado ya lo había
hecho con su familia, antes de cumplir
cuarenta. Miró hacia el frente para no prestarle atención a los otros
comensales que la miraban y cuchicheaban, y para no girarse a ver qué hacía su
cita. Miró al frente y pensó que alucinaba, Kenai estaba allí, a unos tres metros de ella. Tenía los puños apretados y una postura que transmitía su tensión, como
si fuera a iniciar una batalla. Empezó a
acercarse.
-¿Estás bien? –la interrogó con voz dura.
-¿Qué haces aquí? – preguntó aturdida.
-¿Estás bien? – Insistió y ella asintió- Espérame afuera – dijo y
entonces él avanzó hacia la mesa que acababa de abandonar, Rachel se dio cuenta
que iba a buscar al hombre que la había humillado.
- Kenai – dijo y alcanzó a sujetarlo de la manga del abrigo cuando pasó a
su lado- Vámonos, quiero irme de aquí ya– pidió y su tono de voz sonó tan
desesperado que él se giró.
-De acuerdo, vámonos. – acordó y la tomó de la mano sacándola de allí rápidamente.
- ¿Qué haces aquí? – volvió a preguntar ella apenas salieron.
-Tu hermano me pidió que te cuidara – contestó y aunque era absurdo,
Rachel no preguntó nada más. Se sentía aliviada de verlo allí y al mismo tiempo
atormentada. Había sido uno de los peores momentos de su vida y él lo había presenciado.
-Estoy bien – dijo tratando de creérselo ella misma, pero los ojos azules
de Kenai la recorrieron y le sirvieron de
espejo.
-No, no lo estás. Pero lo estarás – le dijo y en un rápido movimiento se
quitó el abrigo y la cubrió con él.
-Gracias.
-Me alegra que al menos le arrojaras el vino – comentó pensando que le
hubiera gustado mucho más dejarle un ojo
negro.
-A mí también, traté de portarme como una dama, pero no lo logré. Por
favor, no le cuentes a Evan.
-No lo haré.
-¿Trajiste auto?
-Me temo que no y que tampoco hay vuelo de regreso hasta la noche.
-¿Qué haremos?
- Primero comprarte algo de ropa, creo. Conozco un buen lugar – le dijo
y posó el brazo sobre su cintura, pero
no fue un gesto seductor ni nada por el estilo, fue sólo para sostenerla, para
darle apoyo porque aunque se hacía la fuerte, él percibía el leve temblor en su
cuerpo.
-¿Vas a comprarme ropa? – preguntó sorprendida.
-No, a menos que olvidaras tu billetera. Sólo te llevaré a una buena
tienda que conozco. Allí viene un taxi – musitó y fue a detener el vehículo,
luego le abrió la puerta y hasta le
sostuvo la cartera para que entrara cómodamente. Después se sentó junto a ella
y dio indicaciones al chofer.
En el espacio reducido del taxi , Rachel se sintió abrumada por todo lo
sucedido, pero también fue consciente de la presencia de Kenai a su lado. Era increíble
que él estuviese allí, no terminaba de entender cómo había sucedido, pero
tenerlo a su lado la reconfortaba.
Rachel se sorprendió al llegar a la tienda, había esperado algo de ropa
casual pero Kenai la había guiado a una boutique exclusiva. Se quedó estancada en la puerta, y él le
dio un leve empujoncito por los hombros
para obligarla a ingresar,
inmediatamente se les acercó una vendedora.
-¿Cómo…? - empezó a preguntar ella
queriendo saber cómo él conocía ese lugar.
-He acompañado a mi hermana
muchas veces, se aprovecha de mí para que cargue sus bolsas.
-¿En qué puedo ayudarla? – preguntó la
empleada.
-Un vestido, algo apropiado para mí – musitó ella. Hubiera preferido unos
jeans y un sweater, pero ya que estaba allí mejor compraba un vestido y quemaba
la horrible prenda que llevaba puesta y le había traído tanta mala suerte.
-¿Tiene algo en mente?
- Algo sobrio, para una mujer de mi edad.- dijo ella.
-Algo bonito . Elige tranquila– acotó Kenai desde atrás. La empleada
sonrió
- Por aquí- le dijo a Rach y la guió
hacia los vestidos.
Rachel miró un rato , tomó un
vestido gris, pero de pronto otro llamó su atención en el perchero. Era rojo burdeos, de lanilla, con mangas y un escote cruzado, tenía además
una falda amplia que llegaba debajo de las rodillas.
-Me probaré
éste – dijo y la vendedora asintió. Al
entrar al probador volvió a sentirse mal, llevaba aún el abrigo de Kenai que le
iba grande, debajo su abrigo corto y el vestido roto. La mujer que se reflejaba
en el espejo era un desastre. Se quitó la ropa rápidamente como si pudiera
deshacerse de la mala experiencia de ese día. El vestido nuevo era precioso, se
envolvía a su piel sin ser vulgar, el color le sentaba a su piel. Era extraño
como una buena prenda podía cambiar el humor de alguien. Salió del probador con
el vestido puesto.
- Me lo llevo,
¿podría quitarle la etiqueta? – dijo y la vendedora asintió.
- Iré por unas
tijeras – dijo.
-¿Y puede tirar
esto, también? –preguntó dándole su vestido rojo, si aquello la sorprendió la
mujer no lo dejó entrever y asintió amablemente mientras tomaba la infame
prenda. Volvió casi de inmediato y quitó las etiquetas con mucho cuidado.
-Listo.
-Gracias –
respondió y sólo entonces, Rachel
recordó que no estaba sola y elevó la vista buscando a Kenai. Estaba mirándola,
mirándola fijamente.
- Es el vestido
correcto. Te ves hermosa– dijo simplemente y ella sintió que se sonrojaba, casi
cuarenta años y se sonrojaba por algo tan simple.
-¿Desea ver
algo más?- preguntó la vendedora.
- Un tapado, o
algún abrigo largo, a juego con el vestido- recordó.
-Creo que éste
servirá – dijo Kenai acercándose con un tapado rojo oscuro. Rachel se preguntó
cómo hacía para estar en todos los detalles, era muy observador.
-¿No sería
mejor uno negro? – le preguntó , aunque a ella le gustara el que había elegido.
-No, es hora de
un poner un poco de color – dijo él- Pruébalo.
Rachel dejó sobre el mostrador su abrigo y el tapado
de Kenai y se probó el que le ofrecía. Le iba perfecto.
-¿Le quito la
etiqueta también? – preguntó la vendedora y ella asintió.
-¿Cuánto es?
–preguntó y cuando la mujer le dijo la suma le pareció excesiva, pero tenía
dinero y nunca había gastado tanto en ella, era hora de hacerlo. Sin
arrepentimiento, extendió su tarjeta de crédito y pidió que empaquetaran el abrigo con el que había
llegado. Agradeció a la empleada su atención y le devolvió a Kenai su abrigo. La
vendedora le dio un vistazo rápido al hombre mientras se ponía su tapado oscuro
y tomaba el paquete de Rachel.
-Vamos a
almorzar – dijo Kenai cuando salieron de la tienda.
-Ya almorcé,
¿recuerdas?
-Recuerdo que
no comiste nada por culpa de ese imbécil. Vamos a un buen lugar donde puedas
lucir ese vestido y comer hasta hartarte. Ya que no pagué por la ropa, déjame invitarte una comida.
-¿Y por qué
pagarías por mi ropa? – preguntó ella.
-Hace muchos
años, mi madre estuvo internada un tiempo, papá estaba ocupado cuidándola y
creo que mandó a mi hermana con mis
abuelos, yo quedé en casa por la escuela y deambulaba por allí como un
vagabundo. Tú te espantaste al verme y te encargaste de que Evan me prestase
ropa, también lavaste y remendaste la mía para que estuviera presentable.
-¿Aún lo
recuerdas? ¿Ibas a pagarme la ropa por agradecimiento, entonces?
-No, justamente
por eso no pagué la ropa. En verdad en ese momento no me sentí nada agradecido
contigo.
- ¿En serio?
¿Por qué?
- Más bien me sentía patético por verme tan desvalido,
por necesitar tu ayuda – y calló lo otro que iba a decir que, en ese momento e
incluso ahora, no había querido verse mal frente a ella, porque deseaba
impresionarla, no mostrarle sus debilidades. Y por eso, aunque había estado
tentado a comprarle el vestido, el tapado y cualquier cosa que le arrancara una
sonrisa, sabía que no debía hacerlo porque la haría sentir mucho peor.
- Supongo que
tienes razón, me veía muy patética hoy,
¿verdad?
-No me refería
a eso, Rachel. Sólo a que no quería ser uno más en la lista de idiotas que
creen que pueden tomar decisiones por ti.- se explicó y temió haber dicho
demasiado, pero por lo visto, ella seguía sin captar sus verdaderas intenciones.
Y no era momento para presionarla.
-Gracias,
acepto la invitación a comer – aceptó
ella finalmente y fueron a un restaurante que estaba cerca. Era un lugar encantador, tenía un jardincito precioso,
ventanales inmensos y estaba decorado con buen gusto. Al entrar , Rachel sintió que entraba a otro
mundo, era tan distinto al lugar que había estado antes, ella misma se sentía
distinta y con Kenai tenía una sensación
de comodidad que le daba paz. Y esa misma sensación la inquietaba, se sentía tan feliz de que él
estuviera allí, que la asustaba. Aún así se propuso disfrutar y borrar los
malos momentos que había pasado. En cierta forma, estar en otra ciudad la hacía
sentir un poco más libre, no debía preocuparse por a gente a su alrededor o los
chismes. Miró asombrada los precios de los patos en el menú, y su expresión
debió ser muy evidente porque Kenai le
sonrió.
-No se te
ocurra pedir una ensalada, no voy a ir a la quiebra pro un almuerzo – dijo y
ella le devolvió la sonrisa. Nunca antes había sabido que elegir su propia
comida fuera algo tan importante, pero lo era. Y también había descubierto que
un hombre que entendiera eso no era moneda corriente.
- Voy a comer,
tengo hambre – dijo ella y eligió carne mechada acompañada de verduras
gratinadas, y una bebida sin alcohol, si
volvía a ver una copa de vino, se descompondría. Él tampoco pidió alcohol y
ella agradeció que así fuera. De verdad disfrutó la comida y la compañía,
mientras charlaba y bromeaban por tonterías,
se le hizo fácil olvidar que era el mismo niño que conocía desde hace
años.
Al terminar de
comer, salieron y caminaron un trecho mirando, hasta que Kenai le propuso ir al
cine.
-¿Al cine? –
preguntó sorprendida.
-Sí nos queda
bastante tiempo hasta que salga el vuelo, y aunque el clima es agradable no
creo que podamos andar caminando durante horas.
-En realidad,
hace años que no voy al cine. Ni siquiera recuerdo la última vez que fui.
-Pero a ti te
gusta ver películas.
-Sí, pero las
veo en casa. En general termino tarde de
trabajar o me da pereza ir sola, no lo
sé, pero hace mucho que no voy.
- ¿Eso es si o
un no?
-Es un sí, me
encantaría ir- respondió sonriendo. Al estar en Juneau le daba la sensación de
estar en otra dimensión, una donde, tras un mal momento, se permitía
hacer cosas que la hacían feliz. Un bonito vestido nuevo, deliciosa
comida, una película y la compañía de aquel hombre.
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