lunes, 11 de febrero de 2019

Amor en Alaska 10


Kenai iba muy pensativo cuando le alcanzó el café a Evan.
-Acabo de cruzarme con tu hermana en la cafetería de Anke.- dijo.
-¿Y estaba bien?
-Sí, ¿sabes si está saliendo con alguien?
-Oye , Kenai, ¿es una broma?  Tú debes saber mejor que yo lo que hace Rachel últimamente, apenas si logré hablar por teléfono con ella. Eres su vecino, deberías estar mejor informado. ¿Hablaba de citas con Anke?
-Algo así.
-No me malentiendas, quiero que sea feliz, sólo que espero que no se complique la vida saliendo con el hombre equivocado.
-También yo- Respondió antes de beber el café.

Rachel, ajena a las deliberaciones de aquellos dos hombres pasó por el taller mecánico para saber sobre automóvil. La habían ido a retirar y le dijeron que estaría lista en unos días, tenían demora con unos repuestos que necesitaban. Andar sin vehículo era un poco complicado, más cuando su actual casa estaba bastante alejada, así que decidió alquilar un auto por unos días, tuvo suerte pues era el último. Lo miró con desconfianza, era un pequeño auto azul, no se parecía en nada a su camioneta, pero serviría por el momento. Hizo algunas compras más para abastecerse y luego se volvió a su casa.
Pasó una tarde tranquila, terminando de decorar su nuevo lugar, leyendo e investigando sobre cursos sobre turismo que podía realizar en forma virtual. AL llegar la noche  se dio un cálido baño con las sales que había comprado, luego se frotó la piel con la crema perfumada y envuelta en una bata se recostó en el sofá a ver películas mientras comía el postre de Anke como cena. Aquello se sentía casi decadente, estaba tan acostumbrada a sobrecargarse de responsabilidades, a ir siempre de prisa que  estar disfrutando así del tiempo libre era algo muy inusual.
Se acomodó  para mirar  la película, una  romántica, parecía algo liviano pero cuando llegó al final  y enfocaban al protagonista alzando a su hijo recién nacido mientras su mujer los miraba embelesada, Rachel se puso a llorar. Era una escena simple, pero aquella mujer viendo al hombre sostener por primera vez al hijo producto de su amor mutuo era muy conmovedora, ella nunca tendría eso.
Una familia, ver al hombre amado con su hijo en brazos, no era algo que hubiese anhelado específicamente, no recordaba haber deseado formar una familia. Quizás ese sueño lo había tenido de niña, cuando su madre aún vivía , cuando ella imaginaba un futuro muy diferente. Luego se había desvanecido en medio de su realidad, aquellas fantasías infantiles habían quedado atrás. Pero ahora que le habían dicho que era probable que no tuviera hijos, ahora que se sentía tan perdida y sola, ese deseo había renacido  y tenía la sensibilidad a flor de piel, prueba de ello era que estaba llorando como tonta mientras miraba una película.
Decidió que debía darse una oportunidad, ser más osada, así que antes de ir a dormir pautó el encuentro con el hombre que le había agradado en la página de citas, se verían el fin de semana.
El encuentro sería en Juneau, donde el hombre residía, una ciudad cercana, era mucho más fácil ir en avión y tomaba muchísimo menos tiempo que  llevar el auto en el ferry y todas las complicaciones. Aunque no se sentía del todo cómoda teniendo que ir a otro lugar, ese apego a sus costumbres también debía cambiar, además que el encuentro fuese en otra ciudad la libraba de las habladurías
Cuando llegó el día se encontró frente a un territorio desconocido, hacía mucho que no iba a una cita, así que no sabía qué hacer, había olvidado cómo arreglarse. Recordó que Anke había hecho hincapié en que estuviera sexy. Se maquilló ligeramente, resaltando sus labios con un color más intenso, y  se peinó el pelo con grandes ondas, el problema fue cuando tuvo que elegir qué ponerse. Se arrepintió de no haber ido a comprar ropa nueva,  eligió  el  único vestido negro que tenía, pero  al ponérselo, se le rompió el cierre. Maldijo en voz alta mientras rebuscaba entre sus prendas a ver qué más podía usar. No tenía más opción , porque ya no tenía tiempo si quería llegar a la cita, sólo podía ser ese vestido rojo. Lo miró con desconfianza, era demasiado veraniego, y hacía mucho que no lo usaba, pero tendría que servir.
Cuando terminó de vestirse se dio cuenta que tampoco tenía un abrigo decente,  sólo las que usaba para el trabajo o alguna casaca ligera de jean. Tomó  una campera  negra que le llegaba a la cadera y salió, le quedaba poco tiempo para tomar el vuelo.
Había logrado llegar a la calle principal cuando su auto de alquiler  se detuvo, si hubiera sido supersticiosa habría creído que aquella cita no estaba destina a ser, pero lo atribuyó a su ansiedad, era la ley de Murphy ensañándose con una mujer que intentaba dar un giro en su modo de vida. Necesitaba llegar al aeródromo, así que caminó  tres cuadras hasta la cafetería para pedirle a Anke su auto.
Apenas entró se quedó tan sorprendida como los dos hombres que tomaban un café y volvieron su vista hacia ella.
-¡Oh por todos los cielos, el Lobo se volvió Caperucita! – exclamó su hermano haciendo gala de su falta de tacto. Kenai ni siquiera habló, la observó impactado. Ella se dio cuenta que llevaba el abrigo abierto y tomó las solapas para cubrirse, la intensa mirada  azul del amigo de su hermano la  avergonzó. En ese momento salió la alemana al rescate.
-Rachel querida, ¿vas a tu cita?
-Sí , pero ese maldito auto alquilado se rompió, ¿me prestarías el tuyo para ir hasta el aeropuerto?
- Sí, claro – dijo la mujer y fue a buscar las llaves. Se las entregó y le dio un beso en la mejilla- Deja las llaves en la oficina de atención al público, yo lo retiraré más tarde .Mucha suerte.
- Gracias- respondió y salió antes que los hombres preguntaran algo.
-¿Qué fue eso? – preguntó Evan a la dueña del lugar.
-¿Cita? – preguntó Kenai recuperando la voz.
-Tu hermana va a una cita en Juneau.
-¿Y vestida así? A ese vestido le faltaba tela y  pues es lo más feo que he visto en mucho tiempo – comentó Evan y Kenai le golpeó el hombro.
-¿La dejarás ir a encontrarse con un desconocido?
-Casi tiene cuarenta años , Kenai. ¿Qué quieres que haga?
-Cuidarla.
-Hazlo tú, si estás tan interesado- dijo Evan volviendo su atención al café que bebía.
Kenai no dijo más, pero dejó su bebida y se acercó a Anke para conseguir información.

El vuelo estuvo un poco demorado, y cuando llegó a Juneau la ansiedad de Rachel fue en aumento. Faltaban unos cuarenta minutos para  el horario de encuentro  en el restaurante , no le daba tiempo a hacer mucho pero tampoco quería llegar temprano y estar esperando, así que tomó un taxi y se quedó en el centro de la ciudad. Deambuló un rato, pero al  pasar por una tienda vio su reflejo en la vidriera y se sintió espantada. Llevaba zapatos bajos  porque ya era demasiado alta y si usaba tacones sobrepasaría a cualquier hombre de estatura promedio, Kenai era una excepción, y la mujer no supo por qué su mente lo había conjurado automáticamente. Su vestido llegaba apenas por debajo de sus rodillas, era demasiado angosto y ajustado, y aunque ahora la cubría el abrigo, era strapless, con un volado en el escote y  ya que había ganado peso desde la última vez que lo usara, sentía que sus senos desbordarían si no era cuidadosa. No sabía si Anke  acodaría que era sexi, pero  ella se sentía muy desubicada, sin embargo ya no podía cambiarse, apenas faltaban veinte minutos y no hacía tiempo de comprar algo nuevo. “La suerte está echada” se dijo a sí misma y se encaminó al restaurante, descubrió algo sorprendida que estaba ubicado en el primer piso de un hotel, dudó un instante al entrar, pero el hombre había sido muy agradable en su intercambio de mensajes virtuales, así que se quitó el abrigo, porque  no combinaba para nada, lo dobló  y entró.
Reconoció  al hombre que la esperaba sentado   en una mesa ubicada junto a la ventana. Ella se acercó lentamente, intentó esbozar una sonrisa, pero estaba segura que parecía más una mueca que otra cosa. Él se puso de pie para esperarla y se saludaron en forma incómoda, Rachel extendió la mano y él se inclinó para besarla  en la mejilla, finalmente se dieron la mano torpemente y ella se sentó.
-Rachel, ¿no te molesta que te llame así, verdad?
-Claro que no, es mi nombre después de todo – respondió sin saber muy bien qué decir. Se sentía retraída y no lograba sonar natural, quizás fueran los nervios pero no había fluidez en la interacción.
-Espero que no te moleste, pero ya ordené – dijo él sonriendo.
-Está bien – asintió y tras un gesto del hombre, el camarero se acercó  con unas copas de vino y  la comida.  Quizás llevaba mucho tiempo sin salir, pero había algo chocante en que él hubiera pedido la comida sin consultarle, estaba segura que había sido un acto de caballerosidad , pero  ya había tenido mucho de gente que  no le prestaba atención a sus preferencias, sin embargo no dijo nada. Quería darse una oportunidad, no sabotearse siendo demasiado sensible ante aquellos detalles. Pero su intuición le decía que si era algo que debía forzarse, no  era el camino adecuado. Apenas intercambiaron palabras, ella escasamente probó  la comida y el vino, él  rellenó su copa varias veces y devoró su comida. A medida que bebía se ponía más hablador, y ella se volvía más callada, contestando con monosílabos. Tampoco le agradaba que cuando le hablara dirigiera su mirada a sus pechos en lugar de a sus ojos, ni siquiera podía comer porque tenía el estómago anudado. Cuando les retiraron los platos, el de Rachel casi lleno,  él se inclinó sobre la mesa para hablarle más de cerca.
- Con cuarenta años, ya no puedes perder más tiempo, ¿verdad? – comentó Y Rachel sintió que su  primera impresión era correcta, no le agradaba aquel hombre.
-Aún no tengo cuarenta – aclaró, no porque fuera tan relevante sino porque le había molestado como lo había resaltado, como algo ofensivo.
- Pero ya somos grandes ambos, deberíamos aprovechar cada instante, saber si somos compatibles – dijo él y  puso una llave magnética sobre la mesa. Rachel parpadeó mientras intentaba comprender lo que él decía, mientras trataba de asegurarse de no ser mal pensada.
-¿Perdón?
- Ya estamos aquí -  dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia los ascensores que llevaban a las habitaciones. Definitivamente no había escuchado mal, aquel idiota estaba invitándola a acostarse con él, tras una hora de conocerla. Se le mezclaron las sensaciones, asombro, indignación, furia. Respiró profundamente diciéndose que ya estaba grande para ser impulsiva, para armar un escándalo, bastaba con retirarse.
-Lo siento, creo que tiene una idea equivocada – dijo siendo formal a propósito  para marcar distancia.
- No es lo que dice ese vestido – agregó con una mirada lasciva y Rachel se puso en pie, tomó su bolso y sacó dinero que depositó en la mesa.
-Me retiro, invito yo  el almuerzo – le dijo con calma, quería comportarse educadamente a pesar de que hubiera deseado echarle encima la copa de vino que apenas había probado. Después de todo acababa de pagarla.
- No deberías hacerte rogar, no tendrás muchas oportunidades más, quédate – insistió el hombre y alargó la mano sujetándole la falda. Ella se movió para desasirse y sintió que la tela se rasgaba . Al diablo la dignidad, tomó  la copa y  le arrojó el vino  en el pantalón.
-Creo que necesitas enfriarte – dijo y  giró  para marcharse, requirió coraje pues llevaba la falda rasgada casi  hasta el muslo, un abrigo que  no la cubría y acaba de protagonizar su primer escándalo  público, pues el privado ya lo había hecho  con su familia, antes de cumplir cuarenta. Miró hacia el frente para no prestarle atención a los otros comensales que la miraban y cuchicheaban, y para no girarse a ver qué hacía su cita. Miró al frente y  pensó que  alucinaba, Kenai estaba allí, a  unos tres metros de ella.  Tenía los puños apretados y  una postura que transmitía su tensión, como si fuera a iniciar una batalla.  Empezó a acercarse.
-¿Estás bien? –la interrogó con voz dura.
-¿Qué haces aquí? – preguntó aturdida.
-¿Estás bien? – Insistió y ella asintió- Espérame afuera – dijo y entonces él avanzó hacia la mesa que acababa de abandonar, Rachel se dio cuenta que iba a buscar al hombre que la había humillado.
- Kenai – dijo y alcanzó a sujetarlo de la manga del abrigo cuando pasó a su lado-  Vámonos, quiero irme de aquí  ya– pidió y su tono de voz sonó tan desesperado que él se giró.
-De acuerdo, vámonos. – acordó y la tomó de la mano  sacándola de allí rápidamente.
- ¿Qué haces aquí? – volvió a preguntar ella apenas salieron.
-Tu hermano me pidió que te cuidara – contestó y aunque era absurdo, Rachel no preguntó nada más. Se sentía aliviada de verlo allí y al mismo tiempo atormentada. Había sido uno de los peores momentos de su vida y  él lo había presenciado.
-Estoy bien – dijo tratando de creérselo ella misma, pero los ojos azules de Kenai la recorrieron  y le sirvieron de espejo.
-No, no lo estás. Pero lo estarás – le dijo y en un rápido movimiento se quitó el abrigo y la cubrió con él.
-Gracias.
-Me alegra que al menos le arrojaras el vino – comentó pensando que le hubiera gustado  mucho más dejarle un ojo negro.
-A mí también, traté de portarme como una dama, pero no lo logré. Por favor, no le cuentes a Evan.
-No lo haré.
-¿Trajiste auto?
-Me temo que no y que tampoco hay vuelo de regreso hasta  la noche.
-¿Qué haremos?
- Primero comprarte algo de ropa, creo. Conozco un buen lugar – le dijo y  posó el brazo sobre su cintura, pero no fue un gesto seductor ni nada por el estilo, fue sólo para sostenerla, para darle apoyo porque aunque se hacía la fuerte, él percibía el leve temblor en su cuerpo.
-¿Vas a comprarme ropa? – preguntó sorprendida.
-No, a menos que olvidaras tu billetera. Sólo te llevaré a una buena tienda que conozco. Allí viene un taxi – musitó y fue a detener el vehículo, luego le abrió la puerta  y hasta le sostuvo la cartera para que entrara cómodamente. Después se sentó junto a ella y dio indicaciones al chofer.
En el espacio reducido del taxi , Rachel se sintió abrumada por todo lo sucedido, pero también fue consciente de la presencia de Kenai a su lado. Era increíble que él estuviese allí, no terminaba de entender cómo había sucedido, pero tenerlo a su lado la reconfortaba.

Rachel se sorprendió al llegar a la tienda, había esperado algo de ropa casual pero Kenai la había guiado a una boutique exclusiva.  Se quedó estancada en la puerta, y él le dio  un leve empujoncito por los hombros para obligarla a  ingresar, inmediatamente se les acercó una vendedora.
-¿Cómo…? -  empezó a preguntar ella queriendo saber cómo él conocía ese lugar.
-He   acompañado a mi hermana muchas veces, se aprovecha de mí para que cargue sus bolsas.
-¿En qué puedo ayudarla? – preguntó la  empleada.
-Un vestido, algo apropiado para mí – musitó ella. Hubiera preferido unos jeans y un sweater, pero ya que estaba allí mejor compraba un vestido y quemaba la horrible prenda que llevaba puesta y le había traído tanta mala suerte.
-¿Tiene algo en mente?
- Algo sobrio, para una mujer de mi edad.- dijo ella.
-Algo bonito . Elige tranquila– acotó Kenai desde atrás. La empleada sonrió
- Por aquí- le dijo a  Rach y la guió hacia  los vestidos.
Rachel   miró un rato , tomó un vestido gris, pero de pronto otro llamó su atención en el perchero. Era rojo burdeos, de lanilla, con mangas y un escote cruzado, tenía además una falda amplia que llegaba debajo de las rodillas.
-Me probaré éste – dijo y la vendedora asintió.  Al entrar al probador volvió a sentirse mal, llevaba aún el abrigo de Kenai que le iba grande, debajo su abrigo corto y el vestido roto. La mujer que se reflejaba en el espejo era un desastre. Se quitó la ropa rápidamente como si pudiera deshacerse de la mala experiencia de ese día. El vestido nuevo era precioso, se envolvía a su piel sin ser vulgar, el color le sentaba a su piel. Era extraño como una buena prenda podía cambiar el humor de alguien. Salió del probador con el vestido puesto.
- Me lo llevo, ¿podría quitarle la etiqueta? – dijo y la vendedora asintió.
- Iré por unas tijeras – dijo.
-¿Y puede tirar esto, también? –preguntó dándole su vestido rojo, si aquello la sorprendió la mujer no lo dejó entrever y asintió amablemente mientras tomaba la infame prenda. Volvió casi de inmediato y quitó las etiquetas con mucho cuidado.
-Listo.
-Gracias – respondió  y sólo entonces, Rachel recordó que no estaba sola y elevó la vista buscando a Kenai. Estaba mirándola, mirándola fijamente.
- Es el vestido correcto. Te ves hermosa– dijo simplemente y ella sintió que se sonrojaba, casi cuarenta años y se sonrojaba por algo tan simple.
-¿Desea ver algo más?- preguntó la vendedora.
- Un tapado, o algún abrigo largo, a juego con el vestido- recordó.
-Creo que éste servirá – dijo Kenai acercándose con un tapado rojo oscuro. Rachel se preguntó cómo hacía para estar en todos los detalles, era muy observador.
-¿No sería mejor uno negro? – le preguntó , aunque a ella le gustara el que había elegido.
-No, es hora de un poner un poco de color – dijo él- Pruébalo.
Rachel  dejó sobre el mostrador su abrigo y el tapado de Kenai y se probó el que le ofrecía. Le iba perfecto.
-¿Le quito la etiqueta también? – preguntó la vendedora y ella asintió.
-¿Cuánto es? –preguntó y cuando la mujer le dijo la suma le pareció excesiva, pero tenía dinero y nunca había gastado tanto en ella, era hora de hacerlo. Sin arrepentimiento, extendió su tarjeta de crédito y pidió que  empaquetaran el abrigo con el que había llegado. Agradeció a la empleada su atención y le devolvió a Kenai su abrigo. La vendedora le dio un vistazo rápido al hombre mientras se ponía su tapado oscuro y tomaba  el paquete de Rachel.
-Vamos a almorzar – dijo Kenai cuando salieron de la tienda.
-Ya almorcé, ¿recuerdas?
-Recuerdo que no comiste nada por culpa de ese imbécil. Vamos a un buen lugar donde puedas lucir ese vestido y comer hasta hartarte. Ya que no pagué  por la ropa, déjame invitarte  una comida.
-¿Y por qué pagarías por mi ropa? – preguntó ella.
-Hace muchos años, mi madre estuvo internada un tiempo, papá estaba ocupado cuidándola y creo que mandó a mi hermana con  mis abuelos, yo quedé en casa por la escuela y deambulaba por allí como un vagabundo. Tú te espantaste al verme y te encargaste de que Evan me prestase ropa, también lavaste y remendaste la mía para que estuviera presentable.
-¿Aún lo recuerdas? ¿Ibas a pagarme la ropa por agradecimiento, entonces?
-No, justamente por eso no pagué la ropa. En verdad en ese momento no me sentí nada agradecido contigo.
- ¿En serio? ¿Por qué?
- Más  bien me sentía patético por verme tan desvalido, por necesitar tu ayuda – y calló lo otro que iba a decir que, en ese momento e incluso ahora, no había querido verse mal frente a ella, porque deseaba impresionarla, no mostrarle sus debilidades. Y por eso, aunque había estado tentado a comprarle el vestido, el tapado y cualquier cosa que le arrancara una sonrisa, sabía que no debía hacerlo porque la haría sentir mucho peor.
- Supongo que tienes razón,  me veía muy patética hoy, ¿verdad?
-No me refería a eso, Rachel. Sólo a que no quería ser uno más en la lista de idiotas que creen que pueden tomar decisiones por ti.- se explicó y temió haber dicho demasiado, pero por lo visto, ella seguía sin captar sus verdaderas intenciones. Y no era momento para presionarla.
-Gracias, acepto la invitación a comer –  aceptó ella finalmente y fueron a un restaurante que estaba cerca. Era un lugar  encantador, tenía un jardincito precioso, ventanales inmensos y estaba decorado con buen gusto.  Al entrar , Rachel sintió que entraba a otro mundo, era tan distinto al lugar que había estado antes, ella misma se sentía distinta y  con Kenai tenía una sensación de comodidad que le daba paz. Y esa misma sensación la  inquietaba, se sentía tan feliz de que él estuviera allí, que la asustaba. Aún así se propuso disfrutar y borrar los malos momentos que había pasado. En cierta forma, estar en otra ciudad la hacía sentir un poco más libre, no debía preocuparse por a gente a su alrededor o los chismes. Miró asombrada los precios de los patos en el menú, y su expresión debió ser muy evidente porque Kenai  le sonrió.
-No se te ocurra pedir una ensalada, no voy a ir a la quiebra pro un almuerzo – dijo y ella le devolvió la sonrisa. Nunca antes había sabido que elegir su propia comida fuera algo tan importante, pero lo era. Y también había descubierto que un hombre que entendiera eso no era moneda corriente.
- Voy a comer, tengo hambre – dijo ella y eligió carne mechada acompañada de verduras gratinadas, y  una bebida sin alcohol, si volvía a ver una copa de vino, se descompondría. Él tampoco pidió alcohol y ella agradeció que así fuera. De verdad disfrutó la comida y la compañía, mientras charlaba y bromeaban por tonterías,  se le hizo fácil olvidar que era el mismo niño que conocía desde hace años.
Al terminar de comer, salieron y caminaron un trecho mirando, hasta que Kenai le propuso ir al cine.
-¿Al cine? – preguntó sorprendida.
-Sí nos queda bastante tiempo hasta que salga el vuelo, y aunque el clima es agradable no creo que podamos andar caminando durante horas.
-En realidad, hace años que no voy al cine. Ni siquiera recuerdo la última vez que fui.
-Pero a ti te gusta ver películas.
-Sí, pero las veo en casa. En general  termino tarde de trabajar o me da pereza  ir sola, no lo sé, pero hace mucho que no voy.
- ¿Eso es si o un no?
-Es un sí, me encantaría ir- respondió sonriendo. Al estar en Juneau le daba la sensación de estar en otra dimensión, una donde, tras un mal momento, se  permitía  hacer cosas que la hacían feliz. Un bonito vestido nuevo, deliciosa comida, una película y la compañía de aquel hombre.

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