miércoles, 6 de febrero de 2019

Embaucando a Mi princesa 5




¿Cuánto rato hacía que él, se había ido arriba?
Daba igual, solo sabía que aún le quedaba mucho por estar allí y podía decirse, que casi había revuelto todas sus pertenencias y no había visto nada sospechoso. Solo le quedaba sentarse con el portátil.
No se sentía nada bien. No es que el navegar la mareara, sabía perfectamente, que era lo que estaba haciendo, lo que la hacía sentirse mal, con mal gusto de boca. Aparte de estar pasando calor con aquel vestido puesto.
Sus ojos, se desviaron a las maletas que él había dejado a un lado, y que había sido lo primero que ella había revuelto. Recordando, que, en ella había ropa mucho más cómoda para estar por allí.
De seguro que le venía algo grande, pero se sentiría con más libertad de movimiento y menos agobiada por el calor. De modo que alargó su cuerpo, para sujetar la cinta con su brazo y atraer hacia ella, la gran bolsa oscura de lona.

                                                                                      ***

Cinco días de infierno.
¿Qué era aquello, un maldito castigo? Acaso no podía ser evaluado como un caballero, siempre la había cuidado, protegido... ¿Qué más querían de él? Lo que acababan de hacer, era como enseñarle a un ladrón de coches, toda una flota de ellos de lujo, sin alarma ninguna. 

No la quería allí.
Porque lo único que saldría de allí, es dolor. El daño que se harían, si bajaban la guardia de forma mutua. Porque pasados ésos cinco días, todo debería volver a su procesar habitual.
 Siempre, desde joven, que había sido de los reporteros seleccionados para seguir a la casa real. Teniendo la suerte, de caerle en gracia al monarca al ver sus trabajos limpios, sin mentiras, sin nada oculto en él. Llegando a compartir largas charlas, cuando el trabajo estaba hecho y él, se quedaba volteando por el lugar.

Ahora, podía decirse que lo llamaban a él, para exponer cuando la casa real, quería hablar al pueblo. O tal vez, cuando querían corregir algún dato erróneo que había dado algún otro reportero.
Aquello, le había gustado. Pues era un trabajo a compartir con el otro, de reportero fotográfico, de lugares por el mundo y mostrando sus sucesos. Pudiendo publicar así sus libros y ganar ciertos premios.
Pero aquella sensación cómoda, se truncó un día. Un día que llevaba grabado a fuego en su alma.
Él, podía decirse que prácticamente había visto crecer a las dos mellizas. Las conocía, desde que eran dos niñas de diez años con coletas en sus cabezas. Por ello, que jamás se hubiera imaginado, que algo como aquello podía ocurrir.
Lo sentía como algo negativo, sucio, como un feo insulto ante la casa real. Aquella, que le había abierto las puertas con gran confianza, para que pudiera hacer realidad su sueño.
Y sí caía ante la tentación, sería aprovecharse de aquella confianza puesta en él.
Recordaba, como fue llamado para fotografiar a la familia real antes de sus vacaciones de verano. Dónde el pueblo, el mundo, iban a ver además a las mellizas después de haber estado dos años estudiando en el extranjero internas.
Las dos chicas, volvían a su ciudad natal, para empezar allí la universidad. Y aprovechaban, para presentarlas formalmente a la sociedad, después de que nadie supiera nada de ellas por dos largos años, donde no habían tenido ningún deber real.
Eran las once de la mañana, y se notaba ya el calor del verano. Los demás reporteros, se hallaban en el jardín bajo la sombra de los árboles, mientras que él, estaba en el despacho con el monarca fumando un puro, explicándole como había ido su viaje por ciertos lugares en guerra.
El hombre, le apoyó la mano en el hombro y lo empujó al jardín. A su querida familia. A su nuevo infierno.

Fue mirarla a sus ojos, a su sonrisa y notó, como si aquella preciosa chica le cogiera el corazón y se lo apretara con fuerza y posesión. Porque aquello es lo que fue. Un robo total de su corazón.
Y por desgracia suya, con ella ocurrió lo mismo. Aunque bajo el punto de ella, por su parte, solo creía que era el encaprichamiento de una chica joven con alguien once años mayor que ella.
Algo, que tuvo que dejarle bien claro cuando se le presentó una noche en su casa. Admitiendo, que fue y seguía siendo, lo más difícil a realizar en su vida. Decidiendo desde aquel momento, que era mejor poner tierra de por medio todas las veces que pudiera. 
Y ahora, volvía a estar en la misma encrucijada. ¡Pero que decía! Rio de forma sarcástica, mientras miraba al horizonte azul. Era peor, no tenía donde escapar, a no ser que se tirara al océano y dejara que se lo llevara la corriente.




Afuera, en los jardines de los juzgados, se podía comenzar apreciar la belleza de la puesta de sol, viendo como éste se iba ocultando al final del horizonte.
Era una imagen muy bella, que, en aquellos momentos, apreciaba mucha más gente que en un principio. Suponiendo, que todo aquel que terminaba su jornada laboral, se acercaba a disfrutar de la fiesta.
Y también podía recalcarse, que todos estaban ajenos a lo que se iba a discutir en breves momentos, en uno de los despachos de aquel antiguo edificio.
-Retira a tus hombres –Soltó con tono enfadado el monarca, tras irrumpir en el despacho, donde se hallaba Jacqui con Kénan y varios hombres, delante de un escritorio macizo de roble caoba.
Ella, solo se volteó un segundo por encima de su hombro, para confirmar cuantos venían con el hombre. Al ver que solo Marc, volvió a lo que estaba mirando.
-No –Respondió en seco.
Ramón, aspiró con gran fuerza mientras sus puños se apretaban a cada costado de sus caderas. Para después, centrar su mirada en su yerno.
-Kénan, de verdad, vas a dejar que lo haga –Se acercó casi a un metro de ellos, logrando captar la atención de todos-. Sé que eres un hombre romántico y valiente, alguien quien valora...
- ¡Ya basta! –Se giró con furia su hija-. Solo intento arreglar el desastre que has montado. Acaso no ves, lo que puede ocurrir cuando la prensa vea a Harmonie en el velero... Vas a exponer sus sentimientos a todo el mundo –Sus ojos, se empañaron un poco por las lágrimas-. No quiero que viva esa exposición, no quiero que nadie más pueda ver su dolor si es rechazada por Gerard. 
-Él también la ama –Aseguró el hombre.
-Puede que sea posible –Se encogió de hombros-. Es más, confío en tu palabra.
- ¿Entonces? –Alzó un segundo los brazos, para volver a dejarlos caer-. No te comprendo éste cambio, cuando tú misma me animaste en la limusina. 

-Te animé a estar con ella, ayudarla a encontrar su felicidad, pero no que todo el mundo sepa de sus sentimientos. Quiero que sea bajo cierta intimidad.

-Entonces, nunca estarán juntos –Soltó con cierta melancolía y suspirando de forma suave.
-Puede que hoy no, pero mañana sí –Se alzó de hombros, para mirar a Kénan, quién le guiñó un ojo con complicidad-. Papá –Se acercó a él con cariño, para rodearle en un abrazo por la cintura y mirarlo a los ojos con dulce sonrisa-. Es solo, que, creo que, sin tanta atención mediática, no tarden tanto. Confío en ti y en tú buen ojo, pero creo que fuiste muy al ataque ésta vez.
Ramón sonrió, alzando también sus brazos para rodear a su hija con cariño y asentir con un gesto de cabeza.
-Muy bien, me quedaré un poco a la retaguardia tesoro –Se soltó de su abrazo, para girarse y emprender la marcha-. Voy en busca de tú madre, no quiero que nos encuentre por aquí.
Jacqueline, esperó a que se cerrara la puerta nuevamente, para girarse y hablar con seguridad.
- ¿Te fías de él? –Le preguntó Kenan divertido.
-Estás de broma –Soltó en una carcajada, causando que todos los presentes rieran-. Después del numerito de la limusina y las mazmorras, va a tener la mitad de mis hombres vigilando todo lo que sale de sus labios.
-Bien hecho –Suspiró con una sonrisa.


 Salía al exterior, tras haberse puesto unas bermudas azul marino del hombre, sujetando su agarre más apretado, con las horquillas de su recogido. Y complementando el conjunto marinero, con una camiseta de rayas azules y blancas. Solo le faltaba la gorra con un lazo marinero, pensó de forma irónica, al poder sentir por fin el alivio del calor, ante la dulce y fresca brisa marina.
 Cerró por un segundo los ojos, para abrirlos después de suspirar con fuerza y absorber con su mirada, la puesta de sol en el horizonte.

-Para ser yo el ladrón, no quiero saber cómo debo calificarte a ti – Soltó Gerard con tono resentido y algo sarcástico, sorprendiéndola por detrás causando que diera un pequeño brinco, para girarse y ver cierto aprecio en la mirada del hombre. 
-Hace calor ahí abajo con tantas capas de ropa –Respondió algo cohibida por su mirada, por el beso y por ver, que estaba realmente por primera vez a solas con él.
-Eso, te ocurre por hacer las cosas sin pensar –Recriminó Gerard, volviendo adoptar su actitud de siempre con ella.
Aquel brillo de admiración que había creído ver, debía ser efecto de los cálidos rayos del sol.
Además, que puñetas hacía pensando en sensaciones, miradas y demás cosas, que su corazón iba indicándole con ilusión, cuando ella estaba allí por su familia, porque aquel hombre iba a traicionarlos.
- ¿Y a ti qué te importa? –Respondió con cierto desafío en su tono de voz – De hecho, es mejor para ti, cuantos más errores cometa, más oportunidades de salirte con la tuya.
¡Joder! Pensó al sentir como su corazón se encogía por decir aquello, sabiendo que era una manera de decirse, que estaba mal el amarlo.
Y ahora, sí que no había error en lo que captaba en su mirada. Aquella frialdad y rabia, se podía palpar hasta en la tensión de su cuerpo.
-Juro, que si no fuera por… -Calló un segundo tras haber hablado entre dientes-. Te hubiera agarrado para darte unos azotes.
- ¡Deja de tratarme como a una niña! –Ladró con rabia dando un paso más, dejando entre ellos, la distancia de un suspiro.
-Pues deja de comportarte como tal, cuando me señalas como un traidor –Señaló con la misma fuerza que ella-. ¿De verdad me crees capaz? –Inquirió con dureza.
-Mi opinión no es válida –Confesó con cierto atropello en sus palabras.
-Qué –Frunció éste su ceño.
-Necesito verlo para creerlo –Su mirada se desvió más allá de por encima del hombro masculino, mientras notaba como sus ojos comenzaban a escocer.
 Al momento, escuchó como él sonreía con sus labios, pero mostrando cierto gesto de fastidio.
-La verdad, es que era, de quién menos me esperaba un gesto así –Reprochó con tono abatido.
EL escozor de sus ojos, ya pasó a la caída de sus lágrimas, sin atreverse aún a mirarlo. Pero la rabia que habitaba siempre en ella, por todas las veces que había tenido que morderse la lengua y contenerse al decirle cosas, por no estar nunca solos, que acabó por reflotar.
-Porque sabes, que soy la tonta niña de la realeza que bebe los vientos por ti –Soltó con tono mordaz-. Que eso, te va de maravilla.
- ¡En serio Harmonie! –Le exigió con la respiración acelerada, por la rabia que estaba conteniendo. Sabía que, de aquello, no iba a salir nada bueno, tenía que haber vuelto a puerto y mandar la regata a paseo-. ¡Se acabó! –Exclamó dándose la vuelta, para emprender la marcha a la escalerilla que te conducía al camerino-. Voy a contactar por radio con los guardacostas, que vengan a buscarte antes de que cometa el error de tirarte por la borda.

Gracias al haberse cambiado de ropa, que pudo bajar por las escaleras, a la misma velocidad que lo hizo él, para ir tras sus pasos.
- ¡Claro que sí, vamos! –Exclamó en acusación, casi pudiendo mirar por encima de su hombro, de lo cerca que iba del hombre-. De ése modo, estarás solo para poder enviar las fotos.
Si le hubieran dejado un cronómetro, no creía haberle podido dar al botón, de lo rápido que fue él en su movimiento.
Primero y de forma leve, notó el calor de su espalda al chocar con él, para después, cuando aún no había acabado de absorber su olor, toparse con la furia de su mirada al girarse éste, y sin miramiento alguno, la empujó con fuerza casi derribándola al suelo. 
-Mierda –Gruñó al momento con gran culpabilidad, para acercarse a ella y tratar de darle apoyo y que se estabilizara, pero por primera vez, ella lo rechazaba con rotundidad.
-No –Soltó con un graznido porque sus ojos eran cascadas a causa de sus lágrimas.
-No quería hacerlo –Confesó completamente abatido y con gran sinceridad-. EH aquí –Alzó sus manos al aire, para dejarlas caer al momento a lo largo de su cuerpo-. El motivo porque lo nuestro no funcionaría pequeña. Mi trabajo se interpondrá siempre. Ahora mismo es prueba de ello. Creándote una inseguridad en tú corazón por tu familia, y en el fondo, lo comprendo.
Alargó su brazo, para poder apartarle el cabello del rostro, quedando su mano un momento apoyada en el hombro de ella, rozando su cuello y causando miles de sensaciones.
-No lo niegues. Tienes ésa duda en tú interior, y sé que no va a desaparecer –Alzó su otra mano, para agarrarla de la mejilla derecha-. Sino, siente y toma nota –Dijo justo antes de agarrar su otra mejilla, para poder acercar sus labios a los de ella en un beso cargado de sentimientos retenidos.



Al fin, se decidió abrir los ojos, porque algo en su interior le reclamaba que aquel ruido que escuchaba era importante. Dejando atrás su letargo por el sueño, miró a su lado para descubrir que estaba sola en la cama de matrimonio, y al bajar su mirada a su cuerpo, descubrió que había sido real y no un sueño.
¡Se había acostado con Gerard!
De fondo, escuchó el agua caer, comprendiendo que éste se hallaba dándose una ducha. Mejor. Porque no sabía cómo actuar, qué hacer… Aquello, les había venido de un momento de reproches. Necesitaba espacio, pensar…
Se deslizó fuera de las sabanas para coger su ropa del suelo y vestirse en menos de treinta segundos, notando como aquel ruido estaba ya casi encima de ellos. Y si no se equivocaba, era un helicóptero.
Frunciendo el ceño, echó memoria atrás, y estaba segura que él no había llegado a comunicarse con los guardacostas.
¡Su familia! Pensó alarmada de golpe, corriendo fuera del dormitorio para subir por las escalerillas y toparse casi de golpe con su cuñado Kénan, quien controlaba su movimiento por el alto oleaje que causaba el viento de las hélices.
- ¡Harmonie! –Exclamó sorprendido y alegre a la vez-. Me envía tú hermana, ella…
-Sácame de aquí, por favor –Le imploró con lágrimas y desespero.
-Vamos –Sin preguntas ni cuestiones, la agarró con cariño por los hombros y la condujo a la escalera que había lanzado el aparato.
Pero cuando se sentaba en el asiento, escuchó su nombre en un grito de rabia. Y sin poder evitarlo, sabiendo que no debía, miró abajo para toparse con un Gerard vestido con un albornoz y moviendo sus brazos con desespero.
Él, tenía razón. Pensó con gran dolor en su corazón, mientras se dejaba abrazar con fuerza por su cuñado, mientras el helicóptero de la casa real los alejaba de allí.
De él. 

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