En el cine,
Kenai compró las entradas y Rachel compró dos tarros enormes de pochoclos y las
bebidas.
-Gracias – dijo
él.
-Es lo mínimo,
debiste dejarme pagar las entradas.
-Creo que esto
salió más, y quería invitarte al cine.- respondió sin aclarar que en realidad llevaba
años queriendo invitarla.
La película era
entretenida y cada tanto Kenai se
inclinaba hacia ella para comentarle algo, Rachel sintió como si el tiempo volviese atrás y pudiera sentirse
libre, despreocupada y un poco como estuviese en su primera cita. Sabía bien
que Kenai había ido a ayudarla, pero se sentía
ansiosa y emocionada con cada gesto de él, estaban rodeados de gente,
pero al mismo tiempo, sentados uno junto
al otro, en la oscuridad, se sentía como algo demasiado íntimo. Su mente
recordaba bien quien era él, el amigo de su hermano, el niño que conocía desde
siempre, pero su cuerpo le enviaba señales distintas, aquel era un hombre, uno
que la hacía sentir reaccionar, que la movilizaba de mil maneras distintas. Le
llevó mucho esfuerzo concentrarse en la película y parar sus pensamientos
peregrinos.
Al salir del
cine aún faltaba un par de horas para poder tomar el vuelo de regreso.
-¿Qué hacemos
ahora? – preguntó Rachel.
-¿Qué te parece
ir ahí? – respondió Kenai señalando una sala de videojuegos
-Eso es para
niños – protestó la mujer.
-Es para todos,
dime Rachel hace cuánto que no juegas.- Cuestionó él y la mujer sospechó que
Kenai estaba cumpliendo el papel de
consciencia porque la hacía reflexionar sobre cuestiones que había ignorado por
mucho tiempo. No recordaba cuando había jugado libremente por última vez, sin
dudas era muy pequeña. Ni siquiera había jugado con sus hermanos porque cada
uno de ellos había tenido sus propias actividades y la dejaban al margen.
-No creo que
lleve la ropa adecuada – intentó excusarse.
-La ropa ni nada
más debería impedirte hacer algo si es lo que tú deseas. Además no se me
ocurre qué más podríamos hacer mientras
esperamos – le dijo y casi tuvo ganas de burlarse de sí mismo ante aquellas
palabras. Había miles de cosas que se le ocurrían ahora que Rachel estaba a su
lado, pero no era el momento.
- Vamos –claudicó,
pero se quedó parada allí tiesa, hasta que Kenai la tomó de la mano y la
arrastró dentro.
Había distinto
tipo de juegos, y ciertamente gente de todas las edades. Además cada uno estaba
entretenido en lo que hacía, sin preocuparse por los demás. También había
parejas, parecía ser una cita usual. Había flippers, modernos juegos de
computadoras, de realidad virtual, juegos para bailar o máquinas para atrapar peluches, había de
todo.
-¿Qué tal ese?
– preguntó él señalando una máquina para encestar pelotas de básquet.
-Solía ser
buena, ¿estás seguro?- repreguntó con una sonrisa
-Tengo
confianza.- afirmó él y empezaron a jugar.
Jugaron piedra papel y tijera para ver quién iba primero y empezó Rachel.
Luego de acertar tres tiros seguidos su sonrisa se amplió, parecía que aún
conservaba el toque, miró brevemente a Kenai y él le devolvió la sonrisa
cálidamente, como si estuviera orgulloso, de algo tan simple como meter una
pelota en una canasta. Eso la animó y siguió jugando.
Kenai la
observó detenidamente, le gustaba verla así, riendo, disfrutando, sin
preocupaciones. Quiso poder hacerla sentir así siempre, quiso que ella pudiera
creer en su sinceridad, por el momento se conformaría con darle ese momento de
distracción
-Tu turno –
dijo ella y cambió rápidamente su expresión para no agobiarla con aquellos
sentimientos.
-Deberíamos
haber apostado algo – le dijo al tomar la pelota.
-Perdiste la
oportunidad Hayden, de todas maneras deberías ganarme primero – lo provocó.
-Lo intentaré –
dijo y cuando se paró a su lado para tomar la pelota, Rachel volvió a tener esa
sensación extraña de nerviosismo. Como la noche en la playa, volvió percibir lo
alto que era, lo masculino, se sintió impresionada por ese hombre que estaba
junto a ella y era a la vez extraño y
desconocido. Y quiso saber más sobre él. Se lo quedó observando mientras él
encestaba una y otra vez, sus movimientos eran precisos y estaba muy
concentrado. Rachel se dio cuenta que era propio de él, como si pusiera su
mejor esfuerzo en todo lo que hacía, no era espíritu competitivo, era algo más
, como si diera todo de sí mismo cuando se
comprometía. Era una faceta muy atractiva. Le prestó tanta atención que también percibió
el instante exacto en que él perdió a propósito para quedar un par de puntos
detrás de ella y concederle la victoria. Nadie había tenido tanta
consideración, y aunque hería su orgullo y de ser otro el contrincante hubiese
exigido que jugara limpio o le diera una revancha, lo dejó pasar, porque no la
trataba como a alguien inferior, sólo quería hacerla sentir bien. Tan simple
como eso.
- Parece que no
era tan bueno – le dijo haciéndose el inocente.
- Eso parece –
dijo ella suavemente.
-¿Buscamos otra
cosa?
-¿Qué tal eso?
– propuso señalando un juego de baile, donde los participantes intentaba seguir
los pasos que la pantalla señalaba.
-No tengo
gracia para el baile, ni coordinación, me temo que mi altura no ayuda – se
excusó Kenai.
-También soy un
desastre, eso lo hará divertido- dijo ella y lo arrastró. Unos momentos después
estaban tentados de la risa, y esta vez ninguno de los dos demostraba pericia
alguna. Luego probaron juegos de
realidad virtual. Así pasó el tiempo y
pronto se les hizo la hora de regresar. Dejaron la sala de juegos,
tomaron un taxi para ir al aeropuerto y regresaron a casa.
Rachel
miró por la ventanilla, y al notar como Juneau se empequeñecía mientras el avión alzaba vuelo, sintió que su corazón también
se estrujaba, como si dejara atrás algo más importante que un lugar.
-¿Estás cansada?- preguntó Kenai al notarla distraída.
-Un poco.
-Llegaremos pronto, descansa si quieres- dijo y ella cerró los ojos. No
era que tuviese sueño sino que su estado
de ánimo había vuelto a cambiar. Quizás al volver a casa, volvía a ser la misma
de siempre, o algo más patético. Era la mujer que había salido a tener una cita
a ciegas que había terminado en forma desastrosa y había sido rescatada por el
caballeroso Kenai, con quien había pasado unas horas muy especiales. Se sentía
como si despertara de un sueño.
Él había dejado su camioneta en el estacionamiento del aeropuerto, así
que ofreció llevarla y ella aceptó. La
dejó en su casa y la acompañó hasta la puerta.
-Descansa, Rachel – le dijo una vez que ella abrió la puerta.
-Muchas gracias, por todo. Sé que estabas cumpliendo con Evan al
cuidarme, pero me alegar que estuvieras allí, gracias, de verdad. – le dijo y
Kenai asintió. Luego se alejó mientras ella aún lo veía. Y cuando se giró para
entrar en la casa, sintió unos pasos veloces que se acercaban, antes de tener
tiempo de actuar, Kenai la giró hacia él.
-¿Pasa algo? – preguntó sobresaltada.
-Sí. No fue por Evan, supongo que está preocupado por ti, pero no fui por
él.
-¿Qué quieres decir?
-Fui por mí, porque estaba preocupado.
-Gracias.
-Porque estaba mucho más que preocupado, porque quería ir, porque me
importas mucho más de lo que crees- le dijo con intensidad y ella lo miró
absorta.
-Me importas, me gustas- confesó Kenai pensando que no volvería a tener otra oportunidad, y la
besó. Primero muy suavemente como tanteándola, era un beso arrebatado y no
pedido, pero cuando la sintió relajarse y ceder a su caricia, mientras ella
apoyaba sus manos en su espalda, la besó con intensidad, apasionadamente, hasta
que se vio obligado a separarse antes de
ir más lejos.
Se apartó un poco, sosteniéndola por los hombros. Ella estaba agitada, y tenía una expresión sorprendida.
-Piénsalo, Rachel. Quiero ser más que el amigo de tu hermano, quiero ser
un hombre para ti. Piénsalo- dijo y luego se marchó.
Rachel entró a
la casa, y se apoyó contra la puerta.
“Piénsalo”
había dicho él y lo único que ella podía pensar era en el efecto del beso que
´le hormigueaba aún en los labios y en todo su ser. Hacía mucho que no la
besaban así, mejor dicho, nunca la habían besado así. Era un solo beso, pero se sentía como si la
hubieran marcado, y el hombre con ese efecto letal, ¡era Kenai!
“¿Qué iba a
hacer?”. En primer lugar, necesitaba recobrar el sentido común, estaba tratando
de ordenar su vida, no de desorganizarla más aún. Y tener un romance con él,
sería sumergirse en el caos.
Y aún así,
anhelaba dejarse llevar y experimentar aquello que Kenai le ofrecía. Quería
seguir descubriendo lo que él le provocaba,
esa mezcla de ansiedad y de seguridad, quería seguir viéndose a través de los
ojos de él que parecía saber siempre cómo se sentía y encontrar las palabras
exactas para alentarla. Y quería más besos como el que la tenía tan confusa.
Finalmente se quitó el abrigo, guardó su precioso vestido nuevo y se dio un baño mientras
intentaba poner en orden todo lo sucedido. Había salido dispuesta a conocer a
alguien y se había encontrado con la peor cita a ciegas, luego había aparecido
el hombre más inesperado y le había ofrecido el romance que buscaba.
No importaba
las veces que lo pensara y le diera vuelta terminaba siempre en la misma
encrucijada, se sentía atraída pero él, pero era Kenai.
Le costó
dormirse y al despertar todavía se sentía cansada, bebió un par de tazas de café y cuando volvió a sentirse humana,
decidió que se daría una tregua, iría de
compras y no pensaría ni en Kenai ni en
nadie, solo en ella misma.
Tuvo que llamar
un taxi que la llevara al centro, primero pasó a resolver lo del auto de
alquiler y por el mecánico para que le
informara como iba su camioneta, una vez que le aseguraron que estaría al día
siguiente, siguió hacia la zona de la tiendas.
Comprar ropa
nueva no se relacionaba con seguir
estereotipos o ser superficial, sino que se trataba de recuperarse. Durante
muchos años se había descuidado, pero recordar el horrible vestido rojo con que
había acudido a la cita y pensar que no
tenía nada bonito en su guardarropa le
daba pena ¿Cómo había podido ser tan cruel con ella misma? Necesitaba reconciliarse con la mujer que era,
sentía que acababa de despertar de un
largo sueño, uno en que la última vez en estar despierta era una niña feliz y,
al abrir los ojos nuevamente, era una mujer de treintainueve años que estaba
perdida. Tenía mucho para hacer, necesitaba estar orgullosa de Rachel Thomasson y aunque fueran pasos pequeños,
debía darlos.
Entró en una tienda cara, antes no se había animado, y buscó prendas acordes a ella. Aceptó los consejos
de las vendedoras y se probó todo lo que
la tentó.
Escogió un par de vestidos, un sweater crema de cuello volcado y suave
como seda , otro en negro, pantalones cómodos, y un par de camisas bordadas. También
escogió un abrigo azul que servía para el uso diario y que se veía muy bien. Salió
contenta con sus compras, y justo en la tienda de al lado, algo llamó su
atención, vendían ropa interior. Dudó en entrar, pero al final se animó.
Había prendas
de encaje, de tul y texturas sugerentes. Sin embargo, se sintió algo cohibida y
terminó eligiendo algunos conjuntos sencillos, colores claros y con algún
detalle que los embellecía. Observó la sexy lencería en rojo y negro, por un
segundo tuvo una visión fugaz de una noche pasional, pero se avergonzó de dejar
correr su imaginación, y dejó las prendas, no eran su estilo. El cambio que
quería no se trataba de convertirse en alguien que no era, sino en rescatar lo
mejor de sí misma.
Luego fue
a la zapatería, necesitaba algo más que
zapatillas de deporte , borcegos y botas de trabajo. Tenía sólo dos pares de
zapatos para salir. Recorrió las exhibidoras y se dejó seducir, buscó calzado
lindo y cómodo, pero también eligió un
par de zapatos con tacón alto. Siempre se había sentido un poco cohibida por su
altura, si usaba tacón solía pasar a la mayoría de los hombres, pero ahora no
le importó. Su consciencia traicionera le dijo que porque Kenai era alto, lo suficiente para que ella usara lo
que quisiera sin sentirse un gigante.
Cuando salió
cargada de paquetes, se dirigió a un restaurante cercano, se sentó junto a la ventana,
pidió pescado y pastas, que eran la
especialidad de aquel lugar, luego se permitió disfrutar tanto de la comida
como del descanso. No recordaba haber hecho eso antes, estar sola comiendo en un restaurante. Usualmente preparaba comida
en la casa para su familia, luego para Evan o comía algo rápido en el negocio.
Y de ir a algún lugar a comer, lo hacía acompañada, nunca se le había ocurrido
hacer algo tan sencillo como disfrutar de una comida sola. No es que la soledad
fuese aconsejable, pero tampoco era una enfermedad, algo denigrante, sin
embargo había muchas cosas que una persona no se animaba a hacer si no tenía
compañía. De hecho , allí mismo era la
única mujer sola, era extraño, pero debía aprender simultáneamente dos cosas, a
estar sola y sentirse bien con ella misma y a estar con otra persona.
“Quiero ser más que el amigo de tu hermano,
quiero ser un hombre para ti”, las palabras de Kenai resonaban en su cabeza
cada vez que pensaba mucho. Deseaba encontrar a alguien, permitirse querer y
ser querida, pero no estaba segura de estar preparada. Él no era una persona
más en su vida, era casi parte de su familia, no imaginaba cuáles podían ser
las consecuencias o si podría afrontarlas. Pero estaba tentada, mucho.
Después de
comer, regresó a su casa. Llevó las bolsas a su habitación y mientras
acomodaba lo que había adquirido, jugó a
probarse ropa y zapatos como si fuera una adolescente. La imagen del espejo
seguía resultándole extraña, tanto
tiempo sin preocuparse por sí misma habían resultado en que al mirarse esperara
encontrar a alguien más, a la que era años atrás, pero ahora, de a poco, iba
acostumbrándose a esta que era a los treinta y nueve años. Se recostó y se quedó dormida, al despertar
era ya de noche, parecía que su cuerpo aún cargaba un cansancio de años. Se
abrigó y salió a tomar algo de aire, era una noche preciosa, el cielo estaba
lleno de estrellas, inspiró profundo y se sintió renovada. Se quedó allí,
quieta delante de la casa, observando, escuchando,
llenándose de la naturaleza que amaba. Llevaba mucho tiempo sin permitirse ser tan sensible ante
lo que la rodeaba, los árboles, la fragancia del aire nocturno, los sonidos
mínimos de los animales.
Miró en la
dirección hacia la que estaba la casa de Kenai y pensó que él también era parte de aquel redescubrimiento de sí misma,
y que también sentir las emociones que le provocaba era algo que quería
permitirse. Era un camino que no
sabía a dónde la llevaría, y le daba
mucho miedo empezar a recorrerlo,
pero sí quería intentarlo.
Y a la mañana
siguiente dio el primer paso, le envió un mensaje a Kenai.
“Aún no tengo
una respuesta, pero, ¿almorzarías conmigo?”
Estuvo ansiosa y casi arrepentida hasta que le llegó la respuesta.
“Me encantaría,
pero hoy me tocó cuidar a mi sobrino, si no te molesta, ven a almorzar con
nosotros en casa”, respondió y Rachel
dudó por un momento, almorzar en su casa con el niño, sonaba demasiado
familiar. Sin embargo, aceptó.
“De acuerdo,
llevo el postre.”
Rachel pasó por
la cafetería de Anke, no tenía confianza con mucha gente pero sí con ella, así
que le comentó al pasar que iría a comer con Kenai y su sobrino y que llevaría el postre. La alemana no hizo ningún
comentario, ni indagó, sólo preguntó qué le gustaría llevar y la joven
agradeció su discreción.
-No lo sé,¿qué
me aconsejas?
-Al pequeño
Anori le gustan los postres con fresas y crema, en cuanto a Kenai, es como tú ,
le gusta el chocolate – sugirió y sonrió traviesa. Rachel se sonrojó levemente porque su corazón se había
sobresaltado por algo tan vano como coincidir en gustos con él.
-De acuerdo,
entonces llevaré tres tartaletas de fresas y una tarta grande de las de
chocolate con menta-pidió.
-Buena
elección, Rachel – dijo la mujer guiñándole un ojo, y la joven sospechó que no
se refería meramente a los postres.
Un rato después
se encontraba frente a la entrada de la casa de Kenai, estaba nerviosa, era
algo ridículo, pero no podía evitar la
ansiedad, sentía que estaba dando un paso hacia adelante, hacia lo desconocido.
Finalmente se armó de valor y golpeó a la puerta. Le abrió un niño que le
sonrió tímidamente, al mismo tiempo salió Nieve para saludarla efusivamente y
desde atrás de aquel par se asomó un hombre que terminó de abrir la puerta.
-Bienvenida,
pasa, por favor – dijo Kenai y ella entró.
-Traje esto –
dijo extendiendo torpemente la caja con los postres.
-Gracias – dijo
él tomándolo y se lo pasó a su sobrino – llévalo al refrigerador, Anori –
indicó y luego la ayudó a quitarse el
abrigo – Ponte cómoda, ya termino de
hacer la comida, me falta poco – dijo y ella asintió.
-¿Qué estás
preparando? – preguntó curiosa, ver a Kenai en la cocina mientras sus sobrino lo
asistía, era algo muy agradable, hogareño y cálido.
-Salmón
marinado y papas al horno, espero que te guste, debí llegar a algo término
medio para complacerlos a ti y a Anori,
ni hamburguesa ni nada muy elaborado.
-Es una buena elección, señor chef – respondió y
se dio cuenta que cada vez era más fácil hablar con él, bromear- ¿Puedo ayudar
en algo? – preguntó mientras lo veía trabajar.
-Eres la
invitada- contestó
-Pero me siento
algo inútil.
-Eso jamás –
dijo él girándose a mirarla, y algo en la intensidad de su mirada la hizo
sonrojarse. Ella lo había dicho casualmente, pero la mirada de Kenai implicaba
mucha más profundidad como si en verdad pudiese ver dentro de su caos interior.
-Tío, ¿falta
mucho?- preguntó Anori y su estómago hizo un ruido elocuente que hizo reír a
todos y acabó automáticamente con aquel clima que se había creado entre los dos
adultos.
-Ya está,
alcánzame los platos – respondió Kenai.
La comida
estuvo deliciosa, la charla también fue agradable, sobre todo porque Anori se
parecía mucho a su tío, una vez en confianza era cálido, dulce y divertido.
Rachel temía que no la aceptara, inmiscuirse en ese día que era de Kenai con el
niño, pero no fue así. Fue un momento grato para los tres y después del almuerzo compartieron el postre que ella
había llevado. Tanto Kenai como Anori se mostraron entusiasmados con su
elección.
-Anke me dijo
cuáles eran sus favoritos – dijo ella al sentirse expuesta por el entusiasmo de
ellos.
-Gracias – dijo
él más entusiasmado por el interés de ella que por el postre en sí.
Tras el postre,
decidieron salir a caminar, Kenai se encargó de abrigar a su sobrino , Rachel
lo observó atentamente. Era extraño como
situaciones así la conmovían profundamente, quizás fueran sus hormonas, quizás
era que se estaba permitiendo sentir o quizás simplemente la magia de ese
hombre.
Después de
abrigar a su sobrino se acercó a ella y le puso una bufanda al cuello. Lo miró
sorprendida.
-Hoy parece
invierno, y no viniste abrigada. Además nunca se sabe cuánto tiempo
permaneceremos afuera con esos dos- se
justificó señalando a Nieve y al niño- Vamos – la invitó y ella asintió.
Salieron los cuatro.
Anori y el
perro se les adelantaron para jugar.
-¿Él está
mejor? – preguntó Rachel.
-Sí, lo va
superando, y está siendo rodeado de dosis extras de amor familiar.
-¿Y tu hermana?
- Está
mejorando también, y rodeada por el amor de mis padres. Creo que la parte más
difícil para ella es dejar ir la vida que había soñado junto a su ex marido,
resignarse a que eso ya no será.
-Es difícil
renunciar a los sueños.
-Lo es, pero
más difícil es seguir manteniendo algo que no te hace feliz, y ya no lo eran.
-Es aterrador
pensar que dos personas se eligen, tienen hijos, sueños en común y que eso se
derrumba un día- evalúo Rachel.
-Yo creo que lo
único que se derrumba es lo que no está bien construido, también pasa con el
amor si las bases no son sólidas.-Aseveró él. La joven iba a preguntarle cómo
se construía un amor que durase para siempre, pero mientras dudaba en poner en
palabras sus erráticos pensamientos, comenzó a nevar. Una nevisca suave, fuera
de temporada.
-¡Ohhhhh, está
nevando!- exclamó. Vivía allí y la nieve era parte de su vida, pero aún así le sorprendía
su belleza, más cuando era suave y leve como en ese momento.
-Maravilloso –
dijo Kenai acercándose a ella y sacudiéndole unos copos del cabello.
-¡Está nevando!
- gritó feliz el niño, llegando hasta ellos.
-Es precioso-
respondió ella y antes de que pudiera reaccionar, Kenai la tomó de la mano y
salió corriendo llevándola con él, mientras su sobrino y Nieve los seguían entre risas y ladridos.
Un rato
después, los adultos terminaron sentados
en la tierra para recuperar el aliento.
-Creo que estoy
mayor para esto, pero fue divertido – dijo Rachel sonriendo plenamente.
-Te queda bien
– dijo Kenai.
-¿Mmmm?–
expresó girando hacia él.
-Reírte, disfrutar sin preocuparte.
-Estoy
aprendiendo a volver a hacerlo – respondió y no agregó que él contribuía en gran parte a ese aprendizaje.
El perro y el
niño , cansados de corretear se acercaron a ellos.
-¿Regresamos? –
preguntó Kenai a su sobrino y este asintió.
Volvieron
caminando despacio, disfrutando el aire
frío y el paisaje. Cuando llegaron, Kenai preparó chocolate caliente y después
de beberlo, Rachel se despidió de ellos.
-Quédate,
puedes cenar aquí- invitó Kenai.
-Gracias, la
próxima vez, es justo que Anori y tú tengan un tiempo a solas también.
-Rachel…
-Lo pasé muy
bien, en serio – aseveró ella y cuando el niño se acercó a despedirla, le dio
un abrazo –Eres un encanto, gracias por todo.
-Vuelve pronto-
se despidió Anori.
-Lo haré – dijo
ella y Kenai la miró.
-No puedes
retractarte.
-No lo haré.
-Vamos, te
acompaño .
-Puedo irme
sola, y no deberías dejar a tu sobrino.
-Eso es verdad
– dijo contrariado- Pero al menos te
acompañaré un par de metros- concluyó y así lo hizo. Caminaron juntos en
silencio un trecho, hasta donde Kenai aún podía observar su casa cómodamente.
-Hasta aquí –
indicó Rachel y él hizo un gesto mínimo, hubiera deseado acompañarla pero Anori
era su responsabilidad.
-Es una pena
que no trajeras tu camioneta.
-Quería
caminar.
-Cuídate y
avísame cuando llegues a tu casa – dijo serio y eso la hizo sonreír, que la
cuidaran. Y también le dio valor.
-Gracias, por
todo – dijo acercándose a él, se estiró un poco y le dio un beso suave, tomándolo
desprevenido. Después se apresuró para
alejarse antes de que él reaccionara.
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