jueves, 14 de febrero de 2019

Amor en Alaska 11


En el cine, Kenai compró las entradas y Rachel compró dos tarros enormes de pochoclos y las bebidas.
-Gracias – dijo él.
-Es lo mínimo, debiste dejarme pagar las entradas.
-Creo que esto salió más, y quería invitarte al cine.- respondió sin aclarar que en realidad llevaba años queriendo invitarla.
La película era entretenida y cada tanto  Kenai se inclinaba hacia ella para comentarle algo, Rachel sintió como si  el tiempo volviese atrás y pudiera sentirse libre, despreocupada y un poco como estuviese en su primera cita. Sabía bien que Kenai había ido a ayudarla, pero se sentía  ansiosa y emocionada con cada gesto de él, estaban rodeados de gente, pero  al mismo tiempo, sentados uno junto al otro, en la oscuridad, se sentía como algo demasiado íntimo. Su mente recordaba bien quien era él, el amigo de su hermano, el niño que conocía desde siempre, pero su cuerpo le enviaba señales distintas, aquel era un hombre, uno que la hacía sentir reaccionar, que la movilizaba de mil maneras distintas. Le llevó mucho esfuerzo concentrarse en la película y parar sus pensamientos peregrinos.
Al salir del cine aún faltaba un par de horas para poder tomar el vuelo de regreso.

-¿Qué hacemos ahora? – preguntó Rachel.
-¿Qué te parece ir ahí? – respondió Kenai señalando una sala de videojuegos
-Eso es para niños – protestó la mujer.
-Es para todos, dime Rachel hace cuánto que no juegas.- Cuestionó él y la mujer sospechó que Kenai estaba   cumpliendo el papel de consciencia porque la hacía reflexionar sobre cuestiones que había ignorado por mucho tiempo. No recordaba cuando había jugado libremente por última vez, sin dudas era muy pequeña. Ni siquiera había jugado con sus hermanos porque cada uno de ellos había tenido sus propias actividades y la dejaban al margen.
-No creo que lleve la ropa adecuada – intentó excusarse.
-La ropa ni nada más debería impedirte hacer algo si es lo que tú deseas. Además no se me ocurre  qué más podríamos hacer mientras esperamos – le dijo y casi tuvo ganas de burlarse de sí mismo ante aquellas palabras. Había miles de cosas que se le ocurrían ahora que Rachel estaba a su lado, pero  no era el momento.
- Vamos –claudicó, pero se quedó parada allí tiesa, hasta que Kenai la tomó de la mano y la arrastró dentro.
Había distinto tipo de juegos, y ciertamente gente de todas las edades. Además cada uno estaba entretenido en lo que hacía, sin preocuparse por los demás. También había parejas, parecía ser una cita usual. Había flippers, modernos juegos de computadoras, de realidad virtual, juegos para bailar o  máquinas para atrapar peluches, había de todo.
-¿Qué tal ese? – preguntó él señalando una máquina para encestar pelotas de básquet.
-Solía ser buena, ¿estás seguro?- repreguntó con una sonrisa
-Tengo confianza.- afirmó él y empezaron a jugar.  Jugaron piedra papel y tijera para ver quién iba primero y empezó Rachel. Luego de acertar tres tiros seguidos su sonrisa se amplió, parecía que aún conservaba el toque, miró brevemente a Kenai y él le devolvió la sonrisa cálidamente, como si estuviera orgulloso, de algo tan simple como meter una pelota en una canasta. Eso la animó y siguió jugando.
Kenai la observó detenidamente, le gustaba verla así, riendo, disfrutando, sin preocupaciones. Quiso poder hacerla sentir así siempre, quiso que ella pudiera creer en su sinceridad, por el momento se conformaría con darle ese momento de distracción
-Tu turno – dijo ella y cambió rápidamente su expresión para no agobiarla con aquellos sentimientos.
-Deberíamos haber apostado algo – le dijo al tomar la pelota.
-Perdiste la oportunidad Hayden, de todas maneras deberías ganarme primero – lo provocó.
-Lo intentaré – dijo y cuando se paró a su lado para tomar la pelota, Rachel volvió a tener esa sensación extraña de nerviosismo. Como la noche en la playa, volvió percibir lo alto que era, lo masculino, se sintió impresionada por ese hombre que estaba junto a ella y era a la vez  extraño y desconocido. Y quiso saber más sobre él. Se lo quedó observando mientras él encestaba una y otra vez, sus movimientos eran precisos y estaba muy concentrado. Rachel se dio cuenta que era propio de él, como si pusiera su mejor esfuerzo en todo lo que hacía, no era espíritu competitivo, era algo más , como si diera todo de sí mismo cuando se  comprometía. Era una faceta muy atractiva.  Le prestó tanta atención que también percibió el instante exacto en que él perdió a propósito para quedar un par de puntos detrás de ella y concederle la victoria. Nadie había tenido tanta consideración, y aunque hería su orgullo y de ser otro el contrincante hubiese exigido que jugara limpio o le diera una revancha, lo dejó pasar, porque no la trataba como a alguien inferior, sólo quería hacerla sentir bien. Tan simple como eso.
- Parece que no era tan bueno – le dijo haciéndose el inocente.
- Eso parece – dijo ella suavemente.
-¿Buscamos otra cosa?
-¿Qué tal eso? – propuso señalando un juego de baile, donde los participantes intentaba seguir los pasos que la pantalla señalaba.
-No tengo gracia para el baile, ni coordinación, me temo que mi altura no ayuda – se excusó Kenai.
-También soy un desastre, eso lo hará divertido- dijo ella y lo arrastró. Unos momentos después estaban tentados de la risa, y esta vez ninguno de los dos demostraba pericia alguna. Luego  probaron juegos de realidad virtual. Así pasó el tiempo y  pronto se les hizo la hora de regresar. Dejaron la sala de juegos, tomaron un taxi para ir al aeropuerto y regresaron a casa.
Rachel miró  por la ventanilla, y al notar como Juneau se empequeñecía mientras el avión  alzaba vuelo, sintió que su corazón también se estrujaba, como si dejara atrás algo más importante que  un lugar.
-¿Estás cansada?- preguntó Kenai al notarla distraída.
-Un poco.
-Llegaremos pronto, descansa si quieres- dijo y ella cerró los ojos. No era que tuviese sueño sino que  su estado de ánimo había vuelto a cambiar. Quizás al volver a casa, volvía a ser la misma de siempre, o algo más patético. Era la mujer que había salido a tener una cita a ciegas que había terminado en forma desastrosa y había sido rescatada por el caballeroso Kenai, con quien había pasado unas horas muy especiales. Se sentía como si despertara de un sueño.
Él había dejado su camioneta en el estacionamiento del aeropuerto, así que  ofreció llevarla y ella aceptó. La dejó en su casa y la acompañó hasta la puerta.
-Descansa, Rachel –  le dijo  una vez que ella abrió la puerta.
-Muchas gracias, por todo. Sé que estabas cumpliendo con Evan al cuidarme, pero me alegar que estuvieras allí, gracias, de verdad. – le dijo y Kenai asintió. Luego se alejó mientras ella aún lo veía. Y cuando se giró para entrar en la casa, sintió unos pasos veloces que se acercaban, antes de tener tiempo de actuar, Kenai la giró hacia él.
-¿Pasa algo? – preguntó sobresaltada.
-Sí. No fue por Evan, supongo que está preocupado por ti, pero no fui por él.
-¿Qué quieres decir?
-Fui por mí, porque estaba preocupado.
-Gracias.
-Porque estaba mucho más que preocupado, porque quería ir, porque me importas mucho más de lo que crees- le dijo con intensidad y ella lo miró absorta.
-Me importas, me gustas- confesó Kenai pensando que  no volvería a tener otra oportunidad, y la besó. Primero muy suavemente como tanteándola, era un beso arrebatado y no pedido, pero cuando la sintió relajarse y ceder a su caricia, mientras ella apoyaba sus manos en su espalda, la besó con intensidad, apasionadamente, hasta que se vio obligado a  separarse antes de ir más lejos.
Se apartó un poco, sosteniéndola por los hombros. Ella  estaba agitada,  y tenía una expresión sorprendida.
-Piénsalo, Rachel. Quiero ser más que el amigo de tu hermano, quiero ser un hombre para ti. Piénsalo- dijo y luego se marchó.


Rachel entró a la casa, y se apoyó contra la puerta.
“Piénsalo” había dicho él y lo único que ella podía pensar era en el efecto del beso que ´le hormigueaba aún en los labios y en todo su ser. Hacía mucho que no la besaban así, mejor dicho, nunca la habían besado así.  Era un solo beso, pero se sentía como si la hubieran marcado, y el hombre con ese efecto letal, ¡era Kenai!
“¿Qué iba a hacer?”. En primer lugar, necesitaba recobrar el sentido común, estaba tratando de ordenar su vida, no de desorganizarla más aún. Y tener un romance con él, sería  sumergirse en el caos.
Y aún así, anhelaba dejarse llevar y experimentar aquello que Kenai le ofrecía. Quería seguir descubriendo  lo que él le provocaba, esa mezcla de ansiedad y de seguridad, quería seguir viéndose a través de los ojos de él que parecía saber siempre cómo se sentía y encontrar las palabras exactas para alentarla. Y quería más besos como el que la tenía  tan confusa.
Finalmente se  quitó el abrigo, guardó su precioso  vestido nuevo y se dio un baño mientras intentaba poner en orden todo lo sucedido. Había salido dispuesta a conocer a alguien y se había encontrado con la peor cita a ciegas, luego había aparecido el hombre más inesperado y le había ofrecido el romance que buscaba.
No importaba las veces que lo pensara y le diera vuelta terminaba siempre en la misma encrucijada, se sentía atraída pero él, pero era Kenai.
Le costó dormirse y al despertar todavía se sentía cansada, bebió  un par de tazas de café  y cuando volvió a sentirse humana, decidió  que se daría una tregua, iría de compras y no pensaría  ni en Kenai ni en nadie, solo en ella misma.
Tuvo que llamar un taxi que la llevara al centro, primero pasó a resolver lo del auto de alquiler y  por el mecánico para que le informara como iba su camioneta, una vez que le aseguraron que estaría al día siguiente, siguió hacia la zona de la tiendas.
Comprar ropa nueva no se relacionaba con  seguir estereotipos o ser superficial, sino que se trataba de recuperarse. Durante muchos años se había descuidado, pero recordar el horrible vestido rojo con que había acudido a la cita y  pensar que no tenía nada bonito  en su guardarropa le daba pena ¿Cómo había podido ser tan cruel con ella misma?  Necesitaba reconciliarse con la mujer que era, sentía que  acababa de despertar de un largo sueño, uno en que la última vez en estar despierta era una niña feliz y, al abrir los ojos nuevamente, era una mujer de treintainueve años que estaba perdida. Tenía mucho para hacer, necesitaba estar orgullosa de Rachel Thomasson y aunque fueran pasos pequeños, debía darlos.
Entró en una tienda cara, antes no se había animado, y buscó   prendas acordes a ella. Aceptó los consejos de las vendedoras y se probó  todo lo que la tentó.
Escogió un par de vestidos, un sweater crema de cuello volcado y suave como seda , otro en negro, pantalones cómodos, y un par de camisas bordadas. También escogió un abrigo azul que servía para el uso diario y que se veía muy bien. Salió contenta con sus compras, y justo en la tienda de al lado, algo llamó su atención, vendían ropa interior. Dudó en entrar, pero al final se animó.
Había prendas de encaje, de tul y texturas sugerentes. Sin embargo, se sintió algo cohibida y terminó eligiendo algunos conjuntos sencillos, colores claros y con algún detalle que los embellecía. Observó la sexy lencería en rojo y negro, por un segundo tuvo una visión fugaz de una noche pasional, pero se avergonzó de dejar correr su imaginación, y dejó las prendas, no eran su estilo. El cambio que quería no se trataba de convertirse en alguien que no era, sino en rescatar lo mejor de sí misma.
Luego fue a  la zapatería, necesitaba algo más que zapatillas de deporte , borcegos y botas de trabajo. Tenía sólo dos pares de zapatos para salir. Recorrió las exhibidoras y se dejó seducir, buscó calzado lindo y cómodo, pero también  eligió un par de zapatos con tacón alto. Siempre se había sentido un poco cohibida por su altura, si usaba tacón solía pasar a la mayoría de los hombres, pero ahora no le importó. Su consciencia traicionera le dijo que porque Kenai era  alto, lo suficiente para que ella usara lo que quisiera sin sentirse un gigante.
Cuando salió cargada de paquetes, se dirigió a un restaurante cercano, se sentó junto a la ventana, pidió  pescado y pastas, que eran la especialidad de aquel lugar, luego se permitió disfrutar tanto de la comida como del descanso. No recordaba haber hecho eso antes, estar sola comiendo  en un restaurante. Usualmente preparaba comida en la casa para su familia, luego para Evan o comía algo rápido en el negocio. Y de ir a algún lugar a comer, lo hacía acompañada, nunca se le había ocurrido hacer algo tan sencillo como disfrutar de una comida sola. No es que la soledad fuese aconsejable, pero tampoco era una enfermedad, algo denigrante, sin embargo había muchas cosas que una persona no se animaba a hacer si no tenía compañía. De hecho , allí mismo  era la única mujer sola, era extraño, pero debía aprender simultáneamente dos cosas, a estar sola y sentirse bien con ella misma y a estar con otra persona.
Quiero ser más que el amigo de tu hermano, quiero ser un hombre para ti”, las palabras de Kenai resonaban en su cabeza cada vez que pensaba mucho. Deseaba encontrar a alguien, permitirse querer y ser querida, pero no estaba segura de estar preparada. Él no era una persona más en su vida, era casi parte de su familia, no imaginaba cuáles podían ser las consecuencias o si podría afrontarlas. Pero estaba tentada, mucho.
Después de comer, regresó a su casa. Llevó las bolsas a su habitación y mientras acomodaba  lo que había adquirido, jugó a probarse ropa y zapatos como si fuera una adolescente. La imagen del espejo seguía resultándole extraña,  tanto tiempo sin preocuparse por sí misma habían resultado en que al mirarse esperara encontrar a alguien más, a la que era años atrás, pero ahora, de a poco, iba acostumbrándose a esta que era a los treinta y nueve años.  Se recostó y se quedó dormida, al despertar era ya de noche, parecía que su cuerpo aún cargaba un cansancio de años. Se abrigó y salió a tomar algo de aire, era una noche preciosa, el cielo estaba lleno de estrellas, inspiró profundo y se sintió renovada. Se quedó allí, quieta  delante de la casa, observando, escuchando, llenándose de la naturaleza que amaba. Llevaba mucho  tiempo sin permitirse ser tan sensible ante lo que la rodeaba, los árboles, la fragancia del aire nocturno, los sonidos mínimos de  los animales.
Miró en la dirección hacia la que estaba la casa de Kenai y pensó que él también era   parte de aquel redescubrimiento de sí misma, y que también sentir las emociones que le provocaba era algo que quería permitirse.  Era un camino que no sabía  a dónde la llevaría, y le daba mucho miedo  empezar a recorrerlo, pero  sí quería intentarlo.
Y a la mañana siguiente dio el primer paso, le envió un mensaje a Kenai.
“Aún no tengo una respuesta, pero, ¿almorzarías conmigo?”  Estuvo ansiosa y casi arrepentida hasta que le llegó la respuesta.
“Me encantaría, pero hoy me tocó cuidar a mi sobrino, si no te molesta, ven a almorzar con nosotros en casa”,  respondió y Rachel dudó por un momento, almorzar en su casa con el niño, sonaba demasiado familiar. Sin embargo, aceptó.
“De acuerdo, llevo el postre.”



Rachel pasó por la cafetería de Anke, no tenía confianza con mucha gente pero sí con ella, así que le comentó al pasar que iría a comer con Kenai y su sobrino y que  llevaría el postre. La alemana no hizo ningún comentario, ni indagó, sólo preguntó qué le gustaría llevar y la joven agradeció su discreción.
-No lo sé,¿qué me aconsejas?
-Al pequeño Anori le gustan los postres con fresas y crema, en cuanto a Kenai, es como tú , le gusta el chocolate – sugirió y sonrió traviesa. Rachel se sonrojó  levemente porque su corazón se había sobresaltado por algo tan vano como coincidir en gustos con él.
-De acuerdo, entonces llevaré tres tartaletas de fresas y una tarta grande de las de chocolate con menta-pidió.
-Buena elección, Rachel – dijo la mujer guiñándole un ojo, y la joven sospechó que no se refería meramente a los postres.
Un rato después se encontraba frente a la entrada de la casa de Kenai, estaba nerviosa, era algo ridículo, pero  no podía evitar la ansiedad, sentía que estaba dando un paso hacia adelante, hacia lo desconocido. Finalmente se armó de valor y golpeó a la puerta. Le abrió un niño que le sonrió tímidamente, al mismo tiempo salió Nieve para saludarla efusivamente y desde atrás de aquel par se asomó un hombre que terminó de abrir la puerta.
-Bienvenida, pasa, por favor – dijo Kenai y ella entró.
-Traje esto – dijo extendiendo torpemente la caja con los postres.
-Gracias – dijo él tomándolo y se lo pasó a su sobrino – llévalo al refrigerador, Anori – indicó y luego  la ayudó a quitarse el abrigo – Ponte cómoda, ya termino  de hacer la comida, me falta poco – dijo y ella asintió.
-¿Qué estás preparando? – preguntó curiosa, ver a Kenai en la cocina mientras sus sobrino lo asistía, era algo muy agradable, hogareño y cálido.
-Salmón marinado y papas al horno, espero que te guste, debí llegar a algo término medio para complacerlos a ti y  a Anori, ni hamburguesa ni nada muy elaborado.
-Es  una buena elección, señor chef – respondió y se dio cuenta que cada vez era más fácil hablar con él, bromear- ¿Puedo ayudar en algo? – preguntó mientras lo veía trabajar.
-Eres la invitada- contestó
-Pero me siento algo inútil.
-Eso jamás – dijo él girándose a mirarla, y algo en la intensidad de su mirada la hizo sonrojarse. Ella lo había dicho casualmente, pero la mirada de Kenai implicaba mucha más profundidad como si en verdad pudiese ver dentro de su caos interior.
-Tío, ¿falta mucho?- preguntó Anori y su estómago hizo un ruido elocuente que hizo reír a todos y acabó automáticamente con aquel clima que se había creado entre los dos adultos.
-Ya está, alcánzame los platos – respondió Kenai.
La comida estuvo deliciosa, la charla también fue agradable, sobre todo porque Anori se parecía mucho a su tío, una vez en confianza era cálido, dulce y divertido. Rachel temía que no la aceptara, inmiscuirse en ese día que era de Kenai con el niño, pero no fue así. Fue un momento grato para los tres y después del  almuerzo compartieron el postre que ella había llevado. Tanto Kenai como Anori se mostraron entusiasmados con su elección.
-Anke me dijo cuáles eran sus favoritos – dijo ella al sentirse expuesta por el entusiasmo de ellos.
-Gracias – dijo él más entusiasmado por el interés de ella que por el postre en sí.
Tras el postre, decidieron salir a caminar, Kenai se encargó de abrigar a su sobrino , Rachel lo observó  atentamente. Era extraño como situaciones así la conmovían profundamente, quizás fueran sus hormonas, quizás era que se estaba permitiendo sentir o quizás simplemente la magia de ese hombre.
Después de abrigar a su sobrino se acercó a ella y le puso una bufanda al cuello. Lo miró sorprendida.
-Hoy parece invierno, y no viniste abrigada. Además nunca se sabe cuánto tiempo permaneceremos  afuera con esos dos- se justificó señalando a Nieve y al niño- Vamos – la invitó y ella asintió. Salieron los cuatro.
Anori y el perro se les adelantaron para jugar.
-¿Él está mejor? – preguntó Rachel.
-Sí, lo va superando, y está siendo rodeado de dosis extras de amor familiar.
-¿Y tu hermana?
- Está mejorando también, y rodeada por el amor de mis padres. Creo que la parte más difícil para ella es dejar ir la vida que había soñado junto a su ex marido, resignarse a que eso ya no será.
-Es difícil renunciar a los sueños.
-Lo es, pero más difícil es seguir manteniendo algo que no te hace feliz, y  ya no lo eran.
-Es aterrador pensar que dos personas se eligen, tienen hijos, sueños en común y que eso se derrumba un día- evalúo Rachel.
-Yo creo que lo único que se derrumba es lo que no está bien construido, también pasa con el amor si las bases no son sólidas.-Aseveró él. La joven iba a preguntarle cómo se construía un amor que durase para siempre, pero mientras dudaba en poner en palabras sus erráticos pensamientos, comenzó a nevar. Una nevisca suave, fuera de temporada.
-¡Ohhhhh, está nevando!- exclamó. Vivía allí y la nieve era parte de su vida, pero aún así le sorprendía su belleza, más cuando era suave y leve como en ese momento.
-Maravilloso – dijo Kenai acercándose a ella y sacudiéndole unos copos del cabello.
-¡Está nevando! - gritó feliz el niño, llegando hasta ellos.
-Es precioso- respondió ella y antes de que pudiera reaccionar, Kenai la tomó de la mano y salió corriendo llevándola con él, mientras su sobrino y  Nieve los seguían entre risas y ladridos.
Un rato después, los adultos  terminaron sentados en la tierra para recuperar el aliento.
-Creo que estoy mayor para esto, pero fue divertido – dijo Rachel sonriendo plenamente.
-Te queda bien – dijo Kenai.
-¿Mmmm?– expresó girando hacia él.
 -Reírte, disfrutar sin preocuparte.
-Estoy aprendiendo a volver a hacerlo – respondió y no agregó que él  contribuía en gran parte a ese aprendizaje.
El perro y el niño , cansados de corretear se acercaron a ellos.
-¿Regresamos? – preguntó Kenai a su sobrino y este asintió.
Volvieron caminando  despacio, disfrutando el aire frío y el paisaje. Cuando llegaron, Kenai preparó chocolate caliente y después de beberlo, Rachel se despidió de ellos.
-Quédate, puedes cenar aquí- invitó Kenai.
-Gracias, la próxima vez, es justo que Anori y tú tengan un tiempo  a solas también.
-Rachel…
-Lo pasé muy bien, en serio – aseveró ella y cuando el niño se acercó a despedirla, le dio un abrazo –Eres un encanto, gracias por todo.
-Vuelve pronto- se despidió Anori.
-Lo haré – dijo ella y Kenai la miró.
-No puedes retractarte.
-No lo haré.
-Vamos, te acompaño .
-Puedo irme sola, y no deberías dejar a tu sobrino.
-Eso es verdad – dijo contrariado- Pero al menos  te acompañaré un par de metros- concluyó y así lo hizo. Caminaron juntos en silencio un trecho, hasta donde Kenai aún podía observar su casa cómodamente.
-Hasta aquí – indicó Rachel y él hizo un gesto mínimo, hubiera deseado acompañarla pero Anori era su responsabilidad.
-Es una pena que no trajeras tu camioneta.
-Quería caminar.
-Cuídate y avísame cuando llegues a tu casa – dijo serio y eso la hizo sonreír, que la cuidaran. Y también le dio valor.
-Gracias, por todo – dijo acercándose a él, se estiró un poco y le dio un beso suave, tomándolo desprevenido. Después se apresuró  para alejarse antes de que él reaccionara.

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