Y nuevamente se hallaba con una taza de café en su terraza, salvo que aquella vez miraba a las estrellas, siendo aún el mismo día.
Demasiada calma a su alrededor, para lograr un sueño reparador.
Eran las cuatro de la mañana, cuando aún se hallaba mirando de tanto en tanto, la sonrisa de su hijo en las fotografías, que le había hecho llegar su madre.
Aspiró con fuerza, cuando sopló una suave brisa y le llevó el olor del jazmín, que tenía al otro lado de la terraza.
Lo que para unos era una tontería, para otros era una gran batalla, dejándote una herida en tú corazón, en ti misma. Pero muchas veces, la propia vida te daba un salvavidas, y en la de ella, había sido su hijo.
Algo por lo que pedía, poder tener siempre a su lado hasta su último aliento. Porque motivos como aquel, no había más fuertes en querer sonreírle a la vida, al día a día.
Comprendía el amor de su familia y amigas, en decirle que, por una espina, no debía cerrarse. Pero ésa espina, había sido dura de arrancar.
Era difícil, tener que aceptar que una relación podía tocar fin, aunque la chispa del amor aún siguiera encendida.
Y vivencias como aquellas, te dejaban marca respecto al amor. ¿Por qué quién te aseguraba que no iba a volver a ocurrir?
El brillo de la pantalla de su teléfono móvil, le llamó la atención en mitad de la noche, apoyado en el muro de la terraza. Logrando que dejara a un lado la taza, y alargara la mano, suponiendo que era alguna de sus amigas, sin poder dormir por querer saber, qué diantres había ocurrido con Oliver, al llevársela al despacho.
Lo llevaban claro, de que les contara algo. Estaba enfadada con ellas y con su hermana. Porqué le hacían aquello. Estaba bien como estaba. Y salidas como aquella, pero sin ningún Oliver de por medio, le subían el ánimo.
Si seguían con aquel juego, solo iban a lograr derrumbarla. No quería volver a vivir dentro de un remolino de emociones.
Sus ojos se achicaron, al descubrir que quien molestaba aquellas horas, no era más que otro, que su grano en el culo.
Oliver: ¿Me lo cuentas ya? Sé que estás despierta, imposible que duermas tras lo ocurrido. No lo hago ni yo.
-Jilipollas... -Susurró en voz alta, en mitad del silencio de la noche.
Con gran enfado, decidió descubrirse. Mostrar que era cierto, que estaba despierta. Plantarle cara una vez más. Así, que abrió el mensaje, completamente segura que se hallaría éste en línea.
Y así era.
Estela: ¿Qué puñetas quieres de mí?
Agarró su taza de café del poyete, y decidió ir a sentarse en el sofá balancín que había en un rincón de la terraza. Y recordando unas imágenes, que vio por Instagram, que le hicieron gracia en su momento, fue a buscarla. Al ver que seguía éste callado. Seguro, meditando qué decir, para describir lo ocurrido de aquella noche y que su hermana, pillara por donde iba la discusión que iban a mantener aquella madrugada.
Y sonriendo, copió y subió...
Estela:
Y al segundo, recibió un emoticono del hombre riendo.
Suspiró aliviada, al ver que no se hacía aquella vez fotos así mismo para mostrarse. No creía poder sobrevivir a él, a su mirada, pues aún evocaría más lo que había sentido con él.
Oliver: Yo también puedo hablarte con imágenes, para responderte. Mira...
-Oliver: Somos clavaditos. ¿A qué sí?
¡Maldito fuera! Era rápido y bueno, jugando... No se esperaba que le enviara una cosa como aquella. Pero no podía negar, que, desde el primer segundo, el no paraba de comunicárselo. Es solo, que no se lo creía... No quería creerlo. No estaba preparada para creer.
Mejor, era atacar y no dejarse llevar por el camino que él quería. O hacerle ver, que no quería saber nada, por mucho que pudiera querer comérselo entero... ¡Joder! ¡si es que seguro, que estaba de rechupete!
Pensó sulfurada lanzándose en busca de una respuesta.
-Estela: Oliver, Oliver... Acepta la verdad –decidió ponerle, mientras buscaba su imagen.
-Oliver: Ilumíname cobarde.
Oliver: En la gloria estarías si aceptaras tú, la realidad, pequeña revoltosa. Me vas a decir, que no te gustaría relajarte aquí a mi lado.
- ¡Joder! –Dejó de mecerse en el balancín, mientras con rabia sus ojos se perdían en aquella fotografía de él mismo.
El muy necio estaba tumbado en la cama. Y apostaba que desnudo por la temperatura que hacía.
Aquello no se hacía, era jugar sucio y lo sabía. No valía, recordarle de primer plano, lo que podría estar sucediendo aquella noche, si ella no se hubiese echado para atrás en su despacho.
¡Dios! Soltó un gemido en la profundidad de su garganta, al sentir como despertaba su deseo entre sus piernas. Algo que debía calmar como fuera.
Estela: Tú solo buscas esto, ofrece sinceridad también pequeño grano en el culo.
Oliver: Nunca te he negado, que el deseo sexual no exista entre nosotros dos. Y lo sabes, es más, el primer día, en aquel cubículo te lo demostré. Y tú, sabes desde un primer instante que es cierto. Por supuesto que me encantaría poderte tener aquí en mi cama desnuda, que es lo que habría sucedido, si no hubieses retrocedido en el último instante, cuando tenía mi cabeza entre tus piernas.
Y ahí, iba la confesión, para que su hermana Laura supiera de qué iba el tema. ¡Maldito playboy!
Oliver: Sé que te ha frenado algo, y te hallabas molesta porque temías que tú hermana me lo hubiese dicho...
Estela: Cosa que estas aprovechando ahora, para intentar averiguar al decir todo esto en la charla común.
Oliver: No lo niego, estoy dispuesto hacer lo que sea, para mostrarte lo que quiero.
Leyó aquello, sabiendo que era cierto. Oliver, era uno de ésos hombres que iba con la verdad por delante. Y que lo qué quería, lo cogía.
¿Pero por cuánto tiempo?
Algo que no se atrevía a preguntar ni a querer saber, por miedo a que todo se quedará en un quizás.
Por ello, ahí iba otra imagen.
Estela: Esto es lo que yo quiero
Oliver: ¿De verdad qué no te apetece una cosa como ésta?
Estela: Para mí el amor es...
Estela: Ya no tengo nada más que decir. Pasan los minutos con una conversación tonta, donde nunca vamos a llegar a ningún acuerdo. Tú quieres una cosa, que yo no estoy dispuesta a dar. Deberías asumirlo. Yo ya no tengo nada de amor que ofrecer salvando a mí hijo. Y recalco en una cosa, me da pereza pensar en un solo revolcón y todo lo que conlleva con ello, por sí es eso lo que más se asemeja a lo que tú dices querer. No quiero vivir más falsedades. Vivo a través de lo que siento. Buenas noches Oliver.
-Terca tonta –Susurró Oliver, dejando caer su móvil a un lado de su cabeza en la almohada, mientras soltaba un profundo suspiro y miraba el reloj, viendo la hora que era y él, sin sueño todavía, pues solo hacía que pensar en ella.
Puede que el ir tan directo, lo estuviera estropeando todo con ella. Puede que tuviera que mantenerse por una temporada corta, alejado.
Pero era difícil actuar de aquella manera, cuando tú corazón solo bombeaba ahora por ella, por sentirla, por oírla, por hacerla reír o enfadarla.
Nunca se imaginó, que cuando su trabajadora y amiga Laura, le hablaba de su hermana, le estaba hablando de la persona que iba a cambiarle la visión del día a día, de su vida solitaria.
Pero aquel día en el bar, cuando sus miradas se cruzaron, se sintió atrapado por aquellos ojos. Desde su interior, algo que nunca había pensado encontrar, la reclamaban como suya. La sentían como parte de su vida. Era como si ya se conocieran sin haberlo hecho aún.
Y por ello, que iba a esperarse. Iba a ir con cautela, hasta que ella lo pidiera. Porque sabía, que entre ellos había un destino, que podían escoger vivir.
Y él, lo quería vivir.
Lunes, cuatro y media de la tarde.
Volviendo a la normalidad. Tras haber pasado un fin de semana algo peculiar y raro, en el cual, que su hermana no hubiera dicho nada ante la conversación de la otra noche con Oliver, era muy extraño. Sabía de Gemma, por su discreción, pero no era el caso de su hermana.
Y Oliver, tampoco había respirado el domingo. Ni en todo el día, habían dicho nada... De modo, qué pintaba aquel grupo abierto si no lo utilizaban. Meditó, mientras se disponía a caminar tras cerrar la puerta de su tienda, para ir en busca de su hijo.
Ya tenía el dedo puesto encima del chat, para presionarlo y que salieran las opciones, de vaciar o borrar, cuando sintió un fuerte golpe y se vio arrastrada por el suelo, con alguna voltereta que otra.
¡Pero qué puñetas había pasado!
Gimiendo por el dolor que sentía, alzó la vista para ver cerca de ella la rueda de una bicicleta girando aún en el aire, y de pronto a su lado, un chico con rostro pálido.
- ¿Dime que estas bien, por favor? –Suplicó el joven, atormentado por el horror de lo ocurrido –Mientras se agachaba junto a ella, y plantaba su rostro a su altura .
-Deja que pille un poco el aire –Alzó la palma de su mano, para saber qué zona reclamaba más atención, porque en verdad, le dolía hasta la rabadilla del culo.
-Mil disculpas –Soltó con preocupación, se me quedó la rueda enganchada en el agujero del asfalto y salté encima de ti –hizo un gesto negativo de cabeza-. Reconozco que iba demasiado rápido.
-Creo que me duele el cuerpo entero, por las piruetas que di sin haber calentado antes la musculatura –Soltó con humor, para menguar la cara asustada del joven-. Ayúdame a levantarme y miramos si... ¡Joder! –Bramó en voz alta, cuando giró su pierna, para apoyar su peso en el pie e izarse, que notó todo un calambre por ella.
-Llamo a la ambulancia –Zanjó el joven, sin aceptar ninguna opción más.
-Espera... -Pidió desde el suelo, con miedo a volver hacer cualquier gesto-. Mi hijo, yo... -Fue entonces, cuando reparó que no tenía su teléfono móvil en las manos-. ¿Mi teléfono? –Soltó mirando por su alrededor.
-Allí –Dijo éste, señalando con su cabeza la rueda de un coche aparcado, para acercarse y agarrarlo-. Aquí tienes, pero llamo a la ambulancia.
-Un segundo por favor –Volvió a clamar, aspirando profundamente, para centrarse mientras desbloqueaba el aparato-. Quiero solucionar si pueden recoger a mi hijo.
-Pero deben mirarte –Acusó con enfado-. No pienso dejarte que te vayas así –Se cruzó de brazos el joven.
Alzó su dedo índice en disculpa, cuando la llamada daba tono.
-Laura, dime que puedes escaparte y recoger a Daniel del colegio por favor –Soltó con súplica-. Verás yo... ¡Ey! –Protestó veloz, cuando vio como le arrancaban el aparato de las manos.
-Quiero asegurarme –Soltó el joven con el ceño fruncido-. Hola, soy el chico que acaba de atropellar con la bicicleta a ésta mujer, y debería ir al hospital, creo se hizo bastante daño en el tobillo... -Calló por un segundo-. Es más terca que una mula, sí –Sonrió, sin dejar de observarla y ver como hacía pucheros ante su charla-. Sí, en la calle sol... Bien de acuerdo, hasta ahora... -Y tras colgar le hizo entrega del teléfono.
-Que no te preocupes por tú sobrino –Indicó ya más calmado-. Y que ahora irás al hospital a que te miren ése pie –Indicó, caminando hacía su bicicleta y poniéndola de pie, apoyada contra la pared de la acera.
-Gracias –Aceptó mirándolo con la mirada entrecerrada-. Has pensado en ser jefe, tienes dotes de mandar –Soltó con tono puntilloso, arrancando una carcajada del joven.
-Gracias –Se sentó en el suelo, junto a ella-. ¿Quieres agua o algo parecido?
-No, gracias –Resopló con un gesto negativo de cabeza-. Solo espero que sea dolor del golpe y nada más...
-Lo siento mucho yo... -Fue detenido, por la mano levantada de ella.
-Me llamo Estela –Sonrió con sinceridad.
-Alberto –Aceptó gustoso-. Cualquier cosa que necesites, me gustaría que me llamases –Soltó con su teléfono en mano-. Dime tú número.
-No va hacer falta –Se negó rotundamente.
-Eso ya lo veremos y si no es así, me alegro. Pero me gustaría saber que estás bien –Volvió a insistir.
-Pesado –Gruñó, mientras le pasaba su número a regañadientes.
-Gracias –Sonrió, justo cuando se escuchaba frenar un coche al lado de ellos, en el vado que tenían un metro más adelante.
-Mierda –Susurró con la mirada entrecerrada, al ver un coche que admiró días atrás, y que, de él se apeaba el mismísimo Oliver.
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