jueves, 19 de julio de 2018

Reencuentro Dorado Final


Llegó junto a los niños, justo cuando el rostro de su hijo se desencajaba, por reconocer quien venía en el vehículo.
- ¡No! –Gemía asustado-. Papá, no dejes que se nos lleve.
-Tranquilo Max –Le apoyó un brazo en el hombro-. Porque no te llevas a Marie, dentro de la casa.
El pequeño asentía con un gesto de cabeza, justo cuando oía, como se abría la puerta del vehículo.


-Vamos Marie –Agarró de la mano a una reticente niña.
-Pero quiero saber quién viene –Soltó con tono insistente, sin hacer caso al tirón de su mano.
- ¡No! –Chilló Max, mirándola con enfado-. Ése hombre es muy malo. Viene a llevarse a mí madre y a mí –Los ojos de la niña se abrieron asustados, para dejar de forcejear y entrar en la vivienda, donde se toparon con una Regina con el rostro gris, con paso tembloroso.
-Subiros arriba a tú dormitorio, cerrad la puerta y no la abras hasta que te lo pidamos tú padre o yo –Su voz rota, apenas era la alegre que se había acostumbrado a escuchar desde que se habían mudado con Sandro.
- ¿Hago mi maleta? –Preguntó con miedo el niño, recurriendo a lo que ya habían puesto en práctica alguna vez. Sin notar la sombra que cubría los ojos de la pequeña que aún seguía agarrada a su mano.
- ¡No, tesoro! –Se acercó a él, para darle un beso en la frente-. Nadie se nos va a llevar. Ahora, vivimos aquí, es nuestra casa y nosotros mandamos sobre nosotros. Pero es mejor, que no estés ahora cerca de él.
-Bien –Asintió con la cabeza y seriedad-. Vamos Marie, subamos a mi cuarto.


A pesar de haberle dicho a su hijo, que todo iba a ir bien. El miedo en su cuerpo, le hacía temer lo peor con su tío allí.
Con paso tembloroso, se acercó a la puerta que daba afuera, para soltar un ahogado gemido, al hallar a Sandro agarrando por el cuello al hombre, que le había ayudado a su padre a robarle parte de su vida, sujetándolo contra el vehículo en el que había llegado.


Aquello, hizo que se quedara algo paralizada del miedo. Pues no quería que Sandro recibiera daño alguno, por culpa de ellos. Y que tampoco le sucediera algo, si hacía daño a su tío y su padre, decidía intervenir de forma legal contra él.
Pero antes de que llegara a pensar qué hacer, un nuevo vehículo entró por la rampa de la casa con cierta ferocidad, deteniéndose de forma brusca.
Santino, corrió hacía su amigo para agarrarlo de los hombros y apartarlo del otro hombre.

-Detente Sandro, no cometas ninguna estupidez –Lo agarraba con fuerza tras la espalda, mientras le dirigía también una mirada dura al visitante-. Será mejor que vuelva a su coche y vuelva por donde vino. Aquí no es bien recibido.

-Ya puedes soltarme –Rogó a su amigo, aún con la cara desencajada, por el enfado que estaba conteniendo. Pero soltó un profundo suspiro, al ver como era liberado de su agarre. Sin apartar en ningún momento, su mirada del hombre que tenía enfrente suyo.
Alguien, con quien no esperaba toparse en su propia casa. Pero sabía, que tarde o temprano, iba a tener noticias suyas al haber decidido vivir en Italia.
Pero ahora, no debía temerle aquella figura masculina.
No era el niño sin nada. Ahora, era un hombre con cierto nombre. A decir verdad, igualaba al padre de Regina.
-No sé qué viniste a buscar, pero dile a Aurelio, que no vuelva a intentarlo –Alzó su dedo índice en amenaza-. Aquí, no hay nada que le pertenezca.
-No fui enviado por él –Se atrevió hablar, enderezando su cuerpo, llamando la curiosidad de los que estaban allí-. Vine por mi propia voluntad en son de paz.
-Perdona –Se rió con sarcasmo Sandro, dando varios pasos hacia él-. ¿Qué pretendes? –Siseó entre dientes, notando como Santino lo flanqueaba desde muy cerca.
-Entregarle una cosa que le pertenece a mi sobrina –Dijo con tono serio, mirando por un segundo hacia la columna donde medio se escondía ella-. Fui un idiota necio –Volvió a posar sus ojos, en Sandro-. Lo comprendí tarde. Lo siento Regina –Dijo con cierto pesar-. Debía haberte informado mucho antes –bajó su mirada al suelo-. Yo, siempre he sabido pro dónde te movías, pero desde hace mucho que a tú padre, le comunicaba que te habíamos perdido el rastro. Fue tarde, cuando vi todo el daño que se te había hecho. Pero tú padre –Resopló pesaroso-. Ni quiere abrir los ojos, ni aun cuando sabe que no vivirá más allá de éste año –Allí, Sandro se volteó en busca de ella, para ver como había salido de detrás de la columna, con un semblante pálido-. Sí, pequeña –Asintió el hombre mayor-, se está muriendo. Pero no se merece ningún gesto de compasión.

- Ha intentado algo más, ¿verdad? –Señaló Sandro, obteniendo al momento una afirmación de cabeza por parte de él.
- ¿Qué quería? –Se atrevió a preguntar Regina, saliendo de debajo del porche y caminando hasta Sandro, para agarrarlo del brazo con fuerza.
Necesitaba sentirlo cerca, su calor, su fuerza, porque sabía que su tío iba a darle una mala noticia.
-A Max –Soltó con rabia-. De hecho, aún lo quiere.
- ¡No! –Exclamó aturdida-. Es imposible, que quiera arrebatarme a mí hijo. No puede...
-Quiere presentar informes médicos, que no te hayas capacitada para su cuidado y crianza –Su voz sonaba cansada-. Sabes que juega sucio, que se mueve en un mundo corrompido...
-Yo... -Se giró en busca de la mirada de Sandro-. Tengo miedo... No quiero...
-Schhh –Le dio un beso en la coronilla. - No quiero que pienses en huir –Sus manos le enmarcaron el rostro.
-Pero si me quedo aquí, le estoy dando facilidades –Señaló con el miedo en el cuerpo-. Sandro, si pudo separarnos hace tanto tiempo, también es capaz de lograrlo con Max.
-Tesoro –Le sonrió, frotando sus brazos con movimientos seguros-. Ya no somos unos críos.
-Pero sigue teniendo poder –El miedo ya anidaba en ella.
-Cálmate Gina –Subió sus manos a su rostro, para que sus ojos se encontraran-. No va a ocurrir.
-Él tiene razón –habló su tío-. Por ello, que vine en tú búsqueda –Por primera vez, veía una sonrisa de cariño en él-. Y cuando me notificaron, dónde estabas, no sabes lo mucho que me alegré de que volvierais a estar juntos –Se alzó de hombros-. Porque de ése modo, lo que iba a pediros, es pan comido.
Sandro, alzó una ceja de forma inquisitiva, sin creerse aún, que el hombre se hallaba realmente allí.
- ¿Qué petición querías pedir?
Alzó un momento su dedo índice, mientras sonreía volviendo a meter parte de su cuerpo por la ventanilla del coche y cuando, salía del interior los tres soltaron una pequeña exclamación.
¡Una carta dorada!
En sus dedos, había un mal trecho sobre dorado.
-Lo primero, era encontrarte y darte lo que te pertenece, desde hace muchísimos años –Confesó, observando a su nerviosa sobrina.
Allí, Regina rompió en un mar de lágrimas, para dar un paso hacia su tío y poder tocar por fin, su destino dorado.
Una vez, que sus yemas notaron la pequeña suavidad y rugosidad, de aquel papel dorado misterioso, se giró con una enorme sonrisa en busca de la mirada de Sandro.
- ¿Cuándo me llegó? – Logró preguntar sin tartamudear a pesar de estar llorando.
El hombre, aspiró profundamente antes de mirarlos con gran desconsuelo.
-Cuando apenas tenías seis años –Confesó, observando la sorpresa en las tres personas que tenía allí con él-. Tú padre, abrió el sobre, pero aún no sabíamos quién era él. Después, con el paso de los años –lo miró para sonreír levemente-. Él, vino a presentar sus respetos –Suspiró-. Ojalá, lo hubierais llevado en secreto… Puede que las cosas hubieran ocurrido de diferente manera –Volvió a sonreír-. Anda –hizo un gesto con su barbilla-. No tienes igualmente ganas de abrirlo.
Regina asintió, mientras que con dedos temblorosos sacaba la hoja del interior del sobre roto.
Y tras ver el nombre de Sandro, se lo llevó al corazón para poder dar un gran suspiro de alivio, al poder demostrar lo que siempre había sabido, lo que le habían arrebatado. Pero aquello no iba a detener a su padre.
-Mi intención, una vez que te hubiera dado el sobre, hubiera sido incitarte a buscarlo y que te casaras con él.
- ¡Tío! –Exclamó por la impresión.
-Es lo más lógico y seguro –Se alzó de hombros éste sonriendo. 
- ¿Casarnos? –Repitió casi con timidez Regina, no pudiendo evitar que sus mejillas se sonrojaran.
-Sí, es momento de cumplir con vuestro destino de una vez por todas –Sonrió el hombre-. Creo que ya llevaríais muchos años de matrimonio, si no hubiera sido por culpa de Florencia.
-Yo no lo veo mal –Se alzó de hombros Sandro-. Sabes que la semana que viene, íbamos a vuestra casa para hacer la mudanza de todo lo vuestro aquí –Se acercó a ella, para acariciarle la mejilla-. Sabes que iba a ocurrir tarde o temprano, es lo normal. Pero si lo apresuramos es mejor, para la protección de Max.

- ¿Pero es lo qué quieres realmente? -Se giró a enfrentarlo con cierta timidez.
-Me ofende que te lo llegues a cuestionar –Rio con un guiño de ojos-. Ya te dije cuando apareciste, que no iba a dejarte a marchar preciosa mía. Que iba a estar dónde tú estuvieras.
- ¿Entonces hay boda inminente? –Preguntó un Santino sonriente, con el teléfono en la mano-. Es para avisar a Jaimie, de que no haga planes.
-Sí –Rio feliz Regina, para girarse a su tio y reducir el ancho de su risa en una simple línea arqueada en sus labios, pero un brillo de agradecimiento en su mirada-. Gracias por esto –Alzó su carta dorada-. Significa mucho para mí.
-Te lo debía –Dijo con tono triste-. Ahora, sé que al casaros tú padre no tendrá mando alguno, sobre el pequeño Max.
- ¿Vas a volver junto a él? –Preguntó con dolor, por no poder contar con una familia.
-No –Negó con un gesto de cabeza-. Hace unos meses que me fui de su lado –Se alzó de hombros con cierto brillo en sus ojos-. Vi, que no aprecia a nadie de los que tiene a su lado. Solo vive por el sufrimiento a los que no se doblegan ante él... -Aspiró con fuerza- No vale la pena de dedicarle tus pensamientos, créeme...
- ¿Dónde vas a ir? –Preguntó con curiosidad.
Éste sonrió.
-Por suerte, fui listo y jugué en la bolsa como tú padre con pequeñas cantidades –Se alzó de hombros-. Me hice sin que él lo supiera, con una buena mochila. Creo que me voy a ir un poco por Londres. Pero si necesitas ayuda alguna vez con él, espero que me llames. ¿De acuerdo?

Regina asintió, con los ojos anegados en lágrimas. Para dar de pronto un salto y colgarse del cuello del hombre, rompiendo a llorar en un fuerte llanto. Logrando que éste, se atreviera a devolverle también el abrazo con fuerza y con lágrimas en sus ojos.
-Gracias –Logró pronunciar con un tono estrangulado.
-No, gracias a ti pequeña –Le sonrió, mientras se apartaba y se acercaba a Sandro, alargando su brazo, para darle la mano al piloto. Quien la aceptó de inmediato-. Cuida de ellos.
-No lo dudes –Respondió con un asentimiento de cabeza.
-Saluda a Max, pequeña.
- ¿No quieres que vaya a buscarlo? –Preguntó, dejándose abrazar por Sandro por la cintura.
-No –Volvió a negar, yendo abrir la puerta del vehículo-. Sería muy confuso para él. Quiero que le expliques lo de ahora, y si más adelante, él me acepta y quiere verme, lo estaré esperando –Comunicó sonriendo.
-Lo haré –Prometió Regina, observando como se introducía en el vehículo, lo arrancaba y se iba de allí saludando con la mano.

-Bien –Apretó el brazo Sandro, que tenía alrededor de su cintura-. Ha sido un momento muy intenso –Suspiró mientras soltaba el aire, que de alguna manera igualmente había contenido, por estar aquel hombre allí, después del daño que les había hecho tiempo atrás-. ¿Estás bien? ¿Quieres que te prepare algo?
-No –Sonrió alzando sus ojos, con sus pestañas húmedas para sonreírle con mucho cariño-. Creo, que será mejor ir a calmar a los dos pequeños que están encerrados arriba.
-Hay dios –Suspiró con pesar Santino, mientras con los brazos en jarra en su cintura, hacia un gesto negativo de cabeza-. Creo, que es mejor no digáis nada de la boda. Prefiero que mi mujer, hable antes con Marie –Sonrió con picardía.
-Vaya –Chascó la lengua Sandro-. Creo, que lo más conveniente, sería que hablara yo con mi princesita. Para explicarle bien todo.
-Si –Rieron Santino y Regina-. Es lo mejor. Toda tuya, yo estaré detrás por si necesita del abrazo de su papi.
-Cobarde –Rio Sandro a su amigo.
-Es el clon de mi mujer – Rio, siguiéndolos al interior-. Sé cómo las gastan, amigo.




Dos semanas después.
Desde donde estaba sentada, aún podía escuchar la música y las risas de la gente, que habían acudido a celebrar la boda de Sandro y Regina.
A pesar de que le gustaría estar allí, bailando con todos, con su padre, su abuela y demás personas, prefería quedarse un rato más allí a oscuras, bajo la luz de las estrellas.
Se sentía muy observada. Y aquello, la incomodaba un poco.
No es que no, estuviera contenta por aquella boda, es solo, que no sabía si ahora que Sandro, su tio, se veía tan feliz, iba a quererla igual manera que siempre. Ahora, debía estar pendiente de la dulce Regina, y del idiota de sui hijo Max.
Todos le habían recalcado, que nadie iba a cambiar.
Y veía, como Sandro seguía tratándola igual, pero el problema no era él. Ni ella. Sino Max... Él, era quien demandaba casi todo el tiempo del día, la atención de su tio.
De acuerdo que era su padre, tenía todo el derecho del mundo. Pero no entendía, porque le hervía la sangre, ante su sola presencia.
Estaba claro, que era su enemigo número uno. Y que hacía aquello aposta.
 -Hola enana –La interrumpió el objetivo de sus pensamientos-. ¿Qué haces aquí sola?

-Nada que te importe –Le respondió con tono seco e impertinente.
-Ya estabas soñando despierta –Soltó con socarronería, para acercarse a su lado en el muro de piedra.
-Nadie te invitó a sentarte a mi lado –Giró a mirarlo con rabia.
-Estas en el exterior –Le respondió con un guiño de ojos.
-No te aguanto –Respondió con odio-. Vete adentro, no te quiero a mi lado.
-Marie –La nombró cambiando su tono a uno más dulce-. Solo venía hacerte compañía, no me gusta verte triste.
Los ojos de la chica, empezaron a brillar por el cúmulo de lágrimas.
- ¡Que parte no entiendes, de que no te soporto! –Le gritó rabiosa.
-Toda –Respondió con sinceridad-. Es solo que yo seguiré intentando, para ver el día que eso cambie.
La chica allí, rio de forma sardónica.
-No creo que eso vaya a ocurrir nunca, Max –Le espetó con tono estúpido.
-Sé que ocurrirá –EL dijo con tono cariñosa y dulce sonrisa, captando la total atención de ella.
- ¿Por qué estás tan seguro? –Inquirió bajando su cuerpo del muro de piedra, y estirando la tela de su vestido.
-Porque eres mi destino Marie –Confesó bajo la luz de las estrellas, observando como ella lo miraba con expectación.
 -No –Negó con un gesto fuerte de cabeza-. Es imposible.

-Eres mi destino dorado –Volvió a insistir, sin dejar de observarla de forma seria.
-Me estás mintiendo, te estas riendo de mi –Exigió saber incrédula.
-No, Marie –Se bajó también del muro, para acercarse a un palmo de ella y por asombro de la chica, inclinarse un poco para abajo y depositar un roce de sus labios. Observando como ella, daba un paso atrás asustada e impresionada-. Eres mi carta dorada. Si no me crees, no haber quemado la tuya –Se encogió de hombros-. A pesar de lo que crees, yo no te odio.
-Pues yo sí –Enderezó su cuerpo, para mirarlo con mucha furia-. Hazte a la idea Max, que, a partir de ahora, aún le declaro más la guerra al destino dorado. Nunca seré tuya –Soltó aquella sentencia emprendiendo seguidamente la marcha a la carrera hacia el lugar donde estaban todos, dejando allí al chico, suspirando con gran pesar. 

-Maldita niña cabezona –Gruñó, mientras volvía a sentarse en el muro y contemplaba el cielo estrellado-. Espero no tardéis mucho, en hacerle ver de su error –Les habló a ellas, por si acaso, había algo que le escuchaba y le echaba una mano.  

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