Esos días previos a la boda, Marcos y Mía difícilmente se habían
encontrado y aún menos habían tenido la oportunidad de estar a solas. La familia de Mía llegó unos días antes de la
ceremonia y se instaló en el hotel, en el que Mía ya no se encontraba pues
insistió en buscar un departamento y, tampoco hubiera aceptado que su familia
se quedara ahí si Marcos no hubiera insistido.
Él hizo lo posible porque estuvieran cómodos y Mía empezó a
sentirse asfixiada por las preguntas de su familia y la instantánea simpatía
que parecían haberle tomado. Además que
había un grave problema, con ella al menos, comentaban lo diferente que era de
Sean. ¡Si eso le decían a Marcos sería
un gran problema!
– Es hermoso –alabó su madre con una sonrisa– no puedo creer que
sea la última prueba de tu vestido.
¡Este sí que es para ti!
– ¿A qué se refiere? –pregunto Rose desorientada, que había
acompañado ese día a Mía– ¿Cómo que este sí?
– A su otra boda, claro –comentó su madre y Mía le regañó con la
mirada– lo lamento, a veces la emoción me controla.
– ¿Otra boda? –murmuró Rose pero negó con la cabeza– ¿cómo
llevas todo, Mía?
– ¿Ah? –Mía se había quedado pensando en la inevitable realidad
de las palabras de su madre. La otra
boda no tenía, ni de lejos, la sencillez y elegancia de esta. El sentimiento tan profundo y maduro que
ahora sentía– bien, todo muy bien.
– Ah… –Rose hizo un gesto con el que Mía sintió un escalofrío.
Su madre se levantó a supervisar los vestidos de damas y Rose miró a Mía–
¿sabes? yo confiaba en que tú serías la mujer perfecta para mi hermano, ni
siquiera me planteaba la más ligera duda porque él siempre ha sabido lo que
hace. Pero –Rose suspiró– eso de que
comparen a Marcos con alguien más… y esta boda con otra… ¿de qué va todo?
– Yo estuve a punto de casarme en el pasado. Pero no pasó
–contestó escuetamente.
– Solo una cosa Mía, te aprecio mucho pero la verdad es que no
te conozco demasiado. Mis padres tampoco ni nadie más aquí. Marcos es… –los ojos de Rose ardían en
defensa de su gemelo– él es un gran hombre y no merece que nadie lo engañe.
– No lo engaño. Lo amo
–Mía espetó con pasión.
– Eso espero, Mía –por primera vez, Mía veía el carácter fuerte
que se escondía tras esa aparente risueña personalidad de Rose. Y asustaba
enormemente.
Mía se puso nuevamente su ropa y escuchó que Rose se despedía y
salía. Si ella, en esas pocas horas, había notado cuanto su familia recordaba a
Sean… no quería ni imaginar lo que estaría pensando Marcos después de días con
ellos.
Dejó a su madre en el hotel, le mintió diciéndole que
estacionaría el auto e iría con ella. Lo cierto es que se dirigió al departamento
de Marcos de inmediato.
– ¿Mía? –Marcos abrió extrañado pero la abrazó– ¿cómo llegaste
hasta aquí?
– ¿A ti tampoco te han dejado tranquilo? –Mía se desplomó sobre
el sofá– estoy tan agotada. Y,
naturalmente, pensé que aquí podría descansar.
– Amor –Marcos sonrió y fue a sentarse a su lado– ¿quieres algo
de tomar?
– Nada… solo quiero que me abraces. Muy fuerte, Marcos –pidió.
– Claro, Mía. ¿Sucedió algo? –inquirió con preocupación.
– No –negó y luego suspiró– sí. Marcos –empezó con cautela– tú
has estado con mi familia y te han recibido bien, les agradas mucho –él asintió–
pero… ¿te comentaron algo? –no sabía cómo preguntarlo.
– ¿A qué te refieres? –entrecerró los ojos y se encogió de
hombros.
– ¿Si? –Mía no quería insistir pero sabía que debía– ¿Marcos?
– Hablaron de… tu boda –él puso en blanco los ojos– tu otra
boda.
– ¿Ah sí? –ella ya lo imaginaba, pero igual sintió que un balde
de agua fría le caía sobre sí. ¿Por qué eran tan indiscretos?– ¿qué te dijeron?
– No mucho –contestó vagamente– nada, realmente.
– Pero ¿qué? –persistió.
– Cosas… nada concreto –Marcos soltó con renuencia– ¿por qué
eres curiosa?
– ¿Por qué no quieres decírmelo? –Mía hizo un mohín– ¿qué te
dijeron?
– Bien –Marcos suspiró, sabiendo que era en vano batallar con
Mía cuando se obstinaba en algo– Tu padre es bastante discreto, pero tu madre y
tu hermano son… bueno, al parecer tu hermano era muy amigo de Sean ¿cierto?
–Mía asintió– se nota también que tu madre lo apreciaba, pero no demasiado.
– ¿A qué te refieres? Marcos, eres increíblemente sutil a veces
–dijo Mía con sarcasmo.
– Tu madre ha comparado constantemente nuestra boda con los
preparativos de la anterior –contuvo el aliento y lo soltó lentamente–
inclusive, ha llegado a… ciertas características mías, bueno…
No –Mía dijo mentalmente– no puede haberlos…
–… compararlas. Nuestras
actitudes son de gran contraste pero es algo… –dijo él.
– ¿Ofensivo? ¿Estúpido? ¿Completamente inaceptable? ¡Hablaré con
mi mamá! Ella no tiene por qué hacer esto –Mía estaba furiosa– ¿cómo se atreve?
¡Tú no eres Sean!
– Yo sé que no soy él… no hace falta que lo digas –Marcos se
ofendió y ella lo notó. ¿No podía estar
malinterpretando lo que dijo verdad?
– Marcos, quiero decir que… –ella entrecerró los ojos– ¿tú no
crees que yo aún pienso en Sean cierto?
– Yo no creo nada, Mía. Y
realmente prefiero no hablar de tu perfecto y santo casi esposo ¿sí? –él
frunció el ceño contrariado.
– ¿De qué hablas, Marcos? –Mía negó con vehemencia– Sean no
llegó a serlo y no lo lamento. ¿Sabes
por qué? Porque aun cuando no lo entendía, ahora sé que tal vez no lo merezca
pero tengo a alguien mejor en mi vida. Tú, Marcos –ella le tomó el rostro–
nunca imaginé que existiera nadie así, como tú eres para mí. Somos perfectos el uno para el otro y no
quiero que siquiera consideres la idea de que yo no siento lo que tú sientes o
que estoy pensando en lo que pudo ser. Porque no lo hago –Mía enfatizó sus
palabras– no lo hago porque no me interesa más.
Tú eres mi presente y futuro, y eso no lo cambiaría por nada ni nadie.
Porque tú me enseñaste que lo imposible es posible… tú eres mi imposible –lo
besó.
– ¿Quieres decir que no piensas en él? ¿Esta boda no te recuerda
a la otra que planeaste y que tú…? –empezó Marcos.
– No, ni un poco –contestó concisamente– es totalmente diferente
porque era joven e impulsiva, no creo que supiera lo que quería. Ahora lo sé
con exactitud –fijó sus ojos grises en él– te quiero a ti, en mi vida para
siempre y no creo que jamás cambie.
– Te amo, Mía… tenía tanto miedo que tú… –Marcos la estrechó con
fuerza.
– Y yo te amo, Marcos. No
dudes de mi amor, te entregué mi corazón con sinceridad.
– Lo sé, amor. Solo que tengo tanto miedo de que…
– Basta –ella le puso un dedo en sus labios– aleja esos miedos
que no serán más que eso, sombras que no se concretarán y con el tiempo se
irán, porque te demostraré con todo mi ser que tú eres lo único que yo amo.
– Esperaré ansioso cada uno de esos momentos –sonrió él
travieso.
– Estás loco, totalmente –Mía se apoyó en su pecho, escuchando
los latidos acompasados de su corazón y supo que la felicidad existía.
El timbre de la puerta interrumpió el momento y se separaron con
reticencia. Mía soltó un suspiro al
sentir sus brazos vacíos mientras Marcos se dirigía a abrir.
– Hola Marcos –escuchó Mía una voz femenina que dio paso a una
fugaz mirada de un rostro que besó la mejilla de él– ¿cómo estás?
– Emma, muy bien gracias. ¿Y tú? –Marcos sonrió y le devolvió el
beso– pasa por favor.
– Espero no ser inoportuna… –señaló cuando notó que él no estaba
solo.
– Por supuesto que no –negó Marcos tomando su mano y
dirigiéndole hasta la sala– Emma, ella es Mía –dijo, acercando a Mía a su
cuerpo– es mi prometida.
– Oh… ¿te casas? –era evidente, pero Emma no pudo dejar de
señalar.
– Sí, dentro de unos días… ¿no lo sabías? –preguntó extrañado–
¿André?
– No hablamos mucho, como sabes –se encogió de hombros– y
precisamente por eso, quería hablar contigo… pero no quiero interrumpir, en
verdad… –su voz se perdió mientras su mirada se fijaba en Mía y la notoria
molestia en su rostro.
– No seas tontita –rió Marcos rozándole la mejilla con su dedo–
Mía no tiene ningún problema ¿verdad amor?
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