domingo, 24 de diciembre de 2017

Inocencia Robada 19

Puso la mano en el pomo de la puerta, aspiró ligeramente y con cuidado abrió la puerta de su dormitorio, para mirar con sumo cuidado por el pasillo.
Vía libre, no había rastro de Paul.
Con cierta sonrisa en sus labios, descendió a la planta baja para encaminarse a la cocina donde una Louise, le dedicó una sonrisa cariñosa. Pero, aun así, había algo en su mirada que la inquietaba. Aún seguía con aquella sombra de pena en sus ojos, de cuando iba al hospital a visitarla junto con Francesca y la otra mujer mayor,  Thelma.
-Buenos días –Saludó acercándose al frutero, para agarrar una manzana y un plátano, y después dirigirse a la puerta que daba al exterior. Pero ella, la retuvo por un segundo.
-Quieta ahí –Soltó con tono tajante, como toda matriarca de la cocina, algo que le hizo sonreír-. No me dirás, que eso va a ser tú desayuno.
-Ahora mismo no me entra nada más –Soltó con tono de disculpa, mirando de forma disimulada hacia la puerta de la cocina, por si aparecía por allí él. Quería poner distancia, pensar en lo ocurrido y volver a sentir con su mente, las sensaciones maravillosas ante sus caricias-. Prometo comer dos platos al mediodía –Soltó con sonrisa traviesa, sabiendo que así se ganaba el corazón de ella.
-Con postre incluido pequeña –Señaló alzando el cucharón-. Anda ves, donde quieras que estés huyendo –Soltó con un guiño de ojos y riendo por lo bajo, al ver como ella abría los ojos de sorpresa-. Sé que no dormiste en tú dormitorio –Le guiñó un ojo otra vez, sacándole los colores -. No estabas cuando fui a despertarte.
-Yo...
-Prometo tenerlo entretenido –Dijo dándose la vuelta-. Si corres, pillas a Jack en el granero trasero, que ha venido a traer unas cosas y va de camino a casa de Francesca –Soltó toda confabuladora, volviendo a meter su cucharon en la olla enorme.
Janna, se quedó un momento pensando, para sonreír divertida y marcharse de allí corriendo, no sin antes darle un gracias en voz alta.



Sonriendo como un tonto, se acabó de poner la colonia, para sin dejar de silbar acercarse a la puerta de su dormitorio y caminar al de su mujer, al de su pequeña niña. Dos golpes y esperó un segundo, sin borrar su sonrisa, pero ella no acudió abrir. Frunciendo el ceño, abrió la puerta despacio y al mirar dentro y poner el oído en alerta, por si se hallaba en el baño, comprendió que su pequeña había volado en arreglarse aquella mañana.
Aquello, le hizo sonreír aún más abiertamente, para dirigirse a la cocina con paso ligero. Con grandes ansias, de coger a su pequeña y dar un paseo con ella. Había decidido no trabajar. No quería perder lo mucho que habían avanzado, al dejarla en espera por unas horas de trabajo.
Tenía que mirar al futuro, no atrás al pasado. Debía quedarse todo enterrado, y beber de los nuevos sentimientos despertados con Janna. No tenía que tener miedo al despertar de ella.
Los dos, se querían. Siempre había sido así. Por lo tanto, no era un engaño.
Entró por la puerta saludando, para al segundo, fruncir el ceño al no hallar a su pequeña allí. Solo a su vieja cascarrabias, que lo miró con cierta sonrisa pilla. Solo lo hacía, cuando se reía de él. Obvio, que sabía a quién buscaba.
-Escupe –Soltó acercándose a la cafetera, no sin antes mirar por un segundo por la ventana al exterior, por si la divisaba por allí.
-Eso sería asqueroso por mi parte para todo el mundo –Respondió teatralizando, volviendo su mirada a la mesa de cocina, donde se hallaba cortando con un hacha pequeña un conejo.
-Louise –Respondió en un gruñido, dándole un trago a su café.

-Sabes –Empezó hablar, mientras trozo que cortaba se giraba a sus fogones y lo echaba en una de las sartenes que había preparada-, pensé que con lo guapo que eres, con el cuerpo que tienes y con lo que se rumorea por ahí –Paul, fruncía el ceño ante lo que iba escuchando-. Serías más bueno en la cama –Se encogió ésta de hombros, tras guiñarle un ojo, mientras que él escupía el café que tenía en la boca-. Porque qué mujer huye de ti y de tú cama, pues la que no queda satisfecha.
- ¡Joder Louise! –Bramaba, dejando la taza en la encimera y girándose para agarrar una servilleta de papel y limpiarse la barbilla-. Me tienes harto con Thelma de meteros en mi vida –Gruñó soltando el papel en la papelera-. Solo hemos dormido, viejas chafarderas, locas –informó en desacuerdo-. Y no os importa saber nada más –Le guiñó un ojo con burla-. Así que dime dónde ha ido.
La mujer mayor, removió la sartén del conejo, para girarse pensativa a él, alzar la cuchara de madera y señalarlo.
-Es poca información como pago a más detalles –Sonrió traviesa y volviendo a meter sus narices en las sartenes y ollas, no viendo la cara de frustración del hombre.
-Juro que un día de éstos te pongo de patas a la calle –Gruñó, saliendo por la puerta en dirección al exterior para dar un volteo por si la divisaba. Encendiéndose su enfado aún más, al escuchar como dentro la vieja cocinera rompía en fuertes carcajadas.



Dejaba la taza de tila, encima de la mesa del porche, con cierto temblor en sus manos. Aquel mismo que había tenido, ante la pérdida de Janna. Pero ahora, era por Rob. Éste había emprendido un viaje a su ciudad para tratar de organizarse, tras mudarse a su casa y haberse casado con ella.
Su vida, había dado un giro que jamás hubiera creído posible. Ahora, todo estaba patas arriba.
Con Paul, no tenía miedo de sí misma. Pero con Rob, era otro tema.
Su peor pesadilla se había hecho realidad.
Cerró por un segundo los ojos, para volver a viajar a tiempos atrás. Un tiempo, en el que los minutos y segundos, eran controlados por el timbre de las clases y sus libros, más el de salir con sus amigas de instituto.
Ella, podía decirse que era de las afortunadas. Tenía como amigos, a tres de los chicos más guapos del instituto. Y todo, por haber sido simplemente la vecina de Paul y ayudarlo un día que perdió las llaves de su casa y pudo acceder por su terraza.
Podía decirse, que desde aquel día la había acogido bajo su cobijo, siendo muy atento con ella. Dejando claro, que nadie podía meterse con ella. Dado que, por aquel entonces, ella pertenecía al grupo de las empollonas.
Para su difunto marido, no supo ningún problema, era todo un bonachón a pesar de pertenecer al grupo de los rebeldes. Pero para Robin, fue otra cosa. Desde un principio, su carácter siguió siendo un tanto de burla con ella. Refiriéndose siempre a su forma de vestir poco sexy, comparándola con las chicas que se llevaba en su moto para costarse con ellas, como era de sabidas por ellas mismas.
Algo, que muy en secreto desde su corazón, también había albergado siempre.

Siempre lo había vigilado por el rabillo del ojo, como también había notado que él, hacia lo mismo con ella, a pesar de mostrar rechazo con ella en público.
Por cosas del destino, su difunto marido, había visto en ella su salvación, confesándole su más mayor secreto. Uno, que ni sus mejores amigos conocían. Llegando a formar entre ellos, un lazo de unión más fuerte que el de los demás.
De cara a sus compañeros, parecían una pareja de novios. Pero en verdad, ella no era más que una empollona enamorada del rebelde del instituto y su amigo, ocultaba de aquella manera que le gustaban los hombres.
En tiempos de hoy era ridículo. Pero en un lugar como Kerville y en tiempos viejos, no era muy adecuado todavía.
Como tampoco, el que una chica joven decidiera tirar en adelante sola un embarazo.
Sí, su hijo. En verdad, era el hijo de Robin. Y aquello, suponía que la salvaría de Sandra. Pero aquello entonces era destapar a su marido. Algo, que él nunca hubiese querido.
De modo, que su querido amigo había sido todo un caballero al ofrecerse él como padre, cuando le hubo contado que se había quedado embarazada de Robin, y no viendo aceptable decirle nada al muchacho que tenía grandes sueños.
Había sido un gran padre y un gran amigo. Pero la había dejado sola ante su mayor temor.
Robin.
Quien ahora se hallaba casado con ella y sin saber, que era el padre del pequeño Tim.
Y además, llegaba al mediodía, como le informaba el mensaje que le había hecho llegar en la noche.


De pronto, el brillo del cristal de un vehículo que se acercaba por el camino, hizo que tensara la espalda. Pero se tranquilizó al ver que se trataba de la ranchera de Jack. Y pudo sonreír, al ver que del lugar del pasajero se apeaba la pequeña Janna con sonrisa traviesa.
-Hola –La saludó poniéndose en pie-. Que agradable visita. Buenos días Jack, haz lo que tengas que hacer, con la carga que traes.
-Gracias Francesca –Saludó para girarse un segundo hacia su pequeña chica y con gran cariño se despidió de ella-. Y tú, no dudes en llamarme si necesitas un taxi –Soltó con un guiño de ojos.
-Gracias –Le sonrió con sinceridad, para emprender la marcha hacia su amiga-. Espero no importunarte.
-Para nada –Le informó-. ¿Quieres tomar algo?
-No, yo solo venía a preguntarte si podíamos irnos de compras –Se encogió de hombros-. Necesito desparecer de la vista de Paul, por unas horas.
- ¿Y eso? –Frunció el ceño preocupada, escuchando como la joven le relataba lo ocurrido de aquella mana logrando arrancarle una carcajada y que dejara sus cavilaciones de lado-. Anda, cojo el bolso y nos vamos. Mi hijo, se ha ido con un amigo a la piscina y no volverá hasta la tarde. Creo que me irá de maravilla, escaparme también de aquí hasta la tarde –Soltó confabuladora.



Una hora después, Rob, salía al porche de la casa nuevamente con cara de fastidio al comprobar que no había nadie en la casa esperándolo.
Obvio, que su querida esposa había huido.
De pronto, el sonido de su móvil rompió el silencio en el lugar.
-Dime Paul –Saludó con tono neutro-. No, aquí no se halla ni tú mujer ni la mía –Mostró cierta mueca divertida, al comprender por dónde iban los tiros-. Cierto, habrá que hacer algo. De acuerdo, pasa a buscarme tú y vayamos en su búsqueda. 

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