Mía sintió que la sangre se le helaba en el rostro mientras
atravesaban la puerta que conducía al salón de la casa de Marcos. Seguramente
todos estaban esperándolos y deseó desaparecer entre la pintura de la pared,
ser el centro de atención no era su fuerte.
Marcos tomó la mano de Mía y la estrechó, tratando de infundirle
calor y calma. La sentía temblorosa
contra él y se imaginaba lo intimidante que era el cuadro para ella. Ahí estaba su familia entera.
Saludaron con su padre Stefano y su madre Mandy; su abuelo
Leonardo y su esposa Danna; Melina, hermana de Danna y su esposo Daniel;
Sebastien, mejor amigo de Leonardo y padre de Alex junto con su esposa
Dome. También se encontraban Beth y su esposo
Lucian, Danaé, Alex, Christopher, Aurora, André, Daila… ¿y Rose?
– ¿Dónde está Rose? –preguntó Marcos, a nadie en particular.
– Ha ido a cambiarse, hijo –contestó Mandy con una sonrisa– nos
acompañará al servir la cena –confirmó.
Marcos asintió y todos los miraban expectantes. Él decidió que
sería lo mejor anunciarlo cuanto antes, pero su padre lo detuvo.
– Durante el brindis, en la cena –señaló y Marcos aferró más la
mano de Mía y la miró.
Mía se encontraba paralizada del miedo. No recordaba la mitad de
los nombres ni los saludos que había dado. ¿Qué le pasaba? Es que esas personas
eran intimidantes y, tal como le había dicho a Marcos un día, su familia era
muy atractiva. Desde el que se suponía
era su abuelo, Leonardo, hasta el nuevo integrante de la familia, Lucian, todos
parecían encajar perfectamente en ese mundo. Menos ella. Se sentía tan
inadecuada y, aunque encontraba un poco de consuelo en que Rose tampoco parecía
adaptarse de lo mejor en esas situaciones, ella no estaba ahí. Por tanto, seguía sola, ante las personas más
hermosas que había visto en su vida y que la miraban con curiosidad, por decir
lo menos. ¡¿Qué había aceptado?!
– Estas a punto de arrancarme el brazo –susurró Marcos con una
sonrisa mientras sentía la tensión de Mía– cálmate, amor. No te van a comer.
– No es eso, Marcos. Todos son tan bien parecidos y elegantes…
yo no pertenezco aquí.
– ¿Por qué dices eso? ¿Aquí? No somos reyes ni nada por el
estilo –bromeó.
– Sabes perfectamente a qué me refiero –Mía suspiró con
impaciencia– todos lucen tan bien, tan cómodos y yo… ¡yo no!
– Date tiempo, Mía –Marcos pasó su mano por el rostro de ella
levemente– aún es muy pronto para que decidas que no perteneces aquí.
– ¿Tú crees eso? –Mía trató de mantener la calma y la voz baja–
tu padre parece seguir odiándome, tu madre me mira con indulgencia, tu gemela
ni siquiera está aquí y los demás parecen mirarme con educada curiosidad.
¿Cuándo rayos has visto que la curiosidad sea educada? ¡Es desesperante!
Marcos trató de reprimir una sonrisa que sabía no sería
bienvenida por Mía. Su amada prometida
parecía dispuesta a correr en cualquier momento, por lo que decidió que lo mejor
era no soltar su mano, solo por si acaso.
– Amor, mi familia no es intimidante. Son muy amables, pero
dales una oportunidad de hablarte. Prácticamente pasaste corriendo por su lado
cuando te presenté a ellos.
– Me parecía lo correcto –rebatió Mía, sintiendo que se
sonrojaba– está bien –inspiró hondo– ¿intentamos de nuevo?
Marcos sonrió y le llevó hasta el primer grupo, en el que
estaban Leonardo, Danna, Sebastien, Dome, Melina y Daniel.
– ¡Qué gusto verlos reunidos con nosotros! –Marcos se acercó y Leonardo
le palmeó la espalda– ¿hay tráfico?
– ¡Horrible tráfico! –rió Danna mirándolo con cariño– ¿cómo han
estado? –preguntó, dirigiéndose a Mía.
– Muy bien, señora Ferraz –contestó Mía y Danna entrecerró sus
ojos.
– Mi niña, no es buena idea que me llames así –rió Danna,
haciendo que Mía suspirara de alivio– me haces sentir como una anciana.
– ¿Anciana? ¡Siempre serás muy joven, Danna! –Dome le sonrió y
ella agradeció– ¿te ha gustado Italia, Mía? A veces es difícil adaptarse a un
lugar, por muy hermoso que este sea –comentó comprensiva.
– ¿No es italiana? –preguntó y Dome negó.
– No, soy española. Tampoco Danna ni Mel son italianas –acotó.
– Oh, que sorpresa –Mía se sintió más tranquila– y si, es un
tanto difícil adaptarse.
– Pero terminarás lográndolo –intervino Leonardo– Italia
enamora, de inmediato.
– Los italianos lo hacemos –corrigió Sebastien con orgullo–
¿verdad Marcos?
Él se limitó a sonreír mientras miraba fijamente a Mía, que
parecía más tranquila. Mel y Daniel solo observaban la conversación, mientras
parecían más interesados comentando entre ellos.
– ¿Ves? No ha ido tan mal… –Marcos le dijo a Mía.
– Sí, son muy amables –trató de sonreír– aunque… –dirigió una
breve mirada a Melina y Daniel– ¿ellos no son tu familia verdad?
– Como si lo fueran –sonrió y explicó– Melina es la hermana de
Danna y Daniel su esposo, aunque el círculo en que nos encontramos siempre ha
sido reducido por lo que Daniel y Mel siempre han formado parte de la familia,
nuestra enorme familia.
– Parecen sentirse… –Mía trató de pensar, a primera vista todos
le habían parecido igualmente cómodos en su ambiente, pero ellos no parecían
especialmente así. Mayormente platicaban entre ellos y se alejaban juntos de
los demás– ¿incómodos?
– Tal vez –concedió Marcos– Mel y Daniel siempre han sido
bastante reservados con su vida y en general, no platican mucho. No les gustan las cenas de gala ni las
fiestas.
– ¿No? –Mía exclamó con sorpresa– pero la sociedad aquí… ¿de
quiénes son padres?
– Solo de Aurora –contestó– ¿irónico no? Aurora adora ser
anfitriona y ofrecer fiestas, mientras sus padres huyen de ellas.
Mía asintió distraída por la cercanía a los padres de Marcos.
Stefano tenía el rostro relajado, pero excesivamente serio y Mandy estaba de su
brazo.
– Espero que te guste la cena, Mía –Mandy le dio una palmadita
en la mano que tenía suelta– la realizamos con mucho cariño para los dos.
– Gracias, señora –Mía trataba de sentirse relajada pero no lo
lograba– disculpe, Mandy.
– Eso está mejor –sonrió Mandy y le dio un ligero codazo a
Stefano.
– Que gusto tenerte nuevamente en la casa, Mía –habló con fría
cortesía.
– El gusto es todo mío, señor Stefano –contestó y aferró la mano
de Marcos.
– Seguiremos saludando a nuestros invitados –interrumpió Marcos
y se llevó a Mía de ahí. Ella suspiró aliviada– ¿sigue sin agradarte mi padre?
– ¿Agradarme? ¡Me odia, Marcos! –gimió Mía con desánimo– se le
nota en la forma en que me mira… es tan…
– ¿Condescendiente? Así mira a todos, amor. No le hagas mucho
caso.
– Quisiera que dejaran de decir eso con respecto a tu padre
–refunfuñó.
Marcos reprimió con éxito una risotada mientras se acercaban
hacia el resto de los presentes. Mía suspiró.
– Creo que esto será más fácil ¿verdad? –Marcos le besó el dorso
de la mano.
– Si, eso espero –Mía trató de componer una sonrisa mientras
ingresaban a la animada conversación que sostenían.
– ¡Que no! –decía Beth con vehemencia– Alex es quien no quiere
escuchar, siempre.
– Todo el tiempo, es un terco –Danaé sonrió ante el ceño que Alex
puso.
– Es verdad –confirmó André con un suspiro teatral– es mi mejor
amigo, pero debo admitir que cuando no quiere escuchar…
– ¡No, yo que tú no empezaba André! –rió Beth negando con la
cabeza– ¿dónde está tu famosa novia? ¡Es extremadamente injusto que no venga!
– Nada de famosa y no le llames así –André hizo una mueca y puso
en blanco los ojos– pero miren quienes están aquí… la nueva pareja –arqueó una
ceja– finalmente, te atraparon –dijo, mirando intencionadamente a Mía– es una
lástima, eres bellísima.
– ¡André! –reprendió Aurora displicente– no seas grosero, es tu nueva
sobrina.
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