Mía paseaba por el parque principal de la pequeña ciudad,
recordando las caminatas que daba con Marcos, al segundo día de cada una de sus
llegadas. Era su rutina, según él le decía bromeando y ella ya se estaba
acostumbrando a los recuerdos del tiempo juntos. Sus recuerdos. ¿Por qué era
tan difícil aceptar que hizo lo correcto? Eso había creído y tenía toda la
certeza que había sido así.
Pero el tiempo pasado le había hecho dudar sobre su decisión.
Renunciar a Marcos para que los dos fueran felices. O eso había pensado
mientras le escribía la carta que le había enviado, la cual no había
contestado, tal como esperaba. Ni siquiera había tenido una noticia de él. En absoluto.
Y no podía negar que estaba decepcionada, profundamente.
Su corazón no tenía nada en claro, la confusión cada vez era más
grande entre lo que sentía realmente o lo que creía sentir. Es que estar tanto
tiempo sintiendo que se amaba a alguien y de pronto darse cuenta que no era
real, era muy difícil. ¿Qué tal si
estaba equivocada? Cada vez lo pensaba más y más… encontrándole un nuevo
sentido.
Había amado tanto tiempo a Sean que se había acostumbrado a su
presencia y al amor que sentía por él, jamás se había cuestionado que podía no
amarlo. De que tan solo fuera la idea de
amarlo lo que los unía. ¿Cómo podía tener duda alguna sobre el futuro que
tantos años había soñado? Por eso imaginaba que nunca se lo había planteado, ni
siquiera cuando él había muerto.
Era tan joven y jamás había esperado ese desenlace tan triste.
Los padres de Sean le habían brindado todo su cariño pero ella, aún cuando los
apreciaba, había decidido que lo mejor era cortar todos los lazos que le unían
a él y, quien sabía por qué, eso había hecho que limitara sus lazos familiares
también. Tal vez le ponía incómoda la
mirada de lástima que le dedicaban, incluso se volvió tan paranoica que veía
esa misma mirada en cada persona a su alrededor.
Por eso decidió alejarse y terminó viviendo ahí, en ese pequeño
lugar donde todos se conocían y le recibieron con los brazos abiertos. Ahí
donde no tenía ningún pasado que todos comentaran con lástima y curiosidad. Una
vida por delante y… ahora nuevamente, tenía la idea de desaparecer, porque si
bien Sean era un recuerdo pasado, muy lejano, Marcos era alguien presente, que
seguía ahí y que cada lugar o momento se lo recordaba. Incluso las
personas. ¡La tentación de huir era
enorme!
Solo que no tenía en claro hacia dónde. ¿Italia? ¿Se atrevía a
ir por Marcos? ¡Tenía mucho miedo! Ella le había pedido que la olvidara, que
dejara su amor y fuera feliz. ¿Qué
hombre dejaría de escuchar eso? Después de todo lo que le había dicho,
asegurándole que no se creía capaz de amarlo… bueno, ella no lo culparía.
Le dolería tanto si fuera así pero ella necesitaba cerciorarse
de qué había sucedido con él. ¿Estaría
enamorado? ¿Saliendo con varias mujeres? Porque ¿quién se resistiría a estar
con alguien como Marcos? Solo una idiota, como ella. Y si… ¿la amaba aún?
No podía ni imaginarse lo que sería que él siguiera amándola,
siendo el maravilloso hombre que había conocido. No sabía por qué era tan
importante eso para ella, pero lo era. Vital para saber que no se había
equivocado al decidir dejarlo ir. Marcos…
¿Pensaría aún en ella? ¿Podía ser que considerara la idea de
buscarla nuevamente? Porque sabía que le había hecho daño. ¿Podría perdonarla?
¿La escucharía siquiera, si llegaba de sorpresa, como la última vez?
Quería pensar que podía arriesgarse nuevamente, ya que la última
vez todo había salido muy bien. Si tan
solo hubiera notado antes que estaba tan enamorada de él. Porque lo estaba. ¿Para qué negarlo?
No podía ignorar por más tiempo una verdad, que aun cuando pensó
que no pasaría de nuevo, ahí estaba.
Amando a un hombre que se había adueñado de su corazón sin que ella
siquiera lo notara. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué?
Después de la carta solo cabía una cosa por hacer, solo una. Ir
a Italia y volverlo su país. Lo que fuera necesario por Marcos, esta vez era
ella quien tenía que demostrarle su amor y lo haría.
En menos de 1 año viajaba por segunda vez, inesperadamente a
Italia. La despidieron pero no le
importó demasiado, podía encontrar un nuevo trabajo y un nuevo lugar para vivir
si era necesario. No sabía que pasaría,
pero esperaba encontrar su felicidad. ¿Era pedir demasiado una segunda
oportunidad para ser feliz?
Empacó una maleta en cuanto tuvo confirmación del vuelo. Llamó a la persona que se encargaba de su
departamento cuando no estaba, pues aún tenía que decidir qué haría luego de
ver a Marcos. En realidad, tenía que esperar a ver la situación de él y eso
resolvería la decisión que tomaría.
Sabía que se iría, pero aún no tenía ni idea a dónde; por tanto, su
lugar ahí permanecería por un tiempo más hasta su decisión.
El viaje se le hizo corto, pues estaba tan nerviosa que el
tiempo para enfrentar la realidad había volado. Trató de respirar hondo, para
calmarse mientras tomaba un taxi hasta el departamento de Marcos. ¿Y si él la
había olvidado? ¿Qué estaba haciendo?
Parada ahí, se arrepintió de no haber ido primero a instalarse
en el hotel que se había quedado la vez anterior en Italia pero no podía
esperar para verlo. Marcos…
Sonrió al verlo aparecer en la puerta, miraba hacia adentro, por
tanto aún no la había visto. Así que se perdió su reacción cuando ella notó que
él no estaba solo. Una mujer extremadamente hermosa y joven salía con él y le sonreía.
Su corazón se saltó varios latidos y al
final, se detuvo cuando encontró los ojos azules que tanto amaba.
– Marcos… –susurró, tratando de componer su mejor sonrisa y
olvidar que estaba parada, en medio de la calle, con una maleta; haciendo el
mayor de los ridículos frente a él, que evidentemente, se sentía muy bien sin
ella.
– ¿Mía? –pronunció él con sorpresa y a continuación esbozó una
sonrisa… muy normal y tranquila. Casi…
¡indiferente!– ¡qué gusto verte aquí!
La rubia que lo acompañaba giró y la miró con curiosidad, sin
duda alguna, ella no tenía ninguna relación familiar con él pues no la había
visto nunca antes.
– Si, quería pasar a visitarte… –Mía no pudo evitar notar la
maleta que aún llevaba, y que parecía atraer poderosamente la atención de esa
mujer– ya que estoy en Italia, de vacaciones…
– Claro, ¡vacaciones! –asintió él caminando hacia ella y la
rubia lo siguió muy de cerca– qué grosero –dijo tomando la mano de la chica–
Mía, te presento a Alessandra. Ella es…
– Mucho gusto –contestó
Mía de inmediato, sin dejarlo terminar.
No quería escuchar lo que esa joven hacía en su departamento ni que era
para él. No podía– creo que debo ir a instalarme.
– ¿Dónde te quedarás? –preguntó Marcos sonriendo– ¿tienes una
reservación?
– No exactamente… soy muy descuidada con esto de planear viajes
–trató de reír, pero sonaba tan fingida que cesó el intento– me ha encantado
volver a verte, Marcos. Alessandra, todo un gusto –soltó sin poder evitar un
toque de desdén por la mujer que le había robado el hombre de sus sueños.
– Mucho gusto, Mía –ella tomó su mano y le sonrió. Mía no pudo
evitar poner en blanco los ojos, ya que la mujer era muy amable– ¿te ha gustado
Italia, entonces?
– Bastante –contestó con sequedad Mía.
– Oh… Marcos, creo que es mejor que me vaya –Alessandra lo miró
y le besó en la mejilla– he traído mi auto, no tienes por qué molestarte.
– Gracias Alessandra –él le dio otro beso en la mejilla, sonrió
y se despidieron. Mía observó el
intercambio con curiosidad y una punzada de celos.
– Adiós Mía –Alessandra se acercó pero Mía se giró y ella
entendió, dirigiéndole una mirada interrogante a Marcos y se alejó.
– ¿Mía? ¿Por qué has sido tan grosera con Alessandra? –Marcos
dijo con calma, aunque una sonrisa jugaba en la comisura de sus labios.
– ¿Grosera? ¿Yo? –Mía hizo un mohín– no me agradan las modelos
rubias que quieren ser amables, como si no supiera lo que piensan de alguien
como yo… –se miró con gesto contrariado. Seguro se veía tan mal y esa
Alessandra solo se burlaba de ella.
– ¡Ay, Mía! ¿Qué haré contigo? –rió Marcos estrechándola entre
sus brazos– ¿y qué ha hecho mi querida amiga en este tiempo?
Ella no pudo evitar hacer una mueca ante la palabra “amiga” que
había usado Marcos. ¿A qué estaba
jugando? ¿Se burlaba también de ella?
– Nada interesante… –contestó y siseó– al menos no tan
interesante como lo que tú has hecho, ya veo.
– ¿Qué has dicho? –preguntó Marcos, con los ojos brillantes de
la risa contenida.
– Nada… –Mía clavó sus ojos grises en el rostro de Marcos,
frunciendo el ceño– ¿qué es tan gracioso? Y cuida bien lo que vas a decir… –amenazó.
– Bien… –Marcos se separó de ella pero la estrechó brevemente de
nuevo– ¿te puedo acompañar a instalarte y hablamos?
– ¿Hablar? ¿Qué querría hablar contigo de todas las personas?
– Estás siendo muy injusta, Mía.
Eres terca y sacas conclusiones prematuras.
– ¿Tú crees? –Mía replicó con sarcasmo– ahora resulta que ver a
un hombre como tú saliendo de su departamento con una mujer así es imaginar. Yo
sé lo que vi.
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