– Esto es bastante incómodo –se quejó Marcos mientras André
sonreía– no le encuentro la gracia, la verdad.
– ¿Por qué no? –André soltó risueño– ¡es perfecto! Además, Alessandra
necesitaba verme en compañía de alguien… bueno, si me ve con alguien como tú,
seguro creerá que… –se cortó, al ver que llegaba– ahí está.
– No, si pensaste que le mentiré –Marcos empezaba a levantarse
pero André le sentó.
– No, nada de eso. Ella sabe
lo que soy… solo que…
– ¿Solo qué? –Marcos se lamentó nuevamente por haber dejado que
lo convenciera– ¿en qué me he metido?
– ¡Ahí viene, silencio! –ordenó André y Marcos colocó su mano
sobre la mesa, con impaciencia– te he traído para que te comportes.
– ¿Cuándo no lo hago? –Marcos siseó– siempre me he comportado
mucho mejor que tú.
– ¡No me refiero a eso! –André arqueó una ceja– sino a…
¡Alessandra, que bueno que lograste venir!
– Por supuesto, André –ella lo saludó y él besó brevemente su
boca– traje a Emma conmigo, como habíamos acordado.
– Si, Emma qué bueno verte, como siempre –André dijo con una
sonrisa pero ella le envió una mirada que decía claramente lo que pensaba sobre
él.
– Se nota que le ha gustado volver a verte –se burló Marcos y los
tres lo miraron– Marcos Ferraz, mucho gusto.
– Alessandra –contestó ella extendiendo su mano. Era una mujer
bellísima, reconoció Marcos y le sonrió– y ella es Emma, una de mis mejores
amigas.
Marcos saludó a cada una con un beso en la mejilla y con una sonrisa
sincera. Emma no era tan bella como Alessandra pero era igual de
interesante. Tenía un cierto brillo en
su mirada que hacía que ella destacara, a pesar de la deslumbrante belleza de
su amiga. Marcos se concentró en Emma.
– ¿Y dónde estudias? –preguntó Marcos, reconociendo que ella se
sentía tan incómoda con la situación como él– ¿también te engañaron para
traerte aquí?
– ¿Te engañaron? –Emma lo miró con curiosidad, sin rastro de
estar ofendida– ¿no querías venir aquí?
– No es lo que dije –contestó él– sencillamente no sabía a lo que venía, al
menos no con exactitud… ¿y tú?
– ¿Yo? Solo vengo por Alessandra. No me gusta ese amigo tuyo
para ella.
– ¿André? –Marcos rió por su sinceridad– no diré nada a su
favor.
– ¿No? –Emma soltó extrañada– ¿por qué no? ¡Cualquiera diría que
la persona que vino con él hablaría maravillas de él!
– Yo no. No tengo porque hacerlo… al contrario, entiendo por qué
sientes que André no es el ideal para tu amiga.
– ¿Eres su enemigo acaso? ¡Qué sinceridad! –rió ella y él se
sorprendió del cambio que denotaba en sus facciones su risa– ¿por qué te ha
traído?
– Porque quiere convertirme en alguien como él –Marcos la miró
fijamente– lo siento, no quise decir que tú…
– No, yo lo sé. No me extrañaría que ande reclutando hombres que
sigan su mal ejemplo. Seguro no es difícil que los consiga.
– ¡Por Dios! Realmente lo odias ¿verdad? –Marcos soltó con
sorpresa– creo que no le has dado la oportunidad a André que merece.
– Ahí va de nuevo. ¡Ya me esperaba que lo defendieras!
– No lo defiendo –negó él– André tiene un pasado, como todos,
tal vez más extenso, te lo concedo. Pero él merece una oportunidad como todos,
y no puedes juzgarlo sin conocerlo. Él…
– Lo he conocido por un año, más o menos. Y no he visto una sola cosa que haga que él
merezca a Alessandra. Ella merece encontrar un hombre que la merezca y tu amigo
no es ese hombre.
– ¿Por qué lo odias tanto? –preguntó Marcos con suavidad y
tomando una mano de ella con las suyas– ¿conociste a alguien así?
Emma empezó a negar, pero al sentir el calor de sus manos no
pudo más que asentir. Ese hombre parecía sincero, y contra todo pronóstico,
ella no podía creer que aún pudiera creer que los hubiera.
– Sí, y no dejo de maldecir el día que lo conocí y… me dejé
engañar. Alessandra ha sufrido sin necesidad de que él le haga daño. Ella no lo
ve, aun cuando cree que es dura, es demasiado suave aún. No lo sabe.
– Hablaré con André –le prometió Marcos, ante la genuina
preocupación de Emma– él tendrá que escucharme… o a alguien.
– No creo que logres
nada, pero gracias –sonrió ella– por cierto ¿quién eres tú?
– Su primo… algo así –contestó encogiéndose de hombros– árbol
familiar complicado.
– ¿Eres de su familia? ¡Nunca lo habría imaginado! –soltó
sorprendida.
– ¿Por qué no? ¿Somos muy diferentes?
– ¿Diferentes? ¡Eso no llega a ilustrar ni una décima parte de
lo que los separa! Lo he sabido, casi al instante.
– ¿Realmente? –Marcos ladeó su cabeza– ¿adivinas algo más de mí?
– Por supuesto –ella lo analizó atentamente y asintió– sí, estoy
muy segura.
– ¿De qué?
– De que eres uno de los hombres más sinceros que he conocido.
– ¿Por qué lo dices?
– ¡No he terminado! –soltó con impaciencia.
– ¿No? ¿Qué más? –preguntó Marcos con interés.
– Eres uno de los hombres más sinceros… –hizo una pausa y sonrió–
y el más enamorado que he visto en mi vida.
Marcos se quedó en silencio. Meditó sus palabras y supo que
había perdido todo el misterio que decían lo envolvía. Incluso una persona a la
que acababa de conocer, le decía lo evidente. Lo que él sentía. ¡Amaba a Mía!
– Has acertado –Marcos reconoció con sus ojos azules llenos de
recuerdos– estoy enamorado. Muy enamorado.
– ¿Y por qué no estás con ella? –dijo Emma, conmovida por la
intensidad de su sentimiento.
– Porque es imposible… –Marcos sonrió– ¿tanto te aburro?
– ¿Aburrirme? ¡Por fin he conocido a un hombre interesante!
–soltó con sarcasmo.
Marcos rió y la miró con atención. Era una mujer que, como todas
las que él había conocido, merecía ser amada. Y estaba seguro que lo sería.
Pero él, solo podía pensar en su Mía, con esos ojos grises juguetones y su
cabello castaño. Tendría que buscarla. Lo haría… aun cuando ella le había dicho
que era un adiós.
Después de todo… ¿desde cuándo él le hacía caso? Tenía que tomar su decisión también. Ella
había tomado la suya pero él aún no lo había hecho. Y ahora ya estaba. La buscaría, la amaría y ella tendría que
amarlo.
Porque no iba a rendirse. Porque André estaba equivocado. Él seguiría diciéndole a Mía que la amaba,
aún con su último aliento. Siempre.
– No puedo quedarme por más tiempo… –él se disculpó con una
sonrisa– debo arreglar unos asuntos pendientes… –miró hacia André y Alessandra,
sabiendo que no podía dejar a Emma ahí– ¿quieres que te lleve a algún lado?
– ¿Podrías hacerlo? –preguntó aliviada– ¡no puedo quedarme aquí!
– Lo sé –asintió él– y claro que puedo. ¿Vamos?
– Gracias –sonrió ella y él se encogió de hombros.
– Gracias a ti. André me dejará tranquilo por un tiempo.
– Todo sea por acabar con
su diversión –rió Emma y salió con Marcos del restaurante en que estaban, tras
despedirse de André y Alessandra.
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