– ¡Marcos! –escuchó la voz de Beth, salir entre la multitud–
¿cómo estás? –preguntó, dirigiendo una fugaz mirada y sonrisa a Mía– ¿Y Rose?
– ¿Sabías que no es amable interrogar a los invitados, y más
cuando aún no te presentan? –Marcos dijo con una gran sonrisa y besándole la
mejilla.
– ¡Ay mi sobrino! –rió Beth y esperó que la presentara– ¡Mía! ¿De
dónde saliste?
– ¡Elizabeth! –gritó Marcos regañándola– hoy no es el momento,
venimos de la casa de mis padres –pidió.
– ¡Oh, conociste a Stefano! –dijo Beth con una sonrisa– no dejes
que te intimide, es un buen hombre solo algo…
– Lo sé –cortó Mía intentando sonar tranquila– ya ha pasado.
– Es lo mejor –aprobó
Beth– olvidarlo y divertirte. Es una fiesta, después de todo. ¡Vamos, que he
dejado solo a Lucian!
Se dirigieron hasta el lugar en que estaba el prometido de Beth,
para saludarlo. Alex, Aurora y Christopher no estaban ahí, mientras que Danaé y
Kyle estaban en la fiesta pero no lograban ubicarlos entre tantas personas.
André también fue presentado y era letalmente guapo, con sus ojos grises
burlones y su cabello intensamente negro, y por si fuera poco, una sonrisa que
lo decía todo; ahora entendía Mía lo que había querido decir Marcos con que
nadie le confiaría una mujer.
¡Coqueteaba con ella frente a todos!
– ¡No seas aguafiestas, Marcos! –se burló André– con esa cara,
parece que estuvieras en un funeral y no en una fiesta.
– ¡Será porque no dejas tranquila a Mía! –reprendió Beth ceñuda–
déjalo ya, André.
– No es necesario –Marcos
se encogió de hombros– Mía es inteligente –sonrió.
– ¿Qué quieres decir con eso? –preguntó André haciendo un mohín.
– Lo que se ha entendido.
Ni en tus sueños –Marcos pasó el brazo por la cintura de Mía.
– ¿Y en los tuyos si? –André arqueó una ceja y Marcos se limitó
a poner los ojos en blanco, en claro signo de impaciencia con él– eres
aburrido, Marcos.
– Y tu tan solo un niño –contestó Marcos y miró hacia Mía–
¿estás bien amor?
– Muy divertida –Mía rió tomando la mano de Marcos– me gusta tu
familia.
– Y a mí me gusta la tuya
–él la miró con cariño y escucharon que anunciaban la entrada de la cumpleañera,
Aurora.
Marcos no se fijó demasiado en lo que sucedía a su alrededor.
Tenía toda su mirada puesta en Mía, no podía evitarlo. Estaba hermosa, era
inteligente y entendía el sentido del humor tan extraño en su familia. Encajaba
perfectamente y… la amaba. ¡Cómo la
amaba! ¿Por qué ella no lo sentía así?
Entrelazó sus dedos con los de Mía y observó sus manos unidas.
Si tan solo este sueño nunca terminara… pero él sabía que tarde o temprano
tendría que despertar y afrontar la realidad.
Estaba viviendo una fantasía, y contrario a todos sus deseos, no duraría. No importaba lo hermosa o real que se
sintiera, siempre terminaría.
Se sintió muy a gusto con Mía de su brazo, durante toda la
noche. Sonrieron, bailaron, rieron… se divirtieron mucho. Para él, fue una noche perfecta. Casi sentía
que ella lo amaba. Casi… Si tan solo lo
amara. Tan solo amor, era lo que pedía.
¿Imposible?
Mía lo miró y le sonrió. Él le devolvió la sonrisa, feliz por
estar a su lado. No importaba que no lo amara, cada instante a su lado valía la
pena. Valía todo.
Marcos dejó a Mía en el hotel, agradeciéndole por la compañía y
le dio un breve beso. Ella subió hasta
su habitación, no pudiendo olvidar la noche tan maravillosa que había tenido y
cuánto de eso se debía a que Marcos había estado a su lado. Era único, perfecto y podía ser suyo. ¿Lo amaba?
Ella creía que sí. Desde
hacía varios días, si no desde el momento en que él dio su declaración, ella
había sentido que podía amarlo. Tal vez
ya lo hacía, pero no lo sabía. Tal como él lo dijo. Pero… ¿y si no? ¿Si tan
solo era una ilusión?
Lo que menos quería era dañar a Marcos, él no se merecía que
rompieran su corazón. Temía tanto hacerlo. ¿Por qué todo era tan difícil? Si
ella no tuviera el pasado que arrastraba en su alma… o si él no fuera tan
dulce…
Muchas cosas podían no ser, pero ahí dejarían de ser ellos y su
complicada relación. Las horas pasaban rápidamente y se acercaba el final.
Decidir. Una decisión antes de dejar su sueño: Italia. ¿Qué iba a hacer?
Por mucho que quería pensar, en su mente solo estaba la figura
de Marcos. Él sonriendo, bromeando,
serio, callado, frunciendo el ceño o siendo irónico. En todo momento,
Marcos.
Estaba aterrada. ¿Qué tal si se equivocaba?
***
Se dirigían al aeropuerto, tratando de bromear y olvidar que se
despedían de unas semanas que habían sido maravillosas para los dos. No sabían si tenían algún futuro o qué
relación tenían. Sin duda no la que
Marcos quería, pero Mía no sabía qué era lo que quería… no todavía.
Habían hablado al día siguiente de la fiesta sobre la partida a
casa de Mía, que sería en unos días, y acordaron disfrutar lo que les quedaba
de tiempo juntos, sin pensar realmente en un posible futuro. Bueno, en realidad Marcos había aceptado las
condiciones de Mía, ya que él le había pedido una vez que fuera su novia y ella
había asumido que bromeaba. Marcos no se
vio capaz de corregirle pues, los dos sabían, que no era ninguna broma y que él
la amaba.
El tiempo parecía correr contra ellos. Marcos quería asegurarse un sí, por muy leve
que este fuera, antes de que Mía partiera.
Pero ella no parecía dispuesta a hacerlo, a momentos parecía que
empezaba a sentir algo… y de pronto, todo cesaba. Él se estaba volviendo loco.
Totalmente.
Mía estaba decidida a darle una oportunidad a Marcos. Lo haría, solo que no sabía cómo. ¿Qué tenía
que decir? ¿Cómo lo decía? No quería que se tomara en la forma equivocada pero
¿no sería peor no decir nada?
– Marcos… –Mía pronunció
y él seguía mirando al frente– ¿estás pensando en comida?
– No –rió él y la miró– estaba pensando en ti.
– ¿En mí? –Mía sonrió y le tomó del brazo.
– ¿Acaso como mucho? –preguntó él haciendo un mohín– porque me
lo han dicho varias veces. ¿Tú también
lo crees?
Mía no pudo reprimir una carcajada ante el ceño que Marcos
ponía.
– No digo que comas
mucho, Marcos, solo que te gusta comer.
– ¿No nos gusta a todos? –replicó él con la misma expresión.
– Sí, pero tu aprecias la
comida… disfrutas lo que comes. No sé
cómo explicarlo.
Ella le dio un ligero beso en la mejilla cuando él se puso aún
más serio. Verlo así le provocaba más ternura que miedo y solo quería
estrecharlo en sus brazos y no dejarlo nunca.
Nunca más.
– ¿Aprecio mi comida? Estoy empezando a pensar que tu
conocimiento de italiano es bastante limitado.
– ¡Qué gracioso eh! –Mía lo regañó con una risita pero él siguió
caminando– Marcos… ¿qué es lo que te sucede?
– Nada… –contestó él de inmediato– estoy cansado.
– ¿Cansado? –esta vez fue ella quien hizo un mohín– pensé que
nunca te cansabas.
– ¿Cómo qué no?
– Bueno, siempre estás de buen humor, eres agradable… tú sabes.
– ¿Qué? –Marcos se detuvo y la miró– ¿cómo que yo sé?
– Es decir –Mía empezó a retorcer las manos– siempre estás
bromeando, riendo y parece que todo te sale bien. Nunca te enfadas…
– ¿Todo me sale bien?
¿Nunca me enfado? –él parecía a punto de ponerse a gritar y patalear ahí mismo.
Lo miraba cerrar su mano en un puño con fuerza, intentando controlarse– ¿sabes algo? Desde que te conocí, nada me ha
salido bien. ¡Ni una simple cosa! Rayos Mía, ¿acaso no lo ves? ¡Te amo y tú me
ignoras! Piensas que soy un ¡payaso! ¿Solo estoy de buen humor? ¿Qué más puedo
hacer? ¿Lamentarme por los rincones que a ti no te interese lo que yo siento?
¡Has sido cruel y desconsiderada! ¿Sabes por qué? ¡Porque te amo! Porque
deberías al menos intentar entenderlo y escucharme… ¿tan difícil es darme una
oportunidad? ¿Solo una? ¡Y dejar esta farsa de que todo está bien y yo estoy
contento con la situación, porque no lo estoy! Ni un instante Mía –él la tomo
de los hombros– ¿por qué no lo ves? ¡Qué sonrío para no ponerme a gritarte!
Porque te antepongo a ti, sobre mí. No
más. No puedo más.
Mía se quedó en silencio, mirándolo con sorpresa. Ahí estaba, después de todo, Marcos era
humano. Muy humano. Y tenía un genio del demonio cuando se
enfadaba. Así mismo, se controló de
inmediato. Mía sintió que él aflojaba su agarre y se giraba, para dirigir su
mirada hasta una ventana. Su mano de a poco se abrió y quedaron todos sus dedos
extendidos. Él caminó hacia ella, que
seguía en el mismo lugar.
– Lo siento, Mía –volvía
a ser la voz del Marcos de siempre– creo que he tenido más presión de lo
habitual en estos días –trató de esbozar una sonrisa pero de inmediato se puso
serio– en verdad lo lamento –sintió que él pasaba una mano por su mejilla y le
borraba las lágrimas que ni sabía tenía ahí– no quise hacerte daño.
– No, yo no quiero
dañarte Marcos… nunca –Mía dejó que él la abrazara– por eso creo que lo mejor
es que…
Él se separó y la miró.
Le puso un dedo sobre la boca y negó con la cabeza.
– No te dejaré, Mía
–Marcos le acarició el cabello– es cierto que te amo, que siempre te
amaré. Por tanto, te esperaré el tiempo
que sea necesario. No puedo hacer nada más que eso, porque eres tú, la única
para mí. No importa el tiempo ni la distancia, solo no olvides que alguien te
ama y espera aquí –él le puso la mano sobre su corazón y sonrió– sigue latiendo
por ti, Mía. No olvides que llevas mi
corazón contigo.
– Marcos, no quisiera que estos días hubieran terminado nunca –Mía
le pasó la mano por el rostro e intentó sonreír– han sido las vacaciones más
hermosas de mi vida.
– Y las mías –Marcos
intentó sonreír y le abrazó una vez más– ¿podré visitarte alguna vez, Mía?
– Eres bienvenido siempre –contestó ella– si encuentras mi casa,
puedes venir.
– Te tomo la palabra –dijo él y sintió como ella se deslizaba
entre sus brazos. Trató de mantenerse
tranquilo, sin alterarse por la inevitable partida de Mía.
– Gracias, Marcos –se despidió Mía, soltando su mano. Pero la volvió a tomar, sonrió y lo
besó. No tenía palabras para decirle
pero quería expresarle lo mucho que le agradecía por el maravilloso tiempo
juntos, por haber vivido un sueño con él y lo mucho que le dolía que no durara
para siempre– Te espero –sonrió, intentando grabar en la memoria la última
imagen de él. Sabía que no volvería a ver a Marcos. Un hombre así… bien, solo
sería un recuerdo. El mejor recuerdo.
– Puedes apostarlo –murmuró él mientras elevaba la mano para
despedirse. Verla alejarse de él era aún más difícil que dejarla. Sencillamente
porque ella ni siquiera parecía dudar y lo hacía por voluntad propia. Él había regresado a Italia porque sabía lo
mucho que le había asustado su declaración y no quería presionarla. Ella se iba de Italia porque él tan solo
había sido unas vacaciones hermosas y nada más. No lo tomaba en serio, solo como
una especie de pasatiempo.
Y aun así, a pesar de todo, él no podía dejar de amarla. Ni
siquiera lo consideraba una opción.
Amaría a Mía toda la vida. Y no,
no tenía la menor idea de por qué tenía esa certeza. Pero la tenía, siempre la
tendría.
Mía no pudo dejar de mirar al exterior y desear bajar del avión
para quedarse con Marcos, pero su tiempo había pasado y debía dejarlo
estar. Por los dos, necesitaban tiempo
lejos. Y así sería.
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