Exactamente habían pasado tres semanas antes de que Mía se
encontrara con una enorme sorpresa en el portal de su puerta. Ni siquiera había creído que fuera posible,
pensó que estaba soñando o que tenía que ser alguien más. Pero no, era
Marcos. Sí que lo era. Estaba ahí, y le esperaba.
– ¡Marcos! –gritó y antes de siquiera razonarlo, corrió hasta
sus brazos, que la esperaban abiertos– ¿qué haces aquí?
– Mía… –él le besó en la
frente y le sonrió– no podía esperar más para verte.
– ¿Me extrañabas, entonces? –preguntó, sin pensarlo.
– Desde el mismo instante que partiste –contestó él de inmediato–
pero no sabes lo difícil que es encontrar tu casa.
Ella rió ante la sinceridad de sus palabras y la sonrisa de sus
labios. Era su Marcos, aquel que ella
había conocido y había pensado que no volvería a ver. No podía imaginar nada mejor en ese instante,
absolutamente nada.
– Un poco… –concedió– pero te dije que si la encontrabas, eras
bienvenido.
– ¡Qué mejor! –se acercó él, tomó su rostro entre sus manos y le
besó suavemente– te he extrañado, Mía.
– Ya lo dijiste –contestó
en un susurro.
– Pero no por eso deja de ser menos cierto –él volvió a besarla–
o dejo de extrañarte.
– ¿Entramos? –pidió ella
sin aliento, tomándole la mano y dirigiéndole a su casa.
– ¿Es una invitación? –él trató de bromear y ella arqueó una
ceja.
– Claro que es una invitación, Marcos. ¿Qué más sería?
– Nada que yo imagine –soltó con una sonrisa– cuéntame amor,
¿qué has hecho en estos días? –preguntó con toda naturalidad.
– Trabajar, la rutina… lo de siempre –Mía se encogió de hombros–
¿y tú?
– También, trabajar, viajar, escapar y seguirte. Lo de siempre.
Ella rió y le dio un golpecito en el brazo, dirigiéndose a la
cocina.
– ¿A dónde vas? –preguntó Marcos.
– ¿A dónde? Seguro estás muriendo de hambre, así que a
prepararte algo.
– ¿Tan bien me conoces? –dijo sarcástico– aunque si, quizás
tenga hambre. Veamos que puedes hacer…
– Lo que sea que haga –contestó Mía, apuntándole con un dedo– te
lo comerás en silencio porque te estoy invitando.
Él se limitó a asentir y sonreír. No podía imaginar un lugar más
perfecto que ahí ni donde se sintiera más a gusto que con Mía. Como si fuera su
hogar.
– ¿Y cómo está tu familia? –interrogó Mía mientras sacaba
alimentos del refrigerador– ¿cómo va todo en Italia?
– Maravillosamente –Marcos contempló como Mía se movía con
seguridad por toda la cocina. Se le daba
muy bien– mi mamá ha insistido en que debes acompañarnos por lo menos a una
comida, Rose preguntó por ti también y mi padre, bueno contrario a lo que
pudieras pensar, me ha dicho que debería buscarte y resolverlo…
Marcos esperó que Mía dijera algo, pero ella se mantuvo
concentrada, mirando fijamente un tomate.
– Danaé ha vuelto a Canadá con Kyle, aunque al parecer
sucedieron muchas cosas que me he perdido.
Y con Rose, y los demás también.
Al parecer estoy muy distraído…
– ¿Lo estás? –Mía lo miró brevemente– bien, pues tendrás que
enfocarte. No sería bueno que pierdas el
rumbo… de tu vida. Tu familia –corrigió.
– Sí, mi familia –Marcos se encogió de hombros– ¿y tu familia?
– Tú debes estar más al tanto de Aidan y Eliane que yo, mis
otros dos hermanos cada cual en su vida y mis padres están de viaje. ¡Qué vida
la de ellos!
– Sí, que envidia –comentó él y se levantó por un vaso de agua–
¿tú Mía?
– ¿Yo? –Mía lo sintió acercarse despacio, por detrás– ¿qué
Marcos?
– ¿Tú me extrañaste? –preguntó, muy cerca de su oído.
– No… –soltó de inmediato– pensé que no volvería a verte…
– ¿No? ¡Me rompes el corazón! –dijo con una sonrisa que ella no
pudo precisar si era de dolor o de burla– ¿ni un poquito?
– Bien, si lo que preguntas es si he pensado en ti… –Mía se giró
y le clavó sus ojos grises– la respuesta es sí.
– Y eso es suficiente –Marcos bajó su rostro hacia el de Mía–
por ahora –añadió y la besó, al inicio con suavidad y luego con añoranza y
pasión.
– Sin duda –Mía se separó y continuó cortando el tomate– me
hiciste falta.
– ¡Finalmente! –rió Marcos tomando su vaso de agua– pensé que no
admitirías nunca que te sientes atraída por mí.
– ¿Cómo no? –ella ladeó su cabeza– eres el hombre perfecto, el
que cualquier mujer desearía. Estaría ciega o loca si no me sintiera atraída
por ti.
– Hummm…
Mía detuvo lo que hacía y lo miró, sabiendo que algo que había
dicho no le había gustado nada.
– ¿Ahora que dije? –preguntó– ah… ¿lo de las mujeres, cierto?
– ¿Por qué insistes con eso de que soy el hombre perfecto? No me
gusta esa etiqueta que me pones, Mía. No soy perfecto.
– Tú me has dicho que soy perfecta y no he hecho un drama por
eso.
– No de esa manera, Mía. Tú lo dices como si yo fuera alguna
clase de divinidad o algo por el estilo –explicó con impaciencia– es la forma
en que tú y yo usamos la palabra lo que hace una enorme diferencia.
– ¿A qué te refieres? ¿Es tan importante?
– Tú eres perfecta para mí –él puso en blanco los ojos– para mí.
No para nadie más, no para otros… para mí –repitió.
– No te sigo… –Mía alzó
las manos, rindiéndose– no lo entiendo.
– No importa –Marcos sonrió– ¿me das un momento? Tengo una
llamada que hacer.
– Por supuesto –asintió Mía y escuchó que él se dirigía a la
sala. Hablaba en italiano, rápidamente por lo que no podía captar todo lo que
decía y las paredes no eran demasiado delgadas tampoco. No que le interesara escuchar, claro que no.
– Lo siento –Marcos venía más tranquilo– he tenido que avisar en
mi oficina que estaré más tiempo del planeado lejos.
– Te despedirán –Mía hizo una mueca.
– ¿Por qué lo harían? –preguntó Marcos riendo.
– Te tomaste días libres, vacaciones o lo que sea mientras
estaba en Italia, ya que pasabas mucho tiempo conmigo. Ahora también vas de
viaje de negocios y terminas aquí, conmigo. ¿No crees que sea demasiado tiempo
lejos?
– ¿Nunca hablé mucho de mi trabajo? –Marcos intentó recordar–
creo que no. Bueno, básicamente puedo hacerlo desde cualquier parte del mundo,
donde me encuentre. No necesariamente
tengo que estar en una oficina todo el tiempo, no es lo mío.
– Eso suena a que… ¿trabajas por tu cuenta?
– A veces –respondió con cautela– ¿sabes? el trabajo no es mi
tema favorito. ¿Podemos hablar del tuyo?
– ¿Por qué? ¿Crees que el mío si es uno de mis temas favoritos?
– Sé que te gusta. Lo
mencionaste en la casa de mis padres.
– ¿Realmente recuerdas todo lo que digo?
– ¿Tú no recuerdas todo lo que yo digo?
– Quizás… –Mía evadió la pregunta y le extendió lo que había
preparado. Prefería que él estuviera ocupado comiendo y no le interrogara sobre
lo que ella recordaba. Porque lo
recordaba todo sobre él, desde sus gestos hasta las palabras que usaba. Sus
ojos al mirarla y sus brazos cruzados cuando estaba molesto o pretendía
estarlo. Él era Marcos y ella no podía pensar en un solo instante a su lado que
ella no recordara. Imposible.
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