– ¿Podemos hablar un momento en mi despacho, Marcos? –pidió
Stefano y él miró a Mía. Ella asintió y
Marcos salió con su padre.
– Nuevamente recibe mis
disculpas por el comportamiento de mi esposo –dijo Mandy en tono suave– él es
algo desconfiado, siempre lo ha sido. No
quiero que eso te aleje de nosotros. Es un gusto enorme conocerte.
– No se preocupe señora Ferraz –contestó Mía– supongo que es
natural que su esposo desconfíe de mis intenciones –trató de sonar segura, aun
cuando no lo sentía.
– No me llames así
–sonrió Mandy– dime Mandy, eso de señora Ferraz me hace sentir mayor y es
extraño. Además creo que es buena idea
que sepas que a Stefano no le gusta lo de señor Ferraz –rió y Mía se preguntó
si lo decía en serio.
– ¿Cómo debería llamarlo,
en ese caso? –inquirió confundida.
– Es una buen pregunta…
nunca me la había hecho –Mandy intentaba conversar con una actitud relajada y
tras unos minutos, Mía notó que había funcionado. Respiró aliviada porque fuera
Marcos, y no ella, quien tenía que hablar con Stefano Ferraz.
Marcos siguió a su padre hasta el despacho y escuchó que cerraba
la puerta. Inspiró hondo para no gritar y controlarse. Después de todo, era su
padre y lo respetaba, además él rara vez perdía la paciencia y en este día
había estado al borde varias veces.
– Cuéntame hijo –Stefano
se detuvo frente a él– ¿qué es lo que esperas de ella?
Marcos miró a su padre fijamente, por largo rato, intentando
descifrar que era lo que se escondía tras aquellas palabras. Solo encontró un rastro de profunda preocupación.
– La amo, padre –respondió, sin saber bien como comenzar– desde
el primer instante en que la vi, supe que Mía era la mujer que había esperado
durante toda la vida. Sencillamente, la
amo.
Stefano asintió. Dio una vuelta alrededor del despacho, hasta
sentarse en su silla, detrás del escritorio.
Miró a su hijo.
– ¿Cuánto tiempo? –inquirió– ¿por qué estás tan seguro que es
ella a quien quieres?
– Porque es lo que he buscado durante toda la vida. Yo sé lo que
quiero y la quiero a ella, en mi vida, siempre. ¿Cuántas veces me has visto
así?
– Ninguna, Marcos. Y esa, es precisamente mi preocupación
–contestó Stefano directamente– sí, yo veo como te sientes, lo enamorado que
estás. Pero no veo lo mismo en ella. ¿Te
ama como tú?
– Papá, no vengas con eso… –Marcos intentó desviar la atención,
ya que era la pregunta que él también se hacía. Cientos de veces al día.
– Esto es serio, hijo –Stefano se levantó, para colocar sus
manos sobre los hombros de él– soy tu padre y te quiero. Lo que menos deseo es alguien
que juegue contigo, precisamente porque sé que tú no eres así.
– Papá, agradezco tu
preocupación pero…
– No, lo digo en serio –interrumpió Stefano– habla con la chica
y aclara su situación. Yo te conozco y
sé, que tú no tienes idea de donde estás.
– ¿Sabes? Parece que nunca te has enamorado –bromeó Marcos– es
precisamente como te sientes cuando amas a alguien.
– Sí, cuando no sabes lo
que la otra persona siente –contestó él conciso.
– ¿Qué esperas de mí,
padre? –Marcos se sentía desorientado, al escuchar que su padre tenía las
mismas dudas que él sobre Mía.
– Qué tomes las riendas de tu vida. Y cuanto antes lo hagas,
será mejor para los dos.
– Lo prometo –suspiró Marcos mirando a su padre– pero tú,
¿podrías comportarte?
– Lo intentaré –sonrió Stefano soltando a su hijo– ¿regresamos?
Marcos asintió y salió con su padre, de regreso al salón.
– Pensé que no volverían –Mandy se levantó feliz, al notar de
inmediato que Stefano estaba más relajado– estábamos comentando sobre la fiesta
de Aurora.
– Sí, eso me recuerda que debemos irnos pronto –Marcos contestó
con una sonrisa hacia su madre– gracias por recibirnos, mamá. Ha sido una tarde encantadora.
– ¡Ay hijo mío! –Mandy lo abrazó con cariño– vuelve pronto
–pidió.
– Si, estaré por aquí… ¿y dónde está Rose? –preguntó con
curiosidad.
– Tu hermana ha ido a
cambiarse también –explicó– ya sabes, su departamento queda más lejos y no
tiene el vestido que usará aquí.
– ¿Y eso? Ella siempre elige esta casa como centro para ir a
cualquier lugar. Y generalmente, me
tortura a mí para que la lleve.
– No lo sé –Mandy se giró a mirar a su esposo– es mejor que
dejemos que se vayan.
– Sí, la fiesta empezará en cuestión de horas –asintió Marcos.
– Un gusto conocerlos –Mía sonrió débilmente –señor –lo miró sin
saber qué decir.
– Llámame Stefano –pidió él con una sonrisa y Mía lo miró
sorprendida. Esa sonrisa transformaba su rostro y bien podía encontrar un
rastro de Marcos ahí.
– Bien, Stefano y Mandy, gracias por la invitación –ellos
asintieron y se despidieron. Marcos le
tomó de la mano y salieron de la casa.
– ¿Ha ido bien verdad? –preguntó él con una pequeña sonrisa y
Mía lo miró.
– ¡Ahora sí que puedo morir! –pronunció, antes de entrar al auto
y dejarse caer en el asiento con los ojos cerrados.
Marcos rió y le tocó la punta de la nariz, sorprendido de lo
hermosos que eran sus ojos grises, al abrirse para mirarlo con curiosidad. Mía
era perfecta. Y él no se imaginaba sin
ella nunca más. No podía. Sabía que
tenía que arreglar su situación. Pero no por el momento. No esa noche.
Dejó a Mía en el hotel y él se dirigió a su departamento,
después de todo, en una hora debía recogerla y ella estaba desesperada ya. Se cambió lo más rápido que pudo, evitando
pensar en lo que había hablado con su padre, aun cuando sabía que las palabras
de Stefano Ferraz siempre se quedaban en su cabeza, insistentes. Más tarde –repitió entre dientes, cuando un
pensamiento negro le asaltó– no ahora.
Al mirarla salir, se quedó sin aliento. Estaba preciosa,
elegante y sonrojada. Él se sentía el hombre con más suerte del mundo al tener
de su brazo a tan hermosa e inteligente mujer.
¿Era posible que fuera solo de él? ¡Algún milagro debía existir!
– ¿Por qué me miras así? –Mía se quejó, poniendo su cabeza entre
sus manos– ¿tan mal me veo? ¡Me siento inadecuada sin necesidad de que me mires
así!
– ¿Mal? –Marcos arqueó una ceja, incrédulo– te ves preciosa,
Mía. No creo que haya nadie más hermosa que tú esta noche.
– Eres un exagerado y eso no es cierto. No soy ni la mitad de
hermosa que cualquier mujer de aquí.
– Eres aún más hermosa –contestó él– y ni siquiera me fijaría en
nadie más contigo a mi lado. Tienes toda mi atención.
– Eso espero –Mía lo miró atentamente– porque estás
extremadamente guapo y no pienso compartirte esta noche.
– ¿Solo esta noche? –se burló él, con una sonrisa de
satisfacción en su rostro.
– No contestaré eso para satisfacer tu ego masculino –soltó Mía
y luego de pensarlo un momento, rió– ¿no me salió convincente verdad?
– No mucho –rió Marcos y
la miró– pero puedes intentarlo de nuevo, haré de cuenta que lo dices por
primera vez –concedió.
– ¿Por qué no te encontré antes? –preguntó, más para sí misma,
sin siquiera ponerse a pensar en el significado de sus palabras– es decir, si
alguien me hubiera dicho que existía un hombre como tú, no lo habría creído.
¡En verdad Marcos, eres irreal!
– Si sigues diciéndome eso, empezaré a pensar que desapareceré
en cualquier momento –dijo él, serio– ¿sabes que solo soy un hombre con errores
y todo cierto?
– ¿De verdad? ¿Puedo ver algo así? –pidió Mía burlona– sería un
espectáculo.
– ¿Qué? ¿Qué cometiera un error o que dejara de ser irreal?
– Las dos… ninguna. No lo sé –Mía se sentía confusa– ya ni sé
porque lo dije. Es solo que… en verdad no sé cómo te encontré.
– Yo te encontré –corrigió Marcos con una sonrisa– y siempre te
encontraré –Mía sonrió y él estacionó él auto– hemos llegado.
Se bajó del auto y la ayudó a ella. Le ofreció el brazo y
caminaron hasta el local de la fiesta de Aurora. Mía respiró hondo, dispuesta a conocer a los
demás con una sonrisa.
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