– Buscaré un hotel –informó Mía a la espalda de Marcos– gracias
por recibirme.
Suspiró hondo y caminó hacia la puerta. Se quedó dudando, mientras giraba el
picaporte. ¿Y qué si amaba a Marcos sin
saberlo? Él le había dejado con esa interrogante, porque jamás antes, había
sido tan impulsiva. ¿Por qué ir a Italia por un hombre que apenas conocía si no
sentía nada por él? Era una locura y, sin embargo, lo había hecho. Había
confiado en él, sin saberlo. Había
creído en él, sin proponérselo. ¿Podía
ser eso suficiente para ser considerado indicios de amar a alguien?
Lo soltó y se giró, tan solo para contener el aliento al notar
que Marcos estaba a escasos centímetros de ella. Ni siquiera había escuchado que él se moviera
y ahora estaba muy cerca. No pudo evitar
deslizar su mano hasta la mejilla de él, acariciarlo mientras Marcos cerraba
sus ojos, como si estuviera sufriendo un intenso dolor. Ella no quería ser la causa de ese dolor. Quería que Marcos fuera feliz…
¿Ella era su felicidad? Pues que así fuera, entonces.
– Yo… –empezó Marcos y ella negó– lo siento, Mía. Realmente no esperaba que mi hermana gemela
se apareciera en mi departamento. Es
inoportuna y… –él la miró intensamente– te prometo que nadie sabrá que estabas
aquí.
– Sé que te ocuparás de eso –Mía le pasó la mano por la frente,
retirando un mechón de su cabello castaño– no quiero irme, Marcos.
– Entonces no lo hagas –pronunció él despacio.
– Así será, entonces… –dijo
Mía antes de sentir como Marcos deslizaba sus brazos detrás de su cintura y la
atrapaba contra su cuerpo. Mía se aferró
a él y le correspondió al abrazo con todo lo que era capaz de sentir. No podía darle un nombre ni evitar el miedo
por lo que podía pasar. Pero podía
intentarlo, se merecía intentarlo. Por
Marcos. Por ella. Por la felicidad de los dos.
– Te amo –pronunció él contra sus labios, antes de volver a
atraparlos en una tierna caricia. Mía
suspiró y se dejó llevar por las sensaciones que Marcos despertaba en
ella. Con él, lo imposible parecía nada.
Todo era posible. Todo.
Unas horas más tarde, Marcos y Mía se dirigían al hotel que él
recomendaba. Dejó que se instalara y le
prometió ir más tarde para llevarla a comer. Mía asintió y se despidieron con
un beso. Él no sabía que eran y sin duda,
no estaba listo para responder preguntas sobre eso. Pero tenía que
hacerlo. No había otra alternativa.
Rose.
Miró la casa de sus padres. Aun cuando siempre la había visto
enorme, era muy acogedora. Era su hogar y él así lo sentía. Encontró que su padre no estaba, saludó a su
madre y preguntó por Rose. Subió las escaleras hasta encontrarse frente a la
puerta de su hermana. Golpeó.
– Puedes entrar, hermanito –escuchó la voz de Rose desde dentro.
Suspiró resignado.
– Rose –él entró y cerró la puerta– ¿a cuántas personas le has
dicho ya? A mamá, sorprendentemente no,
pues no me ha dicho nada.
– A… –Rose hizo ese gesto
y él sintió recorrerle un escalofrío– a ninguna, Marcos.
– ¿Ninguna? –preguntó extrañado– ¿aún no le has dicho a nadie?
– No, ni creo que lo haré ¿verdad? –inquirió con suspicacia.
– No por el momento –asintió Marcos– es solo que…
– ¿Qué? –preguntó Rose con curiosidad– ¿es una conquista tuya?
Porque haberla llevado a tu departamento y…
– No, claro que no –él
negó bastante fuertemente– ni se te ocurra pensar eso. Mía es…
– ¿Es? –Rose no tenía mucha paciencia. Lo miró y le golpeó el brazo– ¿qué es?
– No lo sé –soltó despacio Marcos– solo es ella. Es Mía.
– ¿Es Mía? ¡Qué
elocuente, hermano! –rió Rose– ¿tú la amas cierto?
– ¿Por qué iba a negarlo? –respondió él y Rose asintió
aprobadora.
– No diré nada, por el momento –prometió Rose– pero no te tardes
demasiado.
– Lo sé –confirmó Marcos– el reloj empieza a correr en mi
contra.
– Y cada vez más rápido –bromeó Rose, mientras Marcos se
despedía con un beso.
– Los relojes van siempre al mismo ritmo –gritó Marcos con una
risita, escuchando como un objeto pesado se estrellaba contra la puerta que él
acababa de cerrar. Rió.
***
– No, Marcos –negó Mía saliéndose de su abrazo– no puedo conocer
a tu familia aún. Es demasiado pronto
–tembló con la sola idea– podría no agradarles…
– Les agradarás –afirmó él con una sonrisa– y no solo eso, te
aceptarán con felicidad Mía. Te lo
aseguro.
– Quisiera estar tan segura como tú –ironizó ella.
– Además, es una fiesta.
Si te sientes incómoda, nos excusaremos y salimos de ahí.
– ¡Ya me siento incómoda con esto! –refunfuñó Mía y solo resultó
en una gran sonrisa de Marcos– ¡no es gracioso!
– Nunca dije que lo fuera –recibió tan solo una mirada de enfado
de Mía y él trató de sofocar la risa, en vano– no tienes nada de qué
preocuparte.
– Sí, yo te diré
exactamente lo mismo cuando conozcas a mi familia completa. Y a mis hermanos –se burló.
– Ya conozco a tus hermanos –respondió Marcos con tranquilidad.
– No los conoces como… –Mía se cortó y lo miró– ¿qué somos,
Marcos?
– Por mí, ya seríamos marido y mujer –respondió él con seriedad
y Mía clavó sus ojos grises en él– está bien, está bien. ¿Si empezamos como novios te parece mejor?
– Sí –asintió Mía, sabiendo que era una batalla perdida– lo
acepto.
– ¡Tengo novia! –soltó con alegría Marcos y Mía no pudo reprimir
una sonrisa. Le dio un gran beso y sonrió aún más– te amo, Mía.
– ¿Qué voy a usar en la fiesta? –ella se alejó de sus brazos y
empezó a pensar– no he traído nada apropiado.
– No hay problema –sonrió él– vamos de compras.
– ¿Qué? –Mía lo miró extrañada– definitivamente no puedes ser
real, Marcos. ¿Irías de compras conmigo?
– Si eso te apetece –él le restó importancia– puedo tomarme una
tarde libre para ir juntos. ¿Te parece
bien?
– ¿Bien? –Mía sonrió ampliamente– creo que me he sacado la
lotería y no lo sabía.
Él la alcanzó para estrecharla una vez más. Los dos sabían que
él había dicho: “te amo” una vez más y Mía había evadido el tema. Habían sido semanas así pero era inevitable.
Marcos no se sentía feliz pero no podía obligar a Mía a que sintiera algo por
él o dijera lo que no sentía. Tendría
que esperar y rogar a todos los santos que ella pudiera llegar a amarlo. Mía quería decirle a Marcos lo que sentía
pero no podía, siempre las palabras se le quedaban atoradas en la garganta.
Simplemente no salían.
– Mía –pronunció Marcos, antes de salir de la habitación de ella.
Mía lo miró con una sonrisa– tengo algo más que decirte…
– ¿Si? –preguntó Mía sin ponerle demasiada atención.
– Antes de la fiesta, iremos a la casa de mis padres. Quieren
conocerte.
– ¿Qué? –Mía sintió su voz demasiado aguda– ¿cómo has dicho?
– Mi mamá preparó una reunión
para tomar el té, previa a la fiesta de la prima de Danaé, Aurora. Iremos
primero ahí.
– ¡No, Marcos! –Mía trató de alcanzarlo pero él salía por la
puerta– no iré.
Él abrió la puerta y se quedó en el umbral parado. Mía se cruzó
de brazos, con obstinación. Él le dedicó
una de sus sonrisas. Mía suspiró y puso
los ojos en blanco.
– Por favor, amor. No
puedo decirle que no a mi mamá –pidió.
A Mía no le pasó por alto el apelativo que Marcos había usado y
sintió como una sensación extraña llenaba su ser. Sonrió.
– Niño de mamá –se burló Mía y él arqueó una ceja– una broma,
nada más –rió Mía y se acercó con lentitud– está bien, pero tú tendrás que ir a
una fiesta de mi familia. Y estaremos a mano.
– ¿Tan malo será? –Marcos le besó la frente y ella asintió.
– Será divertido –Mía se encogió de hombros– para mí –esbozó una
sonrisa traviesa y él se despidió con un beso de ella.
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