lunes, 15 de mayo de 2017

Tan solo amor 11°- Gaby Ruiz



Mía terminaba de comer y se sentía algo intimidada por la forma en que Marcos la contemplaba.  Varias veces le había pedido que dejara de hacerlo pero él solo sonreía un poco, ladeaba la cabeza y continuaba.  ¿Qué estaba pensando? ¿Qué desaparecería en cualquier momento?
Quizás era eso… y tal vez ella no lo había pensado todo bien.  La noche caía en Italia y ella aún no tenía un lugar donde quedarse.  Y era evidente que no iba a quedarse con él, al contrario, tendría que pedirle que le acompañara a buscar un hotel.  Cuanto antes, mejor.  ¿Qué iba a pensar él de ella al no tener ninguna reservación?
  Nada –contestó Marcos sencillamente– fue un viaje precipitado según me cuentas. ¿Por qué pensaría algo de ti por no tener una reservación? Se arregla rápidamente, iremos a buscar un lugar para quedarte –prometió él.
– Gracias –asintió Mía y se levantó.  Él negó y le tomó la mano para halarla a que se sentara frente a él.

– Lo haré. Pero más tarde –explicó Marcos con una sonrisa– ahora quiero que hablemos.
– ¿Ahora? –Mía hizo un mohín y él asintió– ¿nos llevará mucho tiempo?
  ¿Por qué? –preguntó él, mirándola con ternura– ¿estás cansada?
– Un poco –respondió Mía, reprimiendo un bostezo– pero está bien. Hablaremos y luego buscaré un lugar para quedarme.
– Buscaremos… –corrigió él, tomando su mano.  Se sentó junto a ella y permitió que apoyara la cabeza en su hombro.  Le pasó el brazo y la acercó junto a él– ahora sí…
  ¿Qué te gustaría escuchar? –preguntó Mía y él se quedó pensativo. ¿Qué le gustaría escuchar? Todo acerca de ella– ¿Todo? Eso tomará un poco de tiempo –bromeó.
– Bien, te escucho… –Marcos respiró hondo para mantenerse sereno durante todo el relato que escucharía. Sabía que habría partes que le dolerían y aún más la pregunta que había querido hacerlo desde el mismo instante que la vio.  Desde que la conoció. ¿Por qué a él? ¿Qué amabas de él? ¿Aún lo amas?
– Tengo una gran familia –empezó Mía sin saber por dónde hacerlo– siempre viví en casa de mis padres. Cuando era una adolescente, un chico nuevo entró a estudiar conmigo.  Nos volvimos buenos amigos. Sean era estupendo, sociable, siempre reía y bromeaba.  Al segundo año, quizás, me pidió que fuera su novia.  Así, pasamos los años de nuestra juventud, saliendo juntos y un día me pidió que me casara con él.  Tenía alrededor de 23 años y el compromiso duró todo un año. Éramos jóvenes, a veces un poco impulsivos.  Unas semanas antes de la boda, y el día anterior a mi cumpleaños, Sean y yo habíamos planeado un viaje a una playa cercana.  Ahí, nuestro grupo de amigos organizaría las despedidas de solteros y ese tipo de cosas, que yo, la verdad no estaba muy animada de escuchar.  A pesar de mi poca predisposición, fue algo fortuito que mi jefe de aquel entonces fuera exigente al máximo, y como me dedicaba al periodismo, me envió a cubrir una historia –Mía se acurrucó contra Marcos y continuó– urgente, por supuesto.  Sean se enfadó, yo misma me sentía enfadada.  ¿Cómo podía hacerme esto? Estaba dispuesta renunciar pero me detuve.  Ya tendría tiempo más adelante de fiestas o lo que fuera.  La noticia –carraspeó un poco y notó que lágrimas silenciosas bajaban por sus mejillas– fue repentina.  Una llamada telefónica y lo siguiente que supe fue del accidente fatal en el que Sean estaba involucrado.  Él no lo logró… –explicó en un hilo de voz. Marcos se puso rígido a su lado– Sean había muerto instantáneamente. Me sentí tan culpable, si yo hubiera estado ahí… él jamás habría manejado en esas condiciones.  Yo… él me escuchaba.
  No fue tu culpa –habló Marcos, tras unos minutos de silencio.  Mía asintió enérgicamente– de verdad, Mía, no lo fue. Él era un adulto y responsable de sus actos.  Que tú no estuvieras ahí solo significa que estás aquí, a mi lado, a salvo.  Si tu hubieras estado con él… –Marcos cerró los ojos, no pudiendo imaginar esa posibilidad– Mía, Sean hizo su elección y obtuvo las consecuencias que se derivaron de esa decisión errónea.  Todos vivimos con lo que elegimos, Mía… todos –repitió Marcos.
– Lo sé –ella se secó con el dorso de la mano el rostro– pero… aun así, si tan solo…
  No, Mía.  No te hagas más daño pensando en eso –Marcos le tomó la mano y la besó con delicadeza– nada de lo que hubieras hecho lo habría evitado, Mía. Cuando algo debe ser, será.  No importa lo que hagas… o digas.
– ¿Realmente lo crees? –ella giró su rostro hacia él– ¿no crees que seamos capaces de cambiar el destino?
– Solo si depende de nuestras decisiones, Mía.
  ¿Cuándo no sería así? –preguntó mirándolo con incertidumbre.
  Cuando amas a alguien –contestó Marcos automáticamente– tú no decides a quien amar. 
– Marcos… –ella le tomó el rostro entre sus manos y, sin pensarlo, se acercó y lo besó.
Ninguno de los dos se lo había esperado, pero Marcos le besó con ternura y ansiedad.  Necesitaba a Mía, en todas las formas posibles, porque él estaba totalmente seguro que la amaba.  Y nada ni nadie cambiarían eso.  Ni siquiera Sean.  La retuvo por los brazos y la alejó, para mirarle a los ojos.
  Mía… –ella tenía los ojos cerrados y Marcos sintió que no podría con la resolución que se había planteado– Mía, no –dijo y ella lo miró finalmente– no puedo hacerlo.
– ¿A qué te refieres, Marcos? –Mía contestó confusa– yo pensé que…
  Esto para mí no es un juego, Mía.  Yo te amo, realmente te amo –repitió Marcos y se paró– entiéndelo. Para ti puede no significar nada pero…
Mía lo abrazó por detrás y Marcos se quedó quieto.  Giró para tenerla entre sus brazos y apoyó la barbilla sobre la cabeza de ella.  Estaba perdido.  Y no le preocupaba en absoluto.
  No puedo decirte que yo… –Mía carraspeó y se apoyó más en él– Marcos, no sé qué es lo que siento.  Yo pensé que jamás podría sentir nada por nadie más.  Ni soñar en plantearme amar a alguien ¿sabes? Pensé que era algo que se daba una vez en la vida y yo lo había tenido y perdido. Dolió demasiado…
Marcos cerró los ojos, mientras sostenía a Mía contra sí.  Ella había amado a Sean, aun cuando él hubiera muerto, era muy diferente a que hubieran terminado su relación. Él había “desaparecido” por decirlo de alguna manera, pero no de una manera convencional. La muerte no conllevaba la desaparición del amor hacia la persona que falleció.  Quiso borrarlo de la vida de Mía, ser él el hombre que ella amara.  Que le diera una oportunidad pero ¿podría lograrlo? Tenía una esperanza. Mía estaba ahí.  Y se quedaría en Italia, con él.
  Amar duele –contestó Marcos acariciándole el cabello– pero debemos atrevernos a hacerlo, para ser felices. ¿No quieres ser feliz? –preguntó él con temor.
– Yo soy feliz, Marcos. Mi vida es como la quiero –pronunció alejándose de sus brazos, volviendo a sentarse en el sofá.  Él la siguió– Es la que yo elegí –articuló significativamente– tras el funeral de Sean, seguí con mis planes de mudarme.  Solo que irme al lugar más remoto se me hizo una buena idea.  Un lugar donde nadie supiera de la trágica historia y me vieran con lástima o curiosidad.  Estaba cansada de ello, agotada.  Quería olvidarlo pero no podía. Para superarlo debía alejarme.  Y lo hice.
  ¿Crees que seguiste con tu vida? –Marcos la miró con una sonrisa triste– ¿lo has superado? –¿aún lo amas? Añadió en silencio, solo para sí.
  Seguí con mi vida –asintió Mía y se acurrucó nuevamente contra él.  Marcos quería resistirse pero sabía que era en vano. Pasó su brazo por los hombros de ella y la estrechó contra él– conseguí un nuevo empleo, un hogar y un lugar al que siento que pertenezco.  Conozco a todos ahí, es muy pequeño –dijo reprimiendo un bostezo– estoy cansada…
– Lo sé –Marcos asintió con una sonrisa– cierra los ojos un momento y olvida todo lo que ha pasado. Estamos juntos aquí y ahora… solo los dos.
Mía le obedeció y cerró los ojos.  Aun así, podía ver con claridad a Marcos en su mente, podía escuchar sus palabras y anhelar su presencia junto a ella.  Lo abrazó aún más y se dejó ir.  Se quedó profundamente dormida.
Marcos sonrió al sentir a Mía dormida en sus brazos.  Amaba a esa mujer con cada fibra de su ser y, aun cuando no fuera correspondido, ella estaba ahí.  Lo había venido a buscar, a Italia nada menos.  Tenía una esperanza y se iba a aferrar a ella con todas sus fuerzas.  Se levantó, para cargar a Mía en sus brazos y la depositó en su cama.  Ella necesitaba descansar y él tomar algo de aire fresco.  La dejó en su habitación y salió a dar un paseo.
Cuando regresó a casa, tras una media hora de vigorosa caminata, verificó que Mía siguiera dormida y él se acomodó en el sofá.  También estaba tan cansado que, solo se cubrió con una manta y se quedó profundamente dormido.
Sus sueños con Mía fueron interrumpidos por el insistente timbre que alguien muy impaciente no dejaba de tocar.  Adormilado se dirigió hasta la puerta, pasando por su habitación y viendo que Mía aún dormía.  Sofocó un bostezo y…
¡Oh rayos! ¡Por todos los cielos! ¿Qué demonios hacía Rose a esas horas en su departamento? ¡Maldición! –repitió Marcos y sabía que tenía que abrir. Ella no se iría hasta que no lo hiciera y si no lo hacía despertaría a todo el edificio.  Y a Mía.  ¡Mía estaba ahí!

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