Mía terminaba de comer y se sentía algo intimidada por la forma
en que Marcos la contemplaba. Varias
veces le había pedido que dejara de hacerlo pero él solo sonreía un poco,
ladeaba la cabeza y continuaba. ¿Qué
estaba pensando? ¿Qué desaparecería en cualquier momento?
Quizás era eso… y tal vez ella no lo había pensado todo
bien. La noche caía en Italia y ella aún
no tenía un lugar donde quedarse. Y era
evidente que no iba a quedarse con él, al contrario, tendría que pedirle que le
acompañara a buscar un hotel. Cuanto
antes, mejor. ¿Qué iba a pensar él de
ella al no tener ninguna reservación?
– Nada –contestó Marcos
sencillamente– fue un viaje precipitado según me cuentas. ¿Por qué pensaría
algo de ti por no tener una reservación? Se arregla rápidamente, iremos a
buscar un lugar para quedarte –prometió él.
– Gracias –asintió Mía y se levantó. Él negó y le tomó la mano para halarla a que
se sentara frente a él.
– Lo haré. Pero más tarde –explicó Marcos con una sonrisa– ahora
quiero que hablemos.
– ¿Ahora? –Mía hizo un mohín y él asintió– ¿nos llevará mucho
tiempo?
– ¿Por qué? –preguntó él,
mirándola con ternura– ¿estás cansada?
– Un poco –respondió Mía, reprimiendo un bostezo– pero está
bien. Hablaremos y luego buscaré un lugar para quedarme.
– Buscaremos… –corrigió él, tomando su mano. Se sentó junto a ella y permitió que apoyara
la cabeza en su hombro. Le pasó el brazo
y la acercó junto a él– ahora sí…
– ¿Qué te gustaría escuchar?
–preguntó Mía y él se quedó pensativo. ¿Qué le gustaría escuchar? Todo acerca
de ella– ¿Todo? Eso tomará un poco de tiempo –bromeó.
– Bien, te escucho… –Marcos respiró hondo para mantenerse sereno
durante todo el relato que escucharía. Sabía que habría partes que le dolerían
y aún más la pregunta que había querido hacerlo desde el mismo instante que la
vio. Desde que la conoció. ¿Por qué a
él? ¿Qué amabas de él? ¿Aún lo amas?
– Tengo una gran familia –empezó Mía sin saber por dónde hacerlo–
siempre viví en casa de mis padres. Cuando era una adolescente, un chico nuevo
entró a estudiar conmigo. Nos volvimos
buenos amigos. Sean era estupendo, sociable, siempre reía y bromeaba. Al segundo año, quizás, me pidió que fuera su
novia. Así, pasamos los años de nuestra
juventud, saliendo juntos y un día me pidió que me casara con él. Tenía alrededor de 23 años y el compromiso
duró todo un año. Éramos jóvenes, a veces un poco impulsivos. Unas semanas antes de la boda, y el día
anterior a mi cumpleaños, Sean y yo habíamos planeado un viaje a una playa
cercana. Ahí, nuestro grupo de amigos
organizaría las despedidas de solteros y ese tipo de cosas, que yo, la verdad
no estaba muy animada de escuchar. A
pesar de mi poca predisposición, fue algo fortuito que mi jefe de aquel
entonces fuera exigente al máximo, y como me dedicaba al periodismo, me envió a
cubrir una historia –Mía se acurrucó contra Marcos y continuó– urgente, por
supuesto. Sean se enfadó, yo misma me
sentía enfadada. ¿Cómo podía hacerme
esto? Estaba dispuesta renunciar pero me detuve. Ya tendría tiempo más adelante de fiestas o
lo que fuera. La noticia –carraspeó un
poco y notó que lágrimas silenciosas bajaban por sus mejillas– fue
repentina. Una llamada telefónica y lo
siguiente que supe fue del accidente fatal en el que Sean estaba
involucrado. Él no lo logró… –explicó en
un hilo de voz. Marcos se puso rígido a su lado– Sean había muerto
instantáneamente. Me sentí tan culpable, si yo hubiera estado ahí… él jamás
habría manejado en esas condiciones. Yo…
él me escuchaba.
– No fue tu culpa –habló
Marcos, tras unos minutos de silencio.
Mía asintió enérgicamente– de verdad, Mía, no lo fue. Él era un adulto y
responsable de sus actos. Que tú no
estuvieras ahí solo significa que estás aquí, a mi lado, a salvo. Si tu hubieras estado con él… –Marcos cerró
los ojos, no pudiendo imaginar esa posibilidad– Mía, Sean hizo su elección y
obtuvo las consecuencias que se derivaron de esa decisión errónea. Todos vivimos con lo que elegimos, Mía… todos
–repitió Marcos.
– Lo sé –ella se secó con el dorso de la mano el rostro– pero… aun
así, si tan solo…
– No, Mía. No te hagas más daño pensando en eso –Marcos
le tomó la mano y la besó con delicadeza– nada de lo que hubieras hecho lo
habría evitado, Mía. Cuando algo debe ser, será. No importa lo que hagas… o digas.
– ¿Realmente lo crees? –ella giró su rostro hacia él– ¿no crees
que seamos capaces de cambiar el destino?
– Solo si depende de nuestras decisiones, Mía.
– ¿Cuándo no sería así?
–preguntó mirándolo con incertidumbre.
– Cuando amas a alguien
–contestó Marcos automáticamente– tú no decides a quien amar.
– Marcos… –ella le tomó el rostro entre sus manos y, sin
pensarlo, se acercó y lo besó.
Ninguno de los dos se lo había esperado, pero Marcos le besó con
ternura y ansiedad. Necesitaba a Mía, en
todas las formas posibles, porque él estaba totalmente seguro que la
amaba. Y nada ni nadie cambiarían
eso. Ni siquiera Sean. La retuvo por los brazos y la alejó, para
mirarle a los ojos.
– Mía… –ella tenía los
ojos cerrados y Marcos sintió que no podría con la resolución que se había
planteado– Mía, no –dijo y ella lo miró finalmente– no puedo hacerlo.
– ¿A qué te refieres, Marcos? –Mía contestó confusa– yo pensé
que…
– Esto para mí no es un
juego, Mía. Yo te amo, realmente te amo
–repitió Marcos y se paró– entiéndelo. Para ti puede no significar nada pero…
Mía lo abrazó por detrás y Marcos se quedó quieto. Giró para tenerla entre sus brazos y apoyó la
barbilla sobre la cabeza de ella. Estaba
perdido. Y no le preocupaba en absoluto.
– No puedo decirte que
yo… –Mía carraspeó y se apoyó más en él– Marcos, no sé qué es lo que
siento. Yo pensé que jamás podría sentir
nada por nadie más. Ni soñar en
plantearme amar a alguien ¿sabes? Pensé que era algo que se daba una vez en la
vida y yo lo había tenido y perdido. Dolió demasiado…
Marcos cerró los ojos, mientras sostenía a Mía contra sí. Ella había amado a Sean, aun cuando él
hubiera muerto, era muy diferente a que hubieran terminado su relación. Él
había “desaparecido” por decirlo de alguna manera, pero no de una manera
convencional. La muerte no conllevaba la desaparición del amor hacia la persona
que falleció. Quiso borrarlo de la vida
de Mía, ser él el hombre que ella amara.
Que le diera una oportunidad pero ¿podría lograrlo? Tenía una esperanza.
Mía estaba ahí. Y se quedaría en Italia,
con él.
– Amar duele –contestó
Marcos acariciándole el cabello– pero debemos atrevernos a hacerlo, para ser
felices. ¿No quieres ser feliz? –preguntó él con temor.
– Yo soy feliz, Marcos. Mi vida es como la quiero –pronunció
alejándose de sus brazos, volviendo a sentarse en el sofá. Él la siguió– Es la que yo elegí –articuló
significativamente– tras el funeral de Sean, seguí con mis planes de
mudarme. Solo que irme al lugar más
remoto se me hizo una buena idea. Un
lugar donde nadie supiera de la trágica historia y me vieran con lástima o
curiosidad. Estaba cansada de ello,
agotada. Quería olvidarlo pero no podía.
Para superarlo debía alejarme. Y lo
hice.
– ¿Crees que seguiste con
tu vida? –Marcos la miró con una sonrisa triste– ¿lo has superado? –¿aún lo
amas? Añadió en silencio, solo para sí.
– Seguí con mi vida
–asintió Mía y se acurrucó nuevamente contra él. Marcos quería resistirse pero sabía que era
en vano. Pasó su brazo por los hombros de ella y la estrechó contra él–
conseguí un nuevo empleo, un hogar y un lugar al que siento que
pertenezco. Conozco a todos ahí, es muy
pequeño –dijo reprimiendo un bostezo– estoy cansada…
– Lo sé –Marcos asintió con una sonrisa– cierra los ojos un
momento y olvida todo lo que ha pasado. Estamos juntos aquí y ahora… solo los
dos.
Mía le obedeció y cerró los ojos. Aun así, podía ver con claridad a Marcos en
su mente, podía escuchar sus palabras y anhelar su presencia junto a ella. Lo abrazó aún más y se dejó ir. Se quedó profundamente dormida.
Marcos sonrió al sentir a Mía dormida en sus brazos. Amaba a esa mujer con cada fibra de su ser y,
aun cuando no fuera correspondido, ella estaba ahí. Lo había venido a buscar, a Italia nada
menos. Tenía una esperanza y se iba a
aferrar a ella con todas sus fuerzas. Se
levantó, para cargar a Mía en sus brazos y la depositó en su cama. Ella necesitaba descansar y él tomar algo de
aire fresco. La dejó en su habitación y
salió a dar un paseo.
Cuando regresó a casa, tras una media hora de vigorosa caminata,
verificó que Mía siguiera dormida y él se acomodó en el sofá. También estaba tan cansado que, solo se
cubrió con una manta y se quedó profundamente dormido.
Sus sueños con Mía fueron interrumpidos por el insistente timbre
que alguien muy impaciente no dejaba de tocar. Adormilado se dirigió hasta la puerta, pasando
por su habitación y viendo que Mía aún dormía.
Sofocó un bostezo y…
¡Oh rayos! ¡Por todos los cielos! ¿Qué demonios hacía Rose a
esas horas en su departamento? ¡Maldición! –repitió Marcos y sabía que tenía que
abrir. Ella no se iría hasta que no lo hiciera y si no lo hacía despertaría a
todo el edificio. Y a Mía. ¡Mía estaba ahí!
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