– Lo sabía. Por eso tenía
que hablar contigo, necesitaba decirle a alguien sobre esta locura y que no me
mirara como un loco –rió.
– Te miro como un loco –rió Danaé al mismo tiempo– un loco
enamorado.
Él negó con una sonrisa animada. A pesar de lo difícil de la
situación, él iba a luchar. Porque
podría lograrlo y quería ser feliz. Con Mía.
Solo con ella.
– Yo sé que ella te amará –soltó Danaé de pronto, con absoluta
convicción– lo hará.
– No estaría tan seguro… –respondió con cautela Marcos y ella
negó.
– Cualquier mujer estaría muriendo de dicha al encontrar a un
hombre como tú, Marcos. Eres… diferente y eso te hace único. Te amará, si es
que aún no lo hace.
– Pero ese otro…
– Si él es pasado, por
alguna razón será. No la sabes ¿cierto? Pero ella te la dirá, hablarán y…
– No quiero alimentar
sueños que… –Marcos empezó y Danaé le miró con sus ojos castaños llenos de
burla– lo sé, ya he construido no solo sueños sino un castillo lleno de ellos.
¿Tanto se nota?
– Marcos, no puedes engañar a alguien que ha amado toda su vida.
– ¿Qué haría sin ti? –Marcos le agradeció en voz baja por los
ánimos y le dio un último abrazo antes de irse a su departamento. Ya era bastante tarde.
Estacionó su auto en la acera, esperando que recogieran sus
llaves para que lo guardaran en el garaje. Estaba cansado, había sido un día
agotador y a la vez revitalizador. Sabía exactamente lo que debía hacer.
No importaba que Mía no le hubiera contestado. Él se presentaría ahí, la buscaría y esta
vez, no se iría tan fácil de su lado. Porque él la amaba y pensaba
demostrárselo hasta que ella, por lo menos, no se olvidara de él así de
sencillo.
Estaba dispuesto a todo.
Contra lo que fuera. Porque la amaba.
Cuando miró hacia la puerta, encontró a la última persona que él
habría imaginado hallar ahí. Sus ojos debían estarle jugando una mala pasada,
su mente empezaba a imaginar cosas, así que mientras más rápido…
Se encontraba corriendo ya, temiendo que desapareciera como
efectivamente lo haría, él lo sabía. Tan
solo un espejismo. ¿No podía ser Mía, con una maleta y una mirada tímida
esperándolo cierto? ¿En Italia? ¡Tenía que estar soñando!
***
Mía inspiró hondo mientras bajaba del avión. No podía creer la locura que había
cometido. ¿Qué tal si Marcos solo
bromeaba al pedirle que fuera? ¿Por qué ella había tenido que escucharlo
(leerlo)? Debió pensarlo mejor, aunque ya era un poco tarde para
lamentaciones. Estaba ahí y solo restaba
averiguarlo.
Volvió a leer la dirección y le pidió, con su mejor italiano, al
taxista que le llevara ahí. Solo rogaba
que Marcos estuviera en casa. ¿Y si no?
Podía estar de viaje…
¡No, nada de pensamientos negativos! Estaba ahí –se repitió–
esperaría a ver qué sucedía antes de pensar en ninguna solución a un inexistente
problema. Pero no pudo evitar que un escalofrío le recorriera ante la
perspectiva de estar nuevamente frente a Marcos. Un hombre al que no conocía nada, en apenas
dos encuentros, no se podía decir que fueran ni tan siquiera amigos. Y aun así…
Él decía amarla. Y ella
empezaba a creerle.
Cuando le contó a su hermana Eliane sobre los planes que tenía
(viajar a Italia) ella lo sospechó, seguramente, porque preguntó a su esposo
Aidan sobre Marcos. Un hombre íntegro,
que si bien se habían conocido por negocios, habían congeniado enormemente, al
punto que Marcos había sido su padrino de bodas. La boda… ¡Marcos!
Miró al edificio que tenía frente a sí, al bajar del taxi y lo
pensó mejor. ¿Qué hacía ella en Italia,
con una maleta y buscando a un hombre que tal vez ni la recordara ya? Además
que se notaba que no le faltaba nada.
¿Realmente vivía ahí?
Reprimió una mueca al sentir que su boca parecía intentar
deslizarse de la sorpresa, formando una gran O.
Al parecer, había estado viviendo demasiado tiempo en ese pueblito que
ahora ya no parecía encajar en ningún otro lugar.
Un deportivo gris pasó a su lado y ella lo miró con
admiración. Sin duda, las personas que
vivían ahí eran adineradas. No que eso
la incomodara, solo que cuando uno se acostumbraba a la sencillez de los
pequeños y remotos lugares, ciertos lujos abrumaban. No quería ni imaginarse qué diría Marcos de
ella, mirándola ahí.
Estaba a punto de averiguarlo.
Él bajaba de ese auto, se veía guapísimo y algo cansado. Mía no pudo evitar contener el aliento
mientras sus ojos grises lo recorrían por completo. ¿Un hombre así enamorado de ella? ¡Tenía que
ser una broma!
Lo miró con aprehensión. Estaba preparada para cualquier
reacción posible de rechazo, sorpresa o incredulidad. Una sonrisa, quizás. Un…
Nada le había preparado para la reacción de él. Sus ojos azules se encontraron con los de
ella y él echó a correr hacia el lugar en que estaba parada. Mía sonrió y en cuestión de segundos se
encontraba totalmente envuelta por los brazos de Marcos, ocultando su rostro en
el pecho de él. Sintiendo el acelerado
latido de su corazón y la mano de él deslizándose por su cabello. El
sentimiento de pertenecer ahí, donde se encontraba en ese instante, fue
determinante para ella. Donde sea que
estuviera Marcos, ella estaría con él.
No podía imaginarse nada diferente… ni más perfecto.
Lágrimas inundaban sus ojos pero pestañeó rápidamente para
reprimirlas. No quería ponerse a llorar,
una vez más, frente a Marcos. Pero la
sensación de seguridad era abrumadora. Sentía la necesidad de refugiarse en él
y así todo estaría bien. Siempre.
– Mía –habló despacio
Marcos, sin soltarla– viniste –sonrió ampliamente y la estrechó aún más contra
sí– realmente estás aquí.
– Si –pronunció Mía con
voz débil– sí, estoy aquí –se aclaró la voz.
– No lo puedo creer
–Marcos estaba renuente a soltarla pero lo hizo, solo para lograr ver su rostro–
¡verdaderamente eres tú!
Mía rió por la expresión de sorpresa en su rostro. No era la clase de incómoda sorpresa sino de
incredulidad… demasiada felicidad.
Marcos…
– ¿No decías en tu carta
que me invitabas? –Mía mostró una sonrisa que pretendía ser traviesa. Suspiró y
acarició la mejilla de Marcos– ¿si era una invitación verdad?
– No –Marcos la miró
sonriente– era un anhelo, un sueño imposible.
– Tú eres mi sueño imposible –dijo Mía colocando su mano en el
pecho de él– no sé por qué estoy aquí, Marcos. No quiero que…
Él le puso un dedo sobre los labios acallándola y sonrió
negando. Le tomó la mano y recogió su maleta, para llevarla hasta su
departamento. Abrió la puerta y la dejó pasar, depositando la maleta en el
suelo.
– Aquí podremos hablar con calma –explicó Marcos, conduciéndola
hasta la sala– un momento, ¿tienes hambre? –preguntó.
– ¿Se nota? –Mía se sonrojó
un poco y él negó.
– La comida en los
aviones no es la mejor –sonrió Marcos– vamos, prepararé algo rápido –la llevó
de la mano hasta la cocina.
– ¿Tú sabes cocinar? –preguntó Mía sorprendida.
– Tanto como saber cocinar, no –se encogió de hombros Marcos–
pero puedo preparar varias cosas. Es de
gran ayuda cuando vives solo y viajas constantemente.
– Claro –dijo Mía, sin lograr ocultar del todo su sorpresa. Marcos era un hombre increíble y ella estaba
impresionada– ¿Sabes? Sigo pensando que
no eres real.
Marcos giró a mirarla y arqueó una ceja. Ella rió acercándose a él.
– Eres guapo, inteligente, entiendes a una mujer, atento, no
esperas que te atiendan y para colmo, veo que tienes buena posición económica
–Mía se apoyó en la pared– no que me interese, pero es algo bastante evidente.
– ¿Lo de la posición económica? –preguntó Marcos con una risita.
– Todo, Marcos.
Realmente, tú tienes que tener algún defecto. No puedes ser así…
– ¿Así? –Él fijó sus ojos en los de Mía– no soy perfecto. Ni de
lejos –explicó él dejando lo que hacía y concentrándose en ella– soy demasiado
impulsivo y reservado, no me gusta comprometerme en algo que no conozco, quiero
tener la certeza de lo que hago y a dónde me dirijo. Como mucho y soy un
auténtico fanático de los deportes y los autos costosos. Y aun así, me siento enamorado desde que te
vi, aún no te conozco pero me encantaría hacerlo, no sé a dónde nos llevará
esto pero no me rendiré hasta averiguarlo. Quiero asumir un compromiso contigo
y renunciaría a todo por estar junto a ti –él la soltó y continuó preparando el
sándwich para Mía– por cierto, habrás notado que no dije absolutamente nada
sobre la comida, los deportes y los autos… –rió.
Mía estaba sin palabras.
Marcos era… bueno, él era un hombre increíble. Punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario