lunes, 8 de mayo de 2017

La mujer del rey 15°



La reina ya había llegado varios días atrás y se había instalado con un par de doncellas de su servicio personal.
Tuvieron un muy breve intercambio.
-Tomaste una buena decisión – dijo cuando Byul se presentó delante de ella. Luego  indicó que la llevaran a sus habitaciones y eso fue todo.
Las dos estaban en el mismo lugar , pero casi no se veían. Ocupaban habitaciones  en alas opuestas del templo, y casi no se cruzaban en las demás actividades, comían por separado y ni siquiera se cruzaban al pasear. Habían puesto a  una mujer mayor para que asistiera a Byul, y de sus demás necesidades  se ocupaban los monjes del lugar en un silencio que era agobiante.
Aquellos días fueron los únicos en que Byul se sintió realmente sola, por primera vez no tenía a Janeul a su lado y lo añoraba con todo su ser. Sin embargo su niño iba creciendo en su vientre y eso era lo que le importaba realmente. Los días transcurrían lentamente mientras su cuerpo cambiaba, y esos pequeños cambios la mantenían atada a la realidad.

No tenía con quien hablar así que se dedicaba a pintar o leer los pocos textos que había disponibles. Y hablaba con su bebé, mientras lo sentía crecer dentro suyo. Le cantaba y le contaba historias, quizás si le hablaba lo suficiente , al algún lugar de él recordaría su voz. El tiempo de gestación era todo el tiempo que lo tendría consigo y por eso quería que cada instante fuera un tesoro.
El día que lo sintió moverse fue el más feliz, y en un susurro, en secreto, en su corazón, se lo contó a Janeul “nuestro hijo se mueve”.
A medida que se acercaba a la fecha de parto se sentía más inquieta, asustada por el futuro del niño. Quizás había sido demasiado crédula, quizás los planes de la reina no eran cuidarlo. Tal vez aún estaba a tiempo de escapar y criarlo ella, no imaginaba que su hijo fuese a estar a salvo en otro sitio lejos de ella. Incluso se encontraba fantaseando con que  fuese una niña y entonces pudiese conservarla, pero tenía un fuerte presentimiento de que sería niño.
Empezó a desear que el tiempo fuese mucho más lento y no dejaba de preguntarse si había tomado la decisión correcta. Estaba aprendiendo que proteger a alguien implicaba mucho dolor y culpa.
¿Cómo podía medir lo que era correcto?  Era posible que su hijo estuviese a salvo en palacio, oculto tras una mentira, pero ¿eso valía el amor de una madre o su identidad?
¿Y podía ser una buena madre si se lo quedaba y lo arriesgaba a toda clase de peligros?
No había respuesta  correcta, sólo podía hacer lo que creía mejor, y en este caso era que su hijo fuese libre y estuviese seguro bajo la tutela de Janeul.
Y mientras ella vivía bajo el peso de aquellos dilemas, llegó el día del parto.
Extrañamente fue una noche de tormenta, y los malos recuerdos la invadieron, cuando sintió los dolores por la inminente llegada del bebé, recordó que había perdido a su madre en un día como aquel.
La reina había llevado consigo a una comadrona para partos así que fue quien asistió a Byul. Fue largo y doloroso, era como si su hijo también se negara a separarse de ella, pero finalmente en aquella noche sacudida por la tormenta y los truenos, el bebé nació.
Cuando lo escuchó llorar, Byul lloró con él. Y cuando lo sostuvo en sus brazos y lo alimentó, sintió que todo valía la pena, por aquel instante, por aquella vida.
Después de alimentarlo, la reina llegó  y cuando una de sus doncellas tomó al niño de sus brazos, para dárselo , Byul trató de impedirlo, pero estaba agotada físicamente. La mujer lo sostuvo unos instantes.
-¿Está sano?- preguntó y  la partera asintió. La doncella volvió a tomar al niño y se lo devolvió a Byul . La reina la miró desde la distancia y sus palabras fueron una sentencia- En una semana volveré con el niño a palacio.
La muchacha jadeó, la comadrona se acercó a ella creyendo que le había sucedido algo pero el dolor era en  su alma. Apenas sostenía a su hijo por primera vez y ya le daban la fecha  en que debería despedirse. Tenía una sola semana para  amarlo, debería bastar por todos los años en que no lo tendría.
Se despertó muchas veces para alimentarlo y para cerciorarse que estuviese bien, y al amanecer  con la luz del día se dedicó a memorizar cada facción de su pequeño. Se preguntó a quien se parecería al crecer y con miedo a que algún día se desvaneciera de su memoria, hizo un retrato de él. De hecho durante cada día de esa semana lo dibujó.
Lo amó cada segundo, besó sus  pequeñas manos,  lo acunó con canciones que le cantaba su madre. Y le dijo lo mucho que lo quería además de pedirle perdón.
Y cuando una semana después , fue hasta las habitaciones de la reina y una de las doncellas tomó a su bebé, se sintió como la vez que caminó por un pasillo para ir hasta el hombre que la había comprado. Era un fantasma de sí misma, aunque deseaba que como aquella vez, hubiese una esperanza al final del camino.
Besó a su niño en la frente y lo entregó.
-Cuidaré muy bien del príncipe- dijo la reina como única demostración de piedad.
Y Byul debió aferrarse a esas palabras, pues ya no le quedaba nada más.
Los días que siguieron a la partida de la reina con su hijo estaban como perdidos en una bruma, se quedó en el templo, lloró durante días, dejó de comer, estuvo enferma del alma y del cuerpo. Los días pasaron sin que le importara nada, hasta que  un día despertó en mitad de la noche, sobresaltada creyendo oír el llanto de su hijo. Se sintió muy angustiada, pero extrañamente fue como si la sacaran de la oscuridad, pensó que su niño estaba en algún lugar a salvo y que ella debía vivir para poder volverlo a  ver un día. Seguramente sería desde lejos, en algún desfile o acto de la familia real, o quizás el día que se convirtiera en rey, no sabía cuándo pero si se mantenía con vida , lo volvería a ver. Se quedó allí un par de meses más, para recuperar fuerzas, luego regresó a la casa de cortesanas, más que nada porque quería tener alguna noticia de su bebé antes de irse lejos, estaba un poco asustada de oír malas noticias, pero en el camino de regreso pudo escuchar  entre la gente los comentarios sobre el nacimiento del príncipe. El pueblo estaba feliz de que hubiese un heredero real, ella estaba feliz de que nada malo hubiese sucedido.
En la casa de cortesanas , la regenta le contó tanto como sabía sobre la llegada del nuevo príncipe, los festejos y la reacción de la gente.
-Parece ser que tu hijo está a salvo – dijo la mujer y Byul asintió. Recogió algunas cosas, regaló otras, cerró con llave aquellas habitaciones que habían sido su cárcel, su reino, su hogar y su refugio de amor y partió, muy lejos, para cumplir su parte del trato.
Recordando las palabras de la reina, pensó que cada kilometro que ponía de distancia, era  garantía del bienestar de su niño. Mientras ella se alejara, él sería criado  como Príncipe Heredero y crecería sin miedos, con toda la seguridad que le daba aquel estatus.  Deseó también que creciera con amor, no sabía si la reina lo querría verdaderamente, pero anheló que Janeul sí fuese capaz de amarlo. Esperaba que aunque él no supiese nunca la verdad sobre aquel hijo, su corazón sí supiera y pudiera ser un padre amoroso.
Y durante el primer año, se estableció en un tranquilo poblado rural de un país limítrofe. Era gente humilde y pacífica, nadie se interesó demasiado en su llegada cuando compró una pequeña casita, estaban demasiado ocupados  con su trabajo y sus vidas, así que nadie indagó más allá de la historia que ella contó.
 Aquel lugar era lo que necesitaba para curar, llevaba una vida frugal y tenía  tanto campo para recorrer en sus paseos que podía olvidar  las murallas que la habían encerrado antes. Aunque también aprendió que había prisiones peores que una casa de cortesanas, porque en su interior vivía añorando a su hijo y a Janeul, porque no había un día que olvidase o se perdonara completamente a sí misma. Pero aprendió a vivir con ese dolor, porque al menos, sabía que estaban vivos, y juntos.
Llegó un día en que aquella tranquilidad le resultó asfixiante, necesitaba hacer algo, sentirse útil y estar en un lugar donde hubiera voces y ruidos, y risas.  Necesitaba el ruido de la vida para ahuyentar el sonido de un llanto que solía despertarla en mitad de la noche. Así que continuó su viaje, y su deambular la llevó a la ciudad donde vivía aquel embajador que había ofrecido su ayuda y su amistad. Y eran días en que ella necesitaba a alguien conocido, así que tal como  había propuesto alguna vez, lo contactó.
El hombre sonrió al verla cuando ella se presentó en su residencia.
-¿Su corazón sigue ocupado? – preguntó al verla y ella asintió.
-Dijo que sería mi amigo.
- ¿No pensó que quizás estaba mintiendo?
-No, o quizás necesito un amigo mucho más  que ser prudente – respondió ella y él la miró sorprendido. Fue entonces que Byul se dio cuenta de lo mucho que había cambiado, era más temeraria ahora, perder tanto y seguir viviendo significaba haber dejado sus temores. Había perdido a sus padres y a Janeul, había creído que no habría dolor más grande, pero luego había entregado a su hijo , renunciando a su derecho  de ser  reconocida como su madre, ya no tenía mucho que temer. Ni que perder.
- Es un placer volver a  verla, por cierto, me llamo Bae – le dijo acercándose –  y le doy la bienvenida.
Con el dinero que tenía, Byul se instaló en la ciudad, consiguió una casa con jardines y  puso en marcha su plan, había decidido ayudar a tantas mujeres como pudiera.  
Su nuevo amigo había hecho gala de sus influencias  y la había presentado como una artista extranjera de renombre, así que Byul tenía  muchos compradores para sus pinturas. Incluso daba clases a hijas de gente influyente, a veces  ella misma se sentía abrumada por aquel cambio y sentía como su pasado y su vida actual pertenecieran a dos personas distintas, y quizás era cierto, quizás había dos Byul. Muchas veces se encontraba sonriendo y se sentía sorprendida de poder hacerlo, no era se trataba de felicidad porque eso estaba vetado para ella, sino de vivir días de sosiego. Y en gran parte se debía a su labro.
Así como enseñaba a niñas ricas, tenía multitud de niñas pobres a quienes les enseñaba a leer, a bordar  y a pintar. Había conseguido trabajos para jovencitas huérfanas, y había rescatado a muchas otras de ser vendidas. De hecho un par de niñas rescatadas, vivían con ella.
A Myra la había conocido al poco tiempo de llegar, estaba paseando por la ciudad cuando  se equivocó de camino y   en una callecita alejada escuchó los gritos de la niña mientras un hombre la llevaba a la rastra. Intervino inmediatamente sin pensar que podía ser peligroso,  discutió con el hombre quien se sintió algo intimidado al verla vestida como una dama noble. También tuvo la suerte de que apareciera un hombre que la auxilió en el momento más álgido de la discusión. Finalmente desembolsó una buena cantidad de oro y se llevó a la muchacha consigo. Desde ese día no se había separado de su lado. Y a  Simma, de apenas diez años, la había encontrado mendigando en las calles.  Las dos se habían instalado con ella y  cuidarlas y enseñarles la mantenía entretenida, aunque  cuando veía un niño pequeño, invariablemente pensaba en el suyo.
Bae iba una vez a la semana a tomar el té y a  conversar con ella, ya no era embajador pues ocupaba un puesto en el ministerio de comercio de su país.
Aquella mañana, Byul estaba bastante distraída, pues era el segundo cumpleaños de su hijo.
-¿De verdad no quieres saber? – preguntó Bae que ahora la trataba con menos formalidad.
-¿Saber qué?
-Noticias de tu país natal, de él.- dijo y ella negó con la cabeza.
-Supongo que todo marcha bien, si hubiera sucedido algo grave me hubiera enterado por los comentarios de la gente.
-Lo he pensado mucho tiempo, pero no he llegado a ninguna conclusión, ¿ por qué te marchaste? ¿Acaso fue por el niño? – preguntó Bae de repente y ella se alarmó, siempre la inquietaba la intuición de aquel hombre, ¿era posible que supiese su secreto?
-¿Qué quieres decir?
-No se me ocurre una razón por la que alejaras y él lo permitiría, así que supongo que fue por el príncipe, supongo que al quedar embarazada la reina hizo valer su autoridad como madre del heredero real y pidió que te alejaras. ¿Fue eso? – preguntó y Byul bajó la mirada mientras bebía el té.
-Sí, fue por la llegada del príncipe- respondió y no era una mentira, sólo una verdad a medias. En cuanto a por qué Janeul al había dejado ir, no había sido por  la llegada del niño, era mucho más simple, ella se lo había pedido y había dicho palabras dolorosas. Imaginó que de saber la verdad, él no la perdonaría.
-¿No volverás entonces?
-No.
-¿Y él no vendrá por ti?
- No , él no vendrá.
-Yo no estaría tan seguro- dijo Bae recordando su anterior encuentro con el rey.
-Yo sí- dijo ella y él  la miró especulativamente.
-¿Tu corazón sigue ocupado? Porque si está vacío, me gustaría ocuparlo– dijo, cada tanto volvía a insinuársele a pesar de haber acordado ser solamente amigos.
-No, creo que lo mejor sería decir que ya no tengo corazón.- dijo ella y su respuesta sonó tajante, una vez más marcaba los límites. Él sonrió sabiendo que Byul mentía, quizás incluso se mentía a sí misma, él no tenía la más mínima posibilidad con ella  porque aún amaba al rey.
Y así siguió su vida, pintando,  ayudando a gente y viendo a crecer a Myra y Simma, mientras en su  alma seguía el crecimiento de otro niño. Estaba dispuesta a quedarse allí hasta que la noticia de dos muertes cambió sus planes.
La primera fue la muerte de la reina y ella no supo que sentir. Había resentido la llegada de aquella mujer cuando se había interpuesto en su relación con Janeul, la había odiado cuando la acorraló y se llevó a su hijo, pero también había sentido pena y culpa. En su encuentro había visto la mirada de la reina,  expresaba una enorme soledad, y había intuido que anhelaba tener el afecto de Janeul y que sabía que jamás lo tendría.
No lloró esa muerte ni tampoco se alegró.
La otra noticia, era la partida de la regenta de la Casa de Cortesanas y sí sintió pena, pues había establecido un vínculo con ella y, a su modo, la había ayudado muchas veces. Y aunque nunca había llegado a conocer su historia, sentía que era una mujer que había hecho lo que había podido para sobrevivir a terribles circunstancias. Quizás no tan diferente de ella misma.
Se enteró de aquel deceso por un mensajero que le llevó la noticia y una carta conteniendo la última voluntad de la regenta, que cuidara a la gente de la casa de cortesanas y si era posible las ayudara a tener una mejor vida.
“Tú que has pertenecido a dos mundos, puedes entender “ decía como línea de despedida y Byul se encontró en un dilema. Aquel era el último deseo de alguien y le había encargado a ella cuidar del bienestar de  un grupo de personas, y deseaba hacerlo. Tal como había ayudado a la gente allí, deseaba hacerlo en su propio país. Pero había prometido alejarse, sin embargo también la persona con quien había hecho aquel trato estaba muerta, y suponía que eso la liberaba.
¿Quería volver? Había alcanzado cierta paz allí,   y se sentía útil. También tenía afectos, por primera vez en mucho tiempo había gente a su alrededor que la quería.  No sabía si estaba preparada para dejarlo todo nuevamente, si tenía el valor. Aunque la verdadera pregunta era si podría regresar, estar cerca de Janeul y de su hijo, cerca y eternamente lejos, y soportarlo.
Durante días meditó sus opciones, hasta que su corazón se impuso.
Las primeras personas a quienes se lo informó fueron Myra y Simma, la primera decidió acompañarla y la segunda decidió quedarse, la asustaba la idea de irse a otro país. Luego lo habló con Bae, principalmente para pedirle que  se encargara del bienestar de Simma , de su propiedad y de la gente que ella ayudaba.
-Así que volverás…- dijo Bae.
-Sí.
-Siempre supe que lo harías.
-¿Cómo lo sabías si yo misma estaba segura que nunca regresaría?
-Porque uno no puede vivir sin corazón, Byul. Tarde o temprano debías regresar a buscar el tuyo- dijo él. Y ella le sonrió levemente, con tristeza. Luego agradeció toda la ayuda que le había dado y se despidió.
Al día siguiente, junto a Myra, partió de regreso a su país natal.
Cuando llegó a la casa de cortesanas la recibió la vieja herboristera quien le dio  la bienvenida. Byul abrió sus antiguas habitaciones, llevaban cerradas mucho tiempo y había polvillo y olor a encierro, pero todo estaba igual. Se vio invadida por los recuerdos y la nostalgia. Aquella primera noche durmió en el salón principal mientras revisaba  lo que la regenta le había legado.
Ahora era dueña de aquella propiedad y heredera de todo su dinero, también le había dejado una caja con documentos, entre ellos estaban los papeles de las transacciones hechas con las mujeres de allí. Byul se sintió profundamente asqueada, incluso encontró papeles muy viejos de la venta de una niña de diez años. Luego, al leer el nombre descubrió que se trataba de la regenta, era su nombre y era su historia, ahora la entendía un poco más. Sin darse cuenta las lágrimas empezaron a caer por su rostro.
-¿Está bien, mi señora? –preguntó Myra que se negaba a tratarla más informalmente. Aquel tratamiento respetuoso era su forma de mostrar lo mucho que la admiraba y le agradecía.
-Sí, Myra, sólo un poco triste, por el pasado- dijo regresando los papeles a su  caja- Tenemos mucho que hacer aquí.
-Sí- respondió la muchacha y a la mañana siguiente ambas se pusieron en marcha.
Byul descubrió que había habido muchos cambios durante su ausencia, muchas mujeres que conocía ya no estaban allí. Y ya no había muchachas nuevas porque Janeul había cumplido su palabra, y por ley ninguna joven podía ser vendida a aquellos lugares para pagar deudas familiares o propias.
Poco a poco , todo estaba cambiando, y ella también quería contribuir a ese nuevo mundo que Janeul estaba forjando.
Limpió sus habitaciones,  arregló su antiguo jardín y  planificó sus siguientes pasos, quería hacer allí una labor semejante a la que había hecho en el país extranjero. La casa de cortesanas iba a convertirse en un lugar de sanación.
Y durante cinco años trabajó para eso, cinco años en que se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a mujeres, cinco años en los que convirtió a la casa de cortesanas en un refugio. Cinco años en los que escuchó noticias del rey y del pequeño príncipe como si se tratara de extraños. Cinco años estando lejos y cerca.
Y una noche, como si tantas horas de soledad lo hubiesen conjurado, Janeul, el rey , apareció  a buscarla.
Tras diez años sin verse, volvieron a estar juntos.
Hacer el amor fue  inevitable, porque  aunque sabía todo lo que los separaba, aunque  diez años se habían vuelto un abismo insalvable, aunque ya no creía en finales felices,  Janeul seguía siendo Janeul y su cuerpo lo anhelaba.
Y cuando había pensado que podría volver a alejarlo,  que era imposible para ellos recuperar lo perdido,  él mencionó a su hijo. Lo sabía, siempre lo había sabido.
-¿Tampoco quieres ser una madre para tu hijo? Ya es hora– dijo Janeul  y ella se sintió desmayar
-¿Cómo? ¿Desde cuándo lo sabes? – preguntó temblando.
-¿Que  el príncipe es tu hijo y no de la reina? – Preguntó él con la mirada cargada de dolor- Lo sé desde el principio, Byul, desde el primer día que lo sostuve en mis brazos – confesó.
-Todo este tiempo…¿cómo? – preguntó y él la ayudó a   sentarse.
-Espera, buscaré algo para que tomes, estás pálida- dijo y se retiró unos instante. Volvió con una taza de té.-Está frío, pero servirá. Bébelo , Byul.
-¿Cómo? – preguntó ella con insistencia.
- Porque siempre había gente mía a tu alrededor y porque una de tus buenas acciones  fue devuelta de la forma menos esperada-  respondió él y  recordó su parte de la historia.

1 comentario:

  1. !Me ausento un fin de semana y pasa toooodo esto! No me esperaba el giro en la historia y me ha sorprendido mucho. Te tengo que dar la razon: amar a un principe no es buen asunto. Cuando el hombre se convirte en rey, la cosa va a peor. Pero los milagros existe -al menos en la ficcion- asi que cruzo los dedos por esta pareja ;-).

    Por cierto, Byul es mi heroina. Amo su lucha por las mujeres que se vieron en la misma situacion que ella. Es triste que en la realidad, y en pleno siglo XXI, aun haga falta gente que siga ayudando con esto.

    Deseando descubrir la parte de la historia de Janeul!!

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