La reina ya había llegado
varios días atrás y se había instalado con un par de doncellas de su servicio
personal.
Tuvieron un muy breve
intercambio.
-Tomaste una buena decisión –
dijo cuando Byul se presentó delante de ella. Luego indicó que la llevaran a sus habitaciones y
eso fue todo.
Las dos estaban en el mismo
lugar , pero casi no se veían. Ocupaban habitaciones en alas opuestas del templo, y casi no se
cruzaban en las demás actividades, comían por separado y ni siquiera se
cruzaban al pasear. Habían puesto a una
mujer mayor para que asistiera a Byul, y de sus demás necesidades se ocupaban los monjes del lugar en un
silencio que era agobiante.
Aquellos días fueron los
únicos en que Byul se sintió realmente sola, por primera vez no tenía a Janeul
a su lado y lo añoraba con todo su ser. Sin embargo su niño iba creciendo en su
vientre y eso era lo que le importaba realmente. Los días transcurrían
lentamente mientras su cuerpo cambiaba, y esos pequeños cambios la mantenían
atada a la realidad.
No tenía con quien hablar así
que se dedicaba a pintar o leer los pocos textos que había disponibles. Y
hablaba con su bebé, mientras lo sentía crecer dentro suyo. Le cantaba y le
contaba historias, quizás si le hablaba lo suficiente , al algún lugar de él
recordaría su voz. El tiempo de gestación era todo el tiempo que lo tendría consigo
y por eso quería que cada instante fuera un tesoro.
El día que lo sintió moverse
fue el más feliz, y en un susurro, en secreto, en su corazón, se lo contó a
Janeul “nuestro hijo se mueve”.
A medida que se acercaba a la
fecha de parto se sentía más inquieta, asustada por el futuro del niño. Quizás
había sido demasiado crédula, quizás los planes de la reina no eran cuidarlo.
Tal vez aún estaba a tiempo de escapar y criarlo ella, no imaginaba que su hijo
fuese a estar a salvo en otro sitio lejos de ella. Incluso se encontraba
fantaseando con que fuese una niña y
entonces pudiese conservarla, pero tenía un fuerte presentimiento de que sería
niño.
Empezó a desear que el tiempo
fuese mucho más lento y no dejaba de preguntarse si había tomado la decisión
correcta. Estaba aprendiendo que proteger a alguien implicaba mucho dolor y
culpa.
¿Cómo podía medir lo que era
correcto? Era posible que su hijo
estuviese a salvo en palacio, oculto tras una mentira, pero ¿eso valía el amor
de una madre o su identidad?
¿Y podía ser una buena madre
si se lo quedaba y lo arriesgaba a toda clase de peligros?
No había respuesta correcta, sólo podía hacer lo que creía mejor, y en este caso era que su hijo fuese libre y estuviese seguro bajo la tutela de Janeul.
No había respuesta correcta, sólo podía hacer lo que creía mejor, y en este caso era que su hijo fuese libre y estuviese seguro bajo la tutela de Janeul.
Y mientras ella vivía bajo el
peso de aquellos dilemas, llegó el día del parto.
Extrañamente fue una noche de
tormenta, y los malos recuerdos la invadieron, cuando sintió los dolores por la
inminente llegada del bebé, recordó que había perdido a su madre en un día como
aquel.
La reina había llevado consigo
a una comadrona para partos así que fue quien asistió a Byul. Fue largo y
doloroso, era como si su hijo también se negara a separarse de ella, pero
finalmente en aquella noche sacudida por la tormenta y los truenos, el bebé
nació.
Cuando lo escuchó llorar, Byul
lloró con él. Y cuando lo sostuvo en sus brazos y lo alimentó, sintió que todo
valía la pena, por aquel instante, por aquella vida.
Después de alimentarlo, la
reina llegó y cuando una de sus
doncellas tomó al niño de sus brazos, para dárselo , Byul trató de impedirlo,
pero estaba agotada físicamente. La mujer lo sostuvo unos instantes.
-¿Está sano?- preguntó y la partera asintió. La doncella volvió a
tomar al niño y se lo devolvió a Byul . La reina la miró desde la distancia y
sus palabras fueron una sentencia- En una semana volveré con el niño a palacio.
La muchacha jadeó, la
comadrona se acercó a ella creyendo que le había sucedido algo pero el dolor
era en su alma. Apenas sostenía a su
hijo por primera vez y ya le daban la fecha
en que debería despedirse. Tenía una sola semana para amarlo, debería bastar por todos los años en
que no lo tendría.
Se despertó muchas veces para
alimentarlo y para cerciorarse que estuviese bien, y al amanecer con la luz del día se dedicó a memorizar cada
facción de su pequeño. Se preguntó a quien se parecería al crecer y con miedo a
que algún día se desvaneciera de su memoria, hizo un retrato de él. De hecho
durante cada día de esa semana lo dibujó.
Lo amó cada segundo, besó
sus pequeñas manos, lo acunó con canciones que le cantaba su
madre. Y le dijo lo mucho que lo quería además de pedirle perdón.
Y cuando una semana después ,
fue hasta las habitaciones de la reina y una de las doncellas tomó a su bebé,
se sintió como la vez que caminó por un pasillo para ir hasta el hombre que la
había comprado. Era un fantasma de sí misma, aunque deseaba que como aquella
vez, hubiese una esperanza al final del camino.
Besó a su niño en la frente y
lo entregó.
-Cuidaré muy bien del
príncipe- dijo la reina como única demostración de piedad.
Y Byul debió aferrarse a esas
palabras, pues ya no le quedaba nada más.
Los días que siguieron a la
partida de la reina con su hijo estaban como perdidos en una bruma, se quedó en
el templo, lloró durante días, dejó de comer, estuvo enferma del alma y del
cuerpo. Los días pasaron sin que le importara nada, hasta que un día despertó en mitad de la noche, sobresaltada
creyendo oír el llanto de su hijo. Se sintió muy angustiada, pero extrañamente
fue como si la sacaran de la oscuridad, pensó que su niño estaba en algún lugar
a salvo y que ella debía vivir para poder volverlo a ver un día. Seguramente sería desde lejos, en
algún desfile o acto de la familia real, o quizás el día que se convirtiera en
rey, no sabía cuándo pero si se mantenía con vida , lo volvería a ver. Se quedó
allí un par de meses más, para recuperar fuerzas, luego regresó a la casa de
cortesanas, más que nada porque quería tener alguna noticia de su bebé antes de
irse lejos, estaba un poco asustada de oír malas noticias, pero en el camino de
regreso pudo escuchar entre la gente los
comentarios sobre el nacimiento del príncipe. El pueblo estaba feliz de que
hubiese un heredero real, ella estaba feliz de que nada malo hubiese sucedido.
En la casa de cortesanas , la
regenta le contó tanto como sabía sobre la llegada del nuevo príncipe, los
festejos y la reacción de la gente.
-Parece ser que tu hijo está a
salvo – dijo la mujer y Byul asintió. Recogió algunas cosas, regaló otras,
cerró con llave aquellas habitaciones que habían sido su cárcel, su reino, su
hogar y su refugio de amor y partió, muy lejos, para cumplir su parte del
trato.
Recordando las palabras de la
reina, pensó que cada kilometro que ponía de distancia, era garantía del bienestar de su niño. Mientras
ella se alejara, él sería criado como
Príncipe Heredero y crecería sin miedos, con toda la seguridad que le daba
aquel estatus. Deseó también que
creciera con amor, no sabía si la reina lo querría verdaderamente, pero anheló
que Janeul sí fuese capaz de amarlo. Esperaba que aunque él no supiese nunca la
verdad sobre aquel hijo, su corazón sí supiera y pudiera ser un padre amoroso.
Y durante el primer año, se
estableció en un tranquilo poblado rural de un país limítrofe. Era gente
humilde y pacífica, nadie se interesó demasiado en su llegada cuando compró una
pequeña casita, estaban demasiado ocupados
con su trabajo y sus vidas, así que nadie indagó más allá de la historia
que ella contó.
Aquel lugar era lo que necesitaba para curar,
llevaba una vida frugal y tenía tanto
campo para recorrer en sus paseos que podía olvidar las murallas que la habían encerrado antes.
Aunque también aprendió que había prisiones peores que una casa de cortesanas,
porque en su interior vivía añorando a su hijo y a Janeul, porque no había un
día que olvidase o se perdonara completamente a sí misma. Pero aprendió a vivir
con ese dolor, porque al menos, sabía que estaban vivos, y juntos.
Llegó un día en que aquella
tranquilidad le resultó asfixiante, necesitaba hacer algo, sentirse útil y
estar en un lugar donde hubiera voces y ruidos, y risas. Necesitaba el ruido de la vida para ahuyentar
el sonido de un llanto que solía despertarla en mitad de la noche. Así que
continuó su viaje, y su deambular la llevó a la ciudad donde vivía aquel
embajador que había ofrecido su ayuda y su amistad. Y eran días en que ella
necesitaba a alguien conocido, así que tal como
había propuesto alguna vez, lo contactó.
El hombre sonrió al verla
cuando ella se presentó en su residencia.
-¿Su corazón sigue ocupado? –
preguntó al verla y ella asintió.
-Dijo que sería mi amigo.
- ¿No pensó que quizás estaba
mintiendo?
-No, o quizás necesito un
amigo mucho más que ser prudente –
respondió ella y él la miró sorprendido. Fue entonces que Byul se dio cuenta de
lo mucho que había cambiado, era más temeraria ahora, perder tanto y seguir
viviendo significaba haber dejado sus temores. Había perdido a sus padres y a
Janeul, había creído que no habría dolor más grande, pero luego había entregado
a su hijo , renunciando a su derecho de
ser reconocida como su madre, ya no
tenía mucho que temer. Ni que perder.
- Es un placer volver a verla, por cierto, me llamo Bae – le dijo
acercándose – y le doy la bienvenida.
Con el dinero que tenía, Byul
se instaló en la ciudad, consiguió una casa con jardines y puso en marcha su plan, había decidido ayudar
a tantas mujeres como pudiera.
Su nuevo amigo había hecho
gala de sus influencias y la había
presentado como una artista extranjera de renombre, así que Byul tenía muchos compradores para sus pinturas. Incluso
daba clases a hijas de gente influyente, a veces ella misma se sentía abrumada por aquel cambio
y sentía como su pasado y su vida actual pertenecieran a dos personas
distintas, y quizás era cierto, quizás había dos Byul. Muchas veces se
encontraba sonriendo y se sentía sorprendida de poder hacerlo, no era se
trataba de felicidad porque eso estaba vetado para ella, sino de vivir días de
sosiego. Y en gran parte se debía a su labro.
Así como enseñaba a niñas
ricas, tenía multitud de niñas pobres a quienes les enseñaba a leer, a
bordar y a pintar. Había conseguido
trabajos para jovencitas huérfanas, y había rescatado a muchas otras de ser
vendidas. De hecho un par de niñas rescatadas, vivían con ella.
A Myra la había conocido al
poco tiempo de llegar, estaba paseando por la ciudad cuando se equivocó de camino y en una callecita alejada escuchó los gritos
de la niña mientras un hombre la llevaba a la rastra. Intervino inmediatamente
sin pensar que podía ser peligroso,
discutió con el hombre quien se sintió algo intimidado al verla vestida
como una dama noble. También tuvo la suerte de que apareciera un hombre que la
auxilió en el momento más álgido de la discusión. Finalmente desembolsó una
buena cantidad de oro y se llevó a la muchacha consigo. Desde ese día no se
había separado de su lado. Y a Simma, de
apenas diez años, la había encontrado mendigando en las calles. Las dos se habían instalado con ella y cuidarlas y enseñarles la mantenía
entretenida, aunque cuando veía un niño
pequeño, invariablemente pensaba en el suyo.
Bae iba una vez a la semana a
tomar el té y a conversar con ella, ya
no era embajador pues ocupaba un puesto en el ministerio de comercio de su
país.
Aquella mañana, Byul estaba
bastante distraída, pues era el segundo cumpleaños de su hijo.
-¿De verdad no quieres saber?
– preguntó Bae que ahora la trataba con menos formalidad.
-¿Saber qué?
-Noticias de tu país natal, de
él.- dijo y ella negó con la cabeza.
-Supongo que todo marcha bien,
si hubiera sucedido algo grave me hubiera enterado por los comentarios de la
gente.
-Lo he pensado mucho tiempo,
pero no he llegado a ninguna conclusión, ¿ por qué te marchaste? ¿Acaso fue por
el niño? – preguntó Bae de repente y ella se alarmó, siempre la inquietaba la
intuición de aquel hombre, ¿era posible que supiese su secreto?
-¿Qué quieres decir?
-No se me ocurre una razón por
la que alejaras y él lo permitiría, así que supongo que fue por el príncipe,
supongo que al quedar embarazada la reina hizo valer su autoridad como madre
del heredero real y pidió que te alejaras. ¿Fue eso? – preguntó y Byul bajó la
mirada mientras bebía el té.
-Sí, fue por la llegada del
príncipe- respondió y no era una mentira, sólo una verdad a medias. En cuanto a
por qué Janeul al había dejado ir, no había sido por la llegada del niño, era mucho más simple,
ella se lo había pedido y había dicho palabras dolorosas. Imaginó que de saber
la verdad, él no la perdonaría.
-¿No volverás entonces?
-No.
-¿Y él no vendrá por ti?
- No , él no vendrá.
-Yo no estaría tan seguro-
dijo Bae recordando su anterior encuentro con el rey.
-Yo sí- dijo ella y él la miró especulativamente.
-¿Tu corazón sigue ocupado?
Porque si está vacío, me gustaría ocuparlo– dijo, cada tanto volvía a
insinuársele a pesar de haber acordado ser solamente amigos.
-No, creo que lo mejor sería
decir que ya no tengo corazón.- dijo ella y su respuesta sonó tajante, una vez más
marcaba los límites. Él sonrió sabiendo que Byul mentía, quizás incluso se
mentía a sí misma, él no tenía la más mínima posibilidad con ella porque aún amaba al rey.
Y así siguió su vida,
pintando, ayudando a gente y viendo a
crecer a Myra y Simma, mientras en su
alma seguía el crecimiento de otro niño. Estaba dispuesta a quedarse
allí hasta que la noticia de dos muertes cambió sus planes.
La primera fue la muerte de la
reina y ella no supo que sentir. Había resentido la llegada de aquella mujer
cuando se había interpuesto en su relación con Janeul, la había odiado cuando
la acorraló y se llevó a su hijo, pero también había sentido pena y culpa. En
su encuentro había visto la mirada de la reina,
expresaba una enorme soledad, y había intuido que anhelaba tener el
afecto de Janeul y que sabía que jamás lo tendría.
No lloró esa muerte ni tampoco
se alegró.
La otra noticia, era la
partida de la regenta de la Casa de Cortesanas y sí sintió pena, pues había
establecido un vínculo con ella y, a su modo, la había ayudado muchas veces. Y
aunque nunca había llegado a conocer su historia, sentía que era una mujer que
había hecho lo que había podido para sobrevivir a terribles circunstancias.
Quizás no tan diferente de ella misma.
Se enteró de aquel deceso por
un mensajero que le llevó la noticia y una carta conteniendo la última voluntad
de la regenta, que cuidara a la gente de la casa de cortesanas y si era posible
las ayudara a tener una mejor vida.
“Tú que has pertenecido a dos
mundos, puedes entender “ decía como línea de despedida y Byul se encontró en
un dilema. Aquel era el último deseo de alguien y le había encargado a ella
cuidar del bienestar de un grupo de
personas, y deseaba hacerlo. Tal como había ayudado a la gente allí, deseaba
hacerlo en su propio país. Pero había prometido alejarse, sin embargo también
la persona con quien había hecho aquel trato estaba muerta, y suponía que eso
la liberaba.
¿Quería volver? Había
alcanzado cierta paz allí, y se sentía
útil. También tenía afectos, por primera vez en mucho tiempo había gente a su
alrededor que la quería. No sabía si
estaba preparada para dejarlo todo nuevamente, si tenía el valor. Aunque la
verdadera pregunta era si podría regresar, estar cerca de Janeul y de su hijo,
cerca y eternamente lejos, y soportarlo.
Durante días meditó sus
opciones, hasta que su corazón se impuso.
Las primeras personas a
quienes se lo informó fueron Myra y Simma, la primera decidió acompañarla y la
segunda decidió quedarse, la asustaba la idea de irse a otro país. Luego lo
habló con Bae, principalmente para pedirle que
se encargara del bienestar de Simma , de su propiedad y de la gente que
ella ayudaba.
-Así que volverás…- dijo Bae.
-Sí.
-Siempre supe que lo harías.
-¿Cómo lo sabías si yo misma
estaba segura que nunca regresaría?
-Porque uno no puede vivir sin
corazón, Byul. Tarde o temprano debías regresar a buscar el tuyo- dijo él. Y
ella le sonrió levemente, con tristeza. Luego agradeció toda la ayuda que le
había dado y se despidió.
Al día siguiente, junto a Myra,
partió de regreso a su país natal.
Cuando llegó a la casa de
cortesanas la recibió la vieja herboristera quien le dio la bienvenida. Byul abrió sus antiguas
habitaciones, llevaban cerradas mucho tiempo y había polvillo y olor a
encierro, pero todo estaba igual. Se vio invadida por los recuerdos y la
nostalgia. Aquella primera noche durmió en el salón principal mientras revisaba lo que la regenta le había legado.
Ahora era dueña de aquella
propiedad y heredera de todo su dinero, también le había dejado una caja con
documentos, entre ellos estaban los papeles de las transacciones hechas con las
mujeres de allí. Byul se sintió profundamente asqueada, incluso encontró
papeles muy viejos de la venta de una niña de diez años. Luego, al leer el
nombre descubrió que se trataba de la regenta, era su nombre y era su historia,
ahora la entendía un poco más. Sin darse cuenta las lágrimas empezaron a caer
por su rostro.
-¿Está bien, mi señora?
–preguntó Myra que se negaba a tratarla más informalmente. Aquel tratamiento
respetuoso era su forma de mostrar lo mucho que la admiraba y le agradecía.
-Sí, Myra, sólo un poco triste,
por el pasado- dijo regresando los papeles a su
caja- Tenemos mucho que hacer aquí.
-Sí- respondió la muchacha y a
la mañana siguiente ambas se pusieron en marcha.
Byul descubrió que había
habido muchos cambios durante su ausencia, muchas mujeres que conocía ya no
estaban allí. Y ya no había muchachas nuevas porque Janeul había cumplido su
palabra, y por ley ninguna joven podía ser vendida a aquellos lugares para
pagar deudas familiares o propias.
Poco a poco , todo estaba
cambiando, y ella también quería contribuir a ese nuevo mundo que Janeul estaba
forjando.
Limpió sus habitaciones, arregló su antiguo jardín y planificó sus siguientes pasos, quería hacer
allí una labor semejante a la que había hecho en el país extranjero. La casa de
cortesanas iba a convertirse en un lugar de sanación.
Y durante cinco años trabajó
para eso, cinco años en que se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a mujeres,
cinco años en los que convirtió a la casa de cortesanas en un refugio. Cinco
años en los que escuchó noticias del rey y del pequeño príncipe como si se
tratara de extraños. Cinco años estando lejos y cerca.
Y una noche, como si tantas
horas de soledad lo hubiesen conjurado, Janeul, el rey , apareció a buscarla.
Tras diez años sin verse,
volvieron a estar juntos.
Hacer el amor fue inevitable, porque aunque sabía todo lo que los separaba,
aunque diez años se habían vuelto un
abismo insalvable, aunque ya no creía en finales felices, Janeul seguía siendo Janeul y su cuerpo lo
anhelaba.
Y cuando había pensado que podría
volver a alejarlo, que era imposible
para ellos recuperar lo perdido, él
mencionó a su hijo. Lo sabía, siempre lo había sabido.
-¿Tampoco quieres ser una madre para tu hijo? Ya es hora–
dijo Janeul y ella se sintió desmayar
-¿Cómo? ¿Desde cuándo lo sabes? – preguntó temblando.
-¿Que el príncipe es tu hijo y no de la reina? –
Preguntó él con la mirada cargada de dolor- Lo sé desde el principio, Byul,
desde el primer día que lo sostuve en mis brazos – confesó.
-Todo este tiempo…¿cómo? –
preguntó y él la ayudó a sentarse.
-Espera, buscaré algo para que
tomes, estás pálida- dijo y se retiró unos instante. Volvió con una taza de
té.-Está frío, pero servirá. Bébelo , Byul.
-¿Cómo? – preguntó ella con
insistencia.
- Porque siempre había gente
mía a tu alrededor y porque una de tus buenas acciones fue devuelta de la forma menos esperada- respondió él y recordó su parte de la historia.
!Me ausento un fin de semana y pasa toooodo esto! No me esperaba el giro en la historia y me ha sorprendido mucho. Te tengo que dar la razon: amar a un principe no es buen asunto. Cuando el hombre se convirte en rey, la cosa va a peor. Pero los milagros existe -al menos en la ficcion- asi que cruzo los dedos por esta pareja ;-).
ResponderEliminarPor cierto, Byul es mi heroina. Amo su lucha por las mujeres que se vieron en la misma situacion que ella. Es triste que en la realidad, y en pleno siglo XXI, aun haga falta gente que siga ayudando con esto.
Deseando descubrir la parte de la historia de Janeul!!