domingo, 30 de abril de 2017

Tan solo amor 9 - Gaby Ruiz



Él nunca había sido de las personas que se rendían con facilidad ante los retos. Los enfrentaba y los superaba.  Ese era Marcos Ferraz y, en el reto más grande de todos y por tanto, el más importante, no iba a rendirse.  No lo haría.
Si Mía no venía a él, él iría a ella.  Así de fácil. No tenía ni idea de dónde quedaba el lugar en el que ella vivía pero podía encontrarla.  Y lo haría. 
Reservó un vuelo para el día siguiente a la fiesta de la prima de Danaé, Aurora, quien era parte del grupo que formaban desde niños.  Además, Danaé también se despediría en esa fecha y era un buen momento para partir.  Lo dejaría todo preparado pero, una vez más, supo que su gemela estaba vigilando estrechamente. 
– Rose, realmente deberías dejar de espiar –gritó Marcos, aparentemente a la nada aunque una sombra a través del umbral de la puerta. Él sonrió– sé que sigues ahí.
– ¿Por qué? –Rose mostró su cabeza con rizos rubios alborotados– ¿cómo me descubres siempre hermanito?
– Porque he vivido toda mi vida contigo.  Incluso antes de mi nacimiento, nunca me dejaste tranquilo –se burló él y Rose resopló.

– No es cierto, Marcos –negó con una sonrisa– tú fuiste quien se entrometió en mi vida.  Y yo quiero meterme un poquito con la tuya.  ¿Por qué no puedo?
  Porque ya te has entrometido lo suficiente –Marcos se levantó y se dirigió despacio hacia ella. La tomó de los brazos con suavidad y la retiró de su camino– debo irme.
– ¡No! –ella hizo un ademán de moverse pero aún se encontraba prisionera de los brazos de su hermano– ¿por qué no me dices qué tanto haces?
– ¡Porque no es de tu incumbencia, Rose! –Marcos le miró directamente– y realmente, necesito que esta vez me dejes hacerlo a mi manera. 
– Pero si yo… –empezó y él negó.
– Eso significa que: SOLO –repitió con fuerza– no quiero que espíes lo que hago –pidió y Rose asintió– promételo –ella negó– Rose… –amenazó.
– Bien, lo prometo –dijo de mala gana y él sonrió.
– Gracias hermanita –le besó en la frente y salió con rapidez.  Los dos sabían que Rose no mantendría esa promesa y Marcos no era ningún ingenuo como para no salir corriendo mientras pudiera. 
La suerte estaba de su lado. El auto de su padre bloqueaba al de Rose.  Eso era lo que él llamaba un aviso de que el destino estaba de su lado.
No por mucho, estaba consciente. Pero aprovecharía la ventaja. Aún tenía muchas cosas que hacer antes de ir a la Mansión Ferraz para la fiesta de bienvenida a Danaé.  Demasiado tiempo sin verla, y en las escasas oportunidades que habían hablado, no había podido adelantarle nada. Sería una sorpresa.  ¡Inevitablemente enamorado!
Un par de horas más tarde y muchos escapes después, Marcos se encontraba llegando a la Mansión Ferraz, en la que se avistaban ya muchos rostros conocidos.  Trató de mostrar su mejor sonrisa para evitar cualquier suspicacia, aún cuando sabía que sus esfuerzos serían en vano.  Rose no tardaría en inventar toda clase de historias sobre sus “misteriosas” salidas y sería blanco de grandes interrogantes. 
Pero como punto a su favor, la cara de Alex sería su gran salvación así como el extraño humor en que últimamente se encontraba. Él sonrió internamente, sabiendo que estaba tan enamorado de Danaé y no lo aceptaba.  No pensaba que lo haría tan fácil, de cualquier manera.  Y esa era una buena distracción para todos, sobretodo porque Alex se encontraba saliendo con Aurora, según había escuchado rumores. Todo un drama, del que no estaba muy al corriente por estar más pendiente de… bueno, Mía.
– ¡Marcos! –escuchó la voz de Rose que lo saludaba del otro extremo del jardín delantero– ¿apenas llegaste? ¡Ni lo habría imaginado!
– Rose, tú también vas llegando, lo sé porque me has seguido todo el día.  ¿No te cansa hacerlo? ¡Necesitas una vida! –soltó con una risita.
– ¡Tengo una vida! –gruñó Rose molesta– que tú no te des por enterado por vivir en tu mundo, no significa que no la tengo.
  ¿Qué? –Marcos entrecerró sus ojos– ¿qué quisiste decir con eso?
  Yo… –Rose se calló de pronto y Marcos habría jurado que se sonrojó– nada.
  Rosemary Ferraz… –Marcos abrió los ojos desmesuradamente– ¿estás enamorada?
– No seas idiota –ella le golpeó en el pecho y él amplió aún más la sonrisa– ¡deja eso ya!
  No, ahora tú eres quien me dirá de qué me he perdido… –pidió siguiéndola al interior de la Mansión.
  ¡Déjame tranquila! –pidió Rose aún cuando una sonrisa jugaba en la comisura de sus labios. Marcos arqueó una ceja y la dejó ir solo porque se topó de frente con el refrigerador de la Mansión.  Eso le recordó que no había comido en todo el día y se quedó buscando algo mientras servían la comida. 
La conversación con el grupo nuevamente completo fluyó con gran normalidad. Estaban Danaé, Aurora, Alex, André, Beth y Rose.  Además, Kyle había venido con Danaé y Marcos sonrió complacido. Esperaba que resultara, pero cuando miraba alternativamente a Danaé y Alex sabía que no debía esperar tanto ese fin sino uno muy diferente.  ¿Cómo se adaptaría Mía ahí? ¡No podía esperar para tenerla a su lado!
Pasada la intriga inicial de Rose, nadie más preguntó y aun cuando negó que le diría algo a Danaé, los dos sabían que hablarían ampliamente sobre el tema.  Por la mirada de Danaé, supo que ella venía adivinando lo que él quería decirle. Mejor así.
Por ello, aun cuando tenía un ticket para el concierto al que habían decidido ir esa noche, prefirió quedarse en la mansión un tiempo más, para hablar con Danaé y luego ir a su departamento.  Esa idea se le antojaba muchísimo mejor.
– Marcos, cuánto tiempo ha pasado –Danaé se dejó abrazar por él mientras esbozaba una amplia sonrisa– te veo… diferente –comentó con un brillo en la mirada.
  Ni de lejos me veo tan bien como tú, Danaé –él le besó la mejilla y la estrechó contento– estás bellísima, y sin duda, Kyle ha tenido suerte esta vez.
  Sí, podríamos decir eso –asintió ella– pero ahora lo que más me intriga eres tú.
– Pero lo sabes –Marcos la miró significativamente– ¿cierto?
  ¿Cómo puedes dudarlo? –Danaé presumió con una risita– quiero saberlo todo.  ¿Cómo fue? ¿La conociste aquí? ¿Qué tanto pasó en mi ausencia?
– Mía… –pronunció Marcos en un suspiró– su nombre es Mía.
– Es un bello nombre –Danaé sonrió con ternura– estás tan enamorado.
– Lo sé –Marcos la miró mortificado– ¿lo mantendrás en secreto cierto?
– ¡Tonto! –rió ella y lo abrazó– claro que sí. Aunque creo que no será por mucho ¿verdad?  Tú ya has planeado algo…
  Sí, efectivamente –concordó él– pero necesito que suceda.  A partir de ahí, todo será más fácil de decir… ¿o no?
– Sí tu así lo piensas –ella se encogió de hombros– esto del amor es un asunto siempre delicado… y complicado de explicar.
– Nadie lo diría con más acierto que tú –susurró Marcos y a continuación alzó sus ojos azules tristes– pero ella puede no amarme.
– ¿Qué? –Danaé no pudo evitar elevar su voz– lo lamento –se disculpó rápidamente– ¿cómo que puede no amarte?
  En realidad –Marcos puso los ojos en blanco– estoy seguro que no me ama.
– ¿Cómo es posible eso? ¡No, estás equivocado!
  ¿Crees que podría equivocarme en algo así? –sonrió irónico– además, ella ama a alguien más.
– Oh –pronunció Danaé con voz de entendimiento y tristeza.
– Exacto –asintió él, como si con pronunciar esa palabra, Danaé diera por sentado que entendía todas las derivaciones de la situación.  Y así era.
– Lo siento, Marcos –ella le tomó una mano con ternura y le sonrió alentadora– pero harás algo al respecto ¿verdad?
– Por supuesto que sí –volvió a confirmar él– ella es Mía.
– ¿Quién es él? –preguntó Danaé despacio– y aún no me has dicho nada de ella.
  Es complicado de explicar, Danaé. Pero sé que tú lo entenderás. Simplemente lo sentí, en cuanto la vi, supe que era ella. A quien amaría toda la vida, con todo mi ser…
  Oh, estás perdido –pronunció con tristeza y él asintió– tienes un espíritu afín en mí, lo sabes bien –aseguró.

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