– Marcos… –Mía dijo tomando la mano que él le ofrecía– ¿qué ha
pasado?
Él se sorprendió por su pregunta, fue evidente por un segundo.
Entrecerró los ojos y se encogió de hombros, como si no supiera a qué se
refería.
– ¿Es tu respuesta?
–soltó con enfado.
– Si te digo mi respuesta
–Marcos le tocó el mechón que se había vuelto a escapar del cabello recogido de
Mía– no te gustará.
– Tal vez. Pero igual
quiero escucharla –pidió Mía.
– ¿Por qué? ¿Qué cambiaría mi respuesta?
– Quiero saberla Marcos.
¿Por qué? Yo pensé que…
Él esperó con una pequeña sonrisa lo que había estado a punto de
decir pero Mía cerró de golpe la boca, con fuerza. Abrió los ojos con sorpresa.
– ¿Decías? –Marcos dijo con amabilidad y ella negó con la cabeza–
bien, vamos.
Dicho esto, la tomó de la mano para dirigirla a un pequeño y
discreto restaurante. Sintió el
cosquilleo que le producía el contacto de su mano. Estaba perdido, lo sabía. Y… no le importaba en lo absoluto.
Porque era Mía. Porque él había estado esperándola a ella. Aún sin conocerla, había sabido que
existía. Solo que, había supuesto que
sería suya. Que ella también habría
estado esperando por él.
Claro, no había sido el caso.
Ni remotamente. Se lamentó por la
oportunidad perdida de sentir los labios de Mía en los suyos. Solo que él lo
sabía. No necesitaba besarla para saber
que la amaba, que sería la experiencia más increíble de su vida, porque ahora
realmente lo sentiría. En toda su
intensidad.
Y eso podía matarlo. Porque él comprometía todo de sí. Todo su
corazón, su alma y su futuro. Por una
mujer que no lo amaba. Que amaba a otro.
Mía…
Le apartó la silla, para permitir que se sentara frente a él. Quería mirar su rostro el mayor tiempo
posible, para grabarlo en su mente. Sabía que nunca lo olvidaría, que era
imposible siquiera intentarlo. Pero él quería asegurarse que fuera así, nunca
olvidarla. Porque necesitaba recordar
que había conocido a la mujer de sus sueños, aún si no estaba con él.
– ¿Ordenarás algo Mía?
–preguntó Marcos mirándola detenidamente.
Estaba frunciendo ligeramente el ceño mientras su boca hacía un gesto de
molestia. Trató de parecer impasible
pero él sabía que algo la molestaba.
¿Qué sería? ¿Lo que había preguntado?
Pero es que era absurdo. ¿Por qué
querría ella que la besara si amaba a otro? A menos que… ¿tenía una
oportunidad?– ¿qué es lo que te molesta?
– ¿Molestarme? –salió su
voz demasiado aguda– ¿por qué me molestaría algo?
– Sin duda estás molesta
–sonrió Marcos conocedor– tu gesto es igual a…
Se calló. ¿Le había
recordado por un momento a uno de los gestos caprichosos de su hermana gemela
Rose? ¡Ay que irónica era la vida! Tenía que encontrar en la mujer que amaba la
influencia de su fastidiosa hermana. Más
valía que jamás se conocieran.
Mía espero que completara la frase pero él no lo hizo. Su rostro
se contrajo en un gesto compungido por un momento y luego sonrió, como si algo
le pareciera extremadamente gracioso y fatal a la vez. ¿Le recordó a alguna ex – novia? ¡Lo único
que faltaba!
– Solo un té –contestó Mía a la pregunta anterior de Marcos–
comí muy bien.
– ¿Té? –Marcos arqueó una
ceja, mirándola rápidamente de pies a cabeza– si es lo que quieres…
– Por supuesto que sí
–dejó en blanco los ojos– si no lo quisiera ¿por qué lo pediría?
– Exacto… ¿por qué? –Marcos la miró fijamente, como si tratara
de comunicarle el sentido velado de su afirmación.
Mía sintió que un escalofrío le recorría nuevamente, como si su
mirada se clavara en el centro mismo de su alma. ¿Estaría refiriéndose a lo que
había pasado en el auto o ella ya estaba paranoica? ¡Paranoica y loca!
– Un té –repitió como si
él no hubiera dicho nada– o mejor, un helado.
– Eso está mejor –asintió
aprobadoramente él– ¿Qué sabor?
– Creo que… –ella fijó su
mirada– si tanto sabes de mujeres, elige un sabor y veamos si aciertas.
– ¿Tanto que sé de
mujeres? –rió Marcos por su afirmación– ¿Por qué eso no suena halagador?
– Oh, claro que es un
halago –aseguró irónica Mía.
– Bien… veamos… –Marcos
colocó una mano en su barbilla, como si estuviera pensando algo de vida o
muerte. Muy seriamente. Sonrió–
chocolate y vainilla.
– ¿Cómo? –Mía abrió los ojos desmesuradamente– ¿cómo lo haces?
– ¿Cómo hago qué?
–preguntó con inocencia y sonrió mientras pedía la orden al mesero. Un sándwich
para él, un helado de chocolate y vainilla para Mía.
Comieron en relativo silencio. De vez en cuando, Mía le
preguntaba algo sobre su vuelo y él contestaba.
Hablaron un poco sobre Italia además de la estadía de él ahí, después de
la boda.
– También había viajado
por negocios –explicó Marcos después de tomar un sorbo de su bebida– tenía algo
que atender y decidí hacerlo en esta oportunidad.
– ¿Así que lo que te trae por aquí son negocios? –preguntó Mía.
– Generalmente… sí –confirmó.
– ¿Generalmente? –Mía clavó su mirada– ¿cuándo ha sido
diferente?
– Ahora –respondió concisamente.
– ¿Ahora? Por supuesto,
la boda –dijo Mía, sin esperar confirmación– ¿aparte de esta ocasión?
–interrogó.
– Pues… –Marcos le tomó
la mano, sorpresivamente por sobre la mesa– ninguna otra. Ahora me refería a ti. Si me he quedado, ha sido porque tenía la
esperanza de verte una vez más –confesó.
– ¿De verdad? –Mía se permitió una sonrisa– ¿tú querías verme?
– ¿Cómo podría dejar de quererlo? –le envolvió la mano con la
suya– mis sentimientos no han cambiado, Mía.
Yo te amo y así será. Te seguiré
amando…
– Entonces… –ella clavó
sus ojos en él– ¿por qué te detuviste en el auto?
– No planeaba besarte –contestó él con sinceridad– jamás lo
consideraría.
– ¿Cómo? –Mía lo miró con
horror– ¿qué clase de amor es ese?
Marcos rió. Acercó la
mano de ella hacia su mejilla y la dejó ahí, apretada contra su rostro,
sintiendo su calor.
– Ese, mi amada Mía
–contestó él con una sonrisa torcida– es un amor prohibido.
– ¿Prohibido? –ella abrió la boca aún antes de pensarlo– ¿por
qué lo sería?
– ¿Estás jugando conmigo?
–preguntó de pronto Marcos, soltándola repentinamente y clavando su mirada–
¿cómo es que me lo preguntas?
Mía lo entendió. Apenas
lo entendía. Ella le había dicho que
estaba enamorada y que jamás podría sentir nada por él, porque amaba a alguien
más. Y en cierta manera, así era. No
había mentido. Solo que… ahora le
pesaba. Tampoco había dicho la verdad.
– Lo siento –se disculpó
arrepentida– es una situación complicada…
– Lo sé –Marcos parecía querer pasar su mano por el rostro de
ella pero cambió de idea y la apoyó sobre la mesa– ¿Qué tanto Mía?
– ¿Qué tanto? –ella repitió sin entenderlo.
– ¿Qué tanto lo amas?
–preguntó Marcos, sabiendo que eso podría acabar con él, pero no le
importaba. Necesitaba saberlo. Necesitaba conocer como era el hombre que le
había robado el amor de su vida. Que se
había adelantado a él en la carrera hacia el corazón de Mía.
– Marcos… –Mía lo miró
con una súplica en los ojos– no me preguntes esto.
– Solo dímelo, Mía.
Realmente necesito saberlo…
– Demasiado, Marcos. No puedo empezar a explicarlo… –Mía recordó
a Sean y cerró los ojos con fuerza. Las
lágrimas parecían tener vida propia– es… difícil –dijo con la voz entrecortada
y sin atreverse a mirarlo.
– Ah… –Marcos sabía que
no debía haber preguntado. Sabía que lo
mataría y aun así, lo había hecho. Esa
reacción… Mía realmente lo amaba. Y eso dolía tanto– ¿Tú y él…?
– Estábamos comprometidos –suspiró hondo– a punto de casarnos.
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