miércoles, 12 de abril de 2017

Tan solo amor 5° - Gaby Ruiz



– Marcos… –Mía dijo tomando la mano que él le ofrecía– ¿qué ha pasado?
Él se sorprendió por su pregunta, fue evidente por un segundo. Entrecerró los ojos y se encogió de hombros, como si no supiera a qué se refería.
  ¿Es tu respuesta? –soltó con enfado.
  Si te digo mi respuesta –Marcos le tocó el mechón que se había vuelto a escapar del cabello recogido de Mía– no te gustará.
– Tal vez.  Pero igual quiero escucharla –pidió Mía.
– ¿Por qué? ¿Qué cambiaría mi respuesta?
  Quiero saberla Marcos. ¿Por qué? Yo pensé que…
Él esperó con una pequeña sonrisa lo que había estado a punto de decir pero Mía cerró de golpe la boca, con fuerza. Abrió los ojos con sorpresa.

– ¿Decías? –Marcos dijo con amabilidad y ella negó con la cabeza– bien, vamos.
Dicho esto, la tomó de la mano para dirigirla a un pequeño y discreto restaurante.  Sintió el cosquilleo que le producía el contacto de su mano.  Estaba perdido, lo sabía.  Y… no le importaba en lo absoluto.
Porque era Mía. Porque él había estado esperándola a ella.  Aún sin conocerla, había sabido que existía.  Solo que, había supuesto que sería suya.  Que ella también habría estado esperando por él. 
Claro, no había sido el caso.  Ni remotamente.  Se lamentó por la oportunidad perdida de sentir los labios de Mía en los suyos. Solo que él lo sabía.  No necesitaba besarla para saber que la amaba, que sería la experiencia más increíble de su vida, porque ahora realmente lo sentiría.  En toda su intensidad.
Y eso podía matarlo. Porque él comprometía todo de sí. Todo su corazón, su alma y su futuro.  Por una mujer que no lo amaba.  Que amaba a otro. Mía…
Le apartó la silla, para permitir que se sentara frente a él.  Quería mirar su rostro el mayor tiempo posible, para grabarlo en su mente. Sabía que nunca lo olvidaría, que era imposible siquiera intentarlo. Pero él quería asegurarse que fuera así, nunca olvidarla.  Porque necesitaba recordar que había conocido a la mujer de sus sueños, aún si no estaba con él.
  ¿Ordenarás algo Mía? –preguntó Marcos mirándola detenidamente.  Estaba frunciendo ligeramente el ceño mientras su boca hacía un gesto de molestia.  Trató de parecer impasible pero él sabía que algo la molestaba.  ¿Qué sería? ¿Lo que había preguntado?  Pero es que era absurdo.  ¿Por qué querría ella que la besara si amaba a otro? A menos que… ¿tenía una oportunidad?–  ¿qué es lo que te molesta?
  ¿Molestarme? –salió su voz demasiado aguda– ¿por qué me molestaría algo?
  Sin duda estás molesta –sonrió Marcos conocedor– tu gesto es igual a…
Se calló.  ¿Le había recordado por un momento a uno de los gestos caprichosos de su hermana gemela Rose? ¡Ay que irónica era la vida! Tenía que encontrar en la mujer que amaba la influencia de su fastidiosa hermana.  Más valía que jamás se conocieran.
Mía espero que completara la frase pero él no lo hizo. Su rostro se contrajo en un gesto compungido por un momento y luego sonrió, como si algo le pareciera extremadamente gracioso y fatal a la vez.  ¿Le recordó a alguna ex – novia? ¡Lo único que faltaba!
– Solo un té –contestó Mía a la pregunta anterior de Marcos– comí muy bien.
  ¿Té? –Marcos arqueó una ceja, mirándola rápidamente de pies a cabeza– si es lo que quieres…
  Por supuesto que sí –dejó en blanco los ojos– si no lo quisiera ¿por qué lo pediría?
– Exacto… ¿por qué? –Marcos la miró fijamente, como si tratara de comunicarle el sentido velado de su afirmación. 
Mía sintió que un escalofrío le recorría nuevamente, como si su mirada se clavara en el centro mismo de su alma. ¿Estaría refiriéndose a lo que había pasado en el auto o ella ya estaba paranoica? ¡Paranoica y loca!
  Un té –repitió como si él no hubiera dicho nada– o mejor, un helado.
  Eso está mejor –asintió aprobadoramente él– ¿Qué sabor?
  Creo que… –ella fijó su mirada– si tanto sabes de mujeres, elige un sabor y veamos si aciertas.
  ¿Tanto que sé de mujeres? –rió Marcos por su afirmación– ¿Por qué eso no suena halagador?
  Oh, claro que es un halago –aseguró irónica Mía.
  Bien… veamos… –Marcos colocó una mano en su barbilla, como si estuviera pensando algo de vida o muerte.  Muy seriamente. Sonrió– chocolate y vainilla.
– ¿Cómo? –Mía abrió los ojos desmesuradamente– ¿cómo lo haces?
  ¿Cómo hago qué? –preguntó con inocencia y sonrió mientras pedía la orden al mesero. Un sándwich para él, un helado de chocolate y vainilla para Mía.
Comieron en relativo silencio. De vez en cuando, Mía le preguntaba algo sobre su vuelo y él contestaba.  Hablaron un poco sobre Italia además de la estadía de él ahí, después de la boda.
  También había viajado por negocios –explicó Marcos después de tomar un sorbo de su bebida– tenía algo que atender y decidí hacerlo en esta oportunidad.
– ¿Así que lo que te trae por aquí son negocios? –preguntó Mía.
– Generalmente… sí –confirmó.
– ¿Generalmente? –Mía clavó su mirada– ¿cuándo ha sido diferente?
– Ahora –respondió concisamente.
  ¿Ahora? Por supuesto, la boda –dijo Mía, sin esperar confirmación– ¿aparte de esta ocasión? –interrogó.
  Pues… –Marcos le tomó la mano, sorpresivamente por sobre la mesa– ninguna otra.  Ahora me refería a ti.  Si me he quedado, ha sido porque tenía la esperanza de verte una vez más –confesó.
– ¿De verdad? –Mía se permitió una sonrisa– ¿tú querías verme?
– ¿Cómo podría dejar de quererlo? –le envolvió la mano con la suya– mis sentimientos no han cambiado, Mía.  Yo te amo y así será.  Te seguiré amando…
  Entonces… –ella clavó sus ojos en él– ¿por qué te detuviste en el auto?
– No planeaba besarte –contestó él con sinceridad– jamás lo consideraría.
  ¿Cómo? –Mía lo miró con horror– ¿qué clase de amor es ese?
Marcos rió.  Acercó la mano de ella hacia su mejilla y la dejó ahí, apretada contra su rostro, sintiendo su calor.
  Ese, mi amada Mía –contestó él con una sonrisa torcida– es un amor prohibido.
– ¿Prohibido? –ella abrió la boca aún antes de pensarlo– ¿por qué lo sería?
  ¿Estás jugando conmigo? –preguntó de pronto Marcos, soltándola repentinamente y clavando su mirada– ¿cómo es que me lo preguntas?
Mía lo entendió.  Apenas lo entendía.  Ella le había dicho que estaba enamorada y que jamás podría sentir nada por él, porque amaba a alguien más.  Y en cierta manera, así era. No había mentido.  Solo que… ahora le pesaba.  Tampoco había dicho la verdad.
  Lo siento –se disculpó arrepentida– es una situación complicada…
– Lo sé –Marcos parecía querer pasar su mano por el rostro de ella pero cambió de idea y la apoyó sobre la mesa– ¿Qué tanto Mía?
– ¿Qué tanto? –ella repitió sin entenderlo.
  ¿Qué tanto lo amas? –preguntó Marcos, sabiendo que eso podría acabar con él, pero no le importaba.  Necesitaba saberlo.  Necesitaba conocer como era el hombre que le había robado el amor de su vida.  Que se había adelantado a él en la carrera hacia el corazón de Mía.
  Marcos… –Mía lo miró con una súplica en los ojos– no me preguntes esto.
– Solo dímelo, Mía.  Realmente necesito saberlo…
– Demasiado, Marcos. No puedo empezar a explicarlo… –Mía recordó a Sean y cerró los ojos con fuerza.  Las lágrimas parecían tener vida propia– es… difícil –dijo con la voz entrecortada y sin atreverse a mirarlo.
  Ah… –Marcos sabía que no debía haber preguntado.  Sabía que lo mataría y aun así, lo había hecho.  Esa reacción… Mía realmente lo amaba. Y eso dolía tanto– ¿Tú y él…?
– Estábamos comprometidos –suspiró hondo– a punto de casarnos.

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