Marcos
golpeaba con los dedos la mesa, en clara señal de impaciencia. No sabía por qué había venido… no debía haber
venido –se repitió. Al paso que iba,
perdería el avión y, probablemente, todo era solo una broma. ¿De Aidan? No, eso era imposible. Si Aidan había dicho que debía hablarle de
algo con urgencia, tenía que ser realmente algo importante. ¿Pero qué?
Hacía
una semana que había sido la boda. Hasta
donde él conocía, Aidan debía estar de luna de miel con su esposa Eliane… ¿o
no? ¿Por qué regresaría?
Repasó
la conversación que había tenido con él.
En realidad, le había citado porque había algo urgente que necesitaba
saber. No, algo que necesitaba saber
nada más. Si no era Aidan… ¿entonces quién?
– Hola Marcos –escuchó la voz que no esperaba
escuchar más. Solo en sueños.
– Mía –pronunció en voz baja y se levantó para
mirarla. Estaba hermosa, con una tímida
sonrisa y sus ojos grises nerviosos.
Vestía jeans y un jersey que contrastaba con su cabello, ahora
totalmente recogido. Contuvo el aliento
cuando sintió que se perdía en la profundidad de sus ojos grises. Era amor…
– Si… me recuerdas –comentó recogiéndose un
mechón de cabello que había escapado– ¿cómo estás?
–
¿Qué haces aquí, Mía? –Marcos se sintió extraño. ¿Qué hacía ahí? ¿Venía a burlarse de él?
Porque no veía otra explicación… aunque, el pensar por qué Aidan se prestaría
para algo así, no le cabía en la cabeza– ¿Ha pasado algo con Aidan y Eliane?
–
No, están bien. ¿Por qué…? –Mía fue
perdiendo la voz. Por supuesto, ella le
había pedido a Eliane que programara ese encuentro y seguro pidió ayuda de
Aidan. ¡No había sido nada fácil hacerlo
sin crear sospechas! Había dado la excusa más increíblemente estúpida pero
Eliane no hizo ninguna pregunta. Era una
buena hermana– Ah… ¿tienes un poco de tiempo para hablar? –pidió.
– Me encantaría –sonrió él con educación– pero
sería mejor si lo hacemos camino al aeropuerto.
Mi vuelo sale en unas horas… –explicó.
–
Oh –Mía sintió una enorme punzada de decepción.
¿Qué había esperado? ¿Qué él se quedara por siempre ahí? ¿Por qué lo
haría? ¿Por ella? ¡Qué absurdo! No
tenían nada ni nunca lo tendrían. Pero…
secretamente, lo había esperado. Hacía una semana que había sido la boda y
Marcos seguía ahí. ¡Eso debía significar
algo! –pensó– y ahora, solo se daba cuenta que él estaba a punto de irse. ¿Por qué había esperado tanto para buscarlo?
¡Claro! Porque no tenía nada que decirle, nada que pudiera ofrecerle… y aun
así, era lo suficientemente egoísta como para querer verlo por última vez. Siempre.
– ¿Vamos? –él continuaba mirándola con cortés
indiferencia.
Mía
se sintió repentinamente inoportuna.
¿Acaso Marcos ya la había borrado de su mente? ¿Por qué se comportaba
así? ¿Tan pronto? ¡Qué tonta! ¿No sería
lo mejor? ¿Por qué rayos le importaba tanto?
–
¿Mía? –sus ojos azules fijos en ella, tratando de leer las emociones que tan
bien escondía. Parecía toda una experta
en ocultar lo que sentía.
– Si, vamos –se arregló para contestar aun
cuando sentía como la cabeza le daba vueltas.
Marcos… Marcos… ¿por qué seguía clavada la imagen de él en su mente? ¿Sus
palabras? ¿El suave latido de su corazón? ¡Estaba volviéndose loca!
– Mía… –él le tomó del brazo con suavidad y
ella lo miró expectante– tengo mi auto por allá –explicó conduciéndola en la
dirección correcta y soltándola.
– Por supuesto –asintió confusa Mía, sintiendo
como su corazón se había acelerado y ahora disminuía repentinamente, como si
Marcos al soltarla le hubiera quitado el aire.
Él
sonrió brevemente y se giró, esperando que lo siguiera. Mía mantuvo el paso y se sorprendió al mirar
el auto de Marcos. Tenía dinero… mucho
dinero, imaginaba. Eso era aún más incómodo –pensó– ¿cuántas mujeres lo
buscarían por su dinero? ¿Por ser guapo? ¿Inteligente, ingenioso y dulce?
“Te he esperado toda la
vida” se repitió en su mente, como si lo estuviera escuchando en ese
instante. El eco de aquella voz llena de emociones… solo para ella. ¿Cómo había tardado tanto en notarlo?
Independientemente
de si la afirmación fuera cierta o no, su voz delataba que la decía de
corazón. Porque realmente la
sentía. Sintió un vértigo aún mayor. ¿Cómo podía provocarle eso ella? Tan solo
era… bueno, nada extraordinario. Aún no
se explicaba que veía Marcos en ella…
En
el corazón que él pensaba que tenía. Que
equivocado estaba.
– ¿Mía? –volvió a repetir Marcos tocándole
suavemente el hombro. Ella lo miró,
notando que le tenía abierta la puerta del auto, esperando que subiera. Asintió, sonrojada y lo hizo. Trató de
componer una sonrisa– ¿Te sientes bien? –preguntó con genuina preocupación en
su voz. ¡Ya era un cambio!
– Si, algo avergonzada la verdad –ella explicó
y él espero que continuara mientras ponía el auto en marcha– haber pedido una
“cita” contigo a través de Eliane y Aidan; sin realmente tener nada importante
que decirte… –completó en un murmullo.
Marcos
estaba concentrado en el camino. No la
miraba y ni siquiera asintió a lo que ella había dicho. Parecía no escucharla. Mía sintió otra punzada de decepción
directamente contra su corazón. Parpadeó
rápidamente, mientras miraba por la ventana hacia las calles que
recorrían.
Dio un pequeño saltito al sentir el cálido contacto de la mano
de Marcos sobre la suya. No se atrevería a mirar, por si el mágico sentir se
desvanecía. Marcos… ¿cómo podía
conocerla tanto? Era tan imposible de comprender y… real.
Sintió un escalofrío recorrerla por completo. Daba tanto miedo el sentir algo inexplicable
pero que parece lo más real que jamás hubiera tenido. No asustaba…
aterraba. Y mucho.
La mano de Marcos empezó a acariciarle con suavidad sus dedos
tensos. Ella sintió nacer una sonrisa
del fondo de su alma. No quería saber cómo es que Marcos sabía tanto de las
mujeres pero sin duda, sabía lo que hacía.
Muy bien.
Y aunque quería oponer resistencia, no lo lograba. Los pensamientos negativos querían arrancarle
ese pedacito de felicidad pero ella luchó por alejarlos. No los quería.
Quería a Marcos. Aun cuando fueran unas horas, unos minutos… y
no lo vería más. Respiró hondo, cerrando
los ojos para apartar eso de su mente.
Tampoco había pensado que podía conservarlo. Nunca se le había ocurrido
siquiera considerarlo.
Él parecía realmente sentir lo que había dicho, cada palabra
dirigida hacia ella. No, no podía
dañarlo y, sabía que al final, siempre terminaba dañando lo que amaba. Así
sería si se atrevía a amar a Marcos. Y la
odiaría… y ella moriría de dolor.
Sintió que se detuvieron y abrió los ojos a tiempo de
encontrarse con la otra mano de Marcos dirigiéndose hacia su mejilla para
atrapar una lágrima. Era la segunda vez
que se ponía a llorar, sin siquiera notarlo, frente a ese hombre. ¿Qué era lo que le había hecho? ¿Cómo podía sentir que lo amaba si tan solo lo
había visto dos veces?
Tan imposible y tan doloroso.
Era un desastre… debió dejarlo cuando aún podía. ¿Verdad? Sí, por
supuesto. ¿Cuándo había sido eso?
Fácil. Antes de
conocerlo. Sería la única manera que no
lo amaría. Y tal vez, ni así.
Marcos le puso las dos manos en el rostro y le secó las escasas
lágrimas que se habían deslizado de sus ojos grises. Sintió que se perdía con la sonrisa radiante
que él le dedicaba, como si para él fuera fácil estar abrumado de
emociones. Como si lo hiciera
feliz. Tragó con fuerza cuando él se
acercó hacia ella, sin dejar de mirarla.
– Mía… –susurró él con voz ronca, apenas rozando su rostro– te
amo.
Mía cerró los ojos.
Sintió la respiración de Marcos luchar contra la suya propia. No podía dejar de pensar en que él iba a
besarla. ¿La besaría?
Se sorprendió deseándolo con todas sus fuerzas. Rogando en silencio porque él lo
hiciera. Esperó.
Y esperó más. Tanto que
abrió sus ojos. Él sonrió y ella le
devolvió la sonrisa. Marcos se alejó, encendió el auto y siguió conduciendo
ante la sorpresa de Mía. ¿Por qué rayos
no la había besado?
– ¿Tienes hambre?
–preguntó Marcos mirándola brevemente– podemos comer algo cerca del aeropuerto.
– No tengo mucha hambre
–gruñó Mía aunque la tranquilidad de él hizo que quisiera golpearle con algo–
pero puedo acompañarte.
– Gracias –esbozó una leve sonrisa– en ese caso, comeremos en un
lugar muy cerca del aeropuerto y llamaré para que alguien se encargue del
auto.
– Si… –contestó Mía, sin realmente tener nada que decir. ¿Por qué él podía tratarla así, con cortés
indiferencia, después de lo tierno que había sido? No que fuera alguien
diferente, para nada. Básicamente, era
el mismo Marcos, solo que su ternura estaba lejos de ser amorosa sino amable,
simpática. Demasiado.
– Arreglaré que alguien te lleve también a tu casa –ofreció
estacionando el auto– es lo menos que puedo hacer por ti –se bajó para abrirle
la puerta.
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