jueves, 23 de marzo de 2017

Tan solo amor 2- Gaby Ruiz



Capítulo 2
Marcos temía quedarse en silencio, como si en cualquier momento pudiera deslizarse entre sus brazos y desaparecer.  Pero tampoco quería hablar demasiado… solo quería quedarse con ella eternamente, abrazados.  Pensó en algo que decir, en algo que hacer… pero nada era más correcto que quedarse ahí, junto a ella.
Sintió que Mía se sacudía ligeramente en sus brazos.  Se asustó.  Quería alejarse de él, pero no era así.  Tan solo parecía como si no pudiera controlar los temblores que le recorrían.  Estaba llorando, comprendió al mirar gruesas lágrimas correr por su rostro.

No entendía por qué ella lloraba pero él solo quería consolarla.  La tomó en sus brazos, aún más cerca y le acarició la espalda con ternura, intentando calmarla.  Ella respiró hondo y lo miró directamente.
  Suéltame –pidió con voz fría– no te conozco.
– Pero… –Marcos se sintió confundido. ¡Las mujeres eran un enigma!–  ¿Estás bien?
– Todo estaba muy bien –Mía elevó su rostro, altiva– hasta que tú decidiste tomarme en tus brazos como si fuera un oso de peluche.  ¿Qué rayos te pasa?
  ¿A mí? –Marcos la miró como si estuviera loca. No parecía la misma mujer de unos instantes atrás.  Se alejó un poco, para mirarla completamente.  Sí, no había ni rastro de la mujer que había sostenido contra él– ¿quién eres tú y qué hiciste con Mía?
Ella rió, secamente.  Lo miró burlona, elevando una ceja.
  Soy Mía –ella se encogió de hombros– no pretendas saber quién soy. ¿Ni una hora juntos y ya crees conocerme?
  Yo no he dicho eso –él la miró lentamente– solo… eres tú.
  ¿Yo? ¿Yo soy qué? –Mía soltó apresuradamente, asustada por la convicción de su voz
  No importa lo que digas o hagas –Marcos negó– sé que eres tú.  Estoy totalmente convencido que es así.
  ¿Así qué? ¿Estás loco? –Mía intentó alejarse pero él le tomó de la mano, suavemente.  Ella suspiró– ¿qué haces?
  Necesito saber qué es lo que sientes –Marcos dijo con aprehensión– te he esperado toda mi vida y no puedo dejarte escapar.  Dime por favor que tú también lo sientes.
Mía lo miró de hito en hito.  Trató de poner en orden sus pensamientos, de no gritar o ponerse a reírse como una histérica.  ¿Cuál era el problema de ese hombre? ¡Pensó que era normal! ¿No era amigo de Aidan y su padrino de bodas? ¿Cómo estaba tan loco?
  ¿Lo siento? ¡Marcos, por favor, suéltame! –pidió, cuando él apresó su mano con fuerza– no sé a qué te refieres –susurró despacio– ¡no lo entiendo!
  ¿No? –la expresión vacía de sus ojos le dolió, sin saber por qué.  Su voz reflejaba dolor– no puedes decirlo en serio –suplicó.  Mía cerró los ojos.
– Marcos, por favor –Mía temblaba– apenas te conozco.  Debes estar equivocado –él negó con fuerza– no sabes quién soy.
  Mía… –sus ojos azules fijos en su rostro– sé lo que siento.  No estoy equivocado.  Necesito estar a tu lado.
– ¡Estás loco! –Mía sacudió su cabeza– no sabes lo que pides, realmente no tienes ni idea… ¡déjame tranquila! –se soltó de él.
  ¿Por qué? ¡Mía solo escúchame! –ella se detuvo– no quise asustarte –se disculpó Marcos– sé que es una locura y si estuviera en tu lugar, también huiría.  Pero –él suspiró– no sé cómo explicarlo, Mía.  He esperado mi vida entera por ti ¿crees que no sabría que te encontré?
  Te lo repito… –dijo despacio– estás loco. ¡Me acabas de conocer!
  Bien, dame una oportunidad de estar a tu lado.  ¿Podrías hacerlo?
  No quiero un loco en mi vida, Marcos.
  Sé que te asusté, Mía.  Lo lamento –Marcos se acercó lentamente– perdóname.
  Está bien –Mía asintió y lo miró con sus grandes ojos grises– pero no te quiero cerca y créeme, tú no me quieres cerca de ti.
  ¿Por qué lo crees? –murmuró él incrédulo– tampoco me conoces.  Sé que solo te puedo parecer un loco italiano por lo que sabes de mí, pero podrías darme…
Mía lo sorprendió al colocar sus dedos suavemente sobre sus labios, silenciándolo. Negó con lentitud, fijando sus ojos en los de él para que mirara su gesto.
  No, ni ahora ni en adelante, Marcos –él iba a protestar pero ella lo volvió a acallar– escúchame, tú… no puedes sentir algo por una persona que no conoces.  Puedes equivocarte totalmente con alguien que has conocido apenas y…
Marcos cerró los ojos, negando a sus argumentos.  No quería moverse bruscamente para que ella no se alejara.
  Y… –continuó Mía– no puedes entregar tu corazón a alguien que ya entregó su corazón primero.  Marcos –Mía quitó sus dedos y bajó su mirada– yo estoy enamorada, lo he estado toda mi vida. Nunca será de otra manera.
  ¿Qué? –Marcos no lo podía creer.  ¿Estaba enamorada?– No –susurró él– se suponía que no sería así.  ¡No puede ser así! –pasó su mano por sus cabellos, tratando de calmarse.  ¿Mía enamorada? ¡No, ella no lo sabía! Debían estar juntos…
Mía colocó su mano suavemente sobre su brazo.  Le dolía ver a Marcos así, aun cuando lo acababa de conocer. Era solo que, la desesperación dibujada en sus facciones, dolía.
  ¿Volvemos a la fiesta? –pidió Mía y Marcos asintió.  No se veía capaz de hablar.  Se sentía mareado, como si acabara de salir de una pelea y hubiera perdido– Yo no podría... –amarte, completó mentalmente.  Él asintió, en silencio.
  Mía –ella lo miró– lamento lo que te he dicho.
– Oh… –él asintió– ¿estás bien?
  Tienes razón –Marcos compuso una sonrisa– no puedo saberlo. No te conozco y lo más probable es que me equivocara contigo. ¿Volvemos?
  ¿Así? –Mía soltó antes de poder pensarlo– ¿así de fácil cambian tus “sentimientos”?
  No –él negó con esa misma sonrisa– tú los has cambiado –explicó– no podría amar a alguien que no me considera lo suficientemente bueno para escucharme siquiera. 
  ¿Amar? –la voz le salió chillona– ¿has dicho amar?
  Mía… –él rió, sin humor– ¿de qué pensabas que hablaba?
  ¿Tú creías que me amabas? –Mía negó sin creerlo– ¿cómo? ¿por qué? ¡Apenas me conoces, Marcos!
  ¿Puedes dejar de decirlo? –Marcos la miró molesto– ya entendí esa parte.  Solo que tú no ves más allá.  No lo entiendes…
  ¡Claro que no! Es totalmente absurdo amar a quien no conoces.
  Y es igual de absurdo negarte a conocer a alguien que podrías amar aún antes de saberlo –replicó él y se alejó, dejándola en silencio.
Él era quien no entendía.  Marcos no sabía nada de ella.  Nunca lo sabría, porque no pensaba volver a verlo.  Pero… ¿por qué le dolía tanto la idea? ¡No sabía quién era! Por Dios, ¿acaso la locura era contagiosa? ¿Por qué estaba pensando en él como si lo conociera de toda la vida? ¡No podía dolerle algo que sabía era un absurdo! ¿Amor? ¿Un desconocido decía amarla? ¡Debía estar muerta de miedo! Y lo estaba. Solo que, ese miedo no era él que debería sentir.  Aquel miedo de que pudiera él estar en lo correcto… no, se había vuelto loca.  No había otra explicación.
Cerró sus ojos con fuerza, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta.  ¡Había llorado en sus brazos! ¿Cómo rayos había pasado eso? ¡No, no había explicación razonable! Pero, no tenía nada que ver con un “sentimiento” que solo Marcos había sentido.  Ella no.  Ella era una persona racional y no sentiría algo por un hombre que conoció hace unos minutos.  No podía.  Porque ella estaba comprometida para toda la vida. Siempre lo estaría.
No pretendía que lo entendieran.  Nadie nunca lo había hecho pero no le importaba.  Solo que… ahora si le importaba lo que él pensara.  No, esto no podía estar pasando. ¡Era absurdo! –se repitió– ¡ab–sur–do!  Entonces… ¿por qué conocerlo se sentía como lo más correcto que le había sucedido en toda la vida?
Debía dejarlo, por lo sano.  Se limpió las lágrimas, dispuesta a regresar a la fiesta con una enorme sonrisa. Como si nada hubiera pasado.  Porque así era ¿cierto? Solo una locura del momento, un sinsentido nacido de una absurda sensación de un hombre que no la conocía.  Pero que había querido conocerla… y ella había deseado conocerlo si así podía quedarse toda la vida en sus brazos.
Estaba perdida.  Y no pensaba estarlo.  No de nuevo.  Las cosas no funcionaban así y lo sabía.  Esta vez, ella no se rendiría a nada.  Porque le había dicho la verdad.  Estaba total y completamente enamorada de otro hombre.  Y ni aún la muerte, cambiaría eso.

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