Capítulo 2
Marcos
temía quedarse en silencio, como si en cualquier momento pudiera deslizarse
entre sus brazos y desaparecer. Pero
tampoco quería hablar demasiado… solo quería quedarse con ella eternamente,
abrazados. Pensó en algo que decir, en
algo que hacer… pero nada era más correcto que quedarse ahí, junto a ella.
Sintió
que Mía se sacudía ligeramente en sus brazos.
Se asustó. Quería alejarse de él,
pero no era así. Tan solo parecía como
si no pudiera controlar los temblores que le recorrían. Estaba llorando, comprendió al mirar gruesas
lágrimas correr por su rostro.
No
entendía por qué ella lloraba pero él solo quería consolarla. La tomó en sus brazos, aún más cerca y le
acarició la espalda con ternura, intentando calmarla. Ella respiró hondo y lo miró directamente.
– Suéltame –pidió con voz fría– no te conozco.
–
Pero… –Marcos se sintió confundido. ¡Las mujeres eran un enigma!– ¿Estás bien?
–
Todo estaba muy bien –Mía elevó su rostro, altiva– hasta que tú decidiste
tomarme en tus brazos como si fuera un oso de peluche. ¿Qué rayos te pasa?
– ¿A mí? –Marcos la miró como si estuviera
loca. No parecía la misma mujer de unos instantes atrás. Se alejó un poco, para mirarla
completamente. Sí, no había ni rastro de
la mujer que había sostenido contra él– ¿quién eres tú y qué hiciste con Mía?
Ella
rió, secamente. Lo miró burlona,
elevando una ceja.
– Soy Mía –ella se encogió de hombros– no
pretendas saber quién soy. ¿Ni una hora juntos y ya crees conocerme?
– Yo no he dicho eso –él la miró lentamente–
solo… eres tú.
– ¿Yo? ¿Yo soy qué? –Mía soltó apresuradamente,
asustada por la convicción de su voz
– No importa lo que digas o hagas –Marcos negó–
sé que eres tú. Estoy totalmente
convencido que es así.
– ¿Así qué? ¿Estás loco? –Mía intentó alejarse
pero él le tomó de la mano, suavemente.
Ella suspiró– ¿qué haces?
– Necesito saber qué es lo que sientes –Marcos
dijo con aprehensión– te he esperado toda mi vida y no puedo dejarte
escapar. Dime por favor que tú también
lo sientes.
Mía
lo miró de hito en hito. Trató de poner
en orden sus pensamientos, de no gritar o ponerse a reírse como una
histérica. ¿Cuál era el problema de ese
hombre? ¡Pensó que era normal! ¿No era amigo de Aidan y su padrino de bodas?
¿Cómo estaba tan loco?
– ¿Lo siento? ¡Marcos, por favor, suéltame!
–pidió, cuando él apresó su mano con fuerza– no sé a qué te refieres –susurró
despacio– ¡no lo entiendo!
– ¿No? –la expresión vacía de sus ojos le
dolió, sin saber por qué. Su voz
reflejaba dolor– no puedes decirlo en serio –suplicó. Mía cerró los ojos.
–
Marcos, por favor –Mía temblaba– apenas te conozco. Debes estar equivocado –él negó con fuerza–
no sabes quién soy.
– Mía… –sus ojos azules fijos en su rostro– sé
lo que siento. No estoy equivocado. Necesito estar a tu lado.
–
¡Estás loco! –Mía sacudió su cabeza– no sabes lo que pides, realmente no tienes
ni idea… ¡déjame tranquila! –se soltó de él.
– ¿Por qué? ¡Mía solo escúchame! –ella se
detuvo– no quise asustarte –se disculpó Marcos– sé que es una locura y si
estuviera en tu lugar, también huiría.
Pero –él suspiró– no sé cómo explicarlo, Mía. He esperado mi vida entera por ti ¿crees que
no sabría que te encontré?
– Te lo repito… –dijo despacio– estás loco. ¡Me
acabas de conocer!
– Bien, dame una oportunidad de estar a tu
lado. ¿Podrías hacerlo?
– No quiero un loco en mi vida, Marcos.
– Sé que te asusté, Mía. Lo lamento –Marcos se acercó lentamente–
perdóname.
– Está bien –Mía asintió y lo miró con sus
grandes ojos grises– pero no te quiero cerca y créeme, tú no me quieres cerca
de ti.
– ¿Por qué lo crees? –murmuró él incrédulo–
tampoco me conoces. Sé que solo te puedo
parecer un loco italiano por lo que sabes de mí, pero podrías darme…
Mía
lo sorprendió al colocar sus dedos suavemente sobre sus labios, silenciándolo.
Negó con lentitud, fijando sus ojos en los de él para que mirara su gesto.
– No, ni ahora ni en adelante, Marcos –él iba a
protestar pero ella lo volvió a acallar– escúchame, tú… no puedes sentir algo
por una persona que no conoces. Puedes
equivocarte totalmente con alguien que has conocido apenas y…
Marcos
cerró los ojos, negando a sus argumentos.
No quería moverse bruscamente para que ella no se alejara.
– Y… –continuó Mía– no puedes entregar tu
corazón a alguien que ya entregó su corazón primero. Marcos –Mía quitó sus dedos y bajó su mirada–
yo estoy enamorada, lo he estado toda mi vida. Nunca será de otra manera.
– ¿Qué? –Marcos no lo podía creer. ¿Estaba enamorada?– No –susurró él– se
suponía que no sería así. ¡No puede ser
así! –pasó su mano por sus cabellos, tratando de calmarse. ¿Mía enamorada? ¡No, ella no lo sabía! Debían
estar juntos…
Mía
colocó su mano suavemente sobre su brazo.
Le dolía ver a Marcos así, aun cuando lo acababa de conocer. Era solo
que, la desesperación dibujada en sus facciones, dolía.
– ¿Volvemos a la fiesta? –pidió Mía y Marcos
asintió. No se veía capaz de
hablar. Se sentía mareado, como si
acabara de salir de una pelea y hubiera perdido– Yo no podría... –amarte,
completó mentalmente. Él asintió, en
silencio.
– Mía –ella lo miró– lamento lo que te he
dicho.
–
Oh… –él asintió– ¿estás bien?
– Tienes razón –Marcos compuso una sonrisa– no
puedo saberlo. No te conozco y lo más probable es que me equivocara contigo.
¿Volvemos?
– ¿Así? –Mía soltó antes de poder pensarlo–
¿así de fácil cambian tus “sentimientos”?
– No –él negó con esa misma sonrisa– tú los has
cambiado –explicó– no podría amar a alguien que no me considera lo
suficientemente bueno para escucharme siquiera.
– ¿Amar? –la voz le salió chillona– ¿has dicho
amar?
– Mía… –él rió, sin humor– ¿de qué pensabas que
hablaba?
– ¿Tú creías que me amabas? –Mía negó sin
creerlo– ¿cómo? ¿por qué? ¡Apenas me conoces, Marcos!
– ¿Puedes dejar de decirlo? –Marcos la miró
molesto– ya entendí esa parte. Solo que
tú no ves más allá. No lo entiendes…
– ¡Claro que no! Es totalmente absurdo amar a
quien no conoces.
– Y es igual de absurdo negarte a conocer a
alguien que podrías amar aún antes de saberlo –replicó él y se alejó, dejándola
en silencio.
Él
era quien no entendía. Marcos no sabía
nada de ella. Nunca lo sabría, porque no
pensaba volver a verlo. Pero… ¿por qué
le dolía tanto la idea? ¡No sabía quién era! Por Dios, ¿acaso la locura era
contagiosa? ¿Por qué estaba pensando en él como si lo conociera de toda la
vida? ¡No podía dolerle algo que sabía era un absurdo! ¿Amor? ¿Un desconocido
decía amarla? ¡Debía estar muerta de miedo! Y lo estaba. Solo que, ese miedo no
era él que debería sentir. Aquel miedo
de que pudiera él estar en lo correcto… no, se había vuelto loca. No había otra explicación.
Cerró
sus ojos con fuerza, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta. ¡Había llorado en sus brazos! ¿Cómo rayos
había pasado eso? ¡No, no había explicación razonable! Pero, no tenía nada que
ver con un “sentimiento” que solo Marcos había sentido. Ella no.
Ella era una persona racional y no sentiría algo por un hombre que
conoció hace unos minutos. No
podía. Porque ella estaba comprometida
para toda la vida. Siempre lo estaría.
No
pretendía que lo entendieran. Nadie
nunca lo había hecho pero no le importaba.
Solo que… ahora si le importaba lo que él pensara. No, esto no podía estar pasando. ¡Era
absurdo! –se repitió– ¡ab–sur–do!
Entonces… ¿por qué conocerlo se sentía como lo más correcto que le había
sucedido en toda la vida?
Debía
dejarlo, por lo sano. Se limpió las lágrimas,
dispuesta a regresar a la fiesta con una enorme sonrisa. Como si nada hubiera
pasado. Porque así era ¿cierto? Solo una
locura del momento, un sinsentido nacido de una absurda sensación de un hombre
que no la conocía. Pero que había
querido conocerla… y ella había deseado conocerlo si así podía quedarse toda la
vida en sus brazos.
Estaba
perdida. Y no pensaba estarlo. No de nuevo.
Las cosas no funcionaban así y lo sabía.
Esta vez, ella no se rendiría a nada.
Porque le había dicho la verdad.
Estaba total y completamente enamorada de otro hombre. Y ni aún la muerte, cambiaría eso.
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