Danaé sintió que su estómago se
encogía ante la mirada de esos ojos azules clarísimos. Jamás había visto a Alex
así, ni siquiera cuando Aurora y Christopher estaban juntos. Pensó que lo había visto triste antes, pero
no tenía ni una idea. Ese era Alex, sin escudos de encanto, risa o bromas, no. Solo
Alex.
¿Podría decirle que no? Imposible.
–Por supuesto –asintió y miró a Kyle– yo te alcanzaré más tarde en la sala de
espera –soltó y cuando él iba a protestar le tomó la mano– iré, lo prometo
–dijo mirando fijamente sus ojos verdes.
–Está bien –trató de sonreír
genuinamente Kyle– es bueno verte por última vez, Alex –soltó en tono de
reprimida furia.
–Sí, igualmente. Espero no verte más
por aquí –contestó, sin lograr evitar la provocación de Kyle. Él no había venido a pelear con nadie, solo a
hablar con Danaé… pero haría lo que tenía que hacer.
No fue necesario nada más porque Kyle
se alejaba mientras él tomó asiento frente a Danaé. La observó en silencio
porque todas las palabras que había ensayado la noche anterior (y realmente
había sido una larga noche pensando en eso) se tornaron vanas, sin
sentido. No podía recitarle algo como si
fuera un guión aprendido. No. Esa era
Danaé. Siempre habían podido hablar naturalmente. Tenía que lograrlo.
–Danaé, he sido un tonto durante todo
este tiempo –empezó con tono dudoso–
jamás me había planteado la idea de que estuviera tan ciego. No pensé que lo estuviera, no pensé que una
persona pudiera estar tan equivocada durante toda su vida. Tenías razón, tenías
absolutamente toda la razón cuando dijiste que no veía más allá del
autoimpuesto límite, mi horizonte se había opacado por lo que pensé era el
sentimiento más grande que podía sentir jamás –Danaé hizo un mohín que le
arrancó una sonrisa– pero era un espejismo.
Una fantasía de mi mente infantil que prevaleció durante toda mi vida.
Tengo veintisiete años Danaé, de los cuales pensé que había amado durante casi veinte
años a la misma mujer. No fue así, nunca
fue así –Alex suspiró mientras se mecía sus cabellos rubios– pensé que lo sabía
todo. Que mi historia tenía que ser de aquellas que amas a alguien toda tu vida
y lo consigues. Supongo que me gustaba
sufrir e imaginarme como alguien que ama sin ser correspondido. Alcanzar lo inalcanzable. ¿Cómo no me di
cuenta antes? Fui tan solo uno más, encantado por algo que no conocía, que de
haber conocido jamás hubiera tomado en cuenta siquiera. Porque Danaé, yo… –trató
de respirar hondo, para ordenar sus ideas.
Era muy probable que no lograra seguir su lógica ya que ni él mismo
podía– pude amar pero no lo hice. Por
perseguir una ilusión de mi mente me negué a mi mismo a una relación con
alguien real, y quien sabe, hubiera sido una buena ¿no? –Alex bajó su mano
hasta la mesa, dejándola ahí– pero nunca lo sabré. Solo que… si hay algo que me mata. No puedo
imaginarme el dejarte ir sin decirte que tenías toda la razón Danaé porque…
porque te tenía tan cerca de mí y ahora… ahora solo siento que… –él no sabía
qué quería decir. No lo entendía–. Bien, sé que no puedo pedirte que te quedes.
Quizás podría y antes lo habría hecho, egoísta de mí, solo pensando en mi
felicidad. Pero no. Sé que es necesario que te vayas, con él. A Canadá.
Créeme que mi objetivo al verte alejándote de mí anoche fue
detenerte. Había soñado tantos años
contigo, con nuestro beso en el jardín sin saber que si existías y no eras solo
una fantasía, que imaginarte lejos nuevamente era insoportable. Pensé que
vendría dispuesto a convencerte de quedarte conmigo porque… porque… –Alex negó
con la cabeza– no importa ya. Solo
quiero darte las gracias, porque nadie más se atrevió a gritarme para sacarme
de mi encierro, solo tú fuiste capaz de ver más allá. Lo que yo soy. Lo que realmente soy y no lo que aparento. Gracias.
Danaé sintió que sus ojos se inundaban
de lágrimas y pestañeó repetidamente para contenerlas. Ella no iba a llorar
frente a Alex, no era que le hubiera dicho algo extraordinario. Bueno, en
realidad sí. Él valoraba su presencia, había estado junto a él incontables
veces, sabiendo que no significaba nada para él, pero no. En realidad, él había
sabido y ahora tenía la certeza que era la única persona que había visto más
allá de lo que él aparentaba ser. ¿Qué
podía ser mejor que eso? Bueno, si él hubiera dicho que… Pero no.
Alex se sentía agradecido con
ella. Lo había liberado aquella noche
del embrujo de Aurora y ella misma se había despedido del enamoramiento de
Alex. O tal vez, no.
–Alex –Danaé acercó su mano hacia el
rostro de él y tocó un mechón de cabello rubio– yo siempre te quise mucho,
muchísimo. Siempre me cuidaste y cuando hablábamos, era estupendo. Tan natural y… no lo sé. Maravilloso –sonrió como si sus ojos miraran
recuerdos– pero pasó. Crecimos, hemos
madurado y nuestros caminos son distintos ahora. Quizás –concedió– en otro tiempo, me hubiera
quedado si lo hubieras pedido pero esta vez, no. No más, Alex.
Eres muy amable por venir aquí a decirme lo que probablemente jamás has
dicho a nadie más pero no hay nada más que yo pueda hacer. Los dos estamos
libres y necesitamos seguir nuestros caminos. Sí, estoy convencida que puedes
tener una hermosa relación y será alguien muy afortunada –intentó sonar segura
y risueña, pero temía que en cualquier momento se echaría a llorar– quiero
saberlo cuando suceda para darle mi aprobación ¡eh! –bajó la mirada– te deseo
toda la felicidad Alex. Realmente. Espero que encuentres alguien a quien amar… –se
mordió el labio y se levantó– temo que es hora de irme o perderé el avión.
Hasta pronto, Alex.
–Danaé –él tomó una vez más su mano,
levemente, solo para que se detuviera– yo no quiero a nadie más. Te quiero a ti
–pronunció asiéndola con fuerza– solo a ti.
Danaé contuvo el aliento. Clavó sus
ojos dorados en el pecho de Alex, incapaz de mirarlo a los ojos. No podía.
– Alex, yo no sé qué decirte. Es tan repentino que… –él le puso un dedo en
sus labios, silenciándola.
–Lo sé. Necesitas tiempo, lo entiendo –Alex asintió y
ella negó– ¿no?
–No. Solo recuperar el control de mi
mente –rió nerviosamente y él sonrió– ¿por qué ahora?
–¿Por qué no? –Alex acercó su mano al
corazón– yo no quiero esperar.
–Pero dijiste que no me pedirías que
me quede…
–No lo haré –confirmó él.
–Pero…
–Tú necesitas ir. Yo lo entiendo, pero estoy dispuesto a
esperarte.
–¿Tú me esperarás? –Danaé abrió la
boca en signo de sorpresa– ¿lo harías?
–Siempre –él la estrechó entre sus
brazos– estaré aquí, esperándote.
–Alex, yo… –ella le pasó los brazos
por la cintura– no sé qué decirte.
–Dime que ese “tal vez” de anoche…
será un sí.
–Sí… –pronunció Danaé alzando los ojos
hacia su rostro– es un sí.
Alex bajó su rostro hasta tocar los
labios de Danaé. La besó como si no hubiera nadie más ahí, porque la extrañaba
ya. Se separaron y, la dejó ir.
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