martes, 14 de febrero de 2017

Amor en Alaska 1°


Los dos muchachos estaban aprovechando los días de verano, estaban tirados en la hierba holgazaneando.
-¡Evan Thomasson!- llegó un grito femenino y uno de ellos  maldijo en voz baja.
-Diablos, ahí viene el Lobo Feroz.
-No deberías hablar así de ella , es tu hermana– observó Kenai Hayden reprendiendo a su amigo.
-Créeme que no es fácil olvidarlo, y yo que creí que tendría un poco de paz hoy- se quejó.
-¡Sabía que estarías aquí!- exclamó la chica llegando hasta ellos y Kenai se la quedó mirando. El “Lobo Feroz” era una muchacha de 19 años, demasiado alta , con el cabello castaño desgreñado, el ceño fruncido y algo sofocada por haber estado caminando deprisa. Todo en ella parecía excesivo, su fuerza, su energía, su estatura, pero  a diferencia de su amigo no la veía como un lobo feroz, claro que no era su hermana mayor, para él era simplemente Rachel Thomasson.

-Raqui, son mis vacaciones, ¿no puedes dejarme en paz? – preguntó Evan poniéndose de pie.
-No me llames Raqui. También son mis vacaciones, así que no me vendría un poco de ayuda. Adam no volverá a casa, Michael es pequeño aún y papá fue hasta Anchorage, no podemos contar con él. Así que estamos sólo tú y yo , chico.
-Podemos ayudar – intervino Kenai y su amigo gruñó. La familia Thomasson tenía una importante tienda de aparejos náuticos, se ocupaban de un hidroavión que traía turistas y estaban emprendiendo un negocio relacionados con tours en la zona. La madre de la familia había fallecido cuatro años atrás, y Rachel se había hecho cargo de  cuidar de los hombres de su familia, su padre y tres hermanos. Adam, el mayor estaba lejos estudiando en la universidad, Evan  de trece años estaba en plena explosión hormonal y sólo causaba problemas y Michael, con apenas ocho años necesitaba toda la atención; por lo que Rachel había renunciado a seguir estudiando y se había quedado en Sitka para cuidar de los suyos.
Kenai pensaba que era una muchacha admirable. Y cuando ella sonrió ante su ofrecimiento de ayuda, se sintió muy orgulloso de sí mismo. Tenía trece años como Evan, pero era mucho más maduro y  era obvio que aquella chica necesitaba un poco de ayuda, pero nadie más parecía verlo.
Puso una mano sobre los hombros de su amigo y lo arrastró detrás de Rachel hacia la tienda familiar.
Había bastantes clientes, pero Kenai  estaba familiarizado con los productos porque su familia tenía un pequeño astillero que se encargaba de construir y arreglar barcos de los pescadores y gente de la zona. Así que se movía con desenvoltura mientras Rachel atendía el teléfono y Evan se encargaba de empaquetar los pedidos. Además el muchacho tenía un carácter afable y encantador, era un vendedor nato, a pesar de su corta edad sabía transmitir confianza en sus recomendaciones. El único contratiempo que tuvo fue cuando debió buscar unas poleas en el depósito y estaban más allá de su alcance, para empeorarlo, Rachel llegó a su rescate y  se las alcanzó cuando él se estiraba en vano tratando de agarrarlas del estante superior.
-Gracias…- dijo a regañadientes mientras maldecía su corta estatura. Su padre descendiente de noruegos era altísimo, pero su madre, descendiente de los pueblos originarios de Alaska, era morena y pequeña y Kenai no sabía hacia donde se inclinaría la balanza.
-Gracias a ti por ayudarme, y por convencer a mi hermano. Ojalá se pareciera más a ti- le dijo la chica tratando de halagarlo.
Sin embargo, él no se sintió nada reconfortado. Y deseó que llegara el día en que pudiera igualarla en altura y recordarle que no era hermano, ni nada parecido.
Algún día, quizás llegará ese momento.




Años después…

El viento era frío y se colaba entre todas las prendas de ropa que llevaba, pero estaba acostumbrada, además pronto llegaría el verano. La vida en Alaska era dura, pero ella también lo era, no le habían dejado mucha opción.
Tenía  treinta y nueve años, y había logrado  ser alguien respetado en su ciudad natal, había sacado adelante a  los hombres de su familia y había logrado que su negocio se expandiera, casi más de lo que podían manejar, de hecho. Así que estaba ocupada con el trabajo y con los empleados y con solucionar cada problema que surgiera en la vida de los Thomasson. Tal como había hecho desde el día de la muerte de su madre, había entendido entonces, que ella no podría llorar y esperar consuelo, ella tendría que hacerse cargo de su padre y sus hermanos que se veían realmente perdidos y desamparados.
Y nunca había dudado ni se había quejado, había hecho lo que era necesario para mantener a su familia, sin embargo, ahora era diferente. Quizás porque el pelo se estaba enredando con el maldito viento, quizás porque estaba cansada, quizás porque nadie nunca agradecían su esfuerzo, quizás porque en un año tendría cuarenta, quizás por mucho más de lo que podía enumerar, estaba de mal humor.
Su malestar interno había comenzado unos pocos meses antes, de pronto se había sentido vacía, luego de un día duro de trabajo había notado que se había postergado a sí misma.
Y ahora estaba allí, parada sobre una escalera, martillando para ajustar un cartel que amenazaba con caerse, mientras el viento frío le hacía lagrimear los ojos, y le volaba el flequillo y mechas que se escapaban de su trenza desprolija.
-Un hombre se detuvo en la vereda de enfrente, junto a otro hombre que ya estaba en el lugar y observaba a la mujer.
-¿Qué diablos hace mi hermana allí?
-Por lo que deduzco, está ajustando un cartel.
-¿Pero por qué ella? – preguntó Evan.
- Porque los demás son demasiado inútiles o perezosos- sentenció Kenai dirigiéndole una oscura mirada a su amigo.
-¿Y qué diablos haces tú aquí mirándola?
-Rezo para que no se caiga.
-¿No sería mejor bajarla de allí?
-Estamos hablando de tu hermana, Evan, no funciona así con ella. Lo sabes.
Cuando Rachel iba llegando al final de la escalera, pisó mal, soltó una maldición por la sorpresa, pero lo más sorpresivo fue la mano que se posó en su cintura y la ayudó a mantener el equilibrio para terminar de bajar.
Creyó que era su hermano, pero se encontró con Kenai. Pestañeó confusa, siempre se sentía algo extraña al verlo, lo conocía desde niño, luego se había marchado a estudiar en la universidad, había  hecho visitas cada tanto, luego había vivido unos años en Fairbanks y finalmente había regresado a Sitka tres años atrás. Y los años lo habían cambiado.
Era alto, muy alto, con piel levemente dorada,  ojos de color azul oscuro y pelo negro que siempre parecía necesitar un corte. Extrañamente, se sentía confundida cuando lo veía, era raro pensar que ese hombre era el mismo niño que conocía desde siempre y sin embargo, la imagen del pasado se superponía a la del presente. Kenai era y no era alguien que ella conocía, ni siquiera podía explicar la sensación.
-¿Estás bien? – Preguntó Evan acercándose- No deberías haberte trepado allí sola, menos con este viento.
- No había muchos voluntarios – respondió ella dirigiéndole su peor mirada. Luego se giró hacia Kenai – Gracias- le dijo escuetamente y se marchó hacia el interior.
El hombre la  observó alejarse unos instantes, luego se giró hacia su amigo.
-¿No piensas entrar a trabajar, Evan?
-Bueno, en realidad estaba pensando en fugarme. Ya sabes, el Lobo Feroz tiene mal humor y es mala idea andar cerca de ella.
-Creo que peor idea es dejar que se encargue de todo.
-¿Quién es tu amigo, ella o yo?
-Tú, por supuesto, por eso debe decirte cuando estás portándote como idiota. Y ya deja de llamarla  Lobo Feroz, por todos los cielos, no tenemos doce años.
-Cierto y ahora soy más alto que ella, pero mi hermana sigue siendo aterradora. A todo esto, ¿qué hacías aquí?
-Vine a comprar , por supuesto. Así que haz el favor de atenderme, ¿sí? – dijo y le hizo una llave al cuello para arrastrarlo con él hacia el interior.
Rachel les dirigió una fugaz mirada al verlos entrar, alzó los hombros en un gesto vago  y siguió con sus tareas.
Mientras Evan iba a buscar su pedido, Kenai se quedó observando a la mujer que atendía a los clientes. Era eficiente, segura y se concentraba completamente en su tarea, pero estaba demasiado seria. De hecho no recordaba la última vez que la había visto reír. Suspiró, iba a ser difícil, pero iba a logarlo, Rachel Thomasson iba a reír a carcajadas y ser feliz. En sus brazos. Para siempre.



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