Los dos muchachos estaban
aprovechando los días de verano, estaban tirados en la hierba holgazaneando.
-¡Evan Thomasson!- llegó un grito femenino y uno de ellos maldijo en voz baja.
-Diablos, ahí viene el Lobo Feroz.
-No deberías hablar así de ella , es tu hermana– observó Kenai Hayden
reprendiendo a su amigo.
-Créeme que no es fácil olvidarlo, y yo que creí que tendría un poco de
paz hoy- se quejó.
-¡Sabía que estarías aquí!- exclamó la chica llegando hasta ellos y Kenai
se la quedó mirando. El “Lobo Feroz” era una muchacha de 19 años, demasiado
alta , con el cabello castaño desgreñado, el ceño fruncido y algo sofocada por
haber estado caminando deprisa. Todo en ella parecía excesivo, su fuerza, su
energía, su estatura, pero a diferencia
de su amigo no la veía como un lobo feroz, claro que no era su hermana mayor,
para él era simplemente Rachel Thomasson.
-Raqui, son mis vacaciones, ¿no puedes dejarme en paz? – preguntó Evan
poniéndose de pie.
-No me llames Raqui. También son mis vacaciones, así que no me vendría un
poco de ayuda. Adam no volverá a casa, Michael es pequeño aún y papá fue hasta
Anchorage, no podemos contar con él. Así que estamos sólo tú y yo , chico.
-Podemos ayudar – intervino Kenai y su amigo gruñó. La familia Thomasson
tenía una importante tienda de aparejos náuticos, se ocupaban de un hidroavión
que traía turistas y estaban emprendiendo un negocio relacionados con tours en
la zona. La madre de la familia había fallecido cuatro años atrás, y Rachel se
había hecho cargo de cuidar de los
hombres de su familia, su padre y tres hermanos. Adam, el mayor estaba lejos
estudiando en la universidad, Evan de
trece años estaba en plena explosión hormonal y sólo causaba problemas y
Michael, con apenas ocho años necesitaba toda la atención; por lo que Rachel
había renunciado a seguir estudiando y se había quedado en Sitka para cuidar de
los suyos.
Kenai pensaba que era una muchacha admirable. Y cuando ella sonrió ante
su ofrecimiento de ayuda, se sintió muy orgulloso de sí mismo. Tenía trece años
como Evan, pero era mucho más maduro y
era obvio que aquella chica necesitaba un poco de ayuda, pero nadie más
parecía verlo.
Puso una mano sobre los hombros de su amigo y lo arrastró detrás de
Rachel hacia la tienda familiar.
Había bastantes clientes, pero Kenai
estaba familiarizado con los productos porque su familia tenía un
pequeño astillero que se encargaba de construir y arreglar barcos de los
pescadores y gente de la zona. Así que se movía con desenvoltura mientras
Rachel atendía el teléfono y Evan se encargaba de empaquetar los pedidos.
Además el muchacho tenía un carácter afable y encantador, era un vendedor nato,
a pesar de su corta edad sabía transmitir confianza en sus recomendaciones. El
único contratiempo que tuvo fue cuando debió buscar unas poleas en el depósito
y estaban más allá de su alcance, para empeorarlo, Rachel llegó a su rescate
y se las alcanzó cuando él se estiraba
en vano tratando de agarrarlas del estante superior.
-Gracias…- dijo a regañadientes mientras maldecía su corta estatura. Su
padre descendiente de noruegos era altísimo, pero su madre, descendiente de los
pueblos originarios de Alaska, era morena y pequeña y Kenai no sabía hacia
donde se inclinaría la balanza.
-Gracias a ti por ayudarme, y por convencer a mi hermano. Ojalá se
pareciera más a ti- le dijo la chica tratando de halagarlo.
Sin embargo, él no se sintió nada reconfortado. Y deseó que llegara el
día en que pudiera igualarla en altura y recordarle que no era hermano, ni nada
parecido.
Algún día, quizás llegará ese momento.
Años después…
El viento era frío y se colaba entre todas las prendas de ropa que
llevaba, pero estaba acostumbrada, además pronto llegaría el verano. La vida en
Alaska era dura, pero ella también lo era, no le habían dejado mucha opción.
Tenía treinta y nueve años, y
había logrado ser alguien respetado en
su ciudad natal, había sacado adelante a
los hombres de su familia y había logrado que su negocio se expandiera,
casi más de lo que podían manejar, de hecho. Así que estaba ocupada con el
trabajo y con los empleados y con solucionar cada problema que surgiera en la
vida de los Thomasson. Tal como había hecho desde el día de la muerte de su
madre, había entendido entonces, que ella no podría llorar y esperar consuelo,
ella tendría que hacerse cargo de su padre y sus hermanos que se veían
realmente perdidos y desamparados.
Y nunca había dudado ni se había quejado, había hecho lo que era
necesario para mantener a su familia, sin embargo, ahora era diferente. Quizás
porque el pelo se estaba enredando con el maldito viento, quizás porque estaba
cansada, quizás porque nadie nunca agradecían su esfuerzo, quizás porque en un
año tendría cuarenta, quizás por mucho más de lo que podía enumerar, estaba de
mal humor.
Su malestar interno había comenzado unos pocos meses antes, de pronto se
había sentido vacía, luego de un día duro de trabajo había notado que se había
postergado a sí misma.
Y ahora estaba allí, parada sobre una escalera, martillando para ajustar
un cartel que amenazaba con caerse, mientras el viento frío le hacía lagrimear
los ojos, y le volaba el flequillo y mechas que se escapaban de su trenza
desprolija.
-Un hombre se detuvo en la vereda de enfrente, junto a otro hombre que ya
estaba en el lugar y observaba a la mujer.
-¿Qué diablos hace mi hermana allí?
-Por lo que deduzco, está ajustando un cartel.
-¿Pero por qué ella? – preguntó Evan.
- Porque los demás son demasiado inútiles o perezosos- sentenció Kenai
dirigiéndole una oscura mirada a su amigo.
-¿Y qué diablos haces tú aquí mirándola?
-Rezo para que no se caiga.
-¿No sería mejor bajarla de allí?
-Estamos hablando de tu hermana, Evan, no funciona así con ella. Lo
sabes.
Cuando Rachel iba llegando al final de la escalera, pisó mal, soltó una
maldición por la sorpresa, pero lo más sorpresivo fue la mano que se posó en su
cintura y la ayudó a mantener el equilibrio para terminar de bajar.
Creyó que era su hermano, pero se encontró con Kenai. Pestañeó confusa,
siempre se sentía algo extraña al verlo, lo conocía desde niño, luego se había
marchado a estudiar en la universidad, había
hecho visitas cada tanto, luego había vivido unos años en Fairbanks y
finalmente había regresado a Sitka tres años atrás. Y los años lo habían
cambiado.
Era alto, muy alto, con piel levemente dorada, ojos de color azul oscuro y pelo negro que
siempre parecía necesitar un corte. Extrañamente, se sentía confundida cuando
lo veía, era raro pensar que ese hombre era el mismo niño que conocía desde
siempre y sin embargo, la imagen del pasado se superponía a la del presente. Kenai
era y no era alguien que ella conocía, ni siquiera podía explicar la sensación.
-¿Estás bien? – Preguntó Evan acercándose- No deberías haberte trepado
allí sola, menos con este viento.
- No había muchos voluntarios – respondió ella dirigiéndole su peor
mirada. Luego se giró hacia Kenai – Gracias- le dijo escuetamente y se marchó
hacia el interior.
El hombre la observó alejarse unos
instantes, luego se giró hacia su amigo.
-¿No piensas entrar a trabajar, Evan?
-Bueno, en realidad estaba pensando en fugarme. Ya sabes, el Lobo Feroz
tiene mal humor y es mala idea andar cerca de ella.
-Creo que peor idea es dejar que se encargue de todo.
-¿Quién es tu amigo, ella o yo?
-Tú, por supuesto, por eso debe decirte cuando estás portándote como
idiota. Y ya deja de llamarla Lobo
Feroz, por todos los cielos, no tenemos doce años.
-Cierto y ahora soy más alto que ella, pero mi hermana sigue siendo
aterradora. A todo esto, ¿qué hacías aquí?
-Vine a comprar , por supuesto. Así que haz el favor de atenderme, ¿sí? –
dijo y le hizo una llave al cuello para arrastrarlo con él hacia el interior.
Rachel les dirigió una fugaz mirada al verlos entrar, alzó los hombros en
un gesto vago y siguió con sus tareas.
Mientras Evan iba a buscar su pedido, Kenai se quedó observando a la
mujer que atendía a los clientes. Era eficiente, segura y se concentraba
completamente en su tarea, pero estaba demasiado seria. De hecho no recordaba
la última vez que la había visto reír. Suspiró, iba a ser difícil, pero iba a
logarlo, Rachel Thomasson iba a reír a carcajadas y ser feliz. En sus brazos.
Para siempre.
Siempre haces magia con tu mente
ResponderEliminarWiiiiiiiiiiiiii por fin!! eso significa que has escrito más verdad???
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