Danaé aspiró todo el aire que pudo
mientras cerraba sus ojos. En ese balcón, podía sentirse libre de la tensión
que momentos antes se apoderó de ella. No entendía por qué, no entendía
cómo. Solo sintió que él estaba ahí. Pero
no, no estaba. Quizá todo era producto de su imaginación. Sí, su imaginación, trabajando por años. Y
años…
–Te estuve buscando…
Abrió los ojos rápidamente aunque no
giró. Se quedó estancada en el lugar porque esa voz, habría jurado que era Alex
diciendo que la buscaba. Pero no era
posible. ¡No era posible!
Sintió sus pasos acercarse, vacilantes.
Se detuvo y ella sintió la necesidad de girar. Lo hizo.
En la penumbra, podía distinguir los
destellos dorados que la frágil luz que se desprendía del salón causaba en el
cabello de Alex. Le pareció ver una sonrisa o tal vez distinguió sus ojos
azules clarísimos, pero sabía que no era así. Los conocía, de memoria. Eso era
todo.
– ¿Alex? –su voz salió en un
susurro. No era probable que él la
hubiera escuchado. Trató de distinguir algo más de él. ¿La veía? ¿Realmente sus ojos se dirigían a
ella como si… como si nunca la hubiera visto antes? Casi como… no, estaba
imaginando de nuevo.
–Sé que… –él dudó– bueno, te puede
parecer raro pero necesitaba conocerte –soltó y le sonó, incluso a él,
ridículo. Ella sonrió. Él creyó ver una sonrisa que iluminaba esos
profundos ojos dorados. Los rayos de luz
que ocasionalmente se filtraban, hicieron que él observara parcialmente su
rostro, por momentos, no podía ver con claridad. Necesitaba que fueran al salón un instante,
para contemplarla totalmente y volver ahí.
Solos en la penumbra... ¡Se
estaba volviendo loco!
–¿Estás bien? –preguntó preocupada. Creyó que se sentía mal o algo así, ese NO
era Alex, bueno, al menos no era “así” con ella, jamás.
– Tu voz es hermosa –señaló con una
sonrisa– segura pero a la vez dulce.
Danaé lo miró con los ojos
desmesuradamente abiertos. ¿Estaría
borracho de nuevo? Pero parecía muy bien.
¿Se habría caído… de cabeza?
–No sé qué tomaste pero deberías tener
más cuidado –empezó a adelantarse pero algo en su mirada la detuvo.
– ¿Crees que estoy loco? –se golpeó
mentalmente Alex. ¡Claro que creía eso! ¿Qué más si no?– porque yo… –olvidó lo
que iba a decir cuando un rayo de luz hizo que sus ojos dorados
destellaran.
–Porque tú… –Danaé lo instó a
continuar.
–He olvidado lo que iba a decir
–susurró. ¿Hace cuanto no le pasaba eso? ¡Siglos! Solo con Aurora. Bueno, él no
parecía decir lo correcto aunque ahora no podía coordinar ideas siquiera. ¿Qué
era esto?
Danaé rió bajo. No pudo evitarlo. ¿Alex
sin palabras? ¡Eso era nuevo!
–¿He dicho algo gracioso? –preguntó
Alex con una sonrisa traviesa– tu risa, ¿quién eres? –ya no podía más con el
suspenso.
–¿Cómo has dicho? –Danaé lo miró como
si estuviera loco. Ahora sí que se
alarmó. Dio un paso adelante, otro…
hasta que estuvo frente a él.
Alex pensó en disculparse por ser
inoportuno al preguntar. Quizás debió
esperar a que alguien los presentara pero ¿realmente podía? Ella caminó hacia
él. Otro paso más, él contuvo el aliento.
Otro, sintió que el corazón le latía descompasadamente. Cuando estuvo
frente a él, el mundo se le cayó a pedazos.
No podía ser posible…
¡¿Cómo rayos iba él a pensar que era
ella?! ¡No! ¡Era imposible que fuera Danaé! No tenía sentido. Él jamás sentiría
algo así por ella. Estaba equivocado. Eso no… ¡Era un total idiota!
–¿Alex? –sus ojos dorados, llenos de
confusión se clavaban en él. ¡Rayos, ni
siquiera recordaba que sus ojos fueran así de dorados!
–¡Esto no puede ser! –su mirada de
espanto la hizo retroceder– ¿qué demonios haces aquí? –soltó con disgusto,
dirigido hacia sí mismo.
– Pero… –Danaé se quedó sin
palabras. ¿Qué le estaba pasando?– Alex
–habló despacio– creo que no te sientes bien…
–¡Claro que no me siento bien! –Alex
se tocó frenéticamente sus cabellos rubios– ¡eres Danaé, una niña! –la miró con
la boca abierta– ¡yo no podría sentir nada por ti jamás!
Danaé se quedó con la boca abierta.
Grosero era poco. ¡Estúpido, imbécil, idiota Alex! Sintió como lágrimas
pugnaban por salir. ¡No! ¡No sería así! Ella no era así. No frente a él. ¡No
podía sentir algo por un hombre así! ¡Esto no era amor! No podía ser amor.
Sebastien detuvo a Dome, sosteniéndola
firmemente de los brazos aún cuando ella estuvo a punto de golpearlo, de nuevo.
–¿Por qué no me escuchas? –él estaba
perdiendo la paciencia.
–¡Porque no quiero! –Dome se sacudió,
en vano– porque no me interesa saber nada más si fuiste con ella.
–¡Pero ni siquiera sabes a qué fui!
–su voz salió afilada.
–¿Necesito más explicación que el
hecho que eres tú?
–¿Cómo? –entrecerró los ojos– ¿soy yo?
–¡Sí, tú! No sé por qué pensé que
habías cambiado –soltó con rabia.
–¡Doménica, tenemos años de
matrimonio! –estalló finalmente– ¿cómo puedes creer que te sería infiel?
–¿No? –su voz sonó entre dudosa y
esperanzada.
–¡Por supuesto que no! –apretó sus
hombros– yo no puedo mirar a otra mujer que no seas tú. ¿No lo ves?
Dome se quedó en silencio. Al
encontrarse con aquellos ojos azules clarísimos, asintió. Él sonrió, pero muy
poco.
–¿Ahora puedo explicar? –pidió y ella
asintió de nuevo– bien, eran cuestiones de negocios. Para ser específico –continuó cuando ella
abrió la boca– de la sucursal de L.A. –la miró con amor–. Estoy cansado de
viajar, de no poder quedarme aquí con mis hijos y mi bella esposa. Cuando no
estás conmigo, sencillamente no soy yo, Doménica. ¿Lo entiendes ahora? Ella es perfectamente
capaz de manejar la sede de L.A. y pensé viajar rápidamente para mostrarle. Las
cenas eran igual, por eso no te llevaba a ti, no era nada concreto aún. Pero tenías que desconfiar de mí. ¿Por qué?
¡En todos estos años juntos no he hecho una maldita cosa para que desconfíes! –su
genio en todo su esplendor–. ¡No lo
entiendo, Doménica! Sí, tengo un pasado, como todos… ¡no te oculté nada jamás!
Y… y… –ella puso un dedo sobre sus labios, sonriéndole divertida– ¡no le
encuentro la gracia! Ah, por si fuera
poco –ella puso los ojos en blanco– ¡me echas de mi propia casa! –ella rió con
fuerza.
Dome lo abrazó con una gran sonrisa.
Lo besó para ablandarlo y él cayó. La
estrechó con fuerza y decidieron que habían tenido suficiente fiesta para la
noche. Sebastien había extrañado tremendamente la Mansión Lucerni y a su
esposa, Doménica.
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