Danna daría lo que fuera por borrar
aquella sonrisa triunfante del rostro de Danaé. Su hija menor hacía que todo su
instinto maternal se fuera al demonio cuando hacía cosas como esas. ¿Cuánto más podría soportar sin arrebatarle
la bolsa en que llevaba el vestido? Podría quedarse en el auto mientras iban a comer
y echarle una mirada pero ¡moría de hambre! Y claro, ella no era de las personas
que se saltaban una comida, aún cuando no fuera hora de comer.
–¿Estás bien, mamá? Te noto algo…
tensa –dijo Danaé tocándose la barbilla al tiempo que contenía una risita.
–Perfectamente, hija –gruñó y miró la
exhibición de pasteles ante ella. Eso era lo que necesitaba… ¡chocolate!
Sí, Danaé sabía que su madre bullía de
rabia y verla comprar un gran trozo de torta de chocolate no hacía más que
confirmar su conjetura. Y, aunque tenía un poco de cargo de conciencia porque
su madre el ser más tierno del mundo, era lo que merecía por obligarla a toda
una tarde de tortura. ¡Ella sabía que odiaba comprar ropa!
Trató de reprimir una sonrisa mientras
pedía su helado de vainilla, en vano porque no hacía más que sonreír como si
todo fuera maravilloso. Es que, a veces pensaba que ella solo intentaba desafiar
la autoridad y eso era todo. Las cosas a su manera o no se daban. Sí, tenía que
ser una Ferraz en toda la extensión de la palabra.
Beth hablaba con Danna sobre la
programación de la cena y el nerviosismo de finalmente afrontar una relación
seria. Danaé había escuchado algunas
historias, a escondidas, sobre la anterior esposa de su padre, madre de
Beth. Había sido una maravillosa
historia de amor hasta la trágica muerte de ella. Sin embargo, su padre se había vuelto a
enamorar y ahí estaba ella, veintidós años después, fruto de aquel
romance. Pero, el temor de Beth no podía
provenir de la relación de sus padres. ¿De qué si no? ¿Tendría algo que ver en
todo esto la mamá de Stefano? ¡Esa era otra historia curiosa de la que solo
conocía cosas sueltas! Su curiosidad innata afloraba pero ella se limitaba a
escuchar, así es como había logrado descubrir muchas cosas durante su vida.
–¿Danny? –llamó Beth mirándola con
curiosidad– ¿Adivino quién es el dueño de tus pensamientos? –sonrió con
tranquilidad.
–Puedes hacerlo –se encogió de hombros
Danaé– aunque no creo que llegaras a acertar.
–¿No? –Beth simuló pensar
concentradamente– ¿lo conozco?
–Por supuesto –se apresuró a aclarar–
y tiene una relación muy estrecha con nosotras.
–Jum… –se quejó Beth sabiendo que no
podría jugar con ese “nosotras”
Quien ocupaba sus pensamientos
aparecía justamente por ahí. Su padre, Leonardo se acercaba acompañado de
Sebastien Lucerni, el padre de Alex. Aún Danaé tenía que contener el aliento al
ver el enorme parecido de Alex y su padre.
¡Era único! Ni la edad que los distanciaba podría usarse como una
separación entre ellos, porque sin duda Sebastien Lucerni era uno de los
hombres más guapos que conocía, e imaginaba que siempre había sido así, aún
antes que ella naciera, por supuesto. También había escuchado mucho sobre él y
Dome. Eran una pareja bellísima y profundamente enamorada. Era como ver un
cuento de hadas, frente a sus ojos. No
que sus padres no lo fueran, pero Sebastien y Dome tenían un algo que era
indefinible, que los hacía tan diferentes como el día y la noche pero al mismo
tiempo tan compenetrados como los colores que se desprenden de un prisma. Ellos eran una pareja de ensueño y, su
fascinación por ellos era totalmente independiente de su apuesto hijo, sin duda
alguna.
–¡Papá! –se levantó de inmediato Danaé
para saludarlo– ¡qué gusto verte!
Su énfasis se debía a que por fin
podría librarla de todo esto. Se iría con él sin duda alguna. Pero su padre se
limitó a besarle la mejilla y pidió hablar con su madre a solas. Sebastien se
sentó con ella y Beth; inevitablemente la conversación fluyó hacia los negocios
y los constantes viajes de Sebastien a Los Ángeles, la matriz de su compañía.
–¡Una locura total! –rió Sebastien
ante la interrogante de Beth– prácticamente tuve que esperar horas por un
vuelo.
–¡Mentira! –Beth rió también– ¿y tu
avión? ¿lo vendiste y compraste algo más rápido que aún no conozco?
–¿Cómo podría querida Beth? –Sebastien
negó enfáticamente– ¡tú sabes todo sobre los movimientos de mis bienes! ¿Ocultarte
algo? Ya me gustaría pero no.
–Ah, ¿pero solo de negocios verdad?
–soltó enigmática como de costumbre Beth y Sebastien tomó un sorbo del café que
había ordenado.
Danaé no estaba de ánimo para
conversar. Saber que Sebastien había estado de viaje, simplemente significaba
que no había visto a Alex desde hacía días. Y no, no es que a ella le
interesara. Bueno sí, pero no tanto para preguntarle. Eso no, simplemente
prefería mirarlo y rememorar el rostro de Alex. Sí, como si fuera algo nuevo,
admitió una vez más para sí que estaba totalmente enamorada de Alex.
Su madre tenía el rostro serio cuando
regresó y asesinó, sí, asesinó con la mirada por unos segundos a Sebastien
antes de poder disfrazarla con una calculada indiferencia. Sebastien esbozó una
pequeña sonrisa encantadora y se encogió de hombros, tan despreocupadamente que
parecía que su madre podía golpearlo en ese instante. ¿Y ahora que se estaba
perdiendo?
–¡Esta vez si la has hecho grande,
Sebastien! –murmuró Danna mientras tomaba asiento junto a él– y no, no esperes
mi ayuda.
–¿Leonardo no ha sido lo
suficientemente persuasivo? –susurró Sebastien– yo puedo serlo…
–Muy gracioso. A ver si eso te sirve
esta noche.
Sebastien hizo una mueca brevísima y
esbozó una sonrisa. Apuró su café y se despidió, alegando que tenía aún asuntos
pendientes.
Beth se encontraba haciendo una lista
sobre algo de la cena con Danna, así que Danaé empezó a sondear a su padre… él
tenía mucho que ver en esto, pero fue breve y bastante escueto en sus
respuestas. No podía preguntar más sin
levantar sospecha, así que decidió analizar lo poco que había escuchado. Algo
había hecho Sebastien… algo grande y su madre estaba molesta por ello. ¿Tendría
relación con su viaje a Los Ángeles? ¡Claro! Ahí estaba la respuesta, él no pasaba
ni diez minutos sin mencionar a Dome o algo relacionado a su amada esposa.
Pero, no había dicho ni una palabra de ella y eso, no era normal.
¿Debía preguntarle a Daila? No, su
curiosidad no era así de grande, además que más de una vez se había llevado un
gran fiasco por tratar de ayudar donde no le pedían. Ni siquiera cuando la
ayuda era pedida podía salir bien alguien.
Así que no. O podía terminar sabiendo mucho más de lo que su corazón
quería, tener certezas que no quería, bromas que se convertían en verdades.
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