Necesitaba
aire puro en aquel preciso momento. El que hubiera aire acondicionado en aquel
salón, no le servía. Sentía cierto agobio, y aquello pasaba a ser una sensación
de ahogo. Miró a su alrededor, comprobando que todo el mundo se hallaba
entretenido con la historia que estaba contando Brian, en medio del salón.
Podría
escabullirse a la terraza y nadie lo notaría en un buen rato. Conocía de sobras
esa historia y sabía, que su prometido aún tardaría un rato en acabarla, dado
que cada vez la adornaba más.
Tenía
que hacer algo. Desde hacía un año y medio, que ya no sentía lo mismo por la vida.
Era como si hubiera despertado de repente de un largo letargo.
Y
todo, desde que había regresado de visitar a su hermana Penny, a escondidas de
sus padres.
Otro
punto, del cual tenía algo de remordimientos. Dado que no se había puesto en
contacto con ella, salvando por unos pocos emails que le había enviado desde su
despacho con cierto apuro. Sabiendo en todo momento, que no se estaba portando
nada bien al no coger nunca las llamadas que había realizado su hermana,
utilizando entonces aquellos correos como excusa de estar liada con un
importante caso.
La
culpa de aquellos sentimientos contradictorios, no era de Penny de forma
directa, sino más bien de un punto de vista indirecto.Su visita a Sicilia, no
había sido a modo de coacción. En todo momento ella había acudido de forma
voluntaria, por un sentimiento de curiosidad.
Recordaba
a su hermana, pero nunca había comprendido el motivo de su distanciamiento con
la familia. Hasta que llegó a su casa y vio la felicidad, su libertad, el amor
que le profesaba su marido…
Penny,
vivía la vida que quería. Sencilla, tranquila y dichosa. Rodeada en todo
momento de amor y cariño, con sus amistades.
Desde
que había vuelto a Nueva York, había estudiado fijamente a toda persona de su
entorno, obteniendo con ello un resultado muy penoso.
De
todas las personas que tenía en su vida, bien fueran familiares o amistades,
solo contaba con cuatro personas que le mostraran el mismo amor incondicional y
sincero.
Y
lo penosamente vergonzante y realista, es que de aquellas cuatro personas que
no mostraban una amistad por interés o llena de falsedad, no entraban ni sus
padres ni su prometido.
El
ruido de las escandalosas y forzadas risas, la alertó de que Brian había
terminado con su estúpida historia de su último juicio.
Debería
volver dentro de la casa, junto a él como su mujer florero. Porque así, es como
realmente se sentía desde entonces. No veía que él presumiera de prometida por
su inteligencia en los juzgados. Sino más bien por su belleza y las joyas con
las que la adornaba.
A
decir verdad, nunca mostraba gran interés por sus casos. Salvando los últimos
seis meses y a causa de sus padres, que decían hallarse preocupados por su
comportamiento respecto a un gran cambio que había hecho en su vida, respecto
al apartado laboral.
Y
no todo había sido, por descubrir la vida de hipocresía que llevaba, tras la
vuelta de visitar a su hermana.
No
señor, otra parte de su despertar había ocurrido tras poner sus pies en el
aeropuerto de Nueva York.
Cuando
ya tenía su maleta pequeña en posesión y su maletín, que llevaba consigo a
todas partes, notó un ligero empuje con un chaval más bajo de estatura que
ella. A lo primero, había escuchado una leve disculpa sin prestar atención.
Pero al continuar con su marcha, no notó un sonido acostumbrado en ella.
El
choque de sus pulseras, con una que llevaba un mini cascabel. Miró su muñeca
derecha y frenó de golpe sus pasos, al hallar su muñeca completamente desnuda
de pulseras.
Confusa,
miró a sus pies pero no vio nada. Comprendiendo entonces con suma rapidez lo
ocurrido. Aquel joven que iba unos metros por delante, le había robado en sus propias
narices.
Tal
vez por su serenidad en su trabajo, que no había corrido ni llamado la
atención. Simplemente lo había seguido de forma disimulada por la terminal,
hasta llegar a toparse con un guarda de seguridad. Quien por radio notificó el
robo y la descripción del pequeño hurtador.
Recordó
que respiró un tanto aliviada cuando lo atraparon y lo arrestaron a una sala
privada. Iba a recuperar sus pulseras de gran valor, regaladas por Brian a lo
largo de su relación.
Pero
minutos después, las pulseras fueron relegadas por grandes y sorprendentes
sentimientos confusos, al descubrir que el pequeño ladrón era una jovencita de
trece años.
Aquello,
fue el segundo episodio que hizo ver su vida de diferente manera, tras
enterarse que la chica vivía en una casa de acogida.
Al
leer su expediente, algo en su interior se removió, volviendo a su memoria los
amargos primeros meses, que pasó en aquella escuela de señoritas.
Realmente,
parecía toda una estrategia del destino para despertarla a la realidad,
decidiendo no denunciar a la chica, quien pasaría a un reformatorio penal los próximos
ocho meses. Optando por un loco impulso y llevándosela a su casa.
Melisa,
su pequeña ladrona había estado la primera semana en estado de alerta, como un
gato metido en una bañera, listo para su baño. La chica, no entendía como
alguien de su estatus, se podía interesar en una don nadie.
Pero
los días pasaron, formando entre ellas un fuerte lazo de unión. Algo, que sus padres
y Brian, no lograban comprender.
Y
semanas atrás, había comprendido que si había aguantado todo aquel tiempo a
Brian y sus ideas snobs, era porque en realidad había pasado la mayor parte del
tiempo con Melisa. Sin apenas atender a sus llamadas.
Pero
su límite había llegado, como también el de él. Quien intentaba disimular, que
no ocurría nada. ¿Tal vez, para seguir con lo que sus familias esperaban?
El
sonido de un mensaje entrante, hizo que dejara atrás todas sus cavilaciones, para
extraer del bolsillo de su americana de lino gris, su pequeño móvil.
“¿Te falta mucho? Queda media hora,
para que empiece la película de Sabrina, con Hepburn”
Ante
aquellas palabras de Melisa, se le escapó una encantadora carcajada, al tener
de su parte a otra aliada de las películas románticas.
Mirando
a sus espaldas, chocó su mirada con la de Brian quien aún se hallaba de pie en
medio del salón, pero aquella vez no estaba solo. Junto a él, se hallaba la interesada
Vanesa.
Y
ahora que lo meditaba bien, le importaba un pepino que lo estuviera agarrando
del brazo con tanta confianza. Ahora, sí que sabía lo que debía hacer.
El
momento había llegado, como también le había llegado a su hermana años atrás.
Era
el momento de sonreír al principio de su vida.
Y
con aquella sonrisa socarrona en los labios, la miró Brian alzando una ceja inquisitiva.
Era obvio, que no le había gustado que no fuera ella, quien acudiera a su lado una
vez terminada su historia.
Podía
ver como se sentía decepcionado con su actitud. Pero en verdad, quien debía
albergar aquel sentimiento, era ella.
Se
encogió de hombros de forma descarada ante su mirada furibunda, para después
darse la vuelta y alejarse de allí por el lateral de la terraza.
Sí,
al final había hecho bien en acudir con su propio coche. Pensó triunfante, mientras
le respondía a Melisa que en menos de veinte minutos estaría allí.
Va arebelarse me encantaaaaaaaaaaaa!Y cómo no, fan de Audrey Hepburn, como nosotras, jajaja. Ay ya quiero ver el giro que dará a su vida aunque supongo que no será fácil. Gracias y quiero más obviamente
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