Eran
las dos y media de la madrugada, cuando Santino abría la puerta que conducía a
la azotea y encontraba a su amigo, fumando parado bajo el manto de las
estrellas.
Riendo
para sí, no pudo evitar el sacar su teléfono del bolsillo, para robarle una
instantánea a su amigo. Aquello, tenía que verlo todo el grupo… Un Sandro
despistado, mirando al cielo con la bata abierta a desparpajo y mostrando todo
su trasero blanco.
-Te
gusta hacer que me coma un poco el coco, verdad –Comentó con humor una vez que
hubo llegado a su lado, observando como Sandro reía, dándole una calada más al
cigarro.
-¿Me
has traído cerveza? –Demandó sin saludarlo, soltando el humo de su calada.
-Sí
–Respondió con cierto rezongo-. Y si no está muy fría, es por tú culpa –Acusó,
pasándole la lata de la pequeña mochila que portaba en su espalda-. Fue raro
recibir un mensaje con dos palabras; cerveza, estrellas… -Se rió-. Haber
puesto; cerveza, azotea.
-Tienes
razón –Se burló dándole un trago al frío dorado líquido-. No me acordaba que a
cierta edad os cuesta… -Calló, cuando su amigo le propinó con suavidad una
colleja en la nuca.
-¿Estas
mejor? –Preguntó Santino, cambiando su semblante risueño a uno más serio.
-Con
un poco de dolor muscular –Confesó con cierta mueca de fastidio-. ¿Se ha
enfadado mí pequeña sirena por molestarte a éstas horas?
-No
–Respondió volviendo hacerle entrega de su sonrisa-. Solo, cuando me vio coger
una cerveza con alcohol. Un segundo, y me la cambio por una de las suyas sin
gota de alcohol.
Sandro,
alzó entonces la lata y la estudió minuciosamente, comparándola con la de
Santino, para voltear al segundo los ojos a la noche estrellada.
-Que
cabrón –Rió-. Pensé, que era yo por tanta medicación que la hallaba insulsa
–Señaló con mueca de desagrado y arrancando una fuerte carcajada de su amigo-.
Tú te quedaste con la buena.
-Mí
mujer te quiere mucho –Fue lo único que supo decir con un encogimiento de
hombros y retirando un poco más lejos, su propia bebida.
-Ya…
-Soltó irónico-. Ahora me quiere más, porque apareció ella y tu hija, se halla
fuera de la diana del amor conmigo –Bromeó soltando un profundo suspiro.
-¿Y
qué sientes, ahora que Regina no es un fantasma del pasado?
-Santino….
–Lo regañó suave, sabiendo como lo había
defendido ante ella.
-No
me desagrada –Confesó, hiendo a sentarse en el poyete-. Es guapa, fuerte y
luchadora.
-Si
te confieso la verdad, me hallo acojonado –Habló, acompañando también a su
amigo en el poyete-. Sentimientos que tenía ocultos bajo llave, amargado por no
poder borrar su presencia de mi corazón, me están superando sobre mi calma.
Quieren salir en quinta marcha para cogerla y no soltarla… Mi corazón, no para
de susurrarme que en el fondo lo sabíamos. Que ella no se había ido, que es
como si supiéramos algo… Y por ello, nos negábamos a dejarla en el olvido de la
memoria –Una lágrima resbalaba por su mejilla-. Pero tengo miedo a cagarla y
poder perderla, a ella y al hermoso regalo que ha traído consigo.
-Pero
no te queda otra, que abrirte a lo que surja –Soltó un profundo suspiro-.
Sabemos muy bien, que a veces el amor es dolor, no siempre te aporta felicidad –Se
puso en pie-. Todos podemos decirte muchos consejos, pero al final serás tú
quien decida el camino a vivir –Chascó le lengua-. Solo me gustaría, que
aprendieras del error que cometimos Jaimie y yo –Hizo un movimiento negativo de
cabeza con mucho pesar-. Y que mucho me temo, mi pequeña hija va a cometer también,
por ser instinto o por ser una mini maldita y encantadora copia de su madre…
Aún tiene l sobre intacto –Soltó una carcajada-. Bienvenido a la vida llena de
preocupaciones con mujeres luchadoras de su propia independencia e hijos revoltosos.
-¿Crees
que me aceptará? –Preguntó cabizbajo.
-Ábrele
tú corazón, muéstrale tus sueños y tus deseos… -Aconsejó dando pasos hacia la
puerta de la azotea-. Es lo único que se me ocurre decirte –agarró el pomo
alargado y dio el tirón para abrir la puerta-. Hasta mañana campeón.
-Hasta
mañana viejo –Se despidió con voz susurrada, perdido todavía en sus miedos.
Al
final, casi llegaba tarde a recoger a Sandro al hospital, debido a que su hijo
Max, no había parado en todo momento de cuestionarle, los gustos en la ropa que
había decidido llevarse para aquel viaje.
Todo
había sido aquella mañana en la habitación del hotel, gemidos horrorizados, de que
no tuviera en las tres maletas suyas, ni un solo vestido bonito adecuado para
Sandro.
Hombres…
Pensó soltando un profundo suspiro, al pasar por las puertas giratorias del
lugar.
Por
increíble que pareciera, se había visto obligada a bajar a una tienda y
comprarse un maldito vestido largo floreado, que él había visto adecuado para
ella y Sandro.
El
pobre, estaba emocionado tras conocer quién era en verdad su padre y el porqué,
no había estado presente en su vida.
Era
un encanto, sabía que no iba a existir problema alguno entre ellos dos. Lo que
en verdad la tenía asustada y algo preocupada, era la relación entre ella y
Sandro, ahora que conocían la verdad.
¿Cómo
se suponía qué debía actuar? ¿Y qué eran?
¡Dios, tenía nuevamente necesidad de morderse
las uñas como cuando lo conoció en su juventud!
Ya
no sabía dónde parar quieto, se regañó así mismo Sandro, cuando por quinta vez
se volvía alejar de la ve tana y se acercaba a los pies de la cama, mientras
miraba el reloj de su muñeca y luego a la puerta cerrada, de su habitación
del hospital.
¿Por
qué tardaba tanto?
Acaso
iba aparecer a las doce en punto del mediodía, justo cuando le daban el alta…
Pensó sarcástico, volviendo a soltar un profundo gruñido desde el fondo de su
garganta por verse dominado por los nervios.
No
se sentiría igual de ansioso que él, por estar juntos, por hablar, por…
Dos
golpes tímidos en la puerta, capturaron su atención hacía allí, dejando de lado
su liada cabeza. Y fue, cuando todos sus miedos y preguntas se esfumaron. Allí,
tenía a su sol, su luz, su vida…
Regina,
iba encantadora con un vestido largo floreado, donde dominaban el color negro y
rojo… Sus colores, reconoció con sonrisa orgullosa y lobuna. Pero lo
impactante, fue su mirada. La misma que le entregó la noche en que se conocieron.
Donde lo atrapó sin falta de besos y abrazos, solo con sus ojos sinceros donde
le hacían entrega de su gran dulzura, mostrándole su enorme corazón.
¡Cómo
había sido tan idiota en cuestionarse tantas dudas!
-Sabes
que vas a ser mía –Soltó de sopetón, bajando de la cama para acercarse a un
solo paso de ella, donde atrapó su rostro con suma delicadeza-. No quiero que
te vayas, no quiero llorarte más, mi corazón es todo tuyo –Confesó con sus
labios a un suspiro de los de ella.
-Desde
esa noche, mi corazón dejó de latir –Habló mirándolo fijamente-. Tengo un poco
de miedo, pues se que aún te quiero. Pero ahora somos dos desconocidos… Y sí en
verdad lo nuestro ha muerto y se trata todo de una simple ilusión mantenida por
nuestros recuerdos.
-Averigüémoslo
–Dijo antes de atrapar sus labios con el hambre de todos aquellos años
alejados.
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