Prólogo
Danaé despertó con las mejillas
bañadas en lágrimas. Nuevamente había
tenido ese sueño, esa pesadilla. Alex…
él no la amaba. Él besaba a Aurora… en
el altar. ¡No! Ella lloraba y ellos seguían en su mundo de
fantasía. Ella se desesperaba y…
Se incorporó en la cama y se frotó los
ojos para alejar las vívidas imágenes que le atormentaban el alma. Fue hasta su escritorio y prendió la
lámpara. Tomó papel y escribió:
Esto no
puede ser amor
¿Cómo entender que tú no sientas
lo mismo?
¿no se supone que debías amarme
también,
que serías mi príncipe…?
¿quién diría que tu historia de
amor no sería la mía?
Estoy loca por ti…
te amo y te odio a la vez.
Ya no sé más que es real y que
no…
¿tú verdaderamente estás aquí
o nuevamente eres producto de mi
imaginación?
Enséñame a olvidarte
¡No! ¿cómo pedir algo imposible?
¿Cuando mi mente es la que me
traiciona
la que te mantiene vivo y en mi
memoria?
Te miro y tú reflejas vacío
te sonrío y tú dibujas una mueca
tú no sientes lo mismo, está
bastante claro,
pero… ¿porque aún sigues a mi
lado?
No… eres solo un sueño
¿cuándo perdí la razón?
No entiendo nada…
solo que… estoy loca por ti
y he perdido mi corazón.
D. F.B. (nuevamente… tuve esa pesadilla).
Tras terminar, releyó lo que su
corazón le había dictado y nuevamente se echó a llorar.
Capítulo
1
Alex miró su reflejo una vez más al
entrar en su departamento. Debería
sentirse muy satisfecho con él mismo. Y
lo estaba. Verdaderamente, lo
estaba. Su vida era lo que cualquier
hombre desearía: poder, dinero, un apellido reconocido y todo un éxito con las
mujeres, por algo era digno hijo de su padre.
Sí, tenía todo… menos lo que realmente importaba. ¡Aurora!
Lo tenía todo pero al mismo tiempo le faltaba ella. Ella, la dueña de sus sueños. Ella, la mujer de su vida. Ella, a quien había entregado su corazón
desde niño. Ella poblaba sus noches y sus días.
A ella le pertenecía. Ella… la misma que… no lo amaba. ¿Cómo era posible eso? No había mujer que no se rindiera a él… pero ella era distinta. ¡Aurora!
Él, Alex Lucerni, estaba total y locamente enamorado de ella. Y ella…
ella solo amaba a otro. Así de
simple.
Cerró la puerta de su dormitorio con
un portazo. Intentó no pensar pero…
Ya no cabía más lamentos. Ya no –se
reprendió aflojándose la corbata que llevaba anudada– no… él
debía olvidarse de Aurora… el debía… pero eso no hacía que él quisiera
olvidarse de ella. Sabía que tenía que
hacerlo… pero no podía. ¿Realmente el
amor podía ser tan injusto?
Sí, quizás lo era. No para todos pero tal vez sí con él. ¿Qué había hecho para disgustar tanto a
Cupido, Afrodita o cualquiera de los dioses que se suponía provocaban el
amor? Era una ironía. A la única mujer que quería, ni lo
miraba. O sí… pero no como él deseaba
que lo mirara. Porque no lo amaba –se repitió quitándose con lentitud la camisa
y sentándose a la orilla de su cama– Una
noche más atormentándose con su imagen… una noche más soñando con lo que nunca
sería. Pero ya mañana sería otro día… y
la vería nuevamente –con un último
suspiro, se durmió dibujándose en su mente aquel rostro tan anhelado.
****
La noche caía en la mansión Ferraz y
la menor de los hijos estaba sentada con su querido cuaderno apretado contra el
pecho y sus ojos fijos en el fuego.
Danaé siempre se había sentido la
princesita de su casa. La menor de 3
hermanos que parecían tener como única misión en la vida asfixiarla. Pero… –sus ojos se iluminaron– Alex estaba ahí, dispuesto a ayudarle a
escapar de Beth y André… a rescatarla con mil y una ocurrencias. Ella lo había amado aún antes de entender lo
que eso significaba. ¡Sí! Ella había
amado al niño travieso y risueño y amaba al hombre guapo y pícaro en que se
había convertido. Pero… –su mirada se
ensombreció de tristeza– él no la amaba.
Él, a pesar de estar con muchas mujeres, entre las que no se incluía
ella, y tenerlas a sus pies... no amaba
a ninguna. Ella lo sabía, aunque él no
lo dijera… aunque nunca lo
admitiera. Lo veía en su mirada perdida…
en sus ojos angustiados cuando ELLA
se acercaba… él amaba a Aurora. ¿Cómo podía su prima, Aurora Cabalganti, no
amarlo?
Empezó a negar enérgicamente. ¿Cómo podía ser la vida tan irónica? El amor no debía ser así… ¡no podía ser así! –suspiró audiblemente y se arrebujó aún más
en el sofá– ya no quería pensar en
eso… se había pasado cada tarde hasta
muy avanzada la noche, pensando en eso.
Y no había servido de nada. Las
cosas seguían igual… ella amaba a Alex,
Alex amaba a Aurora y Aurora moría de amor por Christopher –esbozó una melancólica sonrisa– solo hacía falta que Christopher se enamorara
de ella y cerraban el círculo –pensó
sarcásticamente.
Cerró los ojos e intentó alejar a esa
sombra de su vida… ese hombre que más
que un hombre parecía una presencia constante en su vida… ahí estaba… siempre. Le aterraba pensar en que algún día… –tragó con fuerza y apretó aún más sus
párpados– algún día… él se iría. O peor… se casaría… tal vez con Aurora. Y ella quedaría destrozada… sola… llorando…
tontamente porque él ni siquiera la miraba. ¡No, eso no era amor!
–¿Sigues levantada? –se escuchó una
voz desde la entrada del salón.
–André… –murmuró Danaé a modo de
saludo– ¿Acabas de llegar? –lo miró
ceñuda.
–Sí señorita y deberías estar en tu
cama, durmiendo –señaló él sonriendo– y no
haciendo preguntas a tu hermano mayor.
¿Me esperabas?
–¿Yo?
¡Ni Dios lo quiera! –rió ella– ¿por qué iba a querer verte?
–¿Tanto me quieres? Me halagas
–se burló él pero se acercó a abrazarla–
Es tarde y hace frío… deberías ir
a dormir.
–Sí, lo haré –asintió ella dedicándole una dulce
sonrisa. André tenía razón, la noche
cada vez se hacía más fría– Buenas
noches, Andy.
–Te he dicho que… –él miró al techo–
no importa. Buenas noches, Danny –contestó
resignado mirando como su hermana menor desaparecía escaleras arriba.
Danaé recorrió rápidamente el tramo
que separaba su habitación de las escaleras.
De pronto, se sentía muy cansada…
seguramente se debía a la falta involuntaria de sueño. Porque ella quería dormir… pero no
podía. Inevitablemente aquel sueño…
interrumpía su calma. ¡Rayos! Tenía que aceptarlo… mientras más pronto,
mejor. Alex tarde o temprano se casaría,
con Aurora o no, y ella tendría que verlo y sonreír feliz por él… fin de la
historia. No había nada que pudiera
hacer para cambiar eso… absolutamente nada.
Con los hombros hundidos, casi como si
llevara el peso del mundo encima, se acercó hasta su cama y se tumbó. ¡Qué no daría por una mirada de Alex! Tan solo una y ella sabía que moriría de
felicidad.
Refunfuñó cubriendo su rostro con las
sábanas. Ese pensamiento había sonado
tan tonto en su cabeza… ni imaginar
pronunciarlo en voz alta.
¡Definitivamente loca! Estaba
completamente loca.
Cerró sus ojos con fuerza, sus largas
pestañas oscuras cayendo sobre sus mejillas.
Extendió su mano, a tientas hasta encontrar la lámpara y la apagó. Se sumió en completa penumbra, excepto por
los tenues rayos de luna que se filtraban.
Y a pesar de ello, ni aún en la
silenciosa oscuridad, pudo huir de aquellos ojos azules clarísimos, esos amados
rasgos con dolorosa claridad se dibujaron en su mente y finalmente la escena al
completo: Alex sonreía deslumbrantemente, extendiendo una mano hacia ella… ¡Sí,
hacia ella! Estaban completamente solos
y Danaé titubeó tomando su mano. Él la
estrechó con firmeza y ternura. Danaé
suspiró abandonándose a la dulce ilusión de que él… ¡Alex, la amaba!
¿Cuánto duraba una ilusión? Eternamente…
Y de pronto, todo se desvanecía.
Alex se alejaba inexorablemente y ella intentó estrecharlo. Era imposible… nuevamente él estaba lejos, abrazaba frente a
ella a… Aurora. Danaé se sintió morir… como cada noche. Sintió sus mejillas húmedas y un nudo atenazó
su garganta. Sintió que se ahogaba…
Despertó sudando y sollozando. ¡Maldita sea! ¿Cuándo dejaría de tener esas
pesadillas sinsentido? ¡Odiaba esta
sensación de vacío y dolor! ¡Odiaba no
lograr sencillamente cerrar los ojos y dormir profundamente! ¡Odiaba a Alex! –se restregó la cara con fuerza– No, no odiaba a Alex. Pero, en momentos como esos… en madrugadas
como esas… ¡cuánto deseaba que fuera
verdad!
Se sentó en la cama, en medio de la
oscuridad. Miró al infinito, tratando de
definir las sombras caprichosas que se proyectaban en la penumbra de su
habitación e intentando despejar su mente, alejar la imagen de ese hombre que
invadía sus sueños sin siquiera saberlo.
Si lograra volver el tiempo, ¿podría evitar enamorarse de Alex? –su boca
esbozó una ligera sonrisa. ¡No lo
lograría… ni por un instante!
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