viernes, 17 de junio de 2016

Aprendiendo A Seducir-EPILOGO PARTE VII-

Nada más entrar en su despacho, soltar el walkie en el escritorio y dar al interruptor para que se encendiera el ordenador, que la puerta volvía abrirse con cierto ímpetu por las manos de su madre.

-Tesoro…

-Dime Maléfica –Respondió con cierto tono satírico, mientras se sentaba cómoda en su silla.


-Entonces, tu eres Cruela Devil una vez que pilles a Alex y lo despellejes –Soltó divertida su prima, apareciendo por allí.

Su madre, sin embargo solo volteó los ojos al techo.

-Mamá, no estás para reprocharme nada –Indicó con cierto gruñido.

-Lo sé –Rebufó-. Conozco que me dejé llevar por el don de palabra de Alex y por como antaño, se solía por costumbre gastar alguna broma a los novios antes de la boda.

-Pero es que se ha convertido en una pesadilla –Protestó-. Ahora, cuando me encuentre con alguien y me observe –Se llevó una mano a la sien-. Sé que estará intentando notar si me acosté ya con Donovan.

Allí, su prima rompió en carcajadas.

-Suerte que eso es imposible –Siguió riendo-, sino me habría llevado muy joven un buen collejón, o se escandalizaría de las veces que mi marido y…

Calló, cuando su tía carraspeó mientras que Silvia reía.

-Pido disculpas por participar en todo el asunto –Volvió a disculparse, viendo como su hija se alzaba de hombros por un instante.

-Tranquila –Sonrió-, el causante de todo se le van a terminar las ganas de volver hacer otra broma.

-Qué piensas hacer que me apunto –Habló Elisabeth, saltando a sentarse en un hueco del escritorio.

-Porque no me dejas que hable con él –Intervino su madre-. Y así terminamos con todo, antes de que llegue la cosa muy lejos –Casi suplicó.

Silvia, alzó la mirada hacia su prima para mirarla por unos instantes a los ojos y seguidamente, romper a reír fuerte con ella.

-¡No! –Corroboraron las dos, viendo como la mujer mayor soltaba un profundo suspiro de redención.

-¿Cuál es el plan? –Volvió a insistir su prima con tono cantarín.


-Primero, hay que ir al pueblo para hablar con toda mujer de veinticinco a setenta que nos encontremos –Le guiñó un ojo-, que la cosa corra la voz solo en la parte femenina de la población. Que el plan, se pondrá en marcha calculo que ésta noche en mi granero.



Eran cerca de las ocho y media de la tarde, noche para algunos. Cuando Silvia, volvía de regreso del pueblo, con su prima en el jeep. Iban relajadas, tras reírse por las propuestas de las mujeres que decidían apuntarse al plan de aquella noche, si tenían éxito los hombres.

La radio sonaba con la melodiosa voz  de Joss Stone y Al Green, con la canción How can you mend a broken heart, perfecta para un momento como aquel, cuando el sol se iba escondiendo tras el horizonte, proyectando preciosos colores al paisaje.

La calma era perfecta, con la suave brisa que entraba por la ventanilla bajada, cuando al girar por la carretera hacia la derecha, cogiendo el camino de tierra a su propiedad, se llevaron una grata sorpresa pintada en medio de aquel maravilloso paisaje.

Alex, medio corriendo agotado por el camino, agitando los brazos al aire algo desesperado y con la única vestimenta de sus bóxers grises a medio muslo.

-No me lo puedo creer –Soltó Elisabeth, aguantándose la risa-. Lo han pillado, pero se les ha debido escapar.

-Sí –Soltó sin apenas gesticular, al estar ya cerca del hombre-. Y creo que no sabe la razón, de lo que debe estar ocurriendo, al pedir que nos detengamos nosotras.

-Esto se esta poniendo súper interesante –soltó risueña-. Anda párate –Su voz no podía ocultar la emoción-. Que se va a llevar su mejor sorpresa del día.

-Schhh –La calmó Silvia-. Necesitamos ayuda, no podemos con él… Veamos qué hacemos…

Redujeron la marcha, hasta detenerse donde el hombre se había detenido exhausto para coger nuevamente aire en sus pulmones. El pobre, iba sucio de polvo por todas partes.

-Qué narices haces de ésta guisa –Inquirió Silvia, empleando un tono jovial-. Acaso te han pillado en una cama indebida.

-Menos guasa, que creo acabo de vivir la peor pesadilla de mi vida –Dijo aún con falta de aliento y mirando todo su alrededor algo asustado-. Necesito que me echéis un cable chicas, por favor…

-¿Seguro que no, nos meteremos en algún lio por ello? –Punteó Elisabeth, logrando que el hombre rebufara exasperado.

-Mira guapa –apuntilló histérico-, no me hinches más las pelotas,  que ahora mismo no me hallo para tonterías y bromas…

-¿En serio? –Empleó cierta burla-. Qué raro, cuando ésos dos apelativos, son tu estado emocional permanente.

-¡Elisabeth! –Bramó casi a punto de tirarse de los pelos.

-¡Alex! –Corroboró ella, aún en broma, intentando machacarlo aún un poco más, pero Silvia decidió intervenir.

-¡Chicos, ya vale! –Exclamó abriendo la puerta y bajando del vehículo, para que el hombre pudiera acceder a la parte trasera, cuando le hizo un gesto con el brazo.

-Te confías demasiado –Soltó Elisabeth, mirando en todo momento al chico con los ojos achicados-. Vete a saber, si nos alcanza un marido enfadado y la emprende con su escopeta, por tenerlo aquí dentro.

Silvia, soltó una carcajada volviendo a ocupar su lugar.

-No digas más tonterías –Rió con tono cariñoso-. Estoy segura, que Alex no es un hombre de ésos… ¿A Qué no? –Preguntó mirándolo por el retrovisor interno, arrancando el vehículo y emprendiendo la marcha.

-No –Soltó en un gruñido, sentado en el sillón de atrás con cara de enfado.

-Pues explica –empezó Elisabeth-, por qué debo ir junto a ti de esa guisa. Te recuerdo, que me hallo felizmente casada y no quiero, que haya confusiones.

Alex, solo supo alzar su dedo corazón como respuesta, volteando los ojos al techo.

-¡Oye! –Lo riñó la chica por el insulto.

-Alex… -Dijo con voz calmada Silvia-. ¿Qué es lo que ha pasado?

Pareció tener un momento de duda, para luego soltar una profunda exhalación.

-Ni yo mismo lo sé –Bajó la mirada apesadumbrado-. Solo se, que acababa de aparcar y me dirigía al café, cuando un puñado de tíos  me agarraron entre risas y me metieron, en mi propio maletero. Luego, aparecí en el granero de tu propiedad, donde querían sentarme atado en una silla, pero querían que estuviera listo para no sé qué grupo de locas…

-¿Me estás diciendo que ha ocurrido todo eso en mí granero? –Intentó aparentar sorpresa, mientras veía por el rabillo del ojo como su prima, se había hundido en el sillón para ocultar los espasmos de su cuerpo, ante las carcajadas silenciosas que estaba tratando de ocultar.

Aquello, estaba resultando algo difícil. Le sabía mal, por toda la confusión que le habían creado al hombre… Pero el plan se hallaba trazado.


No existía la marcha atrás, llegados a aquel punto. 

-Sí –Respondió el hombre algo inseguro, una vez que Silvia traspasaba el arco con el nombre de su finca… Solo debían andar cien metros y llegarían a la casa-. Por lo que más quieras, ni te acerques allí… Y aparca lo más pegado a la puerta que puedas. No quiero que tengan tiempo de verme bajar, si están rondando por ahí cerca.

-Claro –Aceptó, observando como su prima fruncía el ceño.

Los cien metros, se hicieron en un periquete observando como el hombre iba agazapado en la parte trasera, al haber visto a varios hombres rondando exactamente a donde iban.

-¡Joder! –Gruñó-. Ya se dieron cuenta que me escapé… -Masculló entre dientes-. Intenta despistarlos. Decidles que me visteis lejos de aquí.

-Veremos lo qué podemos hacer –Volvió a observar Silvia, apeándose del jeep junto con su prima y llamando así, la atención de los trabajadores de Donovan por lo que pudo observar-. Hola chicos –los saludó risueña-, creo que habéis perdido mercancía de cierta relevancia –Indicó divertida.

-¡Os habéis topado con Alex! –Habló Robert, un peón con cierta preocupación-. Le dije a Michael, que los nudos eran sencillos… -Meneó la cabeza con gesto negativo-. ¿Por dónde debemos conducir?

Aquella vez, Elisabeth ya no aguantó más y rompió en carcajadas. Logrando que éstos las miraran extrañados con el ceño fruncido, hasta que Silvia aclaró la cosa.

-No os hace falta el coche –Informó-, solo abrid la portuela de mi maletero, que es por donde os irá mejor sacarlo.

Dicho aquello, a los hombres les apareció una gran sonrisa llena de diversión, mientras que se veía asomar la cabeza de Alex por detrás de los sillones, empezando a buscar una salida de forma desesperada.

Pero ella, había accionado el cierre centralizado. Solo había dejado las ventanillas bajadas.

Las dos quietas, observaron como cinco peones iban a la parte trasera del vehículo, mientras que dos se posicionaban en las puertas, bloqueando las vías de escape en cuanto Silvia, accionara el cierre centralizado.

Fue divertido, ver como de forma resignada éste salía por su propia voluntad, sabiendo que no tenía nada qué hacer.

-De verdad Silvia –habló cuando le echaron mano-, no me esperaba un acto vengativo de tu parte –Se giró a su prima-. Pero teniéndola a ella a tu lado, lo comprendo.

-¡Oye! –Se sorprendió Elisabeth, por la acusación acertada-. Por una vez que no lo inicio yo…

-Qué decir… -Soltó un suspiro Silvia-. Yo tampoco –Se alzó de hombros-. Donde las dan, las toman,  Alex… Creo, que ha llegado el momento de tomar cartas en el asunto. Más que nada, para que sientas la misma presión… -Soltó con burla-. Parece que mi bolso, no llegó a tu cerebro –Elisabeth rió-. Chicos, antes de sentarlo y atarlo en el cobertizo, mejor lo metéis un poco en el abrevadero, va lleno de polvo y debe estar acicalado para ésta noche.


Podía decirse, que jamás en una cena en aquella cocina, se había vivido un ambiente tan silencioso y ansioso, salvando el ruido que hacían los niños.

Silvia y Elisabeth, se hallaban cenando con cierto apresuramiento, las verduras al horno que había hecho Camila. Mientras que Margaret y su tía, se las veía sin mucho apetito.

La puerta de la cocina se abrió, dando paso a una Camila con la bandeja de comida medio vacía. Incluyendo también, una enorme sonrisa en el rostro, al tiempo que canturreaba algo movido.

-Se empiezan a divisar luces de coches pro el camino del fondo –Informó animada.

-¡Camila por dios! –La reprendió Margaret algo consternada por el apoyo a su hija.

-La chica tiene toda la razón del mundo –Se alzó de hombros con cierta presunción-. Vamos Margaret, si nos vamos a reír mucho… Tampoco vamos hacerle ningún daño al chico.

-No se –Miró indecisa a todos-. Primero quiero ser espectadora… -Acabó por aceptar, sacando gritos de alegría a todas, menos al marido de Elisabeth. Quien negaba con un gesto de cabeza y les indicaba, que se les había cruzado un poco los cables.

-Voy yendo al granero –Comunicó Silvia, echando atrás la silla y siendo seguida por su prima.

Caminaban las dos en silencio, por el sendero que comunicaba los edificios de su propiedad viendo acercarse cada vez más montones de faros de coches, que los nervios comenzaban a burbujear impacientes por su cuerpo. 

Cuando la pantalla del móvil de Silvia, se iluminó de pronto. Avisándola de un mensaje entrante, al tenerlo totalmente en silencio.

Champan en la nevera, bombones en la mesita de noche y yo, con mis mejores bóxers esperándote en nuestro lecho, con la luz de la luna”.

Mordiéndose el labio, escribió con dedos ágiles y una enorme sonrisa de oreja a oreja.


Mi mejor conjunto de encaje, me acaricia en éstos momentos la piel, anhelando que sean tus dedos quien lo separen, para cubrirme con el calor de tu cuerpo”.

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