Era
cerca del mediodía, cuando salía del trabajo en su coche con un único objetivo.
Encontrar a Yola.
Le
había sido difícil realizar la reunión, con la mirada triste y decepcionada de
la joven, grabada en su retina.
Por
ello, que tras lo ocurrido de aquella madrugada que quería hablar con
ella. Siempre se había temido que
pudiera suceder algo así.
Y
sus peores temores se habían cumplido.
Lo
primero, aunque no creía que estuviera allí, era mirar en su casa. Dándole
igual, que ella le indicara que se imaginara un muro de dos metros de altura,
entre sus balcones. No quería dar ni un minuto más a todo aquel lío y que la
confusión o la imaginación, fuera a
mucho más, empeorando toda la relación que tenían.
Unos
sentimientos que esperaba aceptara con esperanza y emoción.
Solo
le faltaba un par de quilómetros para llegar, cuando el altavoz del coche le
avisaba de una llamada entrante.
De
acuerdo que no se hallaba de humor para hablar con nadie, pero ciertos
acontecimientos le obligaban a estar disponible para todo el mundo.
-Ni
se te ocurra aparecer por mí casa –Le sorprendió la voz susurrante de
Elisabeth-. Me veo obligada al código moral de entre chicas –Siguió hablando
con el mismo tono de voz, sin darle tiempo a interrumpirla-. Y tampoco tengo ganas
de que me corten la cabellera –Se sinceró-. Me debes una llamada.
-¿Elisabeth?
–Frunció el ceño-. Se halla contigo… –Habló pasado medio minuto en silencio y
tranquilizando su ansiedad en encontrarla. Ahora ya sabía dónde estaba.
-Sí,
llegó en taxi apenas un cuarto de hora –Soltó un suspiro-. Me lo ha contado
todo en un estado de enfado total –Se escuchó suspirar a su amiga-. Me hallo en
la cocina preparándole un té para sus nervios, mientras la tengo sentada en mi
sofá junto al gato. Intentaré calmarla y que comprenda tú punto de vista, pero
no prometo nada…
-Es
muy cabezona –No pudo evitar comentar con una leve sonrisa en sus labios,
accionando con el mando la puerta del parquin y entrando más tranquilo de lo
que se hallaban en verdad sus sentimientos.
-Te
mantendré informado por el móvil sin que se entere ella –Susurró con tono
apresurado-. Creo se quedará ésta noche aquí, adiós.
-Gracias
Elisabeth –Dijo a modo de despido totalmente afligido.
Sentada
en el cómodo sofá, acariciando de forma paulatina al precioso gato de angora
que tenía su amiga, observó como un rato después aparecía allí con una bandeja
y dos tazas del prometido té, que sabía iba a tener que tomarse aunque no le
gustaran ninguno de los que se vendían en el mercado.
Todo
lo contrario a su madre, que tenía una despensa completa de frascos y cajitas
de madera decoradas pro una amiga, que se dedicaba a la marquetería.
Es
lo único que le gustaba del té. Aquellas preciosas cajas con diferentes formas,
decoradas con flores y animales.
-Bien
–Soltó un suspiro la chica mayor, sentándose en el sofá a su lado-, te lo
acabas aunque no te guste.
-Lo
haré, porque seguro le prohibiste a Eric que pasara por aquí –Soltó dejando a
su amiga pro un momento descuadrada.
-Y
no sabes lo difícil que me ha resultado –confesó sincera-, es mi amigo de casi
toda la vida –Admitió encogiéndose de hombros.
-Te
doy de corazón las gracias –Le apoyó una mano en el brazo con mucho cariño-. No
quiero verlo… -Lágrimas volvían asomarse a sus ojos-. Antes quiero pensar.
-Sabes
que ahora mismo debe hallarse completamente destrozado –Dio un sorbo a su taza
y se reclinó en el mullido sofá-. Hizo mal. Pero también quiero que llegues a
comprender, lo difícil que le resulta a veces el conocer a gente de verdad.
Gente completamente contraria a lo que es Laia.
-Pero
pensaba que ya teníamos una confianza –Indicó con angustia-. Bueno, supongo que
él la tiene completamente diferente a la mía –Soltó elevando la comisura
izquierda de sus labios, al tiempo que sonreía en silencio.
-No
comprendo –Frunció Elisabeth el ceño, cruzando sus piernas encima del sofá.
-Recuerdas
que he estado enferma –Alzó el rostro y se giró a observarla, sin dejar de
acariciar el lomo del precioso animal.
Elisabeth
abrió los ojos desmesuradamente.
-¡Es
verdad! –Se incorporó un poco hacía delante-. Ya estabais enfadados desde
entonces. ¿Qué ocurrió?
-Se
tomó demasiada confianza –Gruñó sin poder evitar el sonrojo de sus mejillas.
-Me
estas matando de curiosidad –La aventuró a continuar sin pestañear en ningún
momento.
-Eric
se ocupó de mí, pero para mi punto de vista fue a más de sus ocupaciones, como
amigo y vecino –Empezó con cierto rodeo, desviando por un momento la mirada al
animal-. Me cambio la ropa de cama sin enterarme yo, me cambio a mí de ropa y
se metió a dormir a mi lado –Soltó a bocajarro, dejando estupefacta por unos
segundos a la chica.
-Entiendo…
-Dijo con tono pausado-. Un segundo… -Comentó posicionándose en pie y saliendo
dirección a la cocina en donde agarró su teléfono.
Sentado
en el sofá de su casa, sin saber qué hacer… Bueno sí, en verdad le gustaría
estar aporreando la puerta del piso de su amiga, para entrar a coger a Yola y llevársela
a un lugar, donde nadie los molestara y poder hablar con ella.
Sentado
en el sofá de su casa, sin saber qué hacer…
Bueno
sí, en verdad le gustaría estar aporreando la puerta del piso de su amiga, para
entrar a coger a Yola y llevársela a un lugar, donde nadie los molestara y
poder hablar con ella.
El
sonido de su móvil, hizo que dejara a un lado sus pensamientos y alargara el
brazo con desgana para agarrarlo y sin mirar quien era, darle por inercia al
lugar donde se descolgaba la llamada entrante.
-Eric
al habla –Dijo con tono desconcentrado.
-Coño
Eric –Se escuchó la voz de su amiga al otro lado algo enfadada-, me pides que
te eche un cable, pero en todo momento se te olvida a propósito comentarme tu
actitud de pervertido con Yola, siendo casualmente uno de los primeros motivos
del primer enfado.
Ante
aquel bocajarro de palabras escupidas con cierta acusación, el chico dio un
salto en el sofá, mientras se mordía los labios y se insultaba así mismo en
silencio.
-Sabes
que para nada soy así –Respondió mordaz-. Acepto que mi actitud a ojos
inocentes de personas como Yola, se mal interpreten de muchas maneras –soltó una
risa sarcástica seguidamente-. Admite, que si te hubiese ocurrido lo mismo con
mi hermano…
-Frena
el carro –Lo calló veloz y nerviosa-. Se trata de Yola –Suspiró-. Recuerda que
te pregunté, qué es lo que había ocurrido…
-Quería
solucionarlo por mí mismo –Soltó cabizbajo-. Confesar ciertas cosas y la verdad –Gruñó con fastidio-. Pero
últimamente, nada me sale bien.
-Pero
es que te excediste un poco la norma de decoro –volvió la chica hacer hincapié.
-Vamos
Elisabeth –Soltó en un gruñido, yendo hacia su despacho en el piso, para sentarse
tras el escritorio-, ahora mismo no te entiendo. ¿Dónde está todo ese rollo que
me soltaste, de confesarme?
-En
eso mismo –Chilló un poco, mirando tras su espalda, para asegurarse de seguir
sola en aquella estancia-, so memo… Sabes que no es lanzada como Laia –Escupió con
veneno aquel nombre-. Para que la lleves a un nivel de casi erotismo.
-Tampoco
te pases –Enfatizó cabreado, apoyando los codos en la mesa de roble oscuro-.
Que desde que lees esa trilogía sexual, agrandas unos pocos besos a seducción
total. Fui todo un caballero, deteniendo mi ansia en seducirla cuando nos
besamos. Así que no me reproches nada.
-¡Qué!
–Se escuchó vociferar a pleno pulmón a la chica al otro lado del hilo
telefónico-. ¡Os habéis besado! –Soltó con tono histérico-. Pero por qué coño
os calláis cosas los dos –Soltó sulfurada antes de dejarlo con la palabra en la
boca al colgarle la conversación.
-¿Elisabeth?
–La nombró con el ceño fruncido-. Genial –Soltó fastidiado, lanzando a la vez
el teléfono sobre el escritorio con malas maneras.
Dejó
en su lugar el teléfono, para salir al comedor donde se hallaba la joven aún
sentada en la misma posición.
-¡Has
ido hablar con él?
-Sí
–Soltó aún enfadada, con los brazos en jarra a pocos metros de ella-. Me vais a
volver más loca de lo que ya soy.
Yola,
solo supo mostrar un amago de sonrisa.
-Supongo,
que sea lo que le hayas dicho, se ha defendido –Utilizó un tono obvio.
-Lo
acusé directamente de pervertido –La pelirroja alzó una ceja inquisitiva por
aquel atrevimiento-, y sabes qué, me replicó que pensara eso de él. Cuando se
comportó por lo visto como un caballero, el día que os besasteis.
Aquella
vez, fue Elisabeth quien pudo ver en todo su esplendor, como la piel de la
chica casi igualaba la tonalidad de su cabello.
-Ahora
–Se sentó junto a ella-. Serás buena y me contarás que es lo qué te ocurre
realmente con Eric.
Gracias Brujis, me ha gustado mucho el capi y Elizabeth me ha hecho acordar mucho de ti, Besos y esperomás (cuando se pueda, lo séeeeeeeee)
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