lunes, 28 de septiembre de 2015

Pétalos de Cerezo 7°



A la mañana le costó abrir los ojos, los sentía hinchados por haberse quedado dormida llorando.
Había decidido respetar el deseo de él. No había otra solución posible, de otra forma ambos serían extranjeros allí donde fueran porque para estar juntos debían renunciar a una parte importante de sí mismos. Su abuela le había soltado la mano a Akira creyendo que era lo mejor, no había sospechado que fuera posible, pero ella iba a hacer lo mismo.
Una hora después se reunió con él para ir a la estación.
-¿Ya tiene el equipaje listo? – preguntó al verla llegar.
- Sí, ¿ya podemos irnos?
- Un carruaje vendrá a buscarnos- dijo él y ella sintió que si aquella charada seguía mucho tiempo más no podría soportarla.

Afortunadamente el carruaje llegó inmediatamente. Takeshi acomodó el equipaje de ambos y luego le ofreció la mano para ayudarla a subir. Anna lo ignoró, no se sentía capaz de tocarlo. Estuvo a punto de trastabillar al enredarse en su vestido, había vuelto a las pesadas capas de tela inglesa y se sentía incómoda y torpe. Sin dase cuenta, hizo un sonido similar a un gruñido.
-¿Está bien? – preguntó Takeshi frunciendo el ceño.
-Perfectamente -contestó ella e hicieron el viaje hasta la estación de trenes en silencio. Cada uno iba sumergido en sus propios pensamientos.
Al llegar, él se encargó de comprar los pasajes y confirmar el horario de salida.
-El tren nos dejará en Yusawa, de allí no queda muy lejos el lugar donde va – le explicó pero ella estaba distraída- Vamos, ya es hora de abordar- dijo él y caminó hacia el tren. Avanzó unos metros y se detuvo al darse cuenta que ella no lo seguía.
Estaba parada quieta, sosteniendo su bolso y con la mirada perdida. Se le acercó.
-¡Anna! ¿Qué haces? Tenemos que irnos – la llamó volviendo a ser informal, también para él era difícil mantener la distancia.
Ella lo miró fijo, con desesperación.
-Takeshi..
-¿Qué sucede? – preguntó preocupado.
-Perdamos el tren – propuso ella y le sonrió. Él tomó aire, sabía  que ella estaba pidiendo más tiempo. Si perdían el tren, deberían esperar dos días más a que saliera otro. Dos días más para ser ellos mismos, dos días más fuera del tiempo.
Se quedó mirándola. Se veía tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte
Se había enamorado de aquella mujer.
Desde lejos le pareció escuchar el último llamado para abordar. Se quedó quieto en su lugar, mirándola.
El tren se puso en marcha y ellos se quedaron allí, en la plataforma, uno a pocos metros del otro, mirándose.
-Dos días…- dijo Takeshi  y Anna corrió hacia él. Sin importar quién pudiera verlos Takeshi extendió los brazos para recibirla.
-Dos días eternos- murmuró ella mirándolo. Takeshi tomó su cara entre las manos y la besó.
Esta vez fue un beso suave, seductor, que poco a poco cobró intensidad, cuando se separaron ambos tenían la respiración agitada.
Poco tiempo después, la alegría de Anna  se había esfumado y estaba muy molesta con él. Takeshi  había insistido en que se alojaran en lugares diferentes, había conseguido una habitación para ella en una pequeña residencia de una familia alemana y él volvió al mismo lugar en el que habían estado anteriormente.
Anna lo miró enfadada.
-¿Qué es esto Takeshi Izumi? Quiero dos días para estar contigo.
- Y así será, vendré a buscarte  después de instalarme, y pasaremos juntos cada momento, pero no creo que sea prudente dormir en el mismo lugar…- dijo él esquivando su mirada. Anna iba a seguir protestando pero de pronto comprendió a qué se refería él y se sonrojó.
Era halagador pensar que Takeshi la deseaba como mujer y también que quería cuidarla.
-De acuerdo, pero ven pronto.- lo urgió con tono autoritario y él sonrió.
Apenas el joven se marchó, Anna se apresuró a cambiarse, volvió a ponerse uno de los kimonos y se arregló para verse bien.
Cuando él llegó , Anna lo recorrió con la mirada tratando de retener cada detalle. Quería recordar su forma segura y elegante de caminar, su cuerpo alto y esbelto, su mirada oscura y profunda.
-¿Estás lista, Gaijin? –  preguntó y ella frunció el ceño con aquel apelativo. Sin embargo la palabra ya no le resultaba ofensiva, Takeshi había logrado imprimirle un tono diferente, casi como un apelativo cariñoso, sólo para ella. Extrañaría ser llamada así. Aún así , para no perder la costumbre lo riñó.
-No me gusta ser llamada así…
-Vamos Hana…- dijo él y ella creyó escuchar mal, no había dicho su nombre inglés sino la palabra japonesa.
-¿Dijiste Hana?
-Sí, así te decía tu abuela, ¿verdad? – preguntó él y ella recordó lo que le había contado. Su abuela la llamaba “Hana, mi Anna”. Y ese sobrenombre era al que él hacía referencia. A pesar de que sólo usaba el Hana, la otra parte de la frase estaba implícita “Mi Anna” .Se sintió conmovida.
-¿A dónde iremos? – preguntó casualmente.
- Primero a comer. La comida de ayer  y el desayuno de esta mañana me supieron a veneno, así que necesito recobrar fuerzas – dijo como al pasar, pero para ella fue muy revelador. En un par de días habían pasado tantas cosas que era difícil creer que hubiera sido un lapso tan corto de tiempo. Era bueno saber que él había pasado por las mismas tormentas emocionales que ella.
El lugar que Takeshi había elegido era un tradicional restaurante de udon. Anna disfrutó el sabor de los gruesos fideos y el caldo que los acompañaba. Comieron con ganas y hablaron sobre sus comidas favoritas.
Continuaron su día con una larga caminata por una avenida bordeada de cedros. Era el camino hacia un templo, Anna pensó que era la manera de él de compensarla por no haberla acompañado anteriormente.
-¿Cómo es él? – preguntó Takeshi y la chica lo miró confusa creyendo que se refería al ingeniero inglés que la había acompañado el día anterior – Tu prometido..- aclaró y ella tomó aire.
-¿Thomas?
-Sí.
-Su nombre es Thomas Campbell, es hijo de una familia amiga, es apenas un par de años mayor que yo, así que nos conocemos desde siempre, el compromiso fue algo natural. Nuestros padres lo decidieron por nosotros. Se dedica a administrar los bienes familiares, y es un buen hombre.- dijo brevemente, se sentía extraña hablándole de Thomas.
-¿Está enamorado?
- ¿De mí? – Preguntó tontamente y sonrió ante la obviedad- No , no lo está. Ni yo de él.
- Pero cuidará de ti, ¿verdad? ¿Será un buen marido? – preguntó y su voz sonó forzada. Anna entendía aquel dilema entre querer saber y al mismo tiempo no. Pero aquellas preguntas demostraban que se preocupaba por su futuro, cuando ya no estuviera a su lado. Era algo amargo.
-Sí, estaré bien- susurró ella sin poder creer en esas palabras. Una sensación de pérdida y desesperación se apoderó de ella, para espantarla tomó a Takeshi del brazo y caminó tan pegada a él como fue posible.
Él era real, ese momento era el presente y todo lo que importaba. Él apoyó su mano sobre el brazo de ella y ya no hizo más preguntas.
El templo estaba ubicado en medio de un frondoso bosque y rodeado de flores.  Ana se sintió en paz  allí, como si la armonía del lugar se transmitiera a su alma.
Pensar en Londres y sus construcciones pesadas, en la solemnes iglesias , la asfixiaba, en cambio allí, en medio de la naturaleza se sentía liberada.
Takeshi le habló un poco del lugar y luego de recorrerlo, se sentaron sobre una piedras y  le contó historias sobre los dioses de Japón.
La imaginación de Anna se pobló de criaturas míticas conjuradas por la voz de él. Su mente se dejó llevar por esas historias.
-Y entonces los kami devoraban a las jóvenes extranjeras de ojos azules…- relató él y eso la hizo volver de sus ensueños.
-¡Estás mintiendo! – lo acusó divertida y él rió cálidamente. Anna lo amó más por eso.
-Sí, pequeña confiada. Además de insensata, eres fácil de engañar …-la molestó.
- Y tú no eres tan confiable como quieres hacer creer. Estoy segura que usas tus habilidades para engañar gente – lo acusó.
- Soy el administrador de la familia Izumi, claro que soy un embaucador cuando las circunstancias lo requieren- bromeó y la ayudó a ponerse en pie- Vámonos, antes que de verdad algún espíritu del bosque se enamore de ti y te rapte.
- Le diría que me disculpe, pero que es tarde, ya estoy raptada, por dos días soy del Izumi- san- declaró ella seriamente.
- Yo fui el raptado, Hana.
-Es que también tú eres un insensato.
-Cierto, somos dos insensatos.- aceptó él y emprendieron el camino de regreso.
Dieron un paseo por el centro de la ciudad y  una vez más se enfrentaron a todo tipo de miradas prejuiciosas. Pero esta vez a ninguno de los dos le importó.
Es su tiempo robado al tiempo no había lugar para los demás.
A la noche fueron a comer a otro restaurante y Takeshi pidió sake. Anna insistió en probar la bebida alcohólica destilada del arroz y él aceptó servirle un trago a regañadientes.
La bebida era fuerte  y la joven hizo una mueca cuando le pasó por la garganta dejando un rastro de fuego.
-Se acabó el sake para ti…- dictaminó él.
-¿Significa que no puedo emborracharme esta noche y hacer locuras?
-Anna Seymour , haces suficientes locuras estando sobria, no quiero imaginar qué podrías hacer borracha.
- Podría ir a rogarle a la familia Izumi que me aceptara…- dijo ella  con tristeza y eso provocó que fuera él quien bebiera un trago de sake con el deseo de emborracharse.
Había llegado la noche y se había terminado uno de sus dos días. Antes que el pesar los siguiera invadiendo, acompañó a la joven hasta su hotel.
-Ven temprano, apenas amanezca- pidió ella al despedirse. Quería aprovechar cada minuto.
-Estaré aquí temprano. Duerme Gaijin y no pienses. Ni llores.- le recomendó al despedirse.
Anna tardó en quedarse dormida, y sus últimos pensamientos despierta fueron dirigidos a aquellas antiguas divinidades que  habitaban esas tierras. Quizás alguna protegiera  a los amores prohibidos, a los amores destinados a no durar, quizás alguna pudiera bendecirlos.
Takeshi cumplió su palabra y llegó muy temprano. Sin embargo no se lo veía muy bien, su sonrisa era fingida y despedía la misma aura de melancolía que ella.
-Cuéntame de cuando eras pequeña…¿cómo eras, Gajin? – preguntó él tan pronto salieron. Parecía querer aprovechar ese último día para saber de ella tanto como pudiera. Anna le contó sobre sus días de infancia, los juegos, los libros que había leído y todos los pequeños detalles que recordaba.
Él a su vez le habló del presente, de su trabajo y su vida cotidiana, cada uno se valió de las palabras para involucrarse en la vida del otro y completar los espacios vacíos.
Luego asistieron a un festival de primavera y el ruido, los  niños corriendo, el colorido, los hizo distraerse de la cuenta regresiva que les pesaba en el corazón.
La noche pareció llegar más rápido de lo que esperaban. Era verdad que aún tendrían el tiempo del viaje en tren para estar juntos,  pero ya no sería lo mismo. Deberían retomar las formalidades y amoldarse a las miradas ajenas.
Demoraron todo lo posible y caminaron lentamente.
-Debí pedir más de dos días…- dijo ella poniendo en palabras lo que ambos sentían.
-Podríamos perder el tren de mañana…- musitó él y ella sintió que su corazón palpitaba con fuerza, luego se hundió en la realidad. No serviría de nada, sólo retrasaría el momento.
- Podríamos, pero no lo haremos. ¿No es así? – dijo y él asintió.
Cuando llegaron al hotel, se detuvieron en los jardines que estaban delante.
-Ahora debería pedirte que llegues tarde, que no vengas a buscarme temprano- dijo ella.
-Supongo que sí.
-Takeshi…
-¿Si?
-Takeshi, Takeshi, Takeshi….- repitió ella suavemente.
-¿Qué sucede?
-Ya no podré decir tu nombre después. – dijo con la voz estrangulada – Takeshi…te amo – concluyó y  él  la atrajo hacia sí para besarla
No pudo responderle con palabras, pero la besó largamente expresándole lo que sentía. Anna se aferró a él, se dejó envolver por su calor y devolvió el beso con la misma pasión y anhelo.
Si aquel iba a ser su último beso quería grabarlo en cada fibra de su ser. Todos sus sentidos se despertaron para percibir a Takeshi, las texturas, los olores, el sabor de sus labios. También el aire nocturno sobre su piel, el sonido de los grillos y el perfume de las flores de magnolia. Todo quedaría grabado en su recuerdo.
Cuando el beso terminó, la retuvo unos momentos abrazándola y Anna se apoyó en él sintiendo que si la soltaba se caería. Apoyó su cabeza contra su pecho y sintió el corazón masculino latir apresurado. Podría haberse quedado refugiada allí para siempre.
A la mañana siguiente abordaron el tren.

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