Varias horas más tarde , se dirigió al vagón
comedor para almorzar. Había pocas personas, sólo aquellos que habían pagado el
alto precio de aquel servicio extra.
Recorrió con la mirada el lugar buscando
donde sentarse y encontró que una señora, acompañada por un hombre , le hacía
señas para que se acercara. Eran occidentales y la mujer tenía tantos moños y
plumas en el sombrero que Anna tuvo que reprimir una sonrisa. Avanzó hacia
ellos.
-¡Querida, siéntate con nosotros! Debes
tener hambre, ¿verdad? ¿De dónde eres? Mi nombre es Amelia y este es mi esposo,
somos de Norteamérica – dijo casi sin respirar y sin darle tiempo a contestar
ninguna de las preguntas.
-Soy Anna Seymour, vengo de Inglaterra - dijo ella y se sentó. No pudo decir nada más
porque justo trajeron la comida.
-Por suerte es sopa, así podemos usar
cucharas. Odio esos palillos, no sé cómo los amarillos pueden comer con ellos-
exclamó la mujer y su marido asintió a su lado- ¿Qué te trajo a este lugar
olvidado de la mano de Dios? – preguntó y en ese instante Anna fue consciente
de la presencia del joven
japonés que acababa de entrar y los observaba. Sin
dudas los había oído y ella sintió vergüenza ajena. Aquellas personas eran
espantosas, tuvo la repentina necesidad de decir en voz alta que no los conocía
y no pensaba como ellos, pero aquello habría sido más ridículo.
Él se sentó en una mesa distante, además de
la sopa, le trajeron arroz y se puso a
comer usando los palillos.
-Anna…- la llamó la mujer porque no había
contestado a su pregunta por quedarse mirando a Takeshi.
-Vine por cuestiones familiares – respondió
elusiva y la mujer siguió hablando sin parar sobre cosas varias. Anna apenas
asentía o intercalaba alguna frase superficial, la comida se le hizo larguísima
y no pudo evitar que su mirada se desviara una y otra vez hacia Izumi.
Estaba aislado de todos, parecía encerrarse
en sí mismo y poner un muro a su alrededor. Además, tenía una elegancia
particular a la que ella lo asociaba. Incluso el movimiento de sus manos para
utilizar los palillos era elegante e hipnótico.
Recién cuando el joven terminó de comer y se
retiró del vagón, la chica fue consciente de lo tensa que había estado por estar pendiente de él.
Y también fue un alivio poder deshacerse de
aquel matrimonio y su inoportuna charla. Afortunadamente ellos bajarían en la
próxima estación, así que no tendría que tolerarlos más.
No tenía mucho que hacer, por lo que luego
de comer caminó un poco por los pasillos, pero como despertaba mucha curiosidad entre los locales
y cuchicheos que no comprendía, volvió pronto a su asiento. Para entretenerse
tomó el diario de su abuela y releyó algunos pasajes. Pensó que quizás la
extraña atracción que sentía hacia el hombre japonés tenía que ver con leer
sobre su abuela y Akira, pero el enamorado de su abuela era muy diferente del
hombre que la intrigaba.
En el diario ella lo describía como alguien
dulce y tímido, un hombre gentil, un
estudioso que amaba la poesía.
Takeshi Izumi no se parecía en nada a esa
descripción.
A sus padres les había enviado un mensaje
sobre su llegada a través de la embajada. Pero deseó tener a mano los elementos
para escribir una carta, quería contarle a Thomas sus primeras impresiones
sobre Japón.
Aunque estaba segura que él seguía enfadado
con ella por marcharse así. Thomas con sus ojos grises, su cabello ondulado
color arena y su carácter impasible, salvo cuando algo ponía en juego su honor.
Y que su prometida se fuera sola al otro lado del mundo le había resultado una
grave afrenta.
A la noche volvió al vagón comedor, la
pareja de norteamericanos ya se había bajado, así que ocupó una mesa sola.
Había menos comensales que a la hora del almuerzo, esta vez, le trajeron la comida
y dejaron un par de palillos metálicos al lado del plato. No se animó a pedir
cubiertos occidentales , trató de manejar el utensilio lo mejor que pudo, pero
fue un completo fracaso.
En el hotel había comido comida francesa y
no se le había ocurrido pensar sobre aquellas diferencias culturales. Volvió a
ver a Takeshi, solitario y apartado, tanto de occidentales como de sus
compatriotas.
Sin pensarlo dos veces, tomó su plato y se
dirigió hacia él.
-¿Puedo acompañarlo? – Preguntó parándose
junto a la mesa y la mirada que le dirigió el hombre indicaba claramente su
negativa- ¿Por favor? – insistió ella y él inclinó levemente la cabeza en
asentimiento, pero apenas se sentó le habló en voz baja.
-¿Está usted loca, Gaijin?
-Sólo hambrienta, ¿podría por favor
enseñarme a usar los palillos? – pidió haciendo caso omiso al tono disgustado
de él.
-No debería aproximarse así como así a un
hombre extraño, y uno de otra raza, ¿es que no hay nadie en su familia que le
haya enseñado un poco de sensatez?
- La sensatez no es mi fuerte en estos días-
señaló ella livianamente y él movió la cabeza en forma negativa como si no
pudiera creer lo que escuchaba.
-Por eso no me gusta su gente, una mujer debería ser mucho más discreta.
-Mi familia coincidiría con usted, pero eso
no cambia el hecho de que necesito aprender a usar esto- dijo tomando los
palillos- Una cosa es que tenga
problemas de comunicación por no hablar el idioma y otra muy distinta que muera
de inanición. ¿No le parece?
-Debería haber pensado en eso mucho antes,
¿sólo pensó en lo divertido que sería, Gaijin?
-No, sólo pensé en lo necesario que era para
mí venir. Lo demás era secundario, hasta ahora. ¿Y podría dejar de llamarme
así? Ya le dije mi nombre, me llamo Anna.
- Los nombres son algo importante, no los
mencionamos tan a la ligera, sólo con aquellos que tenemos un vínculo- aclaró
él y ella suspiró.
-O sea que tampoco puedo llamarlo por su
nombre ¿Cómo se supone que me dirija a usted?
-Se supone que no se dirija a mí, señorita.
O , quizás, podría llamarme amarillo como hacen sus compatriotas – dijo
intentando ser desagradable a propósito.
Anna le dirigió una dura mirada de
reprobación, y extrañamente él hizo una mueca casi de arrepentimiento.
-A pesar de la idea que tiene de mí, o
sospecho que de los ingleses en general, soy un poco mejor persona que eso.
Jamás insultaría injustamente a alguien.
-Me disculpo – dijo él sumisamente- Pero
sigo creyendo que debería volver a su lugar.
-¿A mí lugar en el vagón comedor o a mi
lugar en el mundo?- preguntó ella y eso lo hizo sonreír levemente.
-A su lugar en el vagón, esta vez, usted me
está juzgando mal. Difícilmente puedo decir cuál es el lugar en el mundo de
alguien, señorita.
-Por favor, sólo enséñeme a usar esto, y
prometo no volver a molestarlo. Ni siquiera le dirigiré nuevamente la palabra
si es lo que desea- insistió ella y él exhaló profundamente, con cansancio,
dándose por vencido.
-Está bien, observe con atención. Tiene que
sujetarlos así – le explicó y ella lo
miró atentamente, deseosa de aprender.
Cuando pudo llevarse el primer bocado a la
boca sin dejarlo caer, se sintió
totalmente feliz y le dirigió una sonrisa plena al joven que bajó la mirada
rápidamente para cortar el contacto.
-Muchas gracias, Señor Izumi – le dijo ella
cuando terminaron de comer y se levantó para regresar a su asiento.
-Cumpla su palabra- dijo él y ella se giró.
-¿Disculpe?
- Por favor, deje de importunarme – pidió y
ella asintió aunque su mirada había perdido todo brillo. Sin embargo, ella
había propuesto aquel trato, debía respetarlo.
-Lo haré – dijo quedamente y se retiró.
Anna se acurrucó en su asiento dispuesta a
dormir, sin embargo no podía dejar de pensar en las palabras de Takeshi. Por lo
visto sentía más desagrado por los extranjeros que lo que ella había creído.
Pensó que también ella se sentiría así si los extranjeros llegaban a su país y
depreciaban a sus anfitriones, si en lugar de reconocer su estatus de
forasteros se comportaran con tanta superioridad y desprecio hacia la gente que
los albergaba. Sin dudas también se sentiría agraviada. Y dolida.
Sin embargo, ella no era así, estaba dispuesta
a conocer el país y su gente sin prejuicio alguno.
Si existía alguna barrera, su abuela la
había roto años atrás y le había legado a ella esa libertad para ver a Japón
sin dejarse influenciar por opiniones ajenas.
En aquel fluir de pensamientos se preguntó
si su abuela y Akira podrían haber sido felices
juntos o si los prejuicios y la discriminación habría perjudicado su
amor. Sin embargo recordó las palabras que su abuela había escrito en el diario
“sin ti me volví una exiliada, aún estando entre mi gente”.
Pensó que
con el amor que se tenían habrían sido felices habrían creado un lugar
propio para los dos.
Con aquel pensamiento se quedó dormida.
A la mañana siguiente, descubrió que hacer
planes era la receta ideal para el desastre
El tren se averió y obligaron a descender a todos los pasajeros en medio de la
nada.
Era un completo caos, había gritos, gente
quejándose y otros grupos que se marchaban caminando .Algunos pasajeros se
sentaban en el campo, a orillas de las vías. Por lo que había alcanzado a
entender, no era una reparación rápida, tendrían que pedir ayuda y demorarían
en llegar.
No sabía qué hacer, así que sólo se aferró
con fuerza a su equipaje, esperando.
Takeshi Izumi divisó a cierta distancia a la
joven inglesa, parecía una niña perdida, con sus grandes ojos azules abiertos
de par en par y con el bolso apretado contra el cuerpo.
Era una locura, una completa locura, y aún
así, avanzó hacia ella.
-Gaijin…- la llamó y ella se giró a verlo.
Anna se había prometido cumplir su promesa y
aunque había cruzado por su mente ir a buscarlo, lo había evitado. Aún así ahí estaba, llamándola con aquel molesto
apelativo. A pesar de eso, nunca antes se había sentido tan aliviada.
-Takeshi…- respondió casi inconscientemente
llamándolo por su nombre y olvidando que a él no le agradaba.
-Vamos, esto va a demorar mucho, lo mejor
será caminar hasta llegar a un lugar donde descansar. Será mucho más rápido que
esperar- dijo él y comenzó a caminar.
-¿En serio? ¿Puedo ir con usted?
-En serio. Bajo su propio riesgo, muchacha
inconsciente – le dijo en un tono que sonaba casi a broma, aunque su mirada
trasmitía mucha seriedad.
Anna pestañeó un par de veces, era una joven
mujer viajando sola, y el mayor peligro que enfrentaba eran los hombres. Ya lo
había comprobado con el libidinoso del traductor. Pero sabía que este hombre
japonés no era así, no podía explicarlo
pero sentía que estaría a salvo con él.
Definitivamente, bajo su propio riesgo, iba
a seguirlo.
-Voy – dijo y se apuró para llegar a su
lado.
- ¿Necesita ayuda con eso? – preguntó él mirando
hacia su bolso.
-No , gracias. No es pesado, no cargo muchas
cosas.- dijo ella notando que también él llevaba un equipaje liviano.
-Es extraña, muy extraña – dijo más para sí
mismo que para ella, pero Anna lo escuchó.
-Lo tomaré como un halago. También es
extraño. Creí que prefería que estuviera lejos de usted – dijo antes de darse
cuenta de que era una mala idea recordarle aquel hecho.
-Era peligroso dejarla allí – dijo él sin
dar mayores explicaciones y ella creyó mejor dejar el tema antes de que se
arrepintiera.
-¿Va lejos? Quiero decir el viaje en tren, ¿aún
falta mucho para llegar a su destino?
-Sí, mucho.
-Yo voy a un pueblo , en Tōhoku. – comentó ella.
- También voy cerca de
allí- dijo él.
-¿Negocios? ¿Paseo?
-Voy a casa –
respondió el hombre. Y por primera vez Anna pensó que quizás estaba casado y
regresaba con su familia. Parecía ser unos años mayor que ella, así que era muy
posible. Le resultó tan inquietante que no pudo evitar preguntar.
-¿Tiene familia?
¿Está casado?
-No aún, tengo una
prometida. Me casaré pronto – dijo él.
-También tengo un
prometido – dijo ella porque el rostro de Thomas vino a su mente de una forma
casi molesta.
-¿En Inglaterra?
-Sí.
-¿Qué clase de
hombre dejó viajar a su prometida sola hasta este lugar?
-¿Usted no la
dejaría?
-Claro que no,
y está lo suficientemente educada para no
tener esas ideas. Cuidada por su familia hasta el día que sea mi esposa – dijo
él con un tono presuntuoso.
-Bien por usted y su
bonita ave enjaulada – le respondió enfadada. También ella había sido un pájaro
enjaulado hasta hace poco, y debería entender aquellas convenciones, no eran
tan diferentes de las de su familia, pero aún así le molestaba.
El joven se abstuvo
de devolver el comentario y siguieron caminando un trecho en silencio.
Anna aprovechó para observar el paisaje, a los
otros grupos de personas que habían bajado del tren y, como ellos, habían
preferido seguir caminando; y cada tanto, observaba de reojo al hombre que la
acompañaba.
Su altura era mucho más pronunciada ahora
que iba a la par suya, su tono de piel era de un dorado muy suave, su bello
perfil de pómulos elevados y sus cabellos negros brillando a la luz del sol.
-El sol…- dijo él de pronto y eso la hizo
sobresaltarse porque era la misma palabra que acababa de conjurar en su mente.
-¿Eh?
-El sol le dañará la piel…
-No, por suerte no es muy fuerte, me gusta
el aire de primavera. Y llevo esto- dijo ella señalando el sombrero.
-Supongo que no es tan delicada como
aparenta – dijo sorprendiéndola.
- Agreguemos eso a mis defectos.- comentó
levemente ofendida.
-En realidad, esta vez era un halago- le
dijo y eso la desconcertó. No sabía cómo tratar con él. Temía ser grosera, pero
algo desconocido la impulsaba a
provocarlo, a no ceder.
Por otro lado, él era una contradicción,
pasaba de ser amable y demostrar preocupación a ser censurador y distante. Era un enigma que cada vez la atraía más.
Esta historia esta muy linda. Me gusta muchisimo.
ResponderEliminarMuchisimas gracias.
Muchas gracias a ti Viky!
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