Otra historia que fue escrita para un concurso y se quedó en el camino, así que aquí se las traigo, espero les guste y la buena noticia es que está terminada así que no los tendré esperando años esta vez.¿Qué tal un romance en Japón?
Pétalos de cerezo 1
No recuerdo que me
llevó hasta allí, tal fuera el extraño
silencio que envolvía la casa o el sonido de un llanto apagado que lo
interrumpía.
Caminé descalza por el
piso frío, como un pequeño fantasma que atravesaba los pasillos. Me asomé a la
puerta y la vi aferrando una carta contra su corazón mientras las lágrimas
caían por su rostro.
Yo tenía seis años en ese entonces y amaba a esa mujer que
ahora se revelaba en una forma totalmente desconocida para mí.
Llorando a solas, cobijada por las sombras, no era la elegante
dama inglesa de la sociedad, ni era tampoco mi cálida abuela dispuesta a
equilibrar con su ternura la dureza de mis padres, era una desconocida.
Percibió mi presencia
y sus ojos azules, iguales a los míos, se quedaron mirándome, me aferré con fuerza a
la hoja de la puerta que medio me
ocultaba, parecía que el dolor de su mirada pudiera tocarme.
No dijo una palabra,
sólo nos miramos hasta que corrí hacia sus brazos y me sostuvo contra ella.
Su cuerpo desprendía
dolor de mujer, de la clase que sólo una herida de amor puede infligir,
desesperado, intenso, incurable, pero entonces no lo comprendí.
Pasarían muchos años
para que yo comprendiera esa desolación, muchos años para seguir las huellas de
mi abuela hasta sentir que yo lloraba ese mismo llanto que había
presenciado en mi infancia, para que yo también me volviera una extranjera en
mi propia piel.
15 años después
Inglaterra 1900
Anna no quería aceptar que su abuela hubiera muerto, pero
así era, aquella reunión con sus abogados para la lectura del testamento era la
confirmación final.
Su primera voluntad había sido cumplida inmediatamente tras
su partida, pues había dejado órdenes de ser cremada, lo que había generado un
conflicto familiar ya que la madre de la joven le daba más importancia a los ritos sociales
que a los sentimientos.
Le preocupaba más la opinión de los demás que el dolor de
perder a la mujer que la había traído al mundo.
Con la cremación se había visto privada de un acontecimiento
social que la pondría en el centro de la
escena como a la hija doliente, en cambio para Anna, el dolor era crudo y le
dejaba un vacío en el pecho. Había amado a su abuela y la extrañaría cada día
de su vida, había sido una mujer increíble y
no podía creer que ya no estuviese.
Desde que recordaba, había sido su compañera y su cómplice.
Era también quien, con su amor, le ofrecía un espacio para respirar y ser
libre, quien la hacía sentir querida sin condiciones.
Sin ella se sentía a la deriva.
Era incómodo estar allí, junto a sus tíos, primos y su madre
quienes esperaban lo que diría el abogado sobre las posesiones de su abuela,
quería salir corriendo, pero no era posible. Estar presente, era lo último que
podía hacer por la mujer que tanto había amado.
Sin embargo, no había previsto el impacto que causaría la última voluntad de
su abuela.
Cuando el abogado leyó aquellas palabras donde expresaba su
deseo póstumo, una exclamación unánime recorrió la habitación. Incluso ella
hizo un sonido extraño, casi un gemido.
Su abuela pedía que sus cenizas fueran llevadas a Japón, y
esparcidas en un lugar particular que mencionaba, quien las portara hasta aquel
exótico país, debía ser ella, Anna.
Y también ella era la beneficiaria de su fortuna, que en
parte sería invertida en aquel viaje para llevarla a su última morada.
La joven quedó aturdida, escuchaba discutir a los demás
familiares, así como increpar al abogado sobre las inusuales cláusulas. Ella
sólo estaba confundida, y llena de preguntas.
Aunque tenía la sensación de que aquello se relacionaba con
el día que había visto llorar desconsolada a su abuela, o con los momentos en
que la mujer se quedaba mirando por la ventana como si viera hacia un lugar
distante, un lugar que ya no existía. Incluso sentía que tenía que ver con la
fría relación que tenía aquella mujer, con su hija, la madre de Anna. Siempre
había parecido que había una muralla entre ellas. Y ahora, la joven sentía que
esa muralla y esos secretos se remontaban a Japón y al pasado.
-¡De ninguna manera¡ ¡Mi hija no formará parte de esta
locura! – dijo la voz de su padre sacándola de sus cavilaciones.
-Ella se casará pronto – agregó su madre como si eso lo
resolviera todo.
-Y es injusto que todo el dinero vaya a parar a sus manos –
terció su tío al verse privado de la herencia.
Casi sin darse cuenta, Anna se puso de pie y con una voz
firme, que le sonó ajena, hizo la declaración que cambiaría su destino para
siempre.
-Iré. Cumpliré la voluntad de mi abuela – sentenció.
El caos familiar se desató tras aquellas palabras.
Un mes después Anna viajaba en un barco hacia un lugar que le resultaba intimidante y
misterioso, sus padres habían tratado de persuadirla haciendo uso de todos los recursos,
desde la argumentación lógica, hasta los gritos y las amenazas de desheredarla.
También su prometido había querido hacerla cambiar de idea,
pero ella había permanecido inmutable, por primera vez en su vida se había
puesto firme aferrándose a su decisión con uñas y dientes.
Si lo pensaba bien, era una locura completa, pero dentro
suyo tenía sentido, aquel viaje le daba paz. Sentía que era lo correcto.
El barco se bamboleaba de un lado a otro mecido por el
oleaje, pero Anna era inmune a aquel movimiento, en su interior el oleaje de
emociones era mayor y más peligroso.
Siempre había tratado de cumplir con las normas sociales,
aún cuando la asfixiaban, incluso se había comprometido con un hombre que apreciaba
como a un buen compañero, pero no amaba. Conocía a Thomas desde la infancia, sus
familias eran amigas y de la misma clase social, él sería un buen marido y ella
una esposa acorde a lo establecido. Tendrían un matrimonio armonioso, y hasta
el momento, no había esperado otra cosa. Pero la muerte de su abuela había
cambiado todo. De pronto, Anna había empezado a reflexionar sobre su
propia vida, y cuando habían leído el
testamento de su abuela, se había visto impulsada a cumplir su voluntad.
También había sentido que con aquel pedido, su abuela le
hacía un último regalo: la posibilidad de vivir una aventura y descubrirse a sí
misma.
Luego, cuando el abogado le entregó la carta y el diario,
descubrió que su abuela también le había dejado algo más, le había confiado su
pasado y al hacerlo, le había dado la posibilidad de cambiar su propio futuro.
Por primera vez, en sus veintiún años de vida, podía pensar
seriamente en lo que deseaba sin tener en cuenta las expectativas ajenas.
Extrañamente, al alejarse de su casa, su familia y de
todo lo que era conocido y seguro, asía la posibilidad de construir para sí
misma una vida que la hiciera feliz, verdaderamente feliz.
En el aislamiento de su camarote volvió a tomar el diario de
su abuela y releyó la historia que había iniciado todo.
Que interesante esta historia... esperare con muchas ansias los proximos capitulos. tiene varios puntos a favor: la fecha, el lugar (me encanta japon), y una historia narrada a traves de un diario... gracias por compartirla con noostras.
ResponderEliminarGracias Yoce!!! Aunque debo advertirte que lo de diario y primera persona es sólo el prologo, luego está contada en tercera persona. Espero que aún te guste y GRACIAS por leer y comentar. Besos
EliminarCiertoooo no la tenías publicada aquí!!! Genial sis!!!
ResponderEliminarNo se podia aún, debía esperar un tiempo :(
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