sábado, 1 de agosto de 2015

Heridas de amor 17 °



Cristhian entró a la habitación y ella trató de ignorar la forma en que su corazón se aceleraba al verlo.
-¿Estás lista, pelirroja? – le preguntó él y ella asintió con un leve gesto, la mujer que la había ayudado a vestirse y arreglarse los dejó solo.
-Lista, pero no es necesario que vayas.
-Iré esta vez, hablaremos juntos con el médico sobre la rehabilitación, luego te dejaré sola tal como prometí – dijo acercándose y tomando la silla de ruedas para guiarla. Que él dijera que la dejaría sola le causó más impacto del que había esperado, y se dio cuenta que su discusión anterior había tenido mucho de bravuconería, ahora no se sentía tan segura.

-¿Cambiaste de idea? – preguntó él sin precisar demasiado sobre a que se refería, mil imágenes cruzaron la mente de Liz, pestañeó con fuerza como si eso pudiera ayudarla a aclarar su mente.
-No, no cambié de idea-respondió.
Durante la visita al médico agradeció que él la hubiera acompañado, era la primera vez que ella aceptaba escuchar realmente sobre su condición, incluso le mostraron las placas radiográficas y le explicaron detalladamente lo que le había sucedido, lo que habían hecho en la cirugía y el procesos de rehabilitación.
Escuchar que hablaban así de su cuerpo, como si fuera una maquinaria que necesitara reparación,  le daba una sensación de lejanía. Ese cuerpo roto era algo extraño, no era ella.
De nuevo la invadía aquella sensación de ahogo, de desesperanza, pero antes que la sofocara sintió la mano de Cristhian sobre la suya, grande, cálida, reviviendo cada uno de sus centros nerviosos, cuando él la tocaba su cuerpo revivía.
-¿Quieres preguntar algo, Liz? – le preguntó suavemente alentándola a que manifestara sus dudas y dándole seguridad al sostenerla.
En ese momento Elizabeth supo que aunque estaba aterrada quería intentarlo, quería volver a caminar, quería ser la de antes y quizás, tener una nueva oportunidad con aquel hombre.
Hizo algunas preguntas y escuchó las recomendaciones médicas, luego fueron a ver al fisioterapeuta que se encargaría de ella, aunque en realidad era un equipo de profesionales, incluso algunos médicos especialistas que estaban haciendo una pasantía en aquel lugar. Tuvo la sensación de que Kesington estaba detrás de ello, pero no lo mencionó. No podía perder tiempo ni fuerzas en discutir, tenía que usarlas para recuperarse, los profesionales hablaron con ella y programaron sus citas, así como también el plan de ejercicio que tendría que realizar en la casa. Sonaba agotador, pero el baile le había dado disciplina para trabajar duro, ahora que estaba decidida eso sería una ventaja.
Cuando salieron del hospital su cabeza estaba llena de información, demasiada. Antes cuando se sentía así bailaba, estar en movimiento siempre le había ayudado a aliviar tensiones y pensar con más claridad, ahora estaba acorralada.
-Vamos a comer algo – dijo Cristhian interrumpiendo su caos mental.
-¿Comer?
-Sí , algún restaurante agradable.
-La gente va a mirarme – protestó Liz haciendo referencia a la silla de ruedas.
-Deberías estar acostumbrada, llevas años sobre un escenario, y aún desde antes, pelirroja, desde antes las miradas estaban sobre ti.
-No de lástima.
-Si alguien te mira con lástima es porque no te conoce…
-¿Y si me conocieran?
-Sería una mirada de exasperación, pelirroja, tienes la habilidad de sacar a alguien de sus casillas.
-Cristian, mírame. – Pidió necesitando confirmar lo que él expresaba en su mirada al observarla. En este tiempo muchas veces había sido inescrutable como si no hubiera nada allí, ojos que parecían muros  escudando los emociones  pero el día que la llevó de urgencia al hospital había habido miedo en  su mirada y cuando le hizo el amor ,pasión.
Cristhian se agachó y puso sus ojos a la altura de ella.
-¿Qué ves cuando te miro, pelirroja? – preguntó mirándola fijamente y fue Liz quien apartó la mirada. No había lástima, aunque no podía descifrar del todo su expresión, sentía que era la forma en que él la miraba antaño.
-De acuerdo, vamos a comer – accedió y él rió por aquella rendición.

A la mañana siguiente, Liz despertó por los ruidos en la casa, Margueritte llegó tras su llamado y le explicó que Cristhian se estaba mudando. Era cierto que ella se lo había pedido, pero ahora se sentía mal con aquella repentina separación.
La ayudaron a levantarse y  lo vio cargando una caja con las cosas de la improvisada oficina que había montado allí.
-¿Ya te vas? – preguntó ella.
-Sí, mañana vendrán el psicoterapeuta y la enfermera extra que pedí, se instalarán aquí para ayudarte  y también habrá más personal doméstico.
-No era necesario.
- Necesitarás más ayuda en este período, pero no la mía, ¿verdad? – preguntó él y ella notó cierto dolor en aquellas palabras.
-¿Entonces te vas de nuevo? – preguntó antes de poder contener sus palabras, eran tantas las veces que lo había visto marcharse de su vida.
-No, pelirroja, tú me pediste que me fuera, no es mi elección irme. Aunque esta vez es diferente, no voy a regresar como otras veces, a menos que me llames, o me busques. No estaré lejos, es tu decisión – le dijo , por un momento pareció que iba a acercarse a ella, pero luego solo se despidió manteniendo la distancia.
-Cuídate Liz, ocúpate de tu recuperación, eso es lo importante ahora – dijo simplemente y luego se fue.

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