martes, 21 de julio de 2015

Para Siempre (Novela Completa)


¡Madre mía!
No me acordaba de ésta novela mía.
Creo se trata la segunda que escribí o la primera...
Bueno, la cosa es que hace diecisiete años!!!!
Os la pongo en dos partes, mañana la otra...
Aich... Como ha cambiado mi perspectiva desde entonces. jajaja









1 º CAPITULO.-


            Bendelin observaba desde su oficina, como afuera el invierno había llegado tiñendo de tristeza las calles de Londres. Nunca le había hecho mucha gracia, aquella época. Odiaba el tener que ponerse tanta ropa encima... Como le gustaría encontrarse en su finca de Granada, allí al menos el clima era muchísimo más cálido.


                -¡Bingo! EL lunes se nos incorporará al periódico –afirmó, después de colgar el teléfono-. Podemos estar contentos, acabamos de cerrar un posible trato con uno de los mejores columnistas de Europa.

                -Pero no hemos conseguido averiguar su identidad, verdad –cansado de que jugasen con él, se sentó en el sillón y echó un vistazo al documento que tenía encima del escritorio. Apenas eran dos folios, en donde resaltaban los mejores escritos por el famoso E.K... Ninguna palabra indicaba quien era, en dónde vivía, si tenía familia... y menos una fotografía de éste individuo. ¿Por qué no quería que la gente lo conociera?-. Tengo que averiguarlo...

                -Imposible –dijo Matt, con cierta ironía-, son muchos los que han fracasado en el intento. Yo que tú, lo dejaría. Hemos tenido suerte de que el viejo Henry nos cediera su mejor columnista...

                -Solo por que se jubila y la persona que se hará cargo del periódico ahora, no quiere tantas responsabilidades. ¿Pero digo yo, no tiene una hija a quien cederle todo ese cargo?

                -Cierto. Leslie Mckendricks. Al parecer, ella tiene su propio negocio del cual ocuparse. Diseño de interiores –le pasó un documento-. Y te recomiendo que le eches un vistazo, puede que nos interese. Se está haciendo con muy buena clientela.

                -De acuerdo, puede que lo mire –le dijo, mientras se levantaba-. Pero por el momento... ¿Qué me dices de un café? –Bendelin, lanzó sin importancia el informe encima del escritorio y se marchó junto con Matt.


               
                Leslie llamó a la puerta de roble, antes de entrar en el despacho de su padre. Éste se encontraba dictando a Laura, de manera que se apoyó contra la puerta y se quedó observando. Había envejecido un poco desde la muerte de su madre, hacía dos años. Pero había sabido afrontarlo bien, diciéndoles que él no moriría hasta no ver  a su hija casada. Aquello era ridículo. No había conocido todavía a ningún hombre adecuado a sus veintiséis años. Todos acudían a ella por su fortuna y hacerse en el día de mañana, con el periódico. Tontos, porque ya tenían a la persona adecuada para ese puesto.


                -Cariño –Henry le saludó con la mirada y le hizo sentarse en un sillón-, ya he cerrado el trato con Van Holden. Si todo sale bien, el Lunes empiezas.

                -¿Cómo se han tomado, el que no cedieras a decirles la identidad de E.K.? –preguntó con picardía.

                -Pues no les ha hecho mucha gracia, que digamos. Pero dado el personaje de quien se negociaba, han tenido que desistir en el intento.

                -Bueno, esperemos que funcione bien. He oído decir que Van Holden, es un hombre muy duro con los negocios...

                -Y también, uno de los solteros más guapos de Londres –le comentó en broma, la cual le dedicó una mirada de advertencia-. Lo sé cariño, pero yo ya soy mayor...

                -Tonterías, todos sabemos que eres un hombre muy fuerte.


                Henry miró a su preciosa hija. Admiraba la belleza de ésta. Cada día se le parecía más a su madre, menos en cuestión de carácter, eso lo había heredado de él. Y no es que se alegrara mucho de ello, con lo cabezota que llegaba a ser no encontraría marido nunca. Tenía que hacer algo al respecto.


                -Les habrás informado, que para comunicarse con él, deberán de hacerlo a través de mí –Henry abandonó sus pensamientos y atendió a su hija.

                -Por supuesto –sonrió-. No acababan de entender por que  contigo y no conmigo... Pero hija, hay que tener mucho cuidado con él. Podría empeñarse en identificar la identidad de E.K., y que sorpresa la suya, al descubrir que el columnista famoso no es ni más ni menos, que mi hija Leslie Mckendricks.

                -Lo sé. Y no debes preocuparte por ello... bueno me voy a trabajar –le dio un abrazo y recogió su maletín-. Seguramente, Dani se estará preguntando en dónde estoy.


               
                Afuera se encontraba Laura, ordenando los archivos. Últimamente se la veía un poco nerviosa, esperaba que no la estuviera molestando nuevamente su antiguo novio. Ésta notó su presencia y dejó los informes encima del fichero, señalándole que tomara asiento.


                -Y bien. ¿Qué te ocurre hoy, para que me pongas esa cara tan larga? –preguntó con aire desenfadado y poniendo los brazos en jarras.

                -¡Todo! Es lo que me ocurre –se pasó los pulgares por las sienes, intentando aliviarse de las preocupaciones que le acarreaban-. Ya sabes, el que mi padre...

                -Te sugiera nuevamente que ahora que va ha coger unas vacaciones indefinidas, entre comillas, por que todos sabemos que igualmente estará por aquí. La mejor manera de disfrutarlas es con un yerno y nietos. Y creo que tiene razón, ya es hora de que te cases. Veintiséis años son...

                -¡EH! No te hagas la graciosa... –cogió un clip de encima del escritorio y se lo lanzó-. Lo mismo te digo a ti –sonrió levantándose para marcharse.

                -Cierto, pero aún no he encontrado a nadie que me vuelva loca –bromeó-. ¿Por cierto, te vienes a tomar algo esta tarde?

                -De acuerdo, lo que tú mandes. Te pasaré a recoger sobre la siete. Así te contaré las últimas novedades.



                Eran cerca de las siete de la tarde, cuando Bendelin conducía su Bentley negro al edificio Mckendricks. El viejo Henry, le había llamado para ir a tomar una copa. Y era la última oportunidad de averiguar quién se escondía tras aquel nombre. De acuerdo que fuera un buen columnista, pero él quería tratar cara a cara con su personal. El no saber nada de uno de ellos, le ponía de los nervios. Además, no le hacía mucha gracia el tener que hablar con él, por medio de Leslie Mckendricks. Matt le había dejado un buen informe de ella, pero ni siquiera le había echado un vistazo. Apostaba a que era una niña rica malcriada, que sin duda, su padre le concedía todos sus caprichos y seguro que uno de ellos, era el de ser la representante del columnista.

                Entraba en el parking del edificio, con el único pensamiento de intentar, por lo menos, de cambiar todo aquello.



                 -¿Te importaría esperar unos minutos? –Preguntó Laura-. Tengo que llevar estos informes a redacción.

                -Perfecto, así utilizo un momento tu ordenador –le contestó instalándose ya en su escritorio-. Quiero comprobar unas cosas en Internet.


                Se encontraba tan concentrada, que no llegó a notar la presencia de la persona que estaba observándola con gran detenimiento.

               
                “Desde luego, sino llegaba a estar de acuerdo en algún que otro asunto con Henry, si que lo estaba, en que aquella preciosidad era toda una secretaria, de las que las esposas estarían celosas. Se la veía una mujer menuda, pero con un cuerpo perfecto. Su cabello era pelirrojo de naturaleza, con unos bucles preciosos a la altura de los hombros... Tenía que hacer notar su presencia, no fuera que viniera alguien”.

               
                -Disculpe señorita –la interrumpió educadamente, sin esperarse que la joven se levantara asustada, derribando del escritorio la mitad de las carpetas.


                ¡Dios mío!, Se quedó paralizada. ¿Quién era aquel tipo? Estaba tan concentrada en sus investigaciones, que no se había dado cuenta que había entrado alguien. Después de mirarlo disimuladamente, la verdad era un hombre muy atractivo. Debía medir un metro noventa, por lo menos. Tenía el cabello moreno y ondulado, con ojos grisáceos a contraste de su tez morena. Se le veía muy seguro de sí mismo, enfundado en aquel traje gris oscuro, seguramente de algún diseñador famoso. Sin duda, era un dios griego y no le importaría para nada, ser su diosa.


                -Discúlpeme –sonrió, agachándose para recoger las carpetas-. Usted debe de ser la secretaria del señor Mckendricks-. Podría anunciarle que Ben ha llegado, por favor...

                -En realidad yo... –no pudo continuar, algo dentro de sí le impidió corregirle de su error-. Un momento, por favor... –ocultando sus nervios, hojeó la agenda de las reuniones de su padre, sin hallar nada. Dónde demonios, tenía Laura apuntado aquella visita. Entonces, vio un papel con el nombre de Ben, enganchado al teléfono-. Por su puesto, el señor Mckendricks se encuentra en su despacho esperándole. Si no le importa acompañarme.

                No le importaría para nada, el tener que acompañarla hasta el fin del mundo. Si seguía moviendo con aquel estilo las caderas. Antes de que la joven pudiera llamar a la puerta, la interrumpió.


                -Bueno señorita...

                -Laura Bennett –contestó rápidamente, sabiendo que más tarde su amiga la mataría si se llegaba a enterar.

                -Bien Laura, espero que no te importe el que te tuteé –la chica contestó con gesto negativo-. Debo decirte, que me gustaría muchísimo invitarte a cenar –impresionada por aquella proposición, por primera vez se encontró sin saber qué hacer-. Solo será una cena amistosa –le sonrió seductoramente-. Sé que es muy repentino. Pero estoy seguro, que no te arrepentirás para nada. Si no está muy segura, puedes pedirle referencias a Henry. Veras como te indicará, lo buen niño que soy - sonrió de forma lobuna.

                ¡Ni hablar! Pensó alarmada Leslie. Si su padre se enteraba de aquello, era capaz de pagar él mismo la cena, con tal de ver cómo salía con un hombre. Se le veía un hombre sexy,... No tenía pinta de ser ningún delincuente, ni ningún fresco caza fortunas... Además hacía mucho tiempo, que no tenía una cita. ¿Por qué no? Por una vez en la vida, sabía que aquel hombre no la invitaba por ser quien era... sino por ser secretaria.

                -... De acuerdo. ¿Qué le parece si quedamos el Lunes? –preguntó un poco más animada.

                -Perfecto. ¿Dónde paso a recogerte? Y por favor tutéame –le sonrió.

                -Perdón... Quedamos en los cafés delante de los juzgados.

                -Entonces, pasaré a recogerte sobre las ocho y media –abrió la puerta del despacho tras haber llamado discretamente y se despidió de ella guiñándole el ojo.


                Se quedó mirando la puerta cerrada con gesto de asombro. Había quedado a cenar con un tipo que no conocía de nada, pero que estaba de muerte. Si le contaba lo ocurrido a Laura, de seguro que la mataba. La verdad, la culpa la tenían esos impulsos tontos que le venían de tanto en tanto. Decidió coger sus cosas y las de su amiga, para salir en su busca. No quería arrepentirse de su decisión, si salía él y la encontraba aún allí.

                Cuando los dos hombres salieron del despacho, las puertas del ascensor se acababan de cerrar. Bendelin miró en la sala buscando a Laura, pero no encontró nada más que una absoluta tranquilidad. Por lo visto, ya se había marchado.


                -Seguramente ha venido mi hija Leslie a buscar a Laura, para salir a tomar algo. Son inseparables –le comentó al dirigirse al ascensor.

                -¿En serio? –Así que había estado la niña rica en el despacho. Lástima que no lo hubiera sabido.

                -Sí, desde muy jovencitas. Las dos son mis niñas. Que más quiero, teniendo a estas dos preciosidades.

                -Eres afortunado, la verdad es que Laura, es una chica muy guapa.

                -Por que no has visto a Leslie –comentó-. Laura, es más dulce y tranquila. En cambio Leslie tiene carácter y cabezonería, pero también sabe ser dulce, salvo que lo esconde... Mira, es la chica perfecta para ti. Bueno, según su carácter... –Bendelin sonrió-. Espero que se me case pronto y así, ya me quedo más tranquilo por ella. Sabe cuidarse perfectamente, pero necesita el calor de un hombre, tú ya me entiendes... –le sonrió en broma, pasándole un brazo por el hombro.
               
                Bendelin sonrió para sus adentros. Seguro que se casaba cuando encontrara a un viejo rico, para tener a otro hombre que le atendiera en todos sus caprichos. En vez de uno más joven, que la pudiese dominar. El ascensor llegó y condujo a los dos hombres al aparcamiento del edificio, en donde decidieron ir en el coche de Bendelin.



                Como todas las mañanas, llegó a su casa completamente agotada, después de salir a correr en compañía de su pastor-alemán. Cuando hubieron acabado de refrescarse la garganta, comprobó por si había algún mensaje grabado en el contestador. Al no haber ninguna llamada urgente, se dirigió al baño a darse una ducha.


                Ese mismo día, tenía dos citas importantes. Una con el señor Van Holden, que se creía el rey del mundo... El muy cerdo, iba cambiando de novia como si de calzoncillos se tratase. Apostaba a que no era tan guapo como había escuchado, de todas las demás mujeres. Que solo acudían a él, por el tamaño de su billetera. Y todo, por tener una prestigiosa constructora y una famosa revista... Maldito fuera. Tenía mucha suerte, solo lo vería con la entrega de cada artículo y hasta esperaba, poder esquivar ese punto.


                Un poco más enfurruñada, se deshizo de la ropa y entró en la ducha sofocando un grito, por la frescura del agua. Pero por suerte, tenía la segunda cita del día. Había quedado a cenar con Ben y estaba que se mordía las uñas, por que fuera ya de noche. Era un hombre muy atractivo y no parecía de la clase de Van Holden. Estaba segura de que sería una velada perfecta. Además, tenía que decirle quien era ella en verdad...

               














2º CAPITULO.-


                Matt entró en el despacho de Bendelin con unos bocadillos en la mano, interrumpiendo así el silencio que había en éste.


                Ben se encontraba sentado en su sillón, sumido en sus pensamientos. Era raro que no estuviera molestando a su secretaria, por si había llegado ya Leslie Mckendricks.


                -Buenos días –lo saludo alegremente, lanzándole un bocadillo-. ¿Se sabe algo ya de nuestra dama? –se sentó en el brazo del sillón que estaba enfrente del escritorio, y empezó a desenvolver su desayuno.

                -No –contestó animadamente-. Aún no ha llegado. Que yo recuerde, quedamos para ésta mañana y aún quedan un par de horas para que sea mediodía. ¿Oye que te parecen mejor, tulipanes o violetas? –Matt se quedó a medio camino de morder su bocadillo.

                -Muy bien, ¿quién eres tú y qué has hecho con mi amigo? –Preguntó levantándose y apoyando los dos brazos en el escritorio-. Aquí ocurre alguna cosa, de la cual no he sido informado. ¿Y bien? –preguntó, obteniendo tan solo como respuesta una sonora carcajada por parte del hombre.


                En aquel momento, fueron interrumpidos por la aparición de una hermosa mujer de cabellos oscuros y ojos claros, Susana Van Holden. Pequeña y única hermana de Bendelin, que estaba prometida con su socio y  amigo Matt.


                -Hola gordita –la saludó cariñosamente, en cuanto Matt la hubo dejado de besar.

                -Cariño, tu hermano está muy raro hoy. No se encuentra enfadado, por que la visita importante del día, no haya llegado aún. Y encima, me pregunta sobre qué tipo de flor me gusta más...

                -No le hagas caso –sonrió-. Ya sabes, que tiene todas las papeletas para entrar en un manicomio –bromeó Bendelin.

                -Muy gracioso, Ben –Matt abrazó a la joven-. Pero todo lo que te he contado es cierto –su hermana lo miró por un momento a los ojos, para después sonreír de forma pícara.

                -Fácil, conozco perfectamente a mi hermano. Y esa mirada, solo la tiene cuando se encuentra con un proyecto entre manos que le atrae mucho. Pero ésta vez, ese proyecto le ha dado bien fuerte –comentó-. ¿Tengo que advertirle a mamá que es posible, que próximamente se oigan el repicar de campanas?

                -Imposible –se aseguró Matt, que le interesase una mujer puede, pero que se encontrara posiblemente enamorado de ella, era un caso para archivarlo en Expedientes  X.

                -Os recuerdo, que esto es un despacho para trabajar y no para estar cuchicheando.

                -Vaya –silbó Matt-, así que es posible que sea cierto. Ya que nos estas eludiendo, nuestra pregunta.

                -Yo, no estoy eludiendo nada –les reprochó Bendelin, poniéndose un poco nervioso-, pero por que no os marcháis a otro lugar y así me dejáis tranquilo, para que pueda seguir trabajando.


                La pareja se marchó, dejándolo solo. Estaba mejor ahora, esos dos tortolitos solo hacían que darse arrumacos y no conseguía concentrarse estando presente.



                Respiró hondo y se alisó la falda, intentando calmar los nervios por la entrevista que iba a realizarse, en cuanto la puerta del ascensor se abriera en la planta del señor Van Holden.


                Si ese machista presuntuoso intentaba alguna cosa, se le iba a caer el pelo. Estaba completamente segura de que intentaría camelársela, para así robarle información. No sabía él, el tipo de rival que podía llegar a ser ella. Una poco más segura de sí misma, las puertas del ascensor se abrieron mostrándole una grande y soleada habitación. Que quería esperar una, de un edificio de cristal y que se hallara en el decimoctavo piso, en un día tan soleado como aquel. A mano izquierda había una rinconera color crema, con una mesilla de cristal y un largo corredor, en donde suponía que habría despachos. Y a su mano derecha, se encontraba un enorme escritorio de aluminio plateado y dorado. Detrás de aquel moderno diseño, se hallaba a una hermosa mujer entrada en edad, con el cabello canoso y aspecto cariñoso. Y al lado de ésta, dos puertas una al lado de otra. Supuestamente, una de aquellas puertas era la guarida del lobo.


                Se acercó hacía la señora, con una sonrisa en la mirada.


                -Buenos días –dijo amablemente, sin darse cuenta que se habría una puerta tras ella-. Soy Leslie Mckendricks y tengo visita, con el señor Van Holden –algo en la mirada de la mujer, la alertó de que había alguien detrás de ella.


                Lentamente se dio la vuelta y su corazón dio un vuelco. Sin ser capaz de reaccionar, se quedó mirando fijamente a la persona que se encontraba, con la mirada de sorpresa sujetando aún el pomo de la puerta. Imposible. Aquel hombre que salía del despacho, era Ben. Y se le encontraba muy seguro de sí mismo, en aquel entorno.


                Pasaron los segundos y ninguno hablaba, solo hacían que mirarse a los ojos, buscando respuestas a las miles de preguntas que se les formaban en la cabeza.


                -Señor Van Holden –habló la mujer con precaución, al encontrase presenciando aquel silencio tan tenso, y respondiendo así a los temores de Leslie-. Es la señorita Mckendricks, que tenía visita concertada para esta mañana.

                -Gracias Hanna –la miró instantáneamente-. Ya he escuchado presentarse así misma a ésta señorita... –dio cierto énfasis a las últimas palabras.


                Con cierta frialdad, giró el pomo de la puerta y la invitó a que entrara en la boca del lobo, pero no se movió en aquella dirección. Se encontraba muy desconcertada ante aquel impactante encuentro, que un poco atemorizada, reculó hacia atrás. Pero Bendelin al ver aquel gesto, se aproximó a ella acogiéndola por el brazo y conduciéndola al interior con enorme tranquilidad.


                Pero fue allí dentro, en donde se desató la tormenta. Bendelin la sentó con gesto brusco y apoyó los brazos en cada respaldo del sillón. Sin dejarle así ninguna vía de escape a la joven.


                -Y bien, estoy esperando una respuesta –exclamó.

                -Yo... No sé –dijo con tartamudeo y hundiéndose un poco más, en el cómodo sillón y mirando fijamente al hombre que tenía casi encima suyo.

                -¿Porqué me has mentido? –le preguntó fríamente y alejándose hacia el escritorio-. OH, acaso lo encontrabas gracioso el hacerte pasar por secretaria.

                -Qué...

                -Como no conocía tu identidad y viste que desde un principio, que me atraías...

                -¡No! –exclamó incorporándose en el sillón. Pero al ver la mirada que le dirigió éste, se volvió a recostar en él con cierta timidez-. Estas muy equivocado. Además... –dijo, levantando su cuerpo menudo del sillón con más confianza en sí misma-. Tú tampoco te identificaste...

                -Perdona –sonrió amargamente-, pretendes hacerme creer, que no sabías quien era yo en realidad.

                -Pues... Sí... –sintió un poco de vergüenza al ver que empezaba a reír a carcajadas-. ¿Qué ocurre? –Preguntó poniéndose un poco enfurecida-. Acaso tengo que ser como todas las demás mujeres, que lo único que conocen como lectura, es la prensa rosa. Además, te informo de que he estado muchos años viviendo en Nueva York... Menudo mentecato  llegas a ser. Y por cierto, quién eres tú para que te dé explicaciones.


                -Perdón –se tranquilizó un poco y se acercó a ella. Produciéndole un altera miento en sus nervios-. ¿Qué dices qué soy?

                -Pues que eres un mentecato, un pretencioso, un machista, un playboy y un idiota, porque presumes de tener a todas las mujeres que quieras, con tan solo chasquear los dedos. Pero yo creo, que lo hacen porque tienes dinero y quieren asegurarse, de tener una buena vida en el futuro.


                Bendelin no daba crédito a lo que veía. El viejo Henry tenía razón, su hija era toda una belleza y con carácter fuerte. Si no se equivocaba, era la primera mujer que le hablaba de aquella forma, sin ser su madre o hermana. Sonrió. Estaba preciosa cuando se enfadaba, pero no acababa de entender el por qué se hizo pasar por secretaria.


                Se despertó de sus pensamientos, al darse cuenta de que la mujer se dirigía hacia la puerta.


                -¡Eh!... Pero a dónde demonios te crees que vas, ricura –Leslie se giró con el ceño fruncido y se paró delante de él, mirándole a los ojos-. Sabes, ya que veo que no te caigo simpático y que no me hablaras, por que te encuentras enfadada conmigo y no sé por qué razón, creo que me merezco un recuerdo tuyo como playboy que dices qué soy, princesa –sin poder remediarlo, la agarró por los hombros apretándola más a él-. Cierra esos hermosos ojos que tienes...

                -Qué...


                Era una mujer dulce, sus labios lo confirmaban. No quería soltarla, pero tenía que hacerlo. Sabía el carácter que tenía y si quería conquistarla, como en un principio se había propuesto, era mejor evitar muchas cosas. Se había equivocado respecto a como se la había imaginado. Aún tenía que averiguar muchas cosas de Leslie Mckendricks.


                Separó poco a poco sus labios de los de ella y la miró a los ojos. Estaban llenos de sorpresa y algo que no acababa de determinar... Mentira. Lo averiguó demasiado tarde. Era rabia, lo supo nada más sentir un fuerte impacto en su mejilla izquierda. Había actuado de forma imperdonable, al lanzarse de aquella manera.


                -¡Si te creías, que me iba a...! –no pudo continuar, cogió su maletín del suelo y se encaminó toda decidida a la puerta.

                -¡EH!, Espera un momento –la agarró nuevamente por el brazo.

                -No tengo ganas de estar en compañía, de un ingrato asqueroso que va ligándose por ahí a cualquier mujer, mientras ésta tenga algo que le interese –lo miró de arriba abajo, con cierta aprensión en el rostro.

                -Estas muy equivocada, princesa –sonrió-, no tienes que hacer caso a los cotilleos. Además, tú no tienes nada que me pueda interesar.

                -¿Seguro? –Soltó con ironía-. Y qué me dices la identidad de cierto columnista... 

                Bendelin sonrió ante aquella sugerencia.


                -Princesa, no me hace falta ningún tipo de seducción, para conseguir esa información –se apoyó en la puerta, cruzándose de brazos a la altura del pecho-. Puedo conseguirlo por mí mismo. También fui un columnista famoso temido por los grandes magnates.

                -No si por modestia que no sea –sonrió-. Entonces cariño, dime por qué no has vuelto a escribir, ni investigar ningún caso más –se le acercó pausadamente-. OH, acaso los años ya no perdonan.


                Toucheé, pensó Bendelin. La gatita tenía uñas y sabía cómo utilizarlas. Le estaba empezando a gustar el lidiarse con ella. Además estaba preciosa, con aquellos ojos llenos de rabia, el pelo caído con cierto desenfado por encima los hombros y ese movimiento de caderas, le estaban volviendo loco.


                -Princesa. Cuando quieras y en dónde quieras, te puedo demostrar que estoy en perfecta forma para mis años.

                -Grosero –replicó bruscamente-. Acaso no sabéis pensar en otra cosa, que no sea el sexo a todas horas.

                -Sí – se aproximó a un nivel muy peligroso, al acogerla por la barbilla con delicadeza-. Pero creo que ya hemos hablado de éste tema suficiente por hoy y yo, tengo muchas cosas que hacer. Ahora, me interesaría tratar el contrato de tú queridísimo columnista.

                -Tienes razón. Tanto hablar me ha secado la garganta –se separó y caminó velozmente a la salida-. Tal vez, sea mejor que quedemos para otro día –abrió la puerta y le sonrió-. ¡Chao, caro! –y corrió al ascensor, que por suerte acababa de abrirse por la llegada de un hombre.


                La primera reacción de Bendelin, fue de salir a su encuentro, pero luego recapacitó. “De acuerdo, princesa. Si lo que quieres es jugar, jugaremos.” Se acercó al escritorio y llamó por el intercomunicador a su secretaria. Mientras esperaba a que acudiera, se sentó en su sillón.


                Quien asomó la cabeza por la puerta, no era Hanna sino Matt, con una sonrisa en la mirada.


                -¿Cómo resultó el encuentro? –preguntó, acomodándose en un sillón.

                -Bien y mal –dijo, sin levantar la mirada del escritorio-. La mujer con la que te habrás cruzado, era Leslie Mckendricks. La que me tiene loco, como tú y Susana diríais.

                -Si lo sé. La conocí por la foto de su informe –le replicó-, cosa que tu no miraste –sonrió burlón-. Así, que es la moda de conquistar a damiselas de hielo.

                -¿Porqué? –levantó la mirada interesada hacia su compañero.

                -Dicen, que es de carácter muy fuerte.

                -Sí, eso lo he comprobado –le aseguró en un tono medio divertido-. Y que es una niña rica de papá que seguramente busca una chequera gorda, para su futuro – se levantó y se acercó a un ventanal-. Pero es de oídos, no lo que yo sé. Creo que a la gente, le gusta desencadenar muchos rumores cuando se aburren –se pasó la mano involuntariamente por el cabello-. Créeme, estoy completamente seguro de que no es una mujer calculadora y menos fría.

                -¿Aquí ha ocurrido algo? –preguntó Matt, muy interesado.

               
-No... –sonrió-. Pero verás, nos hemos quedado sin el primer artículo del columnista. Pero es solo por el momento –lo miró con seriedad-, pero no debes preocuparte, muy pronto lo tendremos.

                -Mira, no sé qué es lo que ha ocurrido aquí dentro –le contestó con gran tranquilidad-. Solo sé, que puedo confiar en ti. Pero te pido, que tengas cuidado con esa mujer. No quiero que te hagan daño.

                -¿Daño?

                -Sé que tú hermana tiene razón. Sé que esa mujer te gusta y sé que vas en serio –subrayó con fuerza las siguientes palabras-. ¿Pero y ella? Bendelin que el corazón no es tan fuerte como parece...

                -Tranquilo, sé que es ella –contestó en un suspiro.



                No lo entendía, se suponía que lo despreciaba. Entonces, porqué le respondió... “Porque fue un beso tierno y cálido.” Nunca había sentido aquella sensación. OH, acaso era igual que todas las demás mujeres que habían estado con él, sin saber negarle nada por su atractivo, por su sonrisa y por aquellos ojos...


                -¡Maldito seas, Bendelin Van Holden! –exclamó, tirando un montón de libros con fuerza sobre el escritorio. Eran las cinco de la tarde y no había conseguido concentrarse en sus diseños. Solo hacía que pensar en lo ocurrido. Si seguía así, se iba a volver una histérica.


                Se la encontró, con la cabeza gacha y apoyada en sus brazos. Había estado toda la tarde con la mirada vaga por los diseños. No sabía bien, bien qué le ocurría pero al escuchar aquel nombre, ya se hacía una idea más o menos, de lo que ocurría. Se acercó hacia ella y le empezó a masajear los hombros.


                -Les, cariño –susurró-, porque no te marchas a casa. Por lo visto, hoy tu cabeza no tiene ganas de trabajar.

                -OH, Dani –contestó con un gemido-. Es que toda la culpa, la tiene... –levantó la cabeza con energía y escupió con furia en la mirada, el nombre de aquel individuo nuevamente-. Bendelin Van Holden. Es un... un cretino –sollozó-. Pero qué digo, si ni siquiera estoy segura de lo que es –se recostó vagamente en el respaldo del sillón-. Hace pocos días, le tenía un gran odio. Y ahora... ahora no sé qué es lo que siento hacia él –se volvió hacia Dani, con gesto melancólico-. ¿Crees que debo acudir a un psicólogo, tal vez, me esté volviendo loca?

                -Pero que dices mujer, lo que necesitas es descansar –la cogió por los brazos y la levantó del sillón-. ¿Haber cariño, qué es lo qué te ha hecho ese hombre?

                -Pues él... –dejó la mente en el aire, mientras recordaba aquella calidez tan magnífica-, me besó, si eso –lo miró confundidamente-, simplemente me besó. Pero fue lo que sentí con aquel beso y su forma de...

                -Me parece que ya sé que te ocurre, mi niña –la abrazó con ternura-. Bendelin ha conseguido, lo que ningún hombre ha podido hasta ahora. Enamorarte –le puso un dedo en los labios, para que no dijera nada-. Sí, mi niña. Él ha conseguido demostrarte, que existe el cariño y la ternura, en un simple beso...

                -¡No puede ser! –se separó un poco nerviosa-. Es Bendelin Van Holden. El tirano ese, al que he odiado tanto, en tantísimo tiempo sin llegar a tratar o verle la cara.

                -Ya sabes, de ese dicho. Del odio al amor, solo hay un paso –le contestó, sentándose encima del escritorio y mirándola con expresión divertida.

                -¡No! –empezó andar de un lado a otro-. Es que... Pero bueno, se puede saber que es lo que te hace tanta gracia –se paró en seco y puso los brazos en jarra, esperando una respuesta.

                -De que por fin te hayas enamorado.

                -Yo no me he enamorado –contestó con cierta agresividad.

                -Y que haya sido, de Van Holden –sonrió-. Por si no te acuerdas, él y yo, somos viejos amigos de la universidad.

                -¡Dios! –se dejó caer en el sillón, de un golpe seco-. Por favor Dani, prométeme que no le contaras nada de lo que te he dicho.

                -¿Por qué? No decías que no estabas... –sonrió-. Vaya, por fin lo reconoces.

                -Pero si tan solo, hace un día que...

                -Quien dice que para enamorarse, hacen falta siglos niña –se le acercó-. Y ahora, me prometes que te vas a tomar una semana de vacaciones, que te hacen falta y ahora más. Porque estoy seguro, que te van hacer falta muchas horas de recapacitación.

                -¿Pero y los diseños? –extendió los brazos, hacia donde supuestamente estaban.

                -Hay tiempo para ello, que yo sepa no tienen fecha de entrega. Y ahora, levántate y hazme el favor de marcharte.

                -Esta bien, te voy hacer caso –se levantó con gesto de cansancio, cogió sus cosas y se dirigió a la calle-, te llamaré mañana o pasado. Y no digas nada –le avisó, apuntándole con el dedo.



                Bendelin iba a entrar en su despacho, cuando reparó en la presencia de un hombre sentado en el sofá.

                -Dani... –se extrañó. Hacía unos cuatro años, que no veía a su amigo-. ¡Tío!, Pero qué haces aquí en Londres –Dani se levantó y se dirigió a darle un abrazo.

                -Ahora vivo aquí –sonrió-, hará cosa de unos cinco meses.

-Y Sasha, ¿cómo se encuentra? – le preguntó, mientras le conducía hacia el despacho.

 -Muy bien, está muy hermosa y más ahora, que está embarazada de  tres semanas.

                -¡Guau! Estarás muy contento, por tu futura paternidad –le dijo mientras fue a servirle  una bebida.

                -Sí, tengo muchas ganas de que llegue el momento –su tono de voz se tornó más serio-. Pero verás... Venía averiguar una cosa, aparte de visitar a un buen amigo como tú, después de encontrarme completamente instalado en la ciudad.

                -Claro, pregunta lo que quieras –le entregó el vaso y se sentó encima del escritorio.

                -Pues... Es sobre Leslie Mckendricks.


Bendelin se atragantó con la bebida. Cómo es qué la conocía, se preguntó y porqué le quería hacer preguntas sobre ella.


-¿No lo entiendo, de qué la conoces?

-Somos socios en el negocio de decoración –sonrió, ante la extrañeza de su amigo-. Sí y también sigo con la arquitectura.

-Vaya, seguiste ampliando conocimientos, como siempre –se rió-. Nunca lo pudiste controlar y recuerdo, que volvías loco al decano.

-Sí, es verdad –recordó divertido-. Pero verás Ben, estoy aquí porque mi mujer y yo tenemos mucho cariño a Leslie. Y no queremos, que nadie le haga daño –le comentó-. Y el otro día, vino hecha una furia por tu culpa.

                -En serio –aquello le gustó. Se creía, que Leslie estaba jugando con él y resultaba ser que era él quien tenía los ases, bien cogidos por la manga.

                -No consiguió concentrarse en nada y tuve que mandarla  a casa. Le dije que se tomara unas vacaciones, por que se encuentra muy cansada –le replicó seguidamente-, y sí, todo porque la besaste.


                Aquello le gustó mucho más. Había conseguido atraparla. Las cosas, iban mejorando por su bien.


                -Ben, te lo pido. Si no vas en serio, olvídala inmediatamente. No quiero que le hagan daño, entiendes. Es muy sensible aunque no lo parezca a primera vista.

                -Puedes estar tranquilo. Leslie es una mujer, que me gusta  de verdad y pienso...

                -Así que estas colado por ella –su amigo asintió. Y Dani, se rió para sí mismo. Los dos estaban enamorados y no lo sabían. Bien por Henry... -. En ese caso, yo me voy. Ya te llamaré y quedamos para cenar, con Sasha.

                -De acuerdo. Tengo muchas ganas de volver a ver a tu mujer –dijo un poco extrañado por la repentina y extraña marcha del hombre.


                Cuando se hubo ido, Bendelin se quedó sumido en sus pensamientos. Estaba seguro y ahora más, según le había contado Dani, que Leslie sentía algo por él. Aunque fuese muy poquito. Para él, eso era un punto a su favor, de que lo podía conseguir.




 3º, CAPITULO.-


                -¿Dónde has estado toda ésta mañana? Te llamé a tu casa, pero me dijeron que te habías ido muy temprano.

               
                Dani se paró en seco. No esperaba aquella pregunta y no iba a decirle con quien había estado y menos, de que habían hablado. Si no, se ponía la soga al cuello.


                -Pues, tuve que ir a comprobar unas cosas sobre los diseños del señor Smith... Pero lo qué no entiendo, es qué estás haciendo aquí, teniendo vacaciones y encima tan temprano.

                -Solo venía a visitarte... Pero... No es un poco temprano para ir de visita a casa de un cliente –sospechó un poco.

                -¿Qué? –contestó poniéndose nervioso-. No, no. Éste cliente se marcha muy temprano a trabajar... Bueno, ya me has visto, creo que deberías marcharte. No pintas nada aquí.

                -Vale, ya me voy. Pero estas muy nervioso hoy –Dani no le prestaba atención, esperando a que se marchara-. Me voy en vista de que no me quieres aquí y porqué estas muy raro.

                -No es eso, cariño –dijo soltando unos papeles encima del escritorio-. Es solo, que quiero que descanses. Últimamente  llevas mucho estrés encima.

                -Déjalo ya, quieres –soltó enfadada-. No hace falta que actúes como un padre, ya tengo uno. Y te recuerdo, que es igual de pesado que tú. El pobre está deseando de casarme, para que le dé un nieto. Dice que ya es mayor –le expresó con sorna.

                -Sabe que tú corazón, late últimamente por un hombre al que conoce.

                -Quieres callarte.

                -Pero si es verdad...

                -No, aún no es verdad. A lo mejor, es solo un capricho de peleas.

                -¿Capricho de peleas? Vaya, no sabía que aún estuvieras en la edad del pavo.

                -Ahora sí que me marcho. No tengo ganas de escuchar tonterías.

                -Gallina –la provocó-. Tienes miedo de hablar sobre ello, porque sabes...

                -Adiós, Dani –se despidió, hiendo hacia la salida-. Si me necesitas para algo, no dudes en llamarme.

                -Tranquila, tú vete a soñar como una colegiala.

                -Recuérdame que te pegue una paliza cuando vuelva. Ahora me encuentro muy cansada para ello.

                -Muy graciosa, Les.


                Se cerró la puerta, dejando a un Dani muy aliviado. Esperaba, que Bendelin tuviera cuidado en no irse de la lengua. Sabía que era un hombre al que le gustaba provocar a las mujeres, y cuanto más lista fuese está más insistía. Y Leslie era una mujer, que se ajustaba a todas esas prioridades.


                Dani tenía mucha razón. Esos días de vacaciones que se estaba cogiendo, le  estaban hiendo  de maravilla. Hacía una semana que no aparecía por el trabajo, desde que le hubo contado a Dani, lo que le ocurrió con Bendelin. De momento, la única preocupación que tenía era Bendelin, que por más que quisiera no lograba sacárselo de la cabeza. Por una vez en la vida, que creía haber encontrado al hombre perfecto... Resulta que se chocaba de bruces, con el peor Casanova de todo Londres.





                Ahora entendía, el por que las mujeres se volvían locas con solo escuchar su nombre. Bendelin, lo tenía todo. Ni un gramo de imperfección en su cuerpo. Pero en lo referente a cerebro, el pobre tenía un gran defecto. Podía ser todo un genio en las finanzas, pero seguía siendo el mismo machista que se aprovechaba de las mujeres que se abalanzaban sobre él... En el fondo, él no tenía ninguna culpa. Al fin y al cabo, él solo cogía lo que le ofrecían... ¡Pero igualmente era un cerdo! No tenía ningún respeto por esas mujeres, solo estaba con ellas el tiempo en que tardaba el sol en volver a salir, después del atardecer. Sin llegar a pensar, que con ello ya les asignaba una mera reputación.


                Sería mejor que dejase de pensar en él. Porque cada vez, iba poniendo mala cara y la señora que tenía a su lado en el semáforo, la empezaba a mirar con expresión de temer a que le fuera hacer alguna cosa. Una calle más abajo, recordaba que había una librería muy grande y muy bien surtida. La tranquilizaba bastante, el poder mirar los libros durante el tiempo que quisiera, sin que nadie la molestara. Además, tenía que buscarse un par de libros, ya que no tenía ninguno nuevo para las tardes y noches que deseara pasarlas tranquilas.


                Se encontraba en la sección de espionaje, cuando una voz masculina muy conocida para ella la interrumpió.


                -Sabes, creo que das un poco de miedo al estar buscando un libro en ésta sección –bromeó Bendelin-. Puedo pensar, que estas buscando un crimen cruel para emplearlo conmigo... Pero para ayudarte, te recomiendo mejor la sección de sexo y erotismo. Me han dicho, que hay un libro llamado kamasutra,  que resulta fascinante al ponerlo en práctica...


                ¡Porqué!... Londres era grande y había mucha gente. Y encima en una librería, el lugar en donde menos le gustaba que la molestasen. No sabía si seguir mirando el libro que tenía aún en las manos y no prestarle atención, o cogerlo y aplastarle la cabeza con él.


                -Buenos días, señorita Mckendricks. No esperaba encontrármela en un lugar como éste.

                -Apuesto que el lugar en donde usted pensaba encontrarme, era un lugar cómodo y suave como el satén... Pero lo siento mucho, soy alérgica a lugares como esos. Y es más, según la persona que lo habite, es decir, personas como usted.


                Aguantó la respiración hasta diez y dejando el libro en donde estaba, se alejó como si no hubiera ocurrido nada.


                Bendelin se rió de aquello. Por lo visto se había equivocado, la gatita aún tenía ganas de seguir enseñándole las uñas, en vez de dejarse acariciar como su instinto le indicaba.  Decidió dejarla tranquila por el momento, pero sin quitarle el ojo de encima. También recordaba lo escurridiza que llegaba a ser, en cuanto uno menos se lo esperaba.


                ¡Diantre!. Lo único que le faltaba, tal como tenía la cabeza en aquellos momentos era encontrarse con él. Y encima, que le viniera con bromitas. Cuando tendría que haberle venido hecho una furia, por cómo se hubo marchado el otro día, sin siquiera tratar una palabra del contrato de E.K.


                Aquello había hecho que su padre se preocupase un poco más, de lo que ya estaba. Él decía que Bendelin era un hombre muy listo y que si empezaba a investigar, podía averiguar todo y no quería pensar en lo que ocurriría... Por eso le había llamado una noche, diciéndole que concertara una cita con él, para acabar de aclarar el contrato. Pero pensaba hacerlo cuando lo encontrara oportuno.


                Bueno, ya tenía algún que otro libro escogido. Así que decidió que era mejor marcharse de allí, antes que Bendelin volviera  a molestarla.


                -Son  cincuenta y dos con veinte nueve euros –la cajera, cogió la tarjeta de crédito que le entregó-. Disculpe, tiene la tarjeta caducada y la máquina no me la acepta –dijo, momentos después.

                -Es verdad, no me acordaba. Disculpe las molestias –guardó la tarjeta y cuando fue a pagar en metálico, comprobó que no llevaba  suficiente dinero-. Vaya, lo siento. Le importaría descontarme uno de los volúmenes, no llevo...

                -No importa, señorita –una voz grave y muy conocida, apareció nuevamente por su espalda-. Cóbrelo todo de aquí –le ordenó suavemente a la joven cajera, con una atractiva sonrisa.

                -Sí, señor.

                -¡No! –replicó mordazmente Leslie.


                Estaba consternada, por lo que estaba sucediendo. Solo tenía que mostrarle una sonrisa y la chica se derretía. Haciendo caso a sus órdenes. ¡Por qué tenía que ser tan encantador! Pero que decía...


                -Va mujer, no te me enfades.

                -Es que no quiero deberte nada –intentó calmar los nervios, con una fingida sonrisa.

                -Eso es fácil, ahora me invitas a comer y quedamos en paz –le sugirió firmando ya el tiquet de compra.

                -Por supuesto, no faltaría más -¡Pues lo tenía bien claro! Si se creía que iba a conseguir  algo de aquella forma, iba muy mal encaminado.-. Porque no me esperas aquí fuera, mientras yo guardo en un momento los libros en el coche. Y así, nos vamos en donde tú digas, pero en tu coche –sonrió.


                En el rostro del hombre, se vio por unos momentos la sombra de la duda. Pero aceptó la oferta, diciéndole que no tardara mucho.


                Leslie cogió la bolsa y salió apresurada hacía el coche, en donde dejó los libros en el asiento del copiloto y con sonrisa traviesa, salió del aparcamiento en dirección a su casa. Le encantaría ver como se encontraría Bendelin al cabo de un rato, sin ella aparecer. Seguramente estaría muerto de frío y con cara de pocos amigos, por haberle plantado otra vez.



                -¡Hanna! –gritó Bendelin enfurecido, entrando en su despacho y revolviendo los documentos que tenía en uno de los archivadores.

                -¡Qué? –Matt entró muy apresurado, pensando que algo grave debía ocurrir, para que estuviese de aquel humor.

                -Diablos, en dónde está... –removió más documentos-. ¡Hanna! –volvió a gritar con desesperación.


               
Como no lo detuviera, acabaría por tirar todas las cosas al suelo, pensó Matt al encontrarse con aquel panorama.


                -Por si no te acuerdas –le comunicó con cierta tranquilidad-, hoy es el día libre de Hanna –Bendelin cerró de un golpe el cajón del archivador, produciendo un fuerte estruendo en todo el despacho. Seguro que la gente que había por los pasillos, se habría asustado y saldrían de su alcance durante las próximas horas del día, para no recibir su mal humor.


                Suerte que eran amigos de casi toda la vida y ya le conocía bien, como para saber que solo había que tratarle con calma y no hacer mucho caso a sus sugerencias en momentos como aquellos.


                -¡Mierda! –se pasó las manos por el pelo, mientras pensaba-. Necesito el documento que hiciste de Leslie Mckendricks.

                -No lo entiendo. ¿Por qué ahora, si ya te has entrevistado con ella?.


                Se acercó a uno de los ventanales y apoyó la frente en él. Le gustaba sentir aquella frescura y además, parecía que lo calmaba un poco.


                -El viernes, cuando fui a tomarme una copa con Henry conocía a su secretaria –se calló un momento, recordando aquella imagen-. Como un tonto, me sentí terriblemente atraído por una mujer, por primera vez en la vida. Nunca había sentido sentimiento parecido por una mujer. Así que persuadiéndola un poco, conseguí que quedásemos para el lunes...

                -No entiendo nada –lo interrumpió Matt con extrañeza-. ¿Pero... no era Leslie, quién te gustaba?

                -No tan rápido, Matt –le cortó con mirada irónica-. Que sorpresa es la mía, cuando el lunes tenía que venir nuestra dama, Leslie Mckendricks. Quien resulta ser para mí, Laura la secretaria...

                -Un momento –interrumpió con cierta cautela-, sigo sin entender nada.

                -Muy fácil. Leslie se encontraba utilizando el ordenador de Laura, la secretaria, que no se encontraba en aquel momento. Y cuando me presenté, bueno, solo dije mi nombre de pila ella me dio el de la secretaria...

                -¿Porqué? –preguntó Matt, cada vez más confuso.

                -Eso es una cosa, que aún no he averiguado –sonrió divertido-. Pero te puedes creer que me dijo que no sabía quién era yo.

                -Puede ser...

                -Matt, que salgo en los periódicos todos los días, por no mencionar las revistas y programas del corazón –le espetó incrédulo.

                -Bueno, puede ser que se salte el apartado de financiación cuando le el periódico por que no le sea de su agrado. Y en cuanto a las revistas no las compre, son muchas las mujeres que no lo hacen. Y respecto a la televisión, en cuanto vea que es un programa de esos los salte. Apuesto a que ella también le horroriza por que la hayan sacado más de una vez, siendo quien es su padre.

                -Es cierto –pensó-. Bueno, el caso es que huyó como bien sabes. Pero hoy, me la he encontrado en la librería y ha pasado completamente de mí. Solo que al pagar, tenía la tarjeta caducada y no llevaba suficiente dinero, así que, como buen samaritano...

                -Perdón, dirás como buen playboy –bromeó Matt, sacándole una sonrisa a su compañero.

                -... Pagué su cuenta, sin que ella estuviera de acuerdo. Diciéndole, que me podía devolver el favor invitándome a comer. ¿Qué te crees qué hizo?

                -Según la hora que es y el humor en que has venido... Te ha rechazado la oferta.

                -Peor aún. Me dijo que la esperara afuera mientras guardaba los libros en su coche y así ir en el mío... Pues bueno, aún la estoy esperando.


                Matt se quedó callado unos segundos, mirando a su compañero. Para luego romper el silencio inmediatamente con fuertes carcajadas.


                -Matt –intentó acallarlo-, Matt, ya vale...

                -Lo siento, tío –respiró hondo-. Pero macho, hay que ser tonto para caer dos veces con la misma mujer.

                -Muy gracioso, por eso busco su informe –le recordó-, necesito su dirección para devolverle el favor.

                -Que yo sepa, no es manera de conquistar a una mujer.

                -¿Qué?

                -Nada, nada –mejor era que callara-. Anda, quédate ahí que ahora te lo traigo, lo tengo en mi despacho.

                -De acuerdo, pero no tardes.



                Susana llegaba por la noche a su casa, después de un día de trabajo en el hospital. Esa noche, al igual que la noche de todos los jueves cenaban los tres juntos. Y por lo visto, Ben ya había llegado al estar su coche ocupando la plaza de ella. Menudo morro tenía.


                Cuando entró en el salón, se encontró a su hermano trabajando con el ordenador portátil. Nunca paraba, así que no le extrañara el que no se hubiera casado aún. Solo esperaba que esa mujer, fuera la ideal para él y no una modelo tonta con las que solía quedar la mayoría de las veces.



                -Es que nunca te tomas un respiro –le riñó. Bendelin apagó el ordenador y sonriendo, se acercó a ella.

                -Vaya, hoy vienes agotada –le masajeó los hombros-. Si quieres me voy y así, te puedes acostar temprano.

                -¡No! –se giró-. Tengo que averiguar una cosa antes de que venga mamá.

                -¡AH, ya! –Se dirigió al sofá-. Es una mujer bella, inteligente, dulce y con carácter.

                -¿Y? –se fue asentar al sofá, junto a él.

                -Se llama Leslie Mckendricks. Es diseñadora de interiores, muy buena por cierto. Y creo, que ya casi es mía...

                -Espera... –se regocijó la mujer-, el gran Bendelin Van Holden. Conocido en la prensa del corazón, como el príncipe del amor... Dice por primera vez, casi... Tratándose de una mujer. Caray hermanito, estás perdiendo facultades. ¿Serán los años?.

                -Tú no la  conoces bien...

                -¿A quién no conoce bien? –preguntó María, la madre de ambos, entrando en el salón para anunciar que la cena estaba lista.


                A Bendelin, parecía que se le había atragantado la lengua. Y su hermana, tenía una sonrisa divertida en la mirada. Si su madre se enteraba que estaba interesado en una mujer, era hombre muerto. Lo primero que haría, averiguar quién era y visitarla. Y si le gustaba, empezar hacer planes de boda. No podía consentirlo, pero ahora mismo dependía de su queridísima hermanita.


                -A Verónica, mamá –contestó por fin su hermana aliviando la tensión del hombre.

                -OH, hijo –le amenazó en broma-, como te me cases con una mujer igual de tonta que esa, dejaras de tener madre. Bueno –palmeó las manos poniendo fin al tema-, ahora al comedor, que voy a empezar a servir la cena –comentó mientras salía del salón.

                -Bien hermanito, me debes una y bien gorda, tú lo sabes.

                -Sí, gordita –suspiró, mientras con una mano le revolvía el cabello-. Pero no te pases, según lo que sea no se realizará.

                -Para empezar, deja de llamarme así –empezó a encaminarse al comedor-, lo era a los cinco años.

                -Y me reía mucho, cuando te hacían aquellas dos coletas...

                -¡OH, calla! –Le empujó suavemente-, siempre odié aquello.

               
                Los dos hermanos entraron al comedor, riéndose de los viejos tiempos. Allí se encontraba María sumida en sus pensamientos.


                Estaba segura de que le ocultaban algo. Y que no era precisamente de Verónica, sino de alguien importante. La verdad, es que su hijo llevaba unos días un poco raro y su mirada no era la misma. ¿Sonarían por fin campanas de boda?...


                Esa mañana, amaneció con una suave y tranquila cortina de lluvia. Aunque fuese la mayoría de la población quien detestara aquellos días, a ella le encantaban sin olvidarse también de su queridísimo Tor. Al cual le encantaba revolcarse por la hierba húmeda. Así, que con más ganas salió a correr.


                -¡Tor!... –tenían que darse prisa, la lluvia caía cada vez con más fuerza. Eran cerca de las nueve de la mañana y se maldecía así misma por haber decidido meterse por el otro camino. Éste conducía a unas cuantas mansiones, que se encontraban muy aisladas entre ellas. ¿En dónde demonios se había metido éste?-. Toor!...


                Nada, no se escuchaba ni un alma solo el ruido de la lluvia. No tenía que haber cogido ese camino, era demasiado solitario para su gusto. Porque si le ocurría lago, o aparecía un loco. ¿Quién la iba ayudar?. Entonces, por fin escuchó. Tor se encontraba algo lejos, pero por sus ladridos supo que se encontraba a la altura de la casa que habían pasado hacía un momento. Rápidamente se dirigió allí, por si hubiera ocurrido algo. Aunque lo creía imposible, ya que Tor era como un oso de peluche con la gente.


                A medida que se iban acercando, entre el follaje de los árboles y plantas, vio a Tor en las escaleras de la entrada de la casa, acompañado por un hombre alto, moreno... ¡OH!. Era Bendelin. Sus piernas pararon de correr, quedándose clavadas enfrente de la gran verja.


                Estaba sorprendida, no sabía que viviera allí. No, si ya sabía que no tenía que haber cogido el desvío a la derecha... ¡Y ahora qué!. Se acercaría a él y le saludaría como si nunca hubieses pasado nada, entre ellos. ¡Si claro, y los burros volaban! –Rió con sarcasmo-. Ellos dos no se aguantaban, bueno eso pensaba ella. Estaba segura, que él la besó solo para seducirla y sonsacarle información. Por nada más, porque bien se sabía que él solo salía con chicas estilo Top-model. Dios... Le tenía tanta rabia. Y había sido y era un atonta, por haberse detenido a pensar en la sensación que le produjo aquel beso y el por qué, no conseguía sacárselo de la cabeza. Además, tenía que reconocer que antes de saber quién era él, se había sentido enormemente atraída por él, deseando que fuera diferente a los demás, pero la realidad se le había aparecido bien rápida, por suerte suya.


                Bendelin se le acercó bien sonriente, cubierto por un paraguas y chaqueta negra de sport.


                -Vaya, vaya... –silbó con cierta incredulidad-. Pero fíjense, a quien tenemos en la puerta de mi casa. Acaso ha venido a pedir disculpas o tal vez, para que un hombre como yo...

                -Buenos días, señor Van Holden –le cortó fríamente-. Hoy había decidido cambiar de camino, pero he tenido la mala suerte en ello. Porque me he topado con la persona, que más detesto en ésta vida. Y encima, mi querido perro lo ha tenido que conocer.

                -La verdad, esa confesión tuya me resulta un tanto apestosa, no crees princesa. Pero sé de una persona, que se llama Laura... Que le resulté tierno y cariñoso, nada más conocernos.

                -¡Déjame en paz! –Le dio un pequeño empujón-. Eres un cerdo asqueroso. Solo quieres llevarme a la cama y demostrarles a los demás, que consigues dominarme también como a todas. Y todo, por que soy la única que te ha rechazado hasta ahora. Y encima, no soportas el que te haya tomado el pelo dos veces una misma mujer –empezó alejarse con Tor a grandes pasos. Pero no consiguió andar muchos, ya que fue detenida por un fuerte brazo-. ¡No me obligues a nada!

                -Perdóname, Leslie –le pidió con voz profunda-. Solo quiero decirte, que eso que dices no es verdad –se calló por unos momentos, al ver que la mujer no le daba la cara-. Sabes, estoy  harto de tantos cotilleos, que me crean esa fama de playboy cuando yo no lo soy... Por favor Leslie, mírame –le suplicó con suavidad.


                En ningún momento, él le soltó el brazo y ella, no se dio la vuelta. Solo se quedaron quietos y callados. Cada cual, pensando en lo suyo.


                -Por favor, entra en casa y sécate un poco. Estás muy mojada y puedes pillar una pulmonía. OH sino, sube al coche y déjame que te lleve a tu casa...

                -No, gracias –se giró y lo miró con dureza-. Sé cuidarme, de mi  misma. Y escucha esto, solo quiero hablar contigo por asuntos de trabajo. De acuerdo? No quiero que me dirijas la palabra, para nada más –se soltó de un tirón y salió corriendo de allí.

                Bendelin se la quedó mirando muy enfadado, hasta que hubo desaparecido de su vista. Jamás había conocido a una mujer tan cabezota, como lo era Leslie Mckendricks. La próxima vez que se encontraran, no le permitiría que le tratara de aquella manera...


                -¡Mierda! –expresó enfurecido, dando una patada al aire. Si no le hubiera cogido desprevenido, no hubiera ocurrido aquello.




4º, CAPITULO.-


                EL martes por la tarde, se encontraban Bendelin y Matt, trabajando en el despacho de este primero, muy concentrados en un proyecto, cuando llamaron discretamente a la puerta.


                -Muchas gracias, Hanna. Puedes dejar los cafés encima de la mesilla, junto a los sofás –dijo Bendelin, al escuchar el tintineo de las tazas con el balanceo del caminar de la mujer.


                Matt levantó la vista y se sorprendió al encontrarse a una mujer menuda, pero de gran belleza. No sabía que Bendelin, hubiera contratado un ayudante para Hanna... Un momento, pero que tonto que llegaba a ser. Esa mujer la había visto antes, en el informe que le había entregado de Leslie Mckendricks. La foto no le hacía justicia. Y ahora entendía, por que iba tan loquito el pobre Bendelin.


                -Siempre dando órdenes –dijo, soltando un profundo suspiro Leslie.


                Primero se quedó quieto, tomó aire y levantó la mira para encontrarse a Leslie, con un vestido sencillo de punto color crema, a conjunto de una rebeca y llevando en sus manos, la bandeja del café.

               
                -¿Qué?... –no supo que decir. Y sabía, que Matt encontraría aquello divertido.

                -Buenas tardes, caballeros –dejó los cafés en la mesa-. Tengo entendido, que falta aclarar unos asuntos de trabajo, si no me han informado mal.

                -Vaya, la niña tiene humor –soltó Bendelin, después de haberse recobrado por la sorpresa-. Matt, pon el pestiño a la puerta. No vaya a ser, que nuestra invitada se marche precipitadamente, sin llegar a tomarse el café. Y aquí, no queremos que eso ocurra. Nos gusta, que nuestros clientes se encuentren a gusto.


                Leslie se sentó con gracia en el sofá y empezó a servirse el café, sonriendo al comentario del atractivo hombre.

               
                -Tranquilo, no llevo zapatos deportivos –dijo enseñándole sus zapatos de tacón. Pero en lo que Bendelin se fijó, fue en sus piernas. Carraspeó un poco y se concentró en su rostro.

                -Que yo recuerde, aún llevando zapatos de tacón huiste un par de veces. Así que más seguro echar el pestillo, que confiar en tus piernas –dijo en broma, sacándole nuevamente una sonrisa a Leslie.

                -¿Bueno señores, entonces vengo en un mal momento?

                -Sabe, tengo una curiosidad –se acercó con Matt a la mesilla, para servirse el café-. ¿No se enfada E.K., al no haber hecho ningún trato por el momento?

                -No –dejó la taza en el plato-. Está perfectamente de acuerdo, en todo lo que yo haga. ¿Por qué si no, soy su representante?

                -Eso, si es una buena pregunta –afirmó-. ¿Por qué? –la instó con la mirada a que le respondiera.


                Matt se encontraba asombrado. Por la manera más rara de su compañero, de demostrarle que se sentía interesado en ella.


                -Bueno, son cosas que ocurren... Pero verán, no tengo muchas ganas de hablar de ello. Solo he venido a traer el artículo y mirar cómo será su funcionamiento –planteó cortésmente.

                -Sí, claro cómo no –dijo soltando un suspiro y mirándola por unos segundos intensamente a los ojos-. El caso, es que hoy no tenemos mucho tiempo... Y ya hemos puesto un artículo diferente, para sustituirlo por este mes. De manera, que agradezco mucho si visita, pero siento comunicarle que ha sido en balde... Ya la llamaremos, para el próximo artículo y ver así su funcionamiento.

                Se quedó helada, por unos instantes. Aquello, fue un golpe bien bajo. Pero se recuperó enseguida, ya que no quería perder la compostura delante de él y parecer una tonta vencida.


                -Entiendo. En ese caso, tengo otros asuntos  de que ocuparme que son más importantes –les comunicó mientras se levantaba y trataba de controlar su mal humor.

                -Veo que tiene una vida muy ocupada, señorita Mckendricks –comentó en burla, sin dejar de observarla con mirada burlona.

                -Así es, señor Van Holden –recogió su maletín-. Y por su culpa, he perdido un tiempo valioso para mí.

                -Lo mismo digo del otro día –se giró al ver que no se detenía para despedirse, hiendo con prisa a la puerta.

                -Que yo recuerde, el otro día volvió a sucederme lo mismo. Salvo que fue, más desagradable.

                -¿Está segura?. Porque nadie se ha quejado hasta el momento.

                -Realmente, tiene un ego muy grande. Y me gustaría encontrarme presente, el día en que usted y su ego, se caigan en picado –le reprochó con cierta brusquedad-. Buenas tardes, señor Mathew. Y le doy mis felicitaciones, por aguantar cada día a éste... Mamarracho.

                -Buenas tardes, señorita Mckendricks... –seguidamente, se cerró la puerta con un portazo, que hizo retumbar los ventanales del despacho.

                -Sabes –se giró Matt hacía Bendelin-. Tienes suerte de que no le hayas devuelto la bromita del otro día, quién sabe qué hubiera ocurrido hoy.

                -Quizá fuera hombre muerto –bromeó Bendelin.

                -Ahora, si que creo que las mujeres pelirrojas de nacimiento, son de carácter fuerte.

                -Sí, pero si te digo la verdad –pensó divertido-, me gusta ese carácter en ella.

                -Tú estás loco.

                -No... Y sabes, ya es mía –confesó con orgullo.

                -Tío, teóricamente acaba de decirte que se alegraría mucho de ver tu cabeza colgada de una pared –Bendelin, lo miró por un segundo.

                -Tú no la conoces. Y sobre el asunto...

                -Sé que no debo preocuparme. Tú lo tienes, todo controlado.

                -Cierto.

                -Bien, en ese caso yo me voy. Estoy cansado y por hoy son muchas las emociones que he sufrido. Además, he quedado a cenar con tu hermana.

                -Dale recuerdos de mi parte.

                -Vale –recogió sus papeles-, y no te canses mucho...



                Era sábado y se encontraba muy relajada en el sofá del comedor, leyendo en compañía de Tor. Afuera no es que hiciera muy buen tiempo. Ya que los nubarrones que había, amenazaban con llover. Como no tenía muchas ganas de salir, había pensado en preparar unas palomitas y acercarse al vídeo club, a buscar una buena colección de películas románticas.


                Sabía que lo único que conseguiría al ver aquellos largometrajes, sería deprimirse un poco más de lo que ya estaba. ¿Por qué?. Pues, por no estar viéndolas con una compañía adecuada.



                La verdad, su padre empezaba a tener razón. Cada vez, estaba más cerca de los treinta y seguía soltera. En realidad, ninguna de las relaciones que había tenido había durado mucho tiempo... La más larga,  fue de seis meses. Y se acabó, por que descubrió que era una apuesta. Y el premio, a la cita más corta se lo llevaba Bendelin. Ese cretino tan atractivo. Por más que lo deseara, no conseguía quitárselo de la mente. Y él odiaba el admitir, que se había enamorado de él. Pero no quería reconocerlo, porque no quería caer en las garras del coleccionista de amantes, más despiadado de todo Londres.


                Y para ello, tenía que seguir esquivándolo como hasta ahora. Si se hacía la simpática, él tendría un fácil acceso, como lo tenía con todas las demás. Pero si se hacía la dura y seguía plantándolo, él acabaría por aborrecerla y la dejaría en paz.


                EL teléfono sonó interrumpiendo sus pensamientos. No sabía quien podía ser.


                -Leslie hija –se escuchó, la alegre voz de su padre.

                -¿Papá, ocurre algo?.

                -No, no –la tranquilizó-. Solo llamaba, para que me hicieras un pequeño favor.

                -Dime, pero según lo que sea...

                -Bueno, verás. Ésta noche, doy una pequeña fiesta en casa...

                -Un momento, sabes que no me gusta asistir a tus pequeñas cenas, cuando son aproximadamente unas setenta personas las que asistirán –respondió entre dientes.

                -Cariño, quieres dejarme acabar –suplicó el hombre-, te prometo que esta noche solo seremos seis personas, si vienes tú.

                -Seis... –no se lo acababa de creer.

                -Sí, es para recibir a Rosana. Que ha llegado esta noche...

                -Rosana se encuentra en la ciudad y me avisas ahora –le replicó-. Papá, algunas veces no te entiendo de verdad... Y sí, puedes contar conmigo. Tengo muchas ganas de verla.

                -Perfecto – le agradeció-, verás cómo será una velada muy agradable.


                Bueno, por fin vería a Rosana. Llevaba cerca de un año sin verla, y ciertamente tenía ganas de volver a estar cerca de ella.


               
Rosana. Fue la mejor amiga de su madre. Tenía mucho que agradecerle, por que cuando su madre falleció, ella estuvo al lado de los dos dándoles su apoyo. Además, les ayudó con toda la preparación del funeral, en aquellos momentos tan difíciles. Y cuando le tocó volver a Nueva York, para acabar el último año de la carrera, ella se trasladó allí durante un buen tiempo, para que no decayera en ánimo. Era una gran mujer y la quería muchísimo.


                Bien, eran las siete de la tarde. Eso significaba que solo tenía dos horas para ducharse, peinarse, vestirse y llegar a las nueve, casi a la otra punta de la ciudad. Así que mejor no entretenerse.



                Eran cerca de las nueve y diez de la noche, cuando atravesaba la verja de la entrada. Saludó a Ramón, el jardinero, que estaba guardando sus herramientas en la furgoneta.


                -Buenas noches, señorita Leslie.

                -Hola Ramón, me temo que llego la última –sonrió.

                -Por muy poco, hace unos momentos que ha llegado ese coche negro –le señaló con la cabeza.


                Leslie miró el Bentley negro, con cierta curiosidad. Pero no consiguió averiguar de quien podía ser. Su padre, conocía  a mucha gente en todo el mundo. Se despidió del hombre y fue aparcar su viejo Ford Fiesta.


                Fue Luisa, el ama de llaves quien le abrió la puerta comunicándole que todos los invitados, acababan de llegar.


                -Deme el abrigo, niña –le sonrió-, aún queda un rato para que se sirva la cena.

                -Muchas gracias, Luisa –le agradeció-. Puede que me quede esta noche a dormir, si se decide finalmente a llover.

                -De acuerdo, niña. Ya sabe que su cuarto sigue intacto. Y de esa manera, nos ahorraremos preocupaciones –colgando el abrigo en el armario, se giró a ella-. Venga, a que espera para entrar en el salón.


                Abrió la puerta y saludó a todos los presentes, con educación. Pero en quien tenía la mirada puesta, era en Rosana. Quien nada más verla, se levantó del sofá y se dirigió abrazar a la joven.


                -¡OH, pequeña! –La abrazó bien fuerte-. Déjame que te vea –la separó un poco de sí-, pero si estas bellísima, el vivo retrato de tu madre –sonrió.

                -Sí, pero aún no se me ha casado, por muy bella...

                -¡Henry! –le recriminó-. Hoy en día, una mujer se casa cuando ella crea que es el momento. No cuando tú, lo creas.

                -Rosana... –la calló Leslie, sabiendo que su padre empezaría a discutir, aquella observación.

                -Yo también soy de la misma opinión, Henry.


                Leslie se quedó parada... Ladeó la cabeza, un poco hacia su derecha y vio en el fondo de la habitación, al dueño de aquella voz. Enormemente atractivo, enfundado en aquel traje oscuro mirándola  con gran desinterés.


               
-Buenas noches, señorita Mckendricks –se acercó hasta ella, inclinó la cabeza y la besó castamente en la mejilla. Produciéndole un remolino de sensaciones, en la boca del estómago.

                -Buenas noches, señor Van Holden –respondió con sonrisa falsa-. No lo esperaba aquí, esta noche.

                -Su padre, fue muy amable al invitarme... Digamos que no quería que se aburriera en la velada, sin tener a nadie de su edad –se giró a Rosana-, disculpa si te he ofendido con mis palabras.

                -En esta edad, ya no me ofende nada jovenzuelo. Y creo, que Leslie tiene mucha suerte al tener como compañía para esta velada, a un joven tan apuesto y encantador como tú.

                -Muchas gracias –sonrió-, si me disculpáis –la saludó cortésmente, para dirigirse después hacia donde estaba Henry con otra pareja más.

                -¿Estas bien?. Te has puesto muy pálida.

                -Sí... Estoy bien –le tranquilizó con la mirada-. Seguramente, es culpa de este tiempo.

                -Pues si es así, ten cuidado de no resfriarte –le aconsejó-. Y a propósito, por que ese carácter con Bendelin.

                -¿Lo conoces?.

                -Por supuesto, es raro al menos de que a una persona no le suene ni siquiera su nombre. Y además, es todo un galán.

                -Claro... Pero si yo te contara –le soltó con cierta ironía.

                -Tal vez mañana –la abrazó-, tenemos muchas cosas que contarnos. Pero hay invitados que atender.
               
                -No puedes imaginarte, cuan de interesante que es –se rió con Rosana, mientras se dirigían al comedor-. Pero tienes razón, hay que ser educados.


                Eran cerca de las doce de la noche, cuando se encontraban en la salita tomando el café. Leslie estaba que mordía. Su padre, había hecho que Bendelin se sentara a su lado. Y éste, la había estado ignorando durante toda la cena. No le había dirigido para nada la palabra, y cuando un invitado la incluía en la charla y esperaban su respuesta, él miraba su plato o contradecía todo aquello que decía a propósito. Pero lo peor era, cuando le pedía que le pasara alguna cosa de la mesa, éste se lo entregaba sin mirarla y sin darle una respuesta, ante su agradecimiento. ¡Demonios!, cuanto deseaba que la velada tocara su fin.


                Se dirigió a la chimenea y se sentó en un pequeño sofá, que daba la espalda a los invitados que estaban en el otro lado de la salita riéndose con las historias de Rosana. Mientras que ella se adormecía con el crujir y calor de las llamas.


                -Se te ve cansada –dijo Bendelin, apareciendo de repente  a su lado.

                -¡Qué? –Leslie se reclinó en el sofá, por el susto que le había dado el hombre.

                -Veo que el fuego te está adormeciendo –le sonrió.

                -Vaya, y yo que creía que era tu presencia en la habitación –le contestó con un gruñido y mostrándole sus blancos dientes, al sonreír falsamente.

                -Segura... Mira que siempre me han asegurado que mi presen...

                -Cállate, por favor –añadió con frialdad-. Estoy harta de escuchar tus alabanzas hacía tu  ego.

                -Pues me encantaría demostrarte, lo que puede hacer mi ego –le susurró provocativamente al oído.

                -Eres un maldito arrogante –le contestó, apartando la vista avergonzada de aquellos ojos.

                -Mi pequeña princesa –con suavidad la cogió del brazo y la arrimó hasta él, para poder susurrarle nuevamente-. Eres la primera mujer, que me hace sentir un fuerte deseo hacia ella –le confesó-. Por las noches, cuando me voy a la cama no puedo dejar de pensar en ti y en como...

                -Calla, no quiero escucharte ni un apalabra más –le miró desafiante-. Y creo, que deberías marcharte ya.

                -Por favor –sonrió, levantándole con el dedo índice la barbilla-, estoy seguro que en el fondo no deseas que me marche... Pero el tratar contigo, es como hablar con una mula –bromeó-. Bueno, me encuentro un poco cansado y creo que es hora de retirarse –miró hacía el ventanal, en donde se veía caer una suave cortina de agua, por el momento-. No me gustaría que me cogiera el chaparrón, que se avecina.


                De repente, sintió como Bendelin le plantaba un delicado beso en los labios, para levantarse y dejarla allí sola y desconcertada en el sofá. Segundos después, escuchaba como todos los invitados aprovechaban la marcha del hombre para irse también. Y es entonces cuando reaccionó ante lo sucedido y lo pagaba con los cojines del sofá, arrojándolos al sillón de al lado con cierta agresividad, para tratar de apaciguar la furia que le quemaba la sangre.


                -¿Leslie, querida? –preguntó Rosana acercándose al sofá un poco sorprendida, al ver aquel gesto de ella.

                -Lo siento, Rosana –se levantó apartándose los cabellos de la cara un poco acalorada por su enfado-. Mañana te lo explicaré todo, ahora necesito retirarme a mi habitación para darme una relajada ducha.

                -Sí, claro. Como tú desees –no entendía nada.



                Tres semanas después de aquel último beso, sin verse para nada. Leslie se veía obligada ha romper aquella tranquilidad, hiendo a su despacho a entregar el artículo de E.K., para el próximo mes.


                En todo ese tiempo, no había conseguido quitárselo de la cabeza. Por más que quisiera, no podía olvidarse de aquella repentina caricia, acompañada de aquellas palabras. Ahí, es donde tenía la prueba del por que tenía que sacárselo de la mente. Él mismo le había dicho que la deseaba, pero para una sola noche y no dejaría de intentarlo... Pero lo raro era, que no lo había vuelto a ver, desde hacía casi un mes.


                Pensando en ello, fue a cruzar la calle cuando de pronto, alguien la agarró del brazo con fuerza, intentando devolverla a la acera. Lo primero que se le vino a la mente, es que iban a robarle de manera que empezó a forcejear con aquel brazo, que por más que luchaba no la soltaba...


                -¡Maldita mujer, acaso quieres matarte!


                ¡Bendelin!. Una vez más, el destino volvía  hacer de sus jugarretas haciendo que se topase con él. Fue entonces, al tranquilizarse de que no le iban a robar, cuando vio como aquel enorme autobús frenaba bruscamente, en el lugar de donde él la había sacado. Y como un policía que pasaba por allí, se acercaba corriendo hacía ellos, mientras la gente empezaba amontonarse a su alrededor.


                ¡Dios mío! Si no hubiera sido por él, aquel autobús la habría... Un calor extraño le subió por todo el cuerpo, produciendo que sus piernas flaquearan, mientras la vista se le nublaba por completo.



               
-Leslie... –su voz sonó con preocupación-. Despierta, por favor –le pedía mientras le acariciaba el cabello.


                A lo primero, le dolía un poco la vista pero poco a poco, se fue acostumbrando. Pudiendo ver a Bendelin con cara de preocupación, que se encontraba al lado de otro hombre más mayor, que sonreía con delicadeza.


                -¿Qué...?.

                -¿Te encuentras bien? –preguntó Bendelin, adelantándose al doctor.

                -Solo me encuentro un poco mareada. Pero qué...

                -Es normal, debido al shock que se ha llevado, señorita –le comentó el doctor-. Ahora solo tiene que tomarse el día con calma y verá como mañana, todo a pasado –sonrió, recogiendo su maletín-. Por ahora, deje que éste hombre la atienda debidamente... Bueno, yo me marcho Ven. Y no se preocupe, se encuentra en buenas manos.

                -Ten, bebe un poco de agua –la joven cogió el vaso que le ofreció, en un estado de desorientación.


                Le dio un pequeño sorbo al líquido fresco, mientras iba recordando lo sucedido... No entendía, como se había podido despistar tanto. El tenerlo en la cabeza cada dos por tres, la iba a matar. Bueno, casi lo había hecho, pensó irónica. Ahora que lo tenía a su lado y preocupado por ella, como nunca lo había estado. No quería pelearse con él, por miedo a que la dejara sola. Le gustaba sentirlo así de atento con ella. Y de esa  manera, podía conseguir un  poco de cariño, en vez de tiranía.


                -Menudo susto, un poco más y me da un ataque al corazón...

                -Ah, pero tú tienes corazón –bromeó ella, entregándole una encantadora sonrisa, haciendo que Bendelin se quedara anonadado con ella.

                -Muy graciosa –sonrió-. Pero alguna vez, dejarás de ser tan respondona...

                -Y tú, de ser tan mandón... –le contrarrestó con picardía, para ponerse sería después-. Muchas gracias, Bendelin.

                -De nada –le agradeció, con tierna sonrisa-. Pero por que estas en mi despacho y en cualquier momento, puede entrar alguien –le advirtió en un susurro-, pero tú te llevabas tu merecido por todo.

                -Bla, bla, bla... –sonrió una vez más.

                -Será mejor, que te lleve a casa...

                -¡OH!. Ahora que me acuerdo venía a traerte el artículo.

                -¿Es aquel sobre marrón? –le señaló con la cabeza, un sobre que había encima del escritorio-. Entonces, ya me lo quedo yo. Y ahora nos vamos...

                -Déjalo, soy capaz de ir solita a casa.


                Ven sonrió, ahí tenía nuevamente a la Leslie de siempre. Una bella mujer que demostraba ser independiente, pero que en realidad pedía a gritos que la cuidaran. Ya le había parecido raro, tanta simpatía hacía unos momentos. Seguramente, era causa del desmayo. Pero la verdad, le habían gustado aquellos minutos de perfecta sincronía.


                -Sí, claro... Por eso, ésta misma tarde sino llega a ser por mí un maldito autobús te hubiera engullido, sin esfuerzo alguno –le dijo con cierta dureza.

                -Yo... Lo siento. Te doy las gracias por ello –se le acercó apoyando con delicadeza su mano en el brazo del hombre-. No entiendo, que me ha ocurrido... –Él tenía razón, se encontraba un poco mareada y sería más prudente el que la llevaran-. Cuando quieras, nos vamos –lo miró fijamente a los ojos, viendo como le brillaban por su triunfo con ella.


                Cuando llegaron a su casa, Bendelin le abrió la puerta del coche acompañándola al interior, rodeándola con un brazo por encima de sus hombros.


                -Muchas gracias, yo... –se giró para mirarlo a los ojos.

                -Por que no te pones algo más cómodo –vio como el rostro de la mujer, empezaba a cambiar de expresión-, mientras te preparo un té –le sonrió-. Y no pienses mal, de todo lo que te digo.

                -No lo he hecho –intentó asegurarle, un poco avergonzada por su actitud.

                -Sí, claro. Por eso me has mirado hace unos momentos con ojos de asesina.

                -Está bien, lo reconozco –empezó a encaminarse a su dormitorio-, pero que quieres que haga, uno no cambia sus hábitos así de pronto.

                -Ya te he dicho –le comentó en voz alta desde la cocina-, que lo que se rumorea no todo es cierto.


                Momentos después, apareció Leslie con unos téjanos viejos y jersey color crema. Y sin ningún rastro de maquillaje. Estaba preciosa.

                -Aquí tienes –le ofreció el té, sin dejar de observarla.

                -Mmm.. –Tomó un buen sorbo-. Me encantan las cosas bien calientes en ésta época... –Fue interrumpida, por la sonora carcajada del hombre-. Oye –comprendió ella rápidamente-, quien es ahora el que piensa mal.

                -Perdón –se disculpó, con la sonrisa en la voz-. Pero lo has dicho de una manera que...

                -Es igual, déjalo –le advirtió, sabiendo que alguna cosa provocativa le iba a decir-. Voy a buscar al único macho, que de verdad me comprende y para nada, me provoca ataques de histeria.


                Se dirigió a la puerta de la terraza y silbó. De detrás de un enorme arbusto, apareció el encantador de Tor, que se lanzó bien contento a sus brazos. Después de decirle unas palabras cariñosas, entraron en la cocina, en donde Bendelin los observaba divertido.


                -Si piensas darme celos con él, lo llevas bien claro –bromeó, mientras se agachaba acariciar al animal, que por lo visto lo recordaba del otro día-. Vaya, veo que aún te acuerdas de mí.

                -Sí, por lo visto te aprecia mucho. Algo que no llego a comprender...

                -Entonces, éste perro tiene buen  instinto y sabe reconocer, cuando tiene a una buena persona delante.
                -La verdad, creo que en ese punto te equivocas –se dirigió al mueble, en donde sacó una galleta en forma de hueso para el perro-. Aquí tienes, cielo.

                -Sabes, un poco de celos sí que podría tener, dado el cariño con el que lo tratas. Tu trato hacía mí al lado del suyo, resulta un tanto pedante.

                -¡Eh!. Es un buen amigo, desde hace cuatro años. Y nunca, me ha causado ningún problema como otros –le replicó.

                -Vamos, Leslie –le intentó sonsacar una sonrisa-, a ti te encanta que te causen problemas, admítelo.

                -Claro, como no –le comentó con gesto irónico-, como a ti te encanta resolverlos.

                -Cierto y cuanto más se resistan, más me atraen...


                Aquello estaba teniendo un giro importante, al cual no le hacia mucha gracia profundizar. Además, estaba siendo muy simpática con él y eso, para Bendelin era que la tenía en el bote. Así que, mejor sería darle la vuelta a la tortilla, puesto que ya había  disfrutado lo suficiente de su compañía, como para atontarle las hormonas durante una buena temporada. Sabía que al hacerlo, él se enfadaría con ella y nuevamente volverían a la situación de antes, no sin hacerle él nada por venganza, a tan bajo comportamiento por su parte.


                -Bendelin, muchas gracias por todo. Pero creo que ya va siendo hora de marcharse.

                -Gallina... –la atacó verbalmente.

                -¿Perdón?.

                -No me vengas ahora, haciéndote la tonta. Sabes perfectamente, que tienes miedo al tema que nos estábamos acercando.

                -¿AH, sí? –le dijo con cierta vacilación-. ¿Por qué?.

                -¿Qué porqué? –Sonrió Bendelin-. Porque tú también lo sientes, Leslie. Es algo muy fuerte, verdad. Y te da mucha rabia, porque no puedes controlarlo. Y tú, al igual que a mí, nos gusta tener control sobre todo lo que nos rodea.

                -¿Pero qué me estas diciendo?.

                -Deseo. Así de sencillo, Leslie. Ardemos de deseo, el uno por el otro, desde el mismo día en que nos conocimos.

                -Tú, estás loco –le espetó un poco asustada. Bendelin dio un fuerte golpe a la encimera, haciendo que Tor se pusiera en alerta.

                -¡Por Dios, Leslie! –explotó-. Por una vez en la vida, podrías admitir que es verdad.


                Sin poder aguantarlo por más tiempo, logró articular las siguientes palabras con gran exasperación.


                -¡Vale sí, es verdad!. Me corrompe el deseo, que siento hacia ti. Pero eso no significa, que puedas llevarme a la cama –tomó un poco de aire-. Son muchas las personas que sienten atracción física por otras, es algo normal en la vida. Pero resulta, que si una de esas personas no quiere que ocurra nada, por alguna razón. No tiene ningún derecho a ser  obligada, o peor aún, coger e intentar amargarle la vida por ello.

                -¿Cuál es el problema? –preguntó con un poco de ansiedad.

                -No significa, que sí lo...

                -¡Maldita sea! –gruñó con ferocidad, haciendo que Tor se pusiera a ladrar en su contra.

                -¡Tor! –lo acalló Leslie, con los nervios de punta y los ojos llenos de lágrimas.

                -Quieres dejar de darle otro sentido, a todo lo que sale de mi boca –dijo, en tono impaciente-. Y contestarme, esa simple pregunta... Por favor.
                -¡Porque te amo... ! –dijo haciendo acopio de todo su valor-. Contento...

                -Sí –soltó un suspiro, un tanto extraño sin dejar de mirarla a los ojos-. En realidad, yo lo sabía más o menos... –no sabía que decir. Había esperado tanto el escuchar aquellas palabras, que ahora... -.Dani me comentó...

                -¿Qué has dicho? Repítelo inmediatamente –dijo enarcando las cejas.


                Sin comprender nada -Bendelin cumplió sus órdenes-. He dicho, que un día vino Dani a mi despacho y me comentó...

                -¿Fue una mañana, temprano? –se le acercó mucho.

                -Pues sí, la verdad es que vino muy temprano –sonrió sin seguir entender nada, de lo que pasaba por la mente de la mujer en aquel momento.

                -¡Maldito cabrón! –Sus ojos se llenaron de furia y rápidamente salió de la cocina en dirección al comedor, para volver con su abrigo y arrojárselo a la cara-. Ya te estas marchando de mi casa, me escuchas. ¡Sal!.¡He dicho, que te marches!

                -¿Leslie, pero qué?

                -No quiero volver a verte a ti, ni a Dani, nunca más –se rió asqueada-. Eres un cretino. Desde un principio lo sabías y te has aprovechado de ello, para...

                -Un momento –intentó hablar, pero Leslie cogió un vaso y se lo arrojó sin ningún escrúpulo-. Por favor –le suplicó, mientras esquivaba el objeto. Pero al ver, que ella no cedía y que Tor empezaba a ponerse más nervioso, decidió que era mejor marcharse y tratar de hablar con ella, en otro momento.


                Después de cerrarse la puerta, con cierta brusquedad. Leslie lloró a rienda suelta de rabia... Por la mala suerte que tenía últimamente, con los hombres. Pero Dani, se iba a enterar.




 5º CAPITULO-.


            -¡Maldito seas! –cerró de un portazo, la puerta del despacho de Dani y se apoyó en ella.

                -¿Qué es lo que te ha ocurrido ahora? –preguntó con pesar, dejando lo que estaba haciendo.

                -Tú, Bendelin y todos los hombres del planeta, sin eludir en ningún momento a mi padre –se le acercó, mientras le amenazaba con el dedo-. ¿Cómo has podido?

                -¿Perdón? –En aquel momento, no sabía a que se refería.

                -Primero, mi padre con su insistencia en que me case, para darle un nieto. Segundo, el que Bendelin le guste jugar conmigo, como si fuera un títere, porque él sabe lo que yo siento por él. Y tercero, tu fuiste el que le contó todo, aquella mañana temprano –al ver que el hombre iba hacer algún comentario, le silenció rápidamente con gesto de mano-. Pues bien, escucha bien lo que te digo y transmítelo como tan bien sabes hacer... Estoy harta de vosotros tres. No voy a dar ningún nieto, porque no voy a casarme. Y por mí, Bendelin se puede ir al infierno con su seducción. Porque paso de él, ya no existe para mí ese hombre desde este mismo instante. Todos sois iguales. Y tú, vete al cuerno, por lo que a mí concierne no eres el prototipo de un buen amigo. En lo que respecta al negocio hablaremos como personas educadas, pero para mí serás como un desconocido de ahora en adelante.

                -Leslie, un momento –suplicó con miedo.

                -Así, que me marcho por una buena temporada lejos de vosotros. Y no pienso deciros a donde. He llegado a mí límite, créeme –se volvió hacia la puerta-. Que no se te olvide nada de lo que te he dicho –le dijo casi gritando-. Y dile a mi padre, que no se preocupe yo ya soy mayorcita...


                No pudo hablar, porque estaba sorprendido. Sabía que era una mujer con carácter... Pero no lo había visto hasta el momento. Estaba seguro, que principalmente el culpable era Ven. Y tenía que ir a verlo urgentemente.



                -Laura –la llamó Leslie, en voz baja-. Quiero que cuando termines, te pases por mí casa. Tengo que comentarte una cosa muy importante.

                -¿Te ocurre algo? –le preguntó, al notarla más seria de lo normal.

                -¡Pues, que estoy hasta el cuerno de todos ellos! –gritó, sin poder remediarlo-. No puedo aguantar más, necesito tiempo para...

                -¿Pero quién son ellos? –preguntó, sin seguir bien el hilo de la conversación. Por mala suerte, su padre salió en aquel momento de su despacho.

                -Ya me parecía, que había oído tu voz –se le acercó, para darle un abrazo. Pero Leslie lo miró por un momento con un poco de frialdad por primera vez, haciendo que este se quedara clavado en donde estaba.

                -Acuérdate de lo que te he dicho –le dijo con apresuramiento, para salir corriendo de allí por las escaleras. Dejando a su padre, muy confuso.

                -¿Le ocurre algo, Laura? –se giró a ella, con cara muy preocupada.

                -No, no. La verdad, es que tenía mucha prisa –intentó tranquilizarlo un tanto nerviosa, porque sabía que él no se lo creería, aunque disimulara. Pero le daba pena, porque había visto su cara, cuando Leslie no le había dicho nada.

                -Sí... Seguramente, es eso. Últimamente trabaja demasiado –le sonrió-. Bueno, me voy un rato dentro.


                Laura se quedó un poco más tranquila, al ver que Henry no iba a seguir insistiendo. Pero ya le valía a Leslie, lo que le había hecho.

                -Hola, empieza hacer un frío que pela –saludó la joven, en cuanto Leslie hubo abierto la puerta.

-Sí –le cedió el paso-. Adelante, estoy acabando de hacer las maletas.

                -¿Maletas? ¿Adónde te marchas y porqué? –le preguntó, mientras se sentaba en la cama-. ¿No será por un trabajo de E.K.?

                -No. Verás, todo empezó el día que quedemos para tomar un café... –Leslie le fue explicando todo lo ocurrido con Bendelin-. Y no puedo creerme, que Dani haya sido capaz de hacer una cosa como esa.

                -¡Bendelin Van Holden! –estaba asombrada-. Serás... Porque no me dijiste nada, sabandija. Menudo hombre...

                -No sé, porque no te dije nada –pensó un poco arrepentida-. Solo sé, que tengo que respirar un poco de los hombres. Estoy harta, Laura.

                -Está bien –acabó por ceder-, yo te cubro todo.

                -Gracias, muchas gracias –la abrazó-. Ya he alquilado una casita en un pueblo –le entregó un papel-. Aquí tienes la dirección, por si surge alguna cosa...

                -Bien –resopló un poco triste-. Es muy tarde y debo marcharme. En casa estarán preocupados, porque no he avisado que llegaría tarde –la volvió abrazar con cariño-. Ten mucho cuidado, quieres.

                -Tú estate tranquila –la acompañó al coche, para despedirse de ella.



                EL ruido insistente del timbre, rompió la tranquilidad de la casa. Que él supiera, no esperaba a nadie a las doce de la noche. Fue abrir la puerta, justo en el momento en que aquel pesado volvía a dar un par de timbrazos más, con cierta efusividad.


                -¡Pero bueno! –gritó con enfado, al abrir la puerta. Detestaba que la gente fuera tan desesperada y que se lo tomara con el timbre-. ¡Dani!. ¿Qué haces aquí, a estas horas? Pasa hombre...

                -¡Vengo a echarte una bronca! –le reprochó, cuando entró en el  vestíbulo.

                -¿Porqué?

                -Por que le tuviste que contar lo de mi visita –gritó enfurruñado.

                -Espera, será mejor que nos sentemos –lo condujo a la sala de estar, en donde la chimenea estaba encendida-. Tengo que admitir, que no hice bien en decírselo, pero ocurrió algo entre nosotros que no me quedó más remedio...

                -¿De veras?

                -Hoy venía Leslie a mi oficina, pero la intercepté por la calle y evité a que la atropellara un autobús...

                -¡Qué!...

                -Bueno, por la impresión se desmayó y la subí a mi despacho, en donde vino mi doctor a examinarla –se levantó y fue al mueble bar, a servir una bebida para los dos-. Como se encontraba un poco mareada, la acompañé a su casa –tomó un sorbo de la fuerte bebida-. Allí las cosas cambiaron. Porque después de estar un rato hablando, tocamos un tema delicado que ella se negaba admitir. Así, que yo me enfadé mucho y fue entonces, cuando por fin me confesó que me amaba –dijo, enseñándole una sonrisa amarga-. Pero tonto de mí, que en vez de decirle que yo también, le comenté que yo ya lo sabía de cuando...

                -Aquella mañana...

                -Sí – se pasó una mano por el cabello-. Entonces se enfadó conmigo y me echó de allí –soltó un suspiro, bien profundo.

                -Pues la hemos cagado –confesó con seriedad-. Y digo hemos, porque somos tres los culpables de que haya cogido carretera y manta, por una buena temporada.

                -¿Cómo?

                -Que la señorita ha desaparecido del mapa, por una buena temporada.

                -¡Imposible! Pero si ésta mañana...

                -Hoy en día, programarte un viaje para marcharte al momento, es de lo más fácil.

                -No lo entiendo... –se sentó preocupado.

                -Verás, hace tiempo que su padre la va acosando de que él es mayor y que le gustaría que se casara y le diera nietos. De modo, que lleva cierto tiempo haciendo de casamentero  con muchos jóvenes. Luego, vienes tú –Bendelin lo escuchaba  desconcertado. Ahora entendía el por qué se hizo pasar por secretaria-. Y yo, con mí traición a su palabra. Me vino hecha una furia  -escondió la  cabeza entre las manos-. Ven, se ha llevado toda su ropa, su perro y ni siquiera se ha despedido de su padre.

                -¿Cómo lo sabes?

                -Cuando no la encontré, llamé  a su padre y fue Laura, quien me dijo lo que había ocurrido allí...

                -Vaya –no sabía que decir. Por lo visto, era una mujer muy cabezota. ¡Maldita sea! Porque tenía que ser tan bocazas algunas veces-. No te preocupes, averiguaré en donde está.

                -Gracias –soltó un suspiro-, será mejor que me marche. Mi esposa también estará preocupada por mí –se levantó del sillón-. ¿Por cierto, en donde estabas hoy? –Preguntó con curiosidad-. Te he estado buscando por todas partes y no te he encontrado.

                -Tenía muchas cosas en que pensar, sin que nadie me molestara –le explicó-. Esta noche mejor descansemos. Mañana será un día agotador –lo acompañó a la entrada y una vez que se hubo marchado, se dirigió a su despacho un tanto preocupado.


                Como había podido ser tan idiota. Sabía que la manera en que le comunicó todo, la molestaría. Tenía que encontrarla y hacerle ver, un par de puntos muy importantes.



                -¡Cómo! –Se alzó el hombre-. Me estáis diciendo que mi hija Leslie, se ha marchado por un largo tiempo a no sabéis dónde –preguntó poniéndose histérico-. Y que la culpa de ello, la tenemos los tres.

                -Sí –respondieron los dos hombres al unísono, con cierta preocupación.

                -¿Y estás seguro Dani, que en parte no se ha marchado a trabajar sobre sus cosas?


                Bendelin se extrañó un poco. No acababa de entender, el por qué le decían que se marchaba por sus cosas. Algo le ocultaban.


                -Depende de su estado de humor, puede que haga algo. Pero no es por ello, Henry –le aseguró con franqueza.

                -Sí, ya sé. Seguro que la mía, es meterles  por las narices a tantos pretendientes y el que insista tanto, en tener un nieto –reconoció un poco enfurruñado-. ¿Y vosotros dos?

               
-Bueno –Dani se atragantó por un momento-. No le demostré mi integridad como amigo, en un tema ciertamente un tanto delicado. Pero lo tuve que hacer, porque la aprecio mucho y no quería que le hicieran daño.

                -Y yo... –no sabía cómo decirlo. Para Henry, solo conocía a Leslie del anoche aquella en su casa-. Primeramente la besé –Henry alzó las cejas, provocándole una sequedad en la garganta-. Bueno y eso llevó a que ella se enamorara de mí y yo de ella. Pero ha habido un par de factores, que han hecho que no funcionase bien la cosa...

                -Entiendo...

                -Hay más –lo interrumpió-. Me gustaría convertirla en mí esposa.

                -¡Vaya! –exclamó sorprendido-. Bueno Ven, tú me parecías un chico ideal para ella, es decir, con carácter. Pero no dije nada, porque mi hija no es que hablara como los ángeles sobre ti.

                -Sí, lo sé –dijo, con una sonrisa torcida.

                -Por otra parte, sé de alguien que tal vez nos puede ayudar con lo de su paradero –apretó el intercomunicador y a los pocos segundos, apareció Laura.

                -Buenos días, caballeros –saludó cortésmente.

                -Laura querida –le indicó Henry.
                Así que esa era la verdadera Laura. Se veía una chica seria. Pero era de unos rasgos preciosos, como le había dicho Henry si no recordaba mal. También le había dicho que eran muy amigas, desde niñas.

                -Por casualidad, no sabrás algo de Leslie.

                -Perdón, no le...

                -Tranquila cariño, ellos son como de la familia –le comunicó, para que hablara sin ningún temor.

                -No sé a qué te refieres, Henry –el pulso se le estaba empezando a disparar.

                -¿Seguro? Porque el otro día, estuvo aquí y se marchó corriendo, nada más aparecer yo –la miró a los ojos-. Pues resulta, que se ha marchado a un lugar que desconocemos, por quien sabe cuánto tiempo. Por unos motivos que nos concierne a los tres...

                -¿Qué?- intentó poner todo la sorpresa que pudo, en su joven rostro-. ¿Pero no ha dejado una nota, ni nada?...

                -Nada –afirmó.

                -Seguro que no se ha marchado, pos sus asuntos.


                Otra vez. Y a era la segunda vez que volvían a mencionar lo mismo, pero omitiendo los detalles. Por lo visto, Leslie tenía algo que ocultar...

                -En fin –suspiró-, puedes marcharte. Pero si averiguas algo...

                -Tranquilo Henry, en cuanto sepa algo vendré a comunicártelo. Henry observó a Laura, salir apresuradamente del despacho. Para reanudar seguidamente, la conversación.

                -Ella lo sabe –comunicó mirando al vacío.

                -Pero si lo ha negado –soltó Bendelin.

                -Conozco a Laura, como si fuera hija mía –la cosa iba en serio y no había manera, de saber en donde se escondía-. Chicos, será mejor que la dejemos tranquila. Si Laura no me ha dicho el paradero, es porque mi hija quiere estar sola.

                -¡Ni pensarlo! Os aseguro, que la voy a encontrar –afirmó Bendelin-. Tengo que hacerlo, Henry.

                -Muy bien chico, pero no quiero saber lo que pueda ocurrir.

                -Gracias –cogió sus cosas y miró a los dos hombres-. Si no os importa, tengo muchas cosas que hacer.

                -No tranquilo –le aseguró Dani-. Si me necesitas, házmelo saber –le confirmó, dándole un apretón de mano.


                Los dos hombres se quedaron solos, sumidos en un silencio de preocupación. Querían hacer cosas al respecto, pro tenían las manos atadas. Por muy cabezota que llegara a ser algunas veces aquella mujer, tenían que respetar algunas decisiones que esta tomaba, por muy en contra que estuvieran. Ahora solo tenían que esperar. Ya habían hecho suficiente para que se alejara.


-¿Crees, qué la encontrará? –preguntó Dani.

-Sí –le aseguró muy confiado-. Y también, quien se esconde tras en nombre de E.K.

-¿Debemos preocuparnos por ello?

                -No. De momento, nuestro plan ya se encuentra en marcha –sonrió-. Sí, con un pequeño contratiempo, pero estoy seguro que no debemos preocuparnos.

-Pensé que iban a tardar más tiempo en conocerse y darse cuenta, que están hechos el uno para el otro.

-Bueno, mejor así. Ahora solo hay que esperar a ver qué ocurre –se calló un momento-. Pero podrías también tratar de encontrarla, pero solo para comprobar que se encuentra bien. Sin que ella se entere de ello.

-Lo intentaré. ¿Pero si la encuentro, corro a decírselo a Bendelin? –sugirió.

-No –le contestó-, no lo hagas. Creo que es mejor que la encuentre él, por sí mismo.



Llevaba un día allí, y lo había pasado instalándose. La casa era preciosa, pero le hacía falta una buena limpieza. El pueblo era encantador  y la gente de allí era muy agradable, por lo que había podido comprobar a la hora de ir hacer algunas compras. Nadie la miraba de forma rara, por que muy pronto habría una gran fiesta y por lo visto acudía mucha gente de los alrededores. Cuando fue a la ferretería para comprar bombillas y otras cosas que hacían falta cambiar, conoció a Carlos. Un joven cercano a su edad que nada más verla entrar por la puerta le dijo que la veía una chica simpática y guapa. Así que se ofreció a ser su guía, por el pequeño pueblo. Y que si no tenía nada que hacer, estaría encantado de presentarla a sus amigos, para que no se aburriera en su corta estancia.


Se encontraba preparándose unas patatas con carne, cuando llamaron por teléfono.


-Sí –contestó segura, sabiendo que solo podía ser Laura. Pues era la única que tenía el teléfono de la casa.

-Leslie soy yo, Laura –dijo en voz baja-, te llamo para decirte que aquí se ha formado un campo de batalla.

-¿Qué?

-Pues que tu padre, Dani y Bendelin, están preocupados. Bueno, parece que Bendelin el que más, puesto que ha salido de aquí corriendo, para empezar a buscarte...

-¿No le habrás dicho nada...? –preguntó asustada.

-Tranquila, no he dicho  ni una palabra –le recriminó-. Aunque no estoy muy conforme con lo de tu escapada, sin decirle nada a tu padre y por lo menos también a Rosana, en cuanto se entere de lo que ocurre...

-OH, no te preocupes por Rosana. Ella me entiende perfectamente.

-Creo que tu padre sabe que yo estoy enterada de todo, pero no ha insistido en ello.

-Perfecto. Bueno, te cuelgo que tengo la comida al fuego.

-Bien, ya te llamaré para ir informándote.

-Hasta luego y muchas gracias, Laura.

-Para que están las amigas –Sonrió alegre.



-¡Mierda! –Bendelin tiró todos los informes, carpetas y complementos al suelo de un golpe, que tenía encima del escritorio. Para levantarse y dirigirse al aseo, ha refrescarse la cara. Mientras se secaba la cara, vio en el espejo a Matt que miraba todo aquel desastre con cara de pesar.

-Vaya, advertiré a la gente que no abran las ventanas, por la fuerte corriente de aire que hay hoy –comentó.

-Muy gracioso –dejó la toalla en el toallero y se dirigió a él-. Me voy a tomar un café, a ver si consigo concentrarme aunque sea un poquito.

-Me apunto. Últimamente, me agoto muy rápido...

-A ver si te vas a poner enfermo, con ésta pasa de gripe que hay.

-No me seas gafe. Aunque no estaría mal –sonrió maliciosamente-, así vendría tu hermana hacerme de enfermera y me mimaría... –se calló rápidamente al soltar aquel comentario. Sabía que Ven, volvería a pensar en ella. Habían pasado seis semanas y no había modo de encontrar a Leslie-. Voy un momento a por  mí abrigo.

Se encontraban sentados tomándose el café, cuando se les acercó Jack, el dueño del café.


-¿Cómo estáis chicos? –Se sentó en una silla y le entregó una revista, al tiempo que le contestaban los dos hombres de forma desanimada-. No entiendo como podéis estar tan tranquilos, cuando el columnista ese ha escrito un artículo para otra revista que no es la vuestra.


Los dos hombres, lo miraron confuso mientras cogían la  revista y miraban el artículo escrito en ella con cara de asombro. Matt no se creía lo que estaba viendo y a Ben, se le asomaba una sonrisa cada vez más grande.


-¿Qué le encuentras de gracioso? –Le preguntó Matt-. Encima se ha marchado a la competencia cuando aseguró que se quedaba con nosotros, y ya informamos a nuestros lectores de ello...

-Marchémonos de aquí –miró a Jack-. Tranquilo, sabes que me gusta tu bar y tu buen humor... Es solo que hay algo importante que debo descubrir y todo gracias a ti... –cogió su abrigo y salió corriendo de allí, con Matt pisándole los talones.

-Conociéndote, te vengarías inmediatamente de esa persona. Pero no entiendo, el que te rieras de ello –pudo preguntarle, cuando se detuvieron en un semáforo. Pero Bendelin aprovechó aquel momento para hacer una llamada por su móvil.

-Sí, exacto –miró la portada de la revista, que se había llevado sin ningún permiso-. Quiero que me conciertes una entrevista, con el director de la revista EXIT –miró a Matt con triunfo en la mirada, mientras finalizaba la llamada.

-No comprendo nada.

-Es muy fácil –cruzaron la acera y entraron en el edificio, dirigiéndose rápidamente al ascensor-. Puedo averiguar el paradero de Leslie – entraron en el despacho-. No es ella la representante de E.K. Y no deberá de entregar unas señas, para que puedan localizarla por si hay algún problema.

-Cierto –sonrió pensativamente, mientras se apoyaba en la puerta del despacho-. Si lo consigues, me avisas. De mientras, voy acabar los últimos detalles con empresas Carson.

-¿Está todo listo para la presentación?

-Todo, sin ningún problema –abrió la puerta-, me voy y así te dejo tranquilo, para que hagas lo que tengas que hacer.


Bendelin se sentó cómodamente y se releyó palabra por palabra, el artículo de aquel columnista tan querido de Leslie.



-Sí –Laura cogió el teléfono, quedándose helada al escuchar la voz de su amiga-. ¡Pero cómo me llamas al trabajo, estás loca! –dijo con gesto de perplejidad.

-Vaya, gracias por preguntar por si me encuentro bien –confesó con sarcasmo.

-Perdona. Pero este no es buen lugar, últimamente Bendelin ronda mucho por aquí –le contestó en un susurro-. Date cuenta, que puede averiguar en...

-¿Y para qué va  a querer encontrarme ese sabandija?

-No sé –sonrió burlonamente-.Pero a ti bien que te gustaría...
-No digas más bobadas, Laura. ¿En fin, te vas a venir este fin de semana?

-Si tu padre y Rosana, no me dan mucho trabajo, puede que vaya hacerte una visita.

-Bien. ¿Y cómo te va con Rosana? –preguntó.

-Es un trozo de pan. Y debo comunicarte, que hace muy buenas migas con tu padre...

-Tranquila, no me voy a enfadar. Mi padre ya es mayor y han pasado dos años de la muerte de mi madre, ya es hora de que vuelva a rehacer su vida.

-Lo mismo te digo, guapa –bromeó.

-Muy graciosa –le reprochó-, llámame por si te vienes.

-Sí, no te preocupes. Hasta pronto –colgó el teléfono con una sonrisa, para encontrarse a un Bendelin con mirada muy curiosa-. ¡AH! Menudo susto... –se llevó la mano al pecho.

-No entiendo que tiene este despacho, para que asuste a todas las mujeres que se encuentran tras el escritorio –sonrió.

-Perdón, no entiendo...

-Disculpa, son cosas mías –la miró un momento con cierta cautela-. No estarías hablando con Leslie, verdad –inquirió.

-¡No! –se puso un poco nerviosa-. Si lo hubiese hecho, da por hecho que ya estaría informando a Henry.

-Perdona, que estúpido que soy –Mentía. Había escuchado parte de la conversación perfectamente. Y sabía que intentaría encontrarse con ella ese fin de semana. Perfecto -. Bueno, voy a saludar a los de ahí dentro.


Lo miró en silencio, mientras este entraba en el gran despacho. Sabía perfectamente por lo que había oído a escondidas, que Bendelin  sentía algo por ella y que no era nada pasajero, según le había contado Leslie. La verdad, si los dos se sentían mutuamente atraídos, y no estaban juntos por tantas tonterías. ¿Por qué no echarles un pequeño cable? Así se acababa aquella locura.



Bendelin golpeó la puerta y entró en la habitación, en donde se encontraban reunidos Henry, Rosana y Dani, tomando un café.


-Buenas tardes caballeros y damas –le dijo con cariño a Rosana. A quien Ven le tenía mucho cariño, desde que la conoció el primer día hace ya tiempo.

-Miren quien ha llegado –se levantó la mujer y se le acercó, para echarle un vistazo a su indumentaria-. Henry, ya tengo pareja para ir a bailar y poder presumir ésta noche. Ya que tú no quieres venir –le espetó con sorna, mientras le guiñaba un ojo a Ven y le hacía sonreír.

-Mujer... –se vio arrinconado-, es que no soy para nada buen bailarín.

-Para eso estoy yo, te enseñaré lo más esencial. Vaya joven –le dio un pellizco en la mejilla-, hoy se te ve muy animado.

-Sí, tengo motivos para estarlo –fue a servirse una taza de café-. EH averiguado una cosa muy importante –aquello provocó que Henry y Dani, se pusieran en alerta. Lo cual, no pasó desapercibido para Ven.

-¿Y qué motivos son esos? –preguntó Dani.

-En cómo dar con el paradero de Leslie.

-¿Y cómo muchacho? –preguntó Rosana, sentándose.

-Bueno, tengo un par de ases escondidos en la manga –los miró-, los cuales no pienso revelar.

-¿Por qué? –Se sobresaltó Dani-. Todos aquí presentes, tenemos derecho a saber en dónde se encuentra.
-Dani... Tranquilízate –interrumpió Henry con voz calmada-. Bendelin tiene sus motivos y se entiende, que si intervenimos puede que lo fastidiemos todo.

-De acuerdo –reconoció después de estar un tiempo meditándolo.

-Gracias –suspiró Ven.

-Bueno, que os parece si nos vamos a picar, porque yo tengo hambre –intervino Henry ya más tranquilo.



Laura se encontraba sentada frente al ordenador, pero con la mirada lejos de allí. Estaba pensando si ayudar a Bendelin y decirle, el paradero de su amiga. Pero había prometido que no abriría la boca... Siempre y cuando, no ocurriera algo que le hiciera cambiar de opinión sobre su bienestar.


-Laura cariño –se le acercó Henry-. Nos vamos a llenar la barriga, ¿te apetece venirte?

-No, gracias. Hoy tengo cosas que hacer.

-Bueno, pues te esperas un rato y si no hay llamada importante que atender te vas para casa.

-Muy bien –contestó agradecida.

-Sí, y no hace falta que mañana Sábado vengas –habló Rosana-. Pues no hay nada importante en la agenda, que  no podamos atender nosotros.

-Entonces, hasta el lunes –se despidió cordialmente.


Todos entraron en el ascensor menos Bendelin, que volvió al despacho con la excusa de que se había olvidado de algo. Momentos después, se acercaba a Laura.


-Laura, perdona –preguntó con seriedad-. ¿Tú sabes su paradero, verdad? –Hubieron unos segundos de tenso silencio, en donde Laura luchaba por decirle la verdad.

-Sí –respondió con firmeza, produciendo que la tensión se evaporase al instante -. Y ciertamente, creo que deberías de saber en donde se encuentra esa testaruda.

-Gracias –Bendelin la abrazó momentáneamente, por encima del escritorio haciendo reír a la joven.

-De nada, ojala algún hombre se preocupara así por mí –suspiró, mientras cogía su bolso y le entregaba un papel en donde estaba anotada la dirección-. Si vas este fin de semana, te aviso que se celebra una fiesta allí y habrá mucha gente. Y por favor, no le menciones mi nombre por nada del mundo.

-Sí, señora. Lo que usted mande –le manifestó con alegría.

-Y tener cuidado, por lo que más queráis.

-Dalo por hecho. Me marcho ya, que me están esperando una manada de hambrientos. Y una vez más, gracias por depositar tanta confianza en mí.


Hoy era un día de mucha suerte. Tenía que comunicar a Hanna, que anulara la entrevista con el director de la revista Éxito. Y mejor que ese fuera a dormir bien temprano, ya que había que madrugar.




 6º CAPITULO.-


EL lugar se encontraba repleto de gente. Leslie estaba en la plaza comprando algo de fruta, mientras observaba los preparativos de última hora. Todo estaba quedando muy hermoso, adornado con flores, luces, muñecos hechos por la gente de tercera edad  hechos con escayola, y pintado por los niños del pueblo. Estaba segura de que esa noche se lo iba a pasar en grande, con Carlos y sus amigos...



-Espero que sea de su agrado, señor Van Holden.

-Sí, es perfecta. Muchas gracias –le agradeció, dándole al joven una pequeña propina por llevarle las maletas. Aquella habitación no era muy grande, pero tenía una decoración muy acogedora. Se acercó al balcón, para admirar tan magnífica vista del hermoso jardín del hotel. Le encantaría darse un paseo relajado por él, pero tenía trabajo que hacer.


Abrió el maletín, para sacar el ordenador portátil. Primero tenía que realizar unas cartas y revisar unos informes, para enviárselos a Hanna por el servicio de fax  que disponía el hotel. Luego, se relajaría con una ducha y con una buena siesta, para estar bien relajado en su encuentro con Leslie.



Se encontraba bailando con el grupo de chicos y chicas, cuando por fin Bendelin apareció en la fiesta y la encontró. Estaba muy guapa, vestida con téjanos y jersey blanco de cuello de barca. Parecía de la misma edad, con los chicos que se encontraba. Pero él sabía que no, que era toda una mujer. Una mujer con carácter y pasión, en vez de una niña mimada y sin saber nada de la vida aún. Decidió acercarse al grupo con tranquilidad y con simpática sonrisa.


-Buenas noches a todos –sonrió.


Todos los saludaron con educación y enseguida le ofrecieron una copa, felices porque otra persona se les uniera al grupo. Cuantos más fueran, más bien se lo iban a pasar. Bendelin agradeció la bebida y mientras le daba un trago, vio a Leslie muy sorprendida de su presencia allí.


-Buenas noches, Leslie –la saludó con su voz aterciopelada.

-¿Ya os conocéis? –preguntó Carlos, el chico con el que Leslie había hecho más amistad.

-Sí...Nos conocemos por su padre, por su socio y porque tenemos un asunto importante que aclarar... –explicó Bendelin, sin dejar de mirarla atentamente.

-Vaya –miró Carlos a Leslie-, no me dijiste que iba a venir él aquí.

-Es que a mí tampoco me han informado de ello –contestó con un poco de hostilidad. Para luego apartarse y  dirigirse a una chica-. ¿May, me acompañas un momento al servicio?

-Claro –se ofreció la chica encantada-, yo también tengo que ir.


Cuando las dos jóvenes se disponían a marcharse, Bendelin sujetó a Leslie por el brazo y la fulminó por unos momentos con la mirada.


-Tenemos que hablar –dijo en tono cortante.

-Tranquilo, no me voy a escapar –sugirió en broma.

-Eso espero –concluyó la charla, dejándola ir.


Carlos había observado la escena atentamente sin perder detalle alguno.  Por lo que le había comentado ella, había huido para tomarse unas vacaciones debidamente. Pero por lo visto, no era del todo cierto.
-¿Ocurre alguna cosa entre vosotros dos?

-Perdón...

-Bueno –apoyó las manos en los bolsillos traseros de su pantalón, en un gesto poco nervioso-. Leslie me dijo que estaba aquí de vacaciones. ¿Pero ahora creo que no es cierto, me equivoco?

-N, no te equivocas –dio un buen trago-. En verdad, es algo muy difícil de explicar pero trataré de hacerlo lo mejor que pueda –miró al joven con seriedad. Por alguna extraña razón le caía bien-. Nos conocimos sin saber quién era en verdad el uno y el otro. Es decir ella me dio el nombre diferente y yo solo mi abreviatura...

-¿Por?...

-La conocí pensando que era la secretaria de su padre, pero eso me era igual, me enamoré al instante de ella y la invité a cenar. Ella, viendo que no reconocía quien era en verdad, aceptó encantada dándome el nombre de la verdadera secretaria, para que no hiciera como los otros hombres, cazarla por su fortuna y la de su padre...

-A ti se te ve que no te hace falta jugar así de sucio, porque eres un hombre de dinero –sonrió Carlos.

-Digamos, que sí –respondió con una sonrisa-. Que mala suerte, que el día que quedamos para cenar, yo había quedado con la hija del señor Mckendricks, por asuntos de trabajo...

-Que supongo que es Leslie.

-Cierto. Henry, su padre que me había hablado alguna que otra vez de ella. Diciéndome que se encontraba en Nueva York estudiando. Pero yo nunca la había llegado a conocer, ni siquiera en fotografía –volvió a dar un trago-. Me enfadé tanto, porque  me hubiese mentido. Al principio, pensaba que lo había hecho para burlarse de mí o hacerme creer que no sabía quién era yo y así cazarme, como muchas han intentado últimamente. Hasta que me dijeron hace poco, que su padre hacía últimamente de casamentero...

-¡Que horror! –Exclamó el joven-. Ya me imagino a la pobre Leslie, teniendo que soportar a tantos...

-Sí, es cierto –pensó por un momento-. Y cuando estuvimos solos en mí despacho, no sé por que sentí la necesidad de tomarla en mis brazos y besarla. Fue entonces, cuando comprendía que tenía que ser mía –se sonrojó un poco-. Pero desde entonces, ella me estuvo puteando bastante y eso provocó que yo le siguiera la corriente. Pero un día, logré que me confesara la verdad, que ella me ama como yo a ella –suspiró, recordando lo estúpido que había sido-. Pero fui un completo jilipollas, porque lo fastidie todo diciéndole que yo ya lo sabía de ante mano. Porque es su amigo Dani, me había venido a visitar diciéndome que la dejase en paz, si no iba en serio con ella. Y fue, cuando ella pensó que yo estaba jugando con ella...

-Pero tú la quieres –dijo con seriedad.

-Sí –volvió a dar un trago-. Por eso estoy aquí, para tratar de aclarar las cosas.

-Pero queriéndote ella, todo se solucionará fácilmente –le animó el joven.

-Imposible –sonrió con cierta ironía-. No conoces lo testaruda que llega a ser ésta mujer.

-Pues te deseo toda la suerte, pero mejor callémonos que ahí vuelve.


Bendelin miró por encima de sus hombros y descubrió a Leslie, que lo miraba con seriedad a medida que se iba acercando, pero también distinguió miedo en aquellos ojos. No entendía por que, él no iba hacerle ningún daño. Con gran valor, la joven se situó delante de él y lo miró decididamente a los ojos.


-Bien, ya me tienes. ¿Qué es lo que quieres?

-Que hablemos –le dijo con mucha ternura, mientras le cogía las manos con delicadeza.

-Yo no tengo nada de que hablar –espetó sin ninguna sinceridad. Por una parte, se alegraba de que Bendelin estuviera allí y la cogiera de aquella forma. Pero sabía que todo era una farsa, para que volviera a Londres. ÉL no la quería, solo la deseaba y eso no era suficiente para ella...

-Leslie, por favor –suplicó en un murmuro.

-Esta noche, no. Quiero estar con los chicos y pasármelo bien.
-... De acuerdo –aceptó Bendelin, después de pensarlo por unos instantes-. ¿Te importa que me quede yo?

-No, pero no provoques ninguna pelea.

-Tranquila, he hablado con Carlos y me ha caído bien...

-¡Qué! –preguntó expectante.

-¿Qué pasa, no me puede caer nadie en simpatía?...

-Mejor no hablar de ello... –le contestó uniéndose al grupo nuevamente.


En cuanto se acercaron a los jóvenes, estos se callaron por unos instantes y se los miraron con expresión rara.


-¿Ya habéis hablado? –Preguntó Carlos-. Perfecto, porque hemos pensado de jugar a un juego para animarnos un poquito. ¿Qué os parece?

-¿Cual es? –se animó Leslie.

-Al juego del duro, bueno en estos tiempos del euro –dijo sonriendo, mientras Leslie lo miraba sin saber de que iba el juego, sin embargo Bendelin lo conocía perfectamente.

-Perfecto, soy bastante bueno en él.

-Pues yo no sé cómo se juega –protestó Leslie, al ver como Carlos  y Bendelin se retaban muy animadamente.

-Es muy fácil, mujer –Bendelin se prestó a explicarle las reglas del juego-. Y bien, te apetece. Pero te recomiendo, que tienes que soportar la bebida bastante bien, para poder jugar.

-Entonces, ya tenéis a otra participante –se apuntó con cierto orgullo.

-Pues prepárate princesa, por que vas a caer –le advirtió Bendelin con malicia.

-Seguro, te recuerdo que soy más joven...

-En éste caso, eso nada tiene que ver –le aseguró, mientras se alejaba con Carlos para preparar el juego.




Los cálidos rayos del sol que entraban por la ventana, despertaron a Leslie, de un sueño profundo y maravilloso. No quería despertarse, se encontraba muy a gusto. Aquel brazo masculino, que la tenía cogida por la cintura con tanta delicadeza le daba mucho... ¡Brazo masculino! Con sorpresa y temor, se despertó del todo y miró el brazo que descansaba en su cintura relajadamente. ¡Dios mío! Pero qué había ocurrido aquella noche. Lo volvió a mirar por si lo reconocía y fue entonces, cuando vio que en la mano relucía una alianza. Se dio asco a sí misma.  Porque no le gustaba acostarse con hombres que estuvieran casados. Porque éstos eran los típicos machistas creídos y borrachos... Tenía que salir de allí rápidamente.


Poco a poco, se incorporó y fue cuando notó una fuerte punzada en la cabeza acompañada de una pequeña nausea. Sería la última vez que bebería tanto... Jamás en su vida había cogido una borrachera como aquella, como para no acordarse a la mañana siguiente bien, bien de sus actos cometidos.


No quería mirar a su izquierda. Porque no quería saber quién era aquel individuo, con el que se había acostado. Se tapó con su mano un sollozo, que intentó escaparse de su boca cuando le  vino a la mente el pensamiento de que podía estar embarazada, al no saber si habían utilizado alguna protección, ya que ella no tomaba la píldora.


Con lágrimas en los ojos, buscó su ropa encontrándola toda tirada en el suelo, hecha jirones junto a la silla que había bajo la ventana. Se deslizó con delicadeza fuera de la cama  y sin mirar en ningún momento atrás, empezó a vestirse con la imagen de Bendelin en la cabeza.  Aquel hombre que había en la cama no podía ser él, porque Ven no utilizaba alianza. No quería pensar, que por fastidiarlo se había ido a la cama con el primero que se le había cruzado.

Abrió la puerta  y salió al pasillo, de uno de los mejores hoteles del pueblo por lo poco que pudo observar. Pero le era meramente igual, que fuera un buen hotel por que en aquel momento lo odiaba. Cuando llegó a su casa alquilada, sacó las maletas y metió toda la ropa que se hubo llevado a presión. Para salir desesperada del pueblo, con temor de que aquel hombre se hubieses despertado y fuese en su busca allí. Sus ojos llorosos se dirigieron al retrovisor, despidiéndose del pueblo, de Carlos, y de los demás chicos. Y también de Bendelin, sin saber que es lo que había ocurrido entre ellos.



Al ver que al molesto ruido del timbre no acudía nadie, empezó aporrear la puerta y a dar gritos. Para ser interrumpido, por un tímido golpe en sus anchos hombros. Se dio la vuelta de forma esperanzadora de que fuera ella, pero se encontró con una mujer mayor...


-Disculpe señor, pero si busca a la muchacha pelirroja le advierto que no la encontrará. Vino ésta mañana bien temprano a entregarme las llaves de la casa muy nerviosa y se marchó, de la misma forma.

-No le dijo nada –urgió él, sujetándola por los hombros.

-Lo siento señor, pero ni siquiera se despidió de los muchachos –La mujer se alejó, dejándolo sentado en el escalón de la entrada, un poco aturdido.

-¡Mierda!... –Tenía la esperanza, de que amenos se dirigiera a su casa.



-¡Leslie, hija!... –Henry se quedó de piedra al ver entrar a su hija como un rayo en el despacho, después de estar casi un mes sin saber nada de ella-. ¿Te encuentras bien? ¿EN dónde...?.

-Buenos días, padre... Rosana –saludó cortésmente pero sin importancia, ya que fue hacía Laura y se la llevó arrastras del brazo-. Si me permitís, necesito que me prestéis a mi amiga por el día de hoy.

-Pero, Leslie –se quejaba la joven, mientras era conducida hacia el ascensor-. A Henry y Rosana, no les dio tiempo a decir palabra. Estaban demasiados por su repentina aparición.


Ya en el ascensor, Laura se puso seria.


-¿Pero qué diantre, te ocurre? –le espetó consternada-. Tú  no estabas escondida.

-Cierto. Pero ahora estoy buscando otro...

-No entiendo –Algo había tenido que ocurrir con Bendelin. Por lo visto, no había sido muy buena idea el decirle en dónde se escondía.

-Pues es muy fácil... Puede que me encuentre embarazada. Y lo peor, es que no sé de quién.


Las puertas del ascensor se abrieron y Leslie salió, pero sin Laura. La pobre chica, se había quedado clavada en el suelo por lo que había acabado de oír. No le extrañaba, pensó Leslie, aún seguía ella sorprendida por aquello. No entendía como había podido ser tan imbécil para acostarse con un hombre casado y posiblemente, quedarse embarazada.


-Embarazada... –salió del ascensor medio embelesada-. ¡Pero estás loca! Ya  me estas explicando todo –le pidió escandalizada, y llamando la atención de toda persona que pasaba por allí.

-Aquí no, prefiero que sea en mi casa –la cogió nuevamente del brazo y la empujó a la calle-. Ahora sube al coche, deprisa –le urgió.



El teléfono sonó y Henry lo descolgó apresurado.


-¿Sí?

-Henry, soy Ven...

-¿En dónde te encuentras, chico?

-Pues más o menos, a una media hora de la ciudad...

-¿No habrás encontrado a Leslie y le habrás hecho algo?

-¿Ha llegado?

-Sí y se ha llevado a Laura consigo –preguntó nervioso-. ¿Ha ocurrido algo, que yo deba saber?

-Mmm, sí bueno... Ahora voy para allí, si vuelve al despacho retenla. Es muy importante, Henry.


Bendelin colgó el teléfono y apretó el acelerador bien a fondo. Tenía que darse prisa en llegar. Leslie estaría buscando otro lugar, para volver a huir. Y puede que en aquella ocasión, Laura no lo ayudase... Un poco molesto, cogió nuevamente el teléfono móvil.



-¿Es que no piensas coger el teléfono? –replicó Laura, un tanto frenética.

-No. Estoy segura que es mi padre.

-Pues más razones aún, para que lo cojas –Leslie la miró, mientras sacaba la ropa mal doblada de las maletas, para empezar a doblarla bien-. Está bien, lo cojo yo.

-Leslie...Laura –la chica tapó rápidamente el auricular y habló en un susurro.

-Es Bendelin –le dijo, tendiéndole el teléfono un poco nerviosa.

-¡Qué! Estás loca –dijo en un hilo de voz-. No pienso hablar con él, después de no acordarme de que es lo que ocurrió con él –Laura la miró por un momento, para volver a contestar al teléfono.

-¡Bendelin! Que sorpresa...

-Laura, por favor que se ponga Leslie.

-Pues...Bueno verás, no se encuentra aquí –dijo aguantando la respiración.

-¡Laura, no seas tonta! Por favor, comunícale que voy en su busca. Tenemos que hablar –dicho esto colgó. Laura también colgó el aparato con tranquilidad, para encontrarse con la mirada impaciente de su amiga.

-¿Y bien?

-Dice que viene hacia aquí.

-¡No! –Espetó con firmeza-¿Qué hago? Qué es lo que querrá –se sentó en la cama y empezó a llorar.


Por un momento entre tanto caos, hubo un instante de silencio. Laura no podía ver llorar a su amiga. Se acercó a ella y la abrazó con cariño, para consolarla. La verdad, es que estaba en un buen aprieto.


-Leslie... Porque no nos vamos con tu padre, el pobre está muy preocupado –susurró-. Y puede que allí, te encuentres más protegida de Bendelin.

-Sí, tienes razón –limpiándose la cara, cogió su abrigo y caminó hacia la salida un poco aturdida.



Llegaba tarde. La casa no tenía ninguna luz encendida y ni siquiera, había un coche aparcado delante de ésta. Empezaba a dudar de Laura. Si seguía de parte de él, por qué había ayudado a huir a Leslie nuevamente. Por qué no la había retrasado...Dio un golpe al volante, para olvidarse un poco de la rabia que llevaba encima. Dio media vuelta y se dirigió a la oficina de Henry. Al pobre hombre le tenía que dar una explicación de lo ocurrido.



Ya en el aparcamiento del edificio, Bendelin se encontró con el coche de Leslie. ¡Bien!. Tenía suerte, aún no había desaparecido... Pero por si acaso, abrió la guantera del coche en donde sacó una pequeña navaja. Con ella pinchó una rueda del vehículo de la mujer, solo para asegurarse de que no se le escapase otra vez.


Era la primera vez, que encontraba que el ascensor iba demasiado lento. Cuando las puertas se abrieron, salió rápidamente de éste para encontrarse a Laura en su escritorio, sentada en su silla sin hacer nada pensando en algo. Un poco mosqueado se dirigió a ella.


-¡Porqué! No entiendo como no hiciste que se esperase unos minutos.

-¡Qué!...

-¡Es igual, déjalo! ¿Se encuentra aquí?

-Sí, en el despacho. Pero Ven... –comenzó advertirle, pero éste no le hizo caso y se dirigió allí velozmente.


Llamó despreocupadamente, sin esperar respuesta para entrar. Pero se quedó clavado. Allí se encontraba Leslie, llorando como un aloca en brazos de Rosana y Henry, mirando muy seriamente por el ventanal. Los tres levantaron la vista, para ver quién era. Pero fue Leslie, de quién salió el gemido ahogado lleno de temor.


-Bendelin –se adelantó Henry cortésmente-, no creo que sea un buen momento, para que...

-Siento informarte, que es el momento perfecto para poder hablar con mi huidiza esposa –en cuanto aquellas palabras salieron de su boca, tres pares de ojos se fijaron con sorpresa en él.

-¡Tú esposa! –Profirió Henry-. ¡Pero bueno, quiere alguien explicarme éste embrollo! –También Leslie se irguió en su silla, sin entender nada. Como era que Bendelin la reclamaba como esposa... ¡Pero qué demonios, había ocurrido aquella noche!




-Verás, Henry... –no sabía cómo explicarse-. Resulta que acudí al pueblo en donde se encontraba y estuve con ella, pero nos emborracharon en un juego. No recuerdo nada más. Solo sé que ella estuvo en la cama conmigo y por lo visto, nos tuvimos que casar. Encontré una partida de matrimonio en la mesita de noche, con nuestros nombres más una alianza encima de ella y otra en mí mano...-Henry buscaba en donde sentarse-. No lo he comprobado aún, pero creo que es totalmente legal.

-¡Dios mío! Juro que esta hija mía, me va a matar a sustos –se puso una mano a la altura del corazón.

-¿Te encuentras bien, Henry? –se acercó Rosana.

-Sí, mujer –se calló por un tiempo-. Has dicho, que en la misma cama... –le preguntó en un soplo-. ¿Desnudos?

-Bueno, yo me desperté sin ropa. Supongo que ella... –respondió, mientras miraba a Leslie, que se encontraba en la misma posición desde el principio completamente aturdida, como para contestar algo.

-Entonces, si cabe la posibilidad de que me encuentre... –su mirada estaba vacía-, embarazada...

-¡Mas te vale que éste matrimonio sea válido! –Bramó Henry-. Porque si estás en cinta, no habrá protesta que me valga, para que os caséis como dios manda.

-¡Pero bueno, Henry! –Lo recriminó Rosana, con enfado por su actitud-. No creo que seas nadie para dar órdenes, eso tendrán que hablarlo entre ellos dos, para eso ya son adultos.

-¡Pues su comportamiento, ha sido como el de dos quinceañeros! –gritó con desesperación.


Sería mejor marcharse de allí, al ver a Henry chillar de aquel modo, pensó Bendelin. También tenía que llevarse consigo a Leslie, por lo que había observado ella no sabía que estaban casados. Y al menos, que la pobre mujer respirara un poco. Estaba a punto de tener un ataque de nervios.


-Leslie –habló con calma-, cuando quieras nos marchamos y hablamos.

-Sí –se levantó un poco aturdida-. Aquí hay mucha gente para ello –Bendelin cogió suavemente por el codo a su esposa y la condujo fuera del despacho. Se encontraba impaciente, por estar a solas con ella... –Si no te importa, me gustaría ir a un lugar tranquilo, al que no haya nadie.

-El único lugar que conozco con esas características, es una de nuestras casas.

-De acuerdo, me gustaría ir a la tuya –lo miró-, no creo que mi padre me busque allí.



-¿Cómo te encuentras? –preguntó Bendelin, después de entregarle un tazón con su té y que se sentaran en el sofá, junto al fuego en compañía de su Golden-Retebrier.

-Bueno, que te voy a contar. Un poco o mejor dicho, muy sorprendida por que no recuerdo nada de aquella noche.  Solo sé, que me desperté desnuda en la cama de un hotel abrazada a un brazo masculino, en donde relucía un anillo de matrimonio. Salí por patas de allí sin mirar. Sabiendo que tal vez, pudiera estar embarazada si había ocurrido algo. Y ahora, me entero que ese hombre eres tú.

-¡Enhorabuena! –rió quedamente.

-¿Qué?...

-Perdona, es que no se que decirte respecto a ello. Solo quiero que sepas, que no pienso abandonarte y que cuando quieras puedes empezar con el traslado –Primero abrió los ojos mucho para luego soltar una sonora carcajada. Nunca hubiera pensado, que le fuera a ocurrir una cosa como aquella-. Parece gracioso, lo sé –trató de aclarar un poco nervioso-. Pero creo que es lo más convincente  dado...

-¿Lo más convincente?

-Te recuerdo, que pude que estés embarazada.

-¡Por dios santo! Estamos en las puertas del siglo XXI, y no hace falta...

-Lo sé, Leslie –le aseguró, mientras se levantaba y se acercaba al fuego a echarle más leña-. Pero será también mi hijo. Y quiero estar presente, en cada momento de su vida... –se calló. Madre mía, iba a tener un hijo del hombre al que amaba. Y éste le estaba ofreciendo su casa, para un futuro por el bien de su hijo...Solo por eso.

-¿Estás seguro? Ya has conseguido meterme en tu cama.

-¡Por dios, Leslie! Éste no es el momento, para empezar con una tonta discusión –gruñó.

-Perdón, es que no puedo creer que..., que... No lo habrás planeado tú, verdad.

-Pero me crees capaz, de tal crueldad –protestó exasperado.

-...Crueldad –dijo en un hilo de voz, mirando las flameantes llamas del fuego-. Así es como llamas, al estar casado conmigo.

-¡No! –Exclamó levantando la cabeza-. No me refería a eso Leslie, solo estaba diciéndote que...

-Sí, ya entiendo –lo interrumpió, dejando el tazón en la mesilla.

-No, no lo entiendes Leslie –le oyó decir, en voz baja.

-Es igual. Solo quiero que me expliques que fue lo que ocurrió.


Antes de explicarle lo ocurrido, se meditó un poco las palabras, para contarle lo maravilloso que había sido al despertarse a media noche, y descubrirla abrazada a él. Y como explicarle, que tenía muy buenos recuerdos del encuentro...
-¡Bendelin, estoy esperando! –Éste la miró esbozando una media sonrisa.

-¿Qué crees tú, qué ocurrió? Nos emborracharon, nos casaron y como recién casados que éramos, hicimos el amor. El resto, creo que ya lo sabes –dijo, con un poco de amargura en la voz.

-Tenemos que comprobar, si es real ese certificado...

-Pero si no lo es, tendremos que casarnos por el bien de...

-¡No!

-Leslie, por el amor de dios. No tengo ganas de discutir esa cabezonería tuya –se levantó y comenzó a pasearse de un lado para otro-. Por el momento, hasta que verifique si realmente estamos casados, no quiero escuchar ni una palabra de que te vuelvas a fugar –la amenazó-. ¿De acuerdo?

-Te doy mi palabra. Pero con una condición –dijo secamente y haciendo acopio de su valor, para mantenerle la mirada desafiante  de él-. Hasta que no comprobemos, que realmente estoy embarazada...No quiero escuchar para nada, que me ordenas que me traslade aquí, a tu casa –En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, Bendelin soltó un juramento por lo bajo demostrando así su desacuerdo -. Y si no lo estoy y nuestro matrimonio es real, quiero el divorcio.


Por favor...Que se encontrara embarazada. Suplicó el hombre  en silencio, mientras intentaba asimilar su derrota. Aquella era su única oportunidad, para demostrarle que él la quería, como ella lo quería a él... Pero por el momento, tenía que dejarla escapar, si no quería empeorar las cosas.


Sintió desgarrarse su corazón, por la posible pérdida de su amor. Y comprendió lo que sintió su madre durante tantos años, al perder a su padre... Si el perder a un ser amado para siempre, con el que has compartido toda una vida, era mucho más doloroso de lo que sentía ahora. No quería llegar a saberlo nunca. Por eso, iba a luchar por sus sentimientos hacia Leslie, por muy difícil que fuera a ser.


-Está bien –murmuró con enfado-. Acepto tu propuesta, Leslie.

-Que... –expresó con gesto de perplejidad. No se esperaba, que el gran Bendelin conocido por su astucia y terquedad con los negocios, fuera a ceder tan fácilmente. Pero sería mejor, andarse con cuidado-. Bien...Entonces, porque no me llevas a mi casa. OH, mejor a la oficina de mi padre –lo miró con cautela-. Creo que será mejor para él, que le aclaremos todo cuanto antes...

-Incluso el acuerdo, que acabamos de pactar –preguntó con frialdad.

-Sí –le aseguró con toda la firmeza que pudo.

-De acuerdo. Entonces... Debo informarte –dijo saboreando las palabras, con una sonrisa torcida-.Que será mejor avisarte que tienes una rueda pinchada, espero que tengas alguna rueda de recambio-Cogió su abrigo y se dirigió a la  salida, mientras Leslie apretaba los labios de rabia, se olía que él tenía algo que ver.


 7º; CAPITULO.-



El lunes al medio día, Ben entraba en su oficina un poco más seguro. Acababa de ir a los juzgados a verificar si era bueno el certificado. Y por fortuna le enunciaron que era un hombre casado, en toda regla. Aunque la ceremonia se hubiera realizado de una manera un tanto extraña, como Bendelin les había explicado a sus abogados.


Bien, por el momento ya tenía algo que le animara un poco. Pero había algo que le desesperaba mucho. El tener que esperar una semana, para confirmar el embarazo.


-¡Qué has hecho qué!... –la puerta se abrió estrepitosamente, dando paso a un Matt muy alterado-. Acaba de llamarme tu hermana, contándome una historia rara, de que estas casado y probablemente seas padre, del hijo  de Leslie... ¡En qué demonios pensabas, cuando fuiste en su busca, tío!

-Matt –lo intentó tranquilizar, hablándole con voz segura-, cálmate quieres. Ya hay bastante, con que el que se suba por las paredes sea yo...

-Entonces, lo que tú hermana me  ha contado... –se acercó al sofá del rincón y se sentó en él.

-Es verdad.

-Nunca pensé, que para hacerte con ella. Fueras capaz de utilizar métodos como esos...

-EH, yo no tengo nada que ver en éste asunto afirmó Ben-. Fueron los chicos del pueblo, quienes nos hicieron tal jugarreta.

-Increíble –lo miró con preocupación-¿Cómo te encuentras?

-La verdad –confesó llevándose las manos a la cara-. Hecho polvo. Porque por una vez, que consigo su amor, se me escapa de las manos continuamente...

-Ya veo. ¿Y ella?

-Ella-sonrió-, tan testaruda como siempre. La verdad, es que a veces dan ganas de estrangularla –resopló con pesar-. Pues me dice, que si no está embarazada  quiere el divorcio.

-¿Y si lo está?

-Ahí será mejor que no entremos –dijo con ironía-. La dama, asegura que estamos en las puertas del siglo XXI  y que hoy en día, no hace falta...

-No sigas, ya me lo imagino –le sonrió-. ¿Quieres al bebé?

-Claro –aseguró inmediatamente-. Y a la madre también.

-Ya veo... –se levantó-, aquí no hay nada que pueda hacer.

-Cierto. Esto es entre la señorita independiente y yo.

-Bueno, pero podrías ayudare con tu madre y hermana –le sugirió maliciosamente, dejando a Bendelin pensativo en aquello último.



-Bueno –suspiró Rosana-, ahora habrá que empezar a comprar la ropa de premamá y la del bebé.


Ya había pasado una semana desde que había regresado del pueblo. Una semana de quebradero de cabeza. Su padre, ahora que se lo había pensado estaba muy contento. Porque había conseguido lo que quería. No de una forma que le hiciera mucha gracia, pero estaba casada y embarazada, como se lo había confirmado su doctora.


Nunca había pensado que le ocurriría aquello. Era la esposa del hombre que amaba y esperaba un hijo de él. Pero no había nada de amor...Éste solo sentía deseo por ella, algo pasajero. No sabía quehacer. Bendelin le había propuesto un trato. Tenía que vivir en su casa, hasta que el niño tuviera una cierta edad. Para que de esa manera pudieran vivir juntos, el crecimiento de su hijo. Después de ese tiempo, según como estuvieran las cosas entre ellos, si ella quería irse a vivir sola, podía hacerlo. Pero tendrían que mirar con quien se quedaría el niño y por cuánto tiempo.


-¿Leslie hija, te encuentras bien?

-¿Qué? –Se despertó de sus pensamientos, para atender a Rosana-. Sí, solo estaba pensando.

-Te entiendo –le dijo con cariño-. Tu vida acaba de dar un giro de ciento ochenta grados. Y son muchas las cosas que tenías en la cabeza.-le sonrió-. Pero no te preocupes mujer, ya verás como todo se soluciona. Y como a todos se nos caerá la baba, en cuanto llegue ese retoño y más a ti niña.

-Lo sé –sonrió con cariño-. Pero es que tenía tantos planes hechos, para mi vida.

-Y quien dice que no podrás hacerlos –dijo arqueando una ceja -. Eres joven y tienes dinero. Que fueras una chica sin remedios, lo entendería. Así que no  me vengas con zalamerías. Además, tienes un marido que quita el hipo y que...

-Que no me ama –dijo con frialdad y dolor en la voz.

-Tonterías –la regañó callándose la verdad. Había visto y escuchado a Bendelin, para saber que el hombre la quería más que a nada en éste mundo. Pero aquello tendrían que solucionarlo ellos-. Estoy segura de que te quiere. Muchos hombres habrían huido, en una situación como ésta.

-Lo hace por respeto y porque quiere llevarme a la cama –gruñó.

-Chica, creo que lo último ya lo ha hecho –le dijo con picardía-. Y en cuanto al respeto por tu padre, son tonterías... Pues no está éste mundo, lleno de granujas que... –espetó con cierta ironía-. Anda, dejemos de darle vueltas tontas al tema y vayamos de compras.

-¿Ahora?

-Sí. Estoy muy contenta por la llegada de ese niño.

-Pero si aún quedan por lo menos ocho meses... –se quejó con incredulidad.

-No me seas gandula, que estas cosas necesitan mucho tiempo... Y casi todo, se lo lleva el cuarto del niño.

-¡Y dale con el niño! –se quejó sonriendo-. Yo digo que es niña.

-A mi me da igual –rió-. Todos están para comérselos –dijo, mientras cogían el bolso y se dirigían a la calle.



Llegaba tarde. Había quedado a cenar con Bendelin en casa de él. Para hablar sobre si aceptaba su oferta, en caso de que estuviera embarazada. Pero su queridísimo coche, había decidido estropearse en aquel momento. En una noche como aquella, que llovía a mares. Y como testaruda que era, no había aceptado la oferta de que fuera a buscarla. Ahora tenía que llamar a un taxi... Algunas veces, el no querer depender de nadie le costaba un poco caro.


Tenía que reconocer que estaba nerviosa. No sabía cómo reaccionaría él, en cuanto le dijese que de aquí a ocho meses sería padre. Aunque no le extrañaba que ya lo supiera. Porque cuándo lo había llamado por teléfono, para invitarla a cenar su tono de voz era diferente, algo le ocultaba. No le extrañaba para nada, de que Rosana o su padre, se lo hubieran contado en cuanto se enteraron el día anterior.


Los dos estaban contentos con la idea de la próxima llegada de un bebé. Y también les gustaba, que fuese la señora de Van Holden. Encontraban a Bendelin un hombre, perfecto para ella. Era formal, cariñoso... Y un mandón. Alguien que la podía controlar a su antojo. Pero los tres estaban muy equivocados.


Fue a llamar al timbre, cuando una señora regordeta le abrió la puerta con una enorme sonrisa en la cara.


-Buenas noches, señora –cerró la puerta y enseguida la atendió, cogiéndole el abrigo-. El señor, se encuentra en la salita esperándola.

-Muchas gracias –sonrió agradecida, mientras seguía a l mujer por el oscuro vestíbulo.


El ama de llaves, llamó con suavidad a la puerta para anunciarla con un tono de voz muy cálido. No sabía si sabría ya la noticia de que era la esposa del dueño de aquella casa tan hermosa, por lo poco que había observado. Y que encima traía un bebé, en su pequeña barriga. Pero no creía que lo supiera. Pues estaba segura, que Bendelin no diría nada, hasta que todo estuviera hablado.


Allí estaba. Sola ante el hombre que amaba, sin saber que hacer. El futuro de su bebé y suyo, dependían de la decisión que tomase aquella noche.


Dios, cuanto la quería... Iba hacer lo que fuera, para que se quedara a vivir con él. De esa manera, podría ir  cortejándola poco a poco, hasta llegar a su corazón. Todas sus esperanzas, estaban puestas en la cena de aquella noche.


Tenía que hacerle entrar en razón. Ahora que esperaba un hijo, era mejor por la comodidad de los tres, que se trasladara a su casa... Además, se encontraba eufórico por el hecho de que iba a ser padre. Recordaba cuando Henry había llamado a su oficina, comunicándole la noticia y ser el primero en felicitarlo. Se puso tan contento que cogió a Judith, la repartidora de correos y la besó en los labios momentáneamente. Pidiéndole disculpas enseguida, con la excusa de  que acababa de recibir una maravillosa noticia.


-Buenas noches, Leslie –al fin se apartó de la chimenea, para acercarse a ella-. Ésta noche, estas realmente preciosa.

-Será entonces cierto, eso que dicen de cuando una mujer se encuentra embarazada su belleza se realza más –dijo en tono desafiante y sacándole una sonrisa torcida a Bendelin, al comprobar que seguía con su mismo carácter hacía él.

Vaya –dijo con cierta ironía-, veo que vas directa al grano.

-Y yo veo, que l anoticia no te ha producido alguna sorpresa –espetó sin ningún tipo de simpatía en el tono de voz-. He de suponer...

-Que recibí una llamada ayer –la interrumpió-. Y que me puse muy contento.

-Seguro –lo contrapuso.

-Pues sí, me gusta la idea de ser padre –la miró por unos instantes, con mirada firme-. Y creo, que hay algo de que tratar. Pero será mejor, que lo hablemos mientras cenamos tranquilamente.

-Estas seguro –volvió nuevamente a utilizar el mismo tono desdeñoso-. No quisiera que se te amargara la cena o peor aún, que se atragantara algún trozo con nuestra charla.

-Procuraré que eso no llegue a ocurrir, masticando de forma plausible –la amenazó con mirada seductora, mientras la conducía al comedor, en donde la mesa se encontraba puesta. Y la comida en un carro de metal, al lado de ésta.

-Espero que te guste la cena. Helen ha estado toda la tarde preparándola, especialmente para ti.

-¿Helen es quien me ha recibido?

-Sí. Ella y su marido, me han cuidado desde que yo era un renacuajo con pañales –por un momento, Leslie trató de imaginar a un niño pequeño como Bendelin paseándose por la casa con unos pañales. Pero era imposible, solo conseguía imaginárselo en cómo sería él desnudo, en el presente... Dejó de pensar en aquello, al ver que se sonrojaba y que Bendelin, pareció que adivinaba por dónde andaban sus pensamientos y por qué aquél repentino sonrojo.

-Se la ve una mujer muy agradable –comentó, para sacarse imagines de él de su cabeza-. Después me acercaré agradecerle...

-Imposible –la cortó rápidamente-. Hará unos diez minutos, que ella y Pedro, se marcharon a su casa, que se encuentra a medio kilómetro de aquí.

-¿Estamos solos?

-Sí-sonrió-. Pero no debes temer. Ésta zona es muy segura, no hay ningún ladrón ni...

-Eso es lo de menos –gruñó con irritación-. Quien me preocupa eres tú –bufó-. Estoy segura de que lo tenías todo bien planeado...

-Leslie –intentó tranquilizarla-, no va a ocurrirte nada. Y no he planeado nada. Helen y Pedro, viven en mi terreno, pero en una casa para ellos. Es lo más normal, que quieran tener su intimidad.

-Perdona es que estoy un poco nerviosa- se excusó.

-Pues no hay ningún motivo, por el que tengas que estarlo –dijo con gran calma-. Solo quiero que hablemos, mientras cenamos.

-De acuerdo –sonrió-, he de confesarte que estoy muerta de hambre.

-En ese caso, vamos atacar la comida –sugirió en tono de burla un poco más animado.


La cena transcurrió tranquilamente. En ningún momento, se habló de lo que se tenía que hablar. Pero cuando llegó la hora del café, Leslie vio como el semblante del hombre se tornaba más serio. Produciendo un poco de temor a su cuerpo. Ahora es cuando vendrían nuevamente los enfados y gritos... De pronto, un fuerte trueno inundó el silencio que reinaba, haciendo que Leslie diera un respingo derramando su té, encima de la alfombra. Pero se asustó más, cuando seguidamente se quedaron a oscuras.


-¡AH...! –chilló asustada-. ¿Qué es lo qué ocurre?

-Creo que los plomos han saltado, iré a comprobarlo –la miró -. Tú quédate aquí, esto es por culpa de ésta maldita tormenta. Ahora mismo vuelvo...

-No pensarás dejarme aquí sola –dijo con la voz alterada por los nervios y agarrándole con fuerza, la manga del jersey. Bendelin la miró, para ver que realmente la mujer le tenía pánico a las tormentas, de manera que era mejor que se la llevara.

-Leslie –sonó su voz cálida-, no debes temerle a la tormenta como si fuera un ciclón. Es solo un poco de agua que hace ruido con el viento...

-Y Tor, dios del trueno tira un par de ellos simplemente porque esta de diversión –le comentó con sorna-. Lo siento Bendelin, pero desde que era niña que han podido conmigo.

-No si ya lo...

-¡AH! –fue interrumpido, por otro grito y tirón del brazo, en cuanto volvió a escucharse otro fuerte trueno. En parte le gustaba que se asustara por aquello, así se acercaba a él y podía sentir su cálido cuerpo contra el suyo.

-Tranquila –dijo con voz suave-, ahora ven conmigo que vamos a comprobar los fusibles –Bendelin tenía razón, los fusibles estaban bien. Cosa que no la tranquilizó para nada. El viento soplaba cada vez con más fuerza y la lluvia caía con gran intensidad-. Bueno... –dijo mientras cerraba la puerta de la caja de los fusibles y apuntaba con la linterna hacía la puerta-, vamos a la cocina, creo allí tengo velas...

-¡No! –Dijo con miedo-. Yo tengo sueño y creo que prefiero marcharme a casa, antes de estar hablando.

-Pero Leslie –fue a protestar.

-Escúchame Ven –lo interrumpió-. Podemos hablar otro día, tenemos ocho largos meses por delante –escupió con gran ironía-. Yo estoy un poco cansada.

-Solo quería decirte –comentó con voz pausada-.  Que tú no te marchas esta noche de aquí.

-¿Qué quieres decir? –preguntó con un pequeño temblor en la voz.

-Qué no pienso para nada coger el coche con este tiempo.
-¿Por qué?

-Por que no es nada seguro –se puso serio-. Además, quién sabe si el aire ha arrancado algún tendido eléctrico o un árbol, y se encuentren justamente en medio del camino. No me extraña que no tengamos luz, por alguna cosa de esas.

-Comprendo-dijo resignada.

-Aquí hay muchos dormitorios. Puedes escoger el que quieras...

-No quiero –protestó con gran rapidez, consiguiendo que Bendelin resoplara un poco mosqueado.

-Leslie, no me seas tan cabezona. No pienso coger el coche...

-Me quedaré a dormir, pero solo si tú te quedas a mi lado hasta que me quede dormida- se escuchó con timidez-. Desde pequeñita que le tengo pavor a las tormentas, si me encuentro sola... Solo hasta que me quede dormida –le suplicó en un murmuro.

-De acuerdo –sonrió-. Pero sí me sueltas de una vez del brazo, que no me extrañaría que la manga me arrastre por los suelos de ahora en adelante. Podré conducirte a mi dormitorio.

-Lo que tú mandes –dijo con voz calmada, pero notó que sus mejillas se habían sonrosado al descubrir que lo tenía sujeto tan fuerte como una niña pequeña.

                -Te prometo, que ésta noche podrás dormir como los ángeles y no tendrás que temer para nada, porque yo estaré contigo –le dijo con gran dulzura y sinceridad, haciendo que la mujer se calmase un poco más. Mientras le pasaba un brazo por los hombros, para conducirla a su dormitorio.


                El dormitorio de Bendelin era muy grande y masculino. Los muebles eran de colores oscuros y sencillos. Sin ningún toque decorativo, como hacia la mano de una mujer. Al igual que el cuarto de baño que había al fondo del dormitorio, todo estaba muy bien ordenado. También podría ser por la falta de accesorios. No como las mujeres, que llenaban todo el mueble con ellos... Y al mirar al centro del dormitorio, vio lo que desde un principio estuvo esquivando con la mirada. La enorme cama de matrimonio, vestida con una colcha azul... Que esperaba, margaritas dibujadas en ella, pensó irónica. Era un hombre soltero. Pero al menos tenía buen gusto.


                -¿Qué te parece? –le preguntó en burla, al verla examinar todo con gran detenimiento-. ¿Paso la prueba?

                -Sí –lo miró un momento-, para vivir tú solo en él, sin traerte a ninguna mujer a  que pase más tiempo que una noche, está bien. Todo es muy... Masculino, pero con buen gusto. Aunque se nota que no hay ni un toque femenino. Una mujer aquí sola, se pondría las botas dando pequeños detalles, para darle algo más de alegría.

                -Bueno, pues ya puedes ir cogiendo nota de tus propias palabras –le sugirió.

                -¿Perdona?

                -Te recuerdo, que te invité a cenar a mi casa, por un asunto en concreto.

                -Cierto –se le secó la garganta-. Pero prefiero hablar de ello otro día, por que... –otro trueno resonó de tal manera, que hizo que la mujer diera un grito y se lanzara de lleno al lecho y se tapara la cara con el cojín –Maldita sea, odio cuando me dan estos sustos. Y que ni se te ocurra reír un poquito –lo amenazó.

                -No soy tan idiota, todo el mundo tiene sus miedos –dijo aproximándose a ella y acariciándole el rostro con suma delicadeza. Para seguidamente darse cuenta de lo que hacía y apartarse de ella carraspeando un poco...-. Bueno, porque no tratamos de dormir  un poco, ya es un poco tarde.


                En cuanto su mano se retiró, echó a faltar su calor. No tenía ganas de pensar, en lo que había sucedido cuando él la había acariciado y en lo que tal vez podía suceder a lo largo del anoche. Mañana sería otro día más, en el que podría analizar todo con mejor ojo crítico. Pero aquella noche, pensaba dormir con él, es más necesitaba dejarse proteger por su calor, como su corazón le estaba implorando a gritos.


Estiró su cuerpo entre las frescas  y suaves sábanas, para recostar la cabeza en la acolchada almohada. Después sintió como Bendelin hacia lo propio. Y una vez que se hubo acomodado junto a ella, la rodeó con su brazo y le susurró seguidamente al oído las buenas noches. Durante diez largos minutos, Leslie estuvo con la espalda rígida contra el pecho de él, por miedo a que con el mínimo movimiento que realizase éste hiciera alguna cosa. Pero poco a poco, sus ojos fueron cerrándose y su respiración se fue tornando más tranquila.  Cuando alcanzó el sueño profundo, Bendelin se incorporó con cuidado y la observó dormir, hasta que  el sueño le venció.


El suave golpeteo de la lluvia en las ventanas, fue lo que la despertó de su pacífico sueño. Tardó unos segundos en recordar en donde se hallaba y lo ocurrido. Soltó un suspiro y cerró otra vez los ojos. Nuevamente había dormido en la cama con Bendelin, y sabía perfectamente que aquella vez no habían hecho nada que les repercutiera después. Ya se habían encargado de fastidiarlo bien, aquella primera vez. ¡Estúpida! Había tenido aquella necesidad de él, y por eso estaba ahora allí. Se le escapó una sonrisa tierna. La verdad, es que Bendelin había estado magnifico con ella... Le hubiera gustado despertarse a media noche, y así poder observarlo a sus anchas.


Abrió los ojos con cierto pesar. No sabía que es lo que iba a ocurrir en su futuro, ahora esperaba un bebé. Tenía que vivir minuto a minuto, pero con cuidado. Su marido, le había hecho una propuesta, o más bien, le había ordenado. Sonrió con ironía, porque no quería la lástima de aquel hombre. Además, estaban en el siglo XXI y eran muchas las mujeres que sacaban adelante a sus hijos, sin ningún hombre. 


Era un día triste, a juego como tenía sus sentimientos... Porque era triste el ver como el hombre que una ama, solo desea estar con ella por simple compasión. Unas lágrimas empezaron asomarse, al ver que su futuro no era muy claro en aquellos momentos. Desde muy pequeña, siempre había creído en el amor. Quería tener a su lado un marido que la amara, tres preciosos hijos y un perro... Por ahora, tenía al perfecto perro y venía en camino el primer hijo. Pero no tenía al esposo deseado. Bueno, sí que lo tenía en presencia, ahora le faltaba también en corazón.  Solo tenía que decir un monosílabo, y sabía que su vida cambiaría para siempre. Se limpió las lágrimas y entró en el baño a darse una ducha, quería estar un poco más presentable a la hora de tener que volver a enfrentarse a él.



Se encontraba en su despacho tomándose un café y mirando por la ventana. La verdad, se podía decir que no observaba nada, porque estaba recordando lo ocurrido de la noche y rezando, porque Leslie aceptara su propuesta y poder así demostrarle poco a poco su amor.


Estaba que flotaba. Porque la mujer que amaba, llevaba en sus entrañas a su hijo... Quien iba a decir, que su vida iba a dar un giro tan importante. El un hombre que creía que nunca encontraría a la mujer de su vida, como su padre había hecho... La tenía delante de sí, con un precioso regalo, un hijo de los dos. Se rió de la situación. Eran muchas las mujeres, que habían dicho que esperaban un hijo de él, siendo mentira para poder atraparlo y exigiéndole dinero para la manutención. Y cuando de verdad ocurría aquella situación, aquella mujer le rehuía como si fuera la peste. Había que ver lo curiosa que llegaba a ser algunas veces la vida.


Unas llamadas discretas a la puerta, lo sacaron de sus pensamientos. Sabiendo que solo podía ser ella.


-Buenos días...-Ante sí apareció Leslie ruborizada-. ¿Has dormido bien?

-Demasiado bien –sonrió, mientras el tono de sus mejillas aumentaba-. Te doy las gracias por...

-Tonterías –la interrumpió-, cuando quieras lo volvemos a repetir –sonrió-. ¿Quieres desayunar? He preparado un poco de café y unas tostadas...Como es sábado, tampoco vienen Helen y Pedro.

-OH –estaba muy nerviosa-. De acuerdo, un café y unas tostadas me sentaran de maravilla.

-Entonces –se acercó a ella y acogiéndola del brazo, la condujo fuera del despacho-, vayamos a la cocina.


El estado de humor de Bendelin había cambiado. Lo sabía por el suspiro tan profundo que había soltado, al entregarle la taza del café. Algo le decía, que su día no iba a seguir como la noche...


                Tenía que decirle que el lunes, sería el día en que debía darle una respuesta. Porque tenía que tener cuidado en que escogía... Solo rezaba, que lo ocurrido durante la noche le hiciera mirar de otro punto de vista su propuesta. Pero era Leslie, una mujer que no paraba de sorprender a la gente con su carácter.

               
                -¿Tú no tomas nada?
-Ya me he tomado uno, en el despacho mientras averiguaba los daños que ha causado la tormenta.

-¿Y son muchos?

-No tenemos luz y hay que esperar a que saquen un par de árboles que están en medio del camino. Pero ya deben de estar a punto de acabar, empezaron esta mañana bien pronto.

-Bien –soltó un suspiro-. ¿Has comido algo, para acompañar el café? –le preguntó, mientras untaba mermelada de fresa en una de las tostadas.

-No...

-Pues aquí tienes –le ofreció con una sonrisa-, el desayuno tiene que ser  algo más que un café.

-Está bien, aceptaré pero con una condición. Que tú te comas más de una...

-Sí, tienes razón dentro de mí tengo a una criatura que también tiene que comer –sonrió con timidez-. Por fin voy a poder comer todo cuanto quiera, sin tener que poner excusa.

-¿Y eso? –preguntó muy curioso y un poco más tranquilo, al ver que no se había enfadado con su sugerencia de que comiera más.

-Aunque no lo parezca, soy una persona que come mucho. Pero siempre me había puesto una dieta, por mi padre, que decía que se veía feo el que comiera mucho en las reuniones o cenas.

-Pero si no estas gorda.

-Lo sé, mira que como muchos dulces y no paro de picar, pero no engordo ni un gramo. Bueno es cierto que salgo a correr, pero lo hago porque me gusta y para que mi perro haga un poco de ejercicio...

-También, debes apuntar que eres una persona de muchos nervios. Y eso elimina muchas calorías...

-Cierto –sonrió al recordar todas las veces que se había enfadado con él-. Y creo que tú eres la persona, que más calorías me han hecho quemar.

-Mira, un acosa que me tienes que agradecer –sonrió, antes de morder la dulce tostada-. Ya veremos como...

-No te hagas el gracioso conmigo –le amenazó con la tostada en la mano-. No pienso dejar que me beses.

-¿Y que te hace pensar que voy hacerlo? –inquirió con picardía.

-Pues... Porque....

-Y bien, estoy esperando que me respondas –expuso en tono guasón.

-Y por que no dejamos ese tema, que no nos conduce a nada –se levantó y dejó la taza vacía en la pica.

-Y de qué quieres que hablemos –le apremió él, levantándose de la silla y poniéndose a su espalda, para posar sus manos sobre sus hombros. Produciéndole un vuelco en el corazón.

-Pues, que es lo que vamos hacer –articuló en un hilo de voz, empezando a ponerse un poco nerviosa por tenerlo tan próximo a ella.

-...Yo ya te hice una propuesta –remató con fundamento.

-Que me venga a vivir aquí contigo...

-Es lo mejor. Aquí estarás cuidada y no tendré que preocuparme...

-No soy ninguna inválida –silbó enérgicamente.

-Ya lo sé –le acarició el cabello con ternura-. Pero créeme es mucho mejor. Y cuando el niño sea un poco mayor, ya decidiremos si seguimos juntos o no. Sabes que es mejor que el bebé, se críe con una familia...

-Lo sé, pero creo que es una tontería –soltó-. Date cuenta que luego nos separaremos y eso, no es nada bueno para él.
-Y si resulta ser, que en el día de mañana decidimos no separarnos.

-Qué – se dio la vuelta expectante-, ¿porqué crees esa locura?

-Por que entre tú y yo, hay una cosa que nos une...

-Olvídalo –gruñó-, no pienso caer otra vez, ya me engañaste aquella vez...

-Yo no te engañé –espetó con enfado-, es solo que hubo un mal entendido.

-Ya –se separó de él-. Es tarde para intentar arreglarlo...

-Es mejor que lo dejemos por ahora –suspiró-. Está claro, que el intentar razonar contigo es como  hacerlo con una mula.

-Y encima me insultas...-explotó colérica.

-No, no Leslie –intentó acogerla del brazo, pero se soltó de un fuerte tirón.

-Creo que es mejor que me marche. Es imposible el estar al lado de un ingrato como tú.

-¿Y quién insulta a quién? –contrapuso con sorna.

-Perdona –se giró y lo miró con burla-. Yo no te he insultado, solo te he identificado.

-Así que según tú –atestiguó con voz sexy-, soy un ingrato.

-Sí, y no pienso retirarlo-afirmó con la espalda bien erguida.

-Si la memoria no me falla, me pusiste más calificativos que ese –recordó, mientras se acercaba con cuidado a ella.

-Cierto, y cuando quieras, te los repito todos –expresó con vacilación, sin saber que estaba cayendo en la trampa.

-No creo –sonrió-. Me acuerdo perfectamente de todo y cada uno de ellos. Me dijiste que era un ingrato, un pretencioso, un mentecato –se calló un momento, para mirarla y ponerse justo delante suyo-, un machista, un idiota. ¿Y que más era? –agachó la cabeza, como si estuviera intentando recordar alguna palabra más.

-Y un playboy... –concluyó ella con una sonrisa de satisfacción.

-¡Sí, eso era! –Exclamó levantando la cabeza-. Un playboy... Que recuerdo -sonrió de forma traviesa-, que esto me recuerda mucho a cierta situación...

-¡No! –respondió escandalizada.

-¿No? ¿Acaso he dicho algo, para que te me pongas así? –inquirió divertido.

-Tú lo sabes –lo acusó, mientras daba unos pasos hacía su espalda.

-No, no lo sé. Por que no me lo dices tú, princesa.

-Lo ves –lo fulminó con la mirada-. Estas volviendo a utilizar ese término conmigo.

-¿El qué...Princesa? –se acercó más ella.

-Te estas haciendo el gracioso conmigo, verdad –dijo acusadoramente-. Pues ya puedes ir dejándolo, por que puedes llegar a recibir –lo amenazó, sin dejar de ir alejándose con cautela de él. Pero llegó un momento, en el que su espalda tocó la fría pared de la cocina. Diciéndole así, que se encontraba atrapada y a merced, del hombre que la miraba con ojos llenos de deseo.


Un deseo que también ella anhelaba, pero que no debía probar por que estaba manchado por la mentira. Una mentira de que la amaba. Cuando el significado para él de la palabra amor, era tener a una mujer que le calentara la cama durante un corto período, para ser remplazada inmediatamente por otra dama...


Estaba atrapada. Bendelin había aplastado su cuerpo con el suyo, contra la fresca pared de racholas blancas.

-Por favor, Bendelin... –lo miró con temor.

-Tranquila... –le susurró-, no voy hacerte daño. Solo quiero volver a probar tus labios, como tú también deseas probar los míos.

-No... –clamó para ser aplacada de forma vertiginosa.


Una vez más, Bendelin la sorprendió. Creyó que la besaría de forma brusca, pero solo se encontró con mucha ternura y pasión. Consiguiendo que abandonara su cordura, y se dejara llevar por la loca pasión que ardía en su cuerpo. Sus labios, fueron deslizándose de forma vaga a lo largo de su garganta, en donde la hicieron que se agarra con firmeza al cuello de él.


Aquello tenía que tocar su fin. La pasión los estaba dominando a los dos... Pero le era muy difícil. Su cuerpo no le hacía caso al cerebro. Iba por sí solo, acariciando con la misma pasión. Pasando sus finas manos por la ancha y musculosa espalda, con movimientos febriles. ¡Dios mío! No sabía en que momento, él se había quitado el polo...OH, había sido ella.


Mientras pensaba aquello, Bendelin seguía devorándola con sus labios, y sus manos empezaban a desabrochar de forma rápida la camisa. Dejándole así al descubierto, sus grandes senos tapados por la fina tela de encaje del sostén negro. Que pronto fueron cubiertos por sus insaciables labios, produciéndole un vuelco en el estómago por la agradable sensación que le producía aquello...


-Bendelin, hijo... –se escuchó la voz de una mujer muy cerca-, he venido para ver que tal estas. Acaban de retirar ahora mismo  los árboles que habían en mitad del camino y... ¡Huy, perdón! –Tan pronto como había llegado, había vuelto a desaparecer.


Leslie no sabía cómo actuar. Ya estaba sorprendida, por lo que estaba ocurriendo hacía unos instantes. Pero ahora más, con la llegada de aquella mujer misteriosa, que los había sorprendido en cierta situación comprometida.


Los dos apretujados en la pared. Ella con la camisa desabrochada y el sostén bajado, abrazando con desesperación a Bendelin por la espalda. Y él, desnudo de cintura para arriba demasiado ocupado en demostrarle que él tenía razón como para escuchar que había entrado alguien. ¿Pero quién era aquella mujer? La verdad, solo había visto un movimiento en la puerta y escuchado su voz. Además, su tono hacía él había sido como muy familiar... Y también, había entrado en la casa sin que estuvieran Helen y Pedro, para que le abriesen la puerta...Sería acaso, una de las tantas mujeres con las que había estado Bendelin...


Lo miró y lo que se encontró, fue a un Bendelin que estaba jadeando debido al pequeño encuentro que habían tenido. La verdad, ahora que se daba cuenta no era el único que intentaba normalizar su respiración, debido a  la pasión tan fuerte que había entre ellos dos.


-¡Mierda! –Dijo con los labios apretados, mientras miraba hacia la puerta con desesperación-. Es mi madre. Supongo que ha venido a ver  los daños que ha causado la tormenta.

-¡Tu madre!-exclamó fulminándolo con la mirada. Dios mío, que iba hacer... Por que de entre todas las personas que podía haberlos sorprendido, tenía que ser su madre. Que iba hacer ahora...

-Será mejor que te arregles la camisa –le urgió él, fijando la mirada en sus senos excitados y soltando un suspiro por lo bajo-, así podré decirle que puede pasar...

-¡Estás loco! –exclamó escandalizada, pero bajando la voz rápido dándose cuenta de que la habían oído-. Y que quieres que le diga –empezó abotonarse la camisa-. Hola soy Leslie, l mujer que se encuentra embarazada de su hijo y que resulta ser su esposa. Por culpa de una noche de bebida y que ahora mismo, casi vuelve acostarse con él, por segunda vez –dijo ironizando.

-No está mal –intervino con burla.

-¡Bendelin! –lo riñó totalmente inusitada.
-Qué... –sonrió-. Lo digo en serio –se giró dirección a la puerta y llamó a su madre, anunciándole que ya podía entrar.


Para Leslie aquello era demasiado embarazoso. Sin poder evitarlo, se ruborizó de la cabeza a los pies, al imaginarse la sorpresa de su madre al verlos de aquella manera...


-Buenos días –María entró como si nada hubiera pasado-. Siento mucho el no haber llamado al timbre antes de entrar –se disculpó sinceramente.

-Tranquila madre –su voz sonó segura-. No ha pasado nada que...

-¿Así, que tú eres Leslie?-preguntó la mujer emocionada. Sonriendo al responderle Leslie con u asentimiento de cabeza-. Entonces, debo pensar que al final has aceptado el venirte a vivir aquí, como esposa de mi hijo... -¡No! Tanto Leslie como Bendelin, se quedaron petrificados en cuanto aquellas palabras salieron de  su boca-. Estoy muy contenta con la llegada de un hermoso nieto.

-Mamá –empezó Ven, sin saber que decir.


-No es que pueda decir que esté muy contenta, de que me hayan privado de una boda... –dijo un tanto desanimada-. Pero aún me queda Susana y además, habrá que hacerle un buen bautizo...

-Mamá –la cortó Bendelin, empezando a perder un poco la paciencia.

-Qué –contraatacó exasperada.

-Que es mejor que te calles, vale –dijo con cierta impaciencia. La mujer se quedó callada, mirando con interrogación a los dos.

-Me estáis diciendo, que vosotros dos... –se calló al comprenderlo-. Os pido disculpas, pero al encontraros... Es normal que lo pensara –no los entendía. Se veía a mil leguas, que los dos se sentían atraídos y ahí estaban, como dos palurdos que... Bueno, sería mejor que se marchara-.  Si me disculpáis, será mejor que me marche –miró sin ningún enfado a Leslie-. Encantada de conocerte. Espero que nos veamos bien pronto y cuídate mucho, quiero tener un nieto sano y guapo, del cual poder presumir con mis amigas –dijo sonriendo.

-No se preocupe –dijo con cierta timidez-, y siento que...

-OH, querida –le sonrió, acercándose para besarla-. No te preocupes, estoy acostumbrada a las decisiones raras de mi hijo. Son treinta y seis años soportándolo –le dijo en broma.


Después de despedirse, Bendelin acompañó a su madre a la puerta, dejando Leslie sola en la cocina. Era raro, sintió como un vacío en el corazón cuando la madre de Bendelin se dio cuenta de lo que ocurría. Y también sentía culpa. No es que fuera muy acertado, el que los encontrara de aquella manera y que después se enterara de que no iban a vivir juntos. Aunque estuvieran casados y esperasen un bebé. ¡Dios!. Que es lo que había hecho, para que le estuviera sucediendo aquello.


Cuando Bendelin entró en la cocina momentos después, se encontró con que Leslie estaba muy pensativa. Ahora, si que no sabía cómo estaba la relación entre ellos. Si su madre no hubiese entrado en aquel momento, tal vez hubieran hecho el amor allí mismo en la cocina. Es entonces, cuando a lo mejor Leslie se hubiese dado cuenta de lo mejor, era que se quedase a vivir con él. Por que él la quería y la iba a cuidar muy bien.


-Leslie –la llamó con voz aterciopelada –la mujer se irguió y lo miró con cierta frialdad.

-Será mejor que yo también he marche  a casa...

-Escucha –intentó razonar, pero ella no le prestó atención dirigiéndose al recibidor para coger su abrigo –entiendo-. Suspiró, por lo visto ahora debería de empezar nuevamente desde cero.


La encontró en el salón de estar, con el abrigo puesto y el teléfono en mano. Se extrañó a lo primero, pero comprendió rápidamente que llamaba al servicio de taxis. Se acercó a ella, para arrebatarle el auricular y comentarle a la chica que había en el otro lado de la línea que ya no hacía falta. Al colgar se giró y miró a Leslie fijamente. Para encontrársela totalmente enfadada. Pero no iba aguantar ninguna de sus pataletas en su casa.
-Ya te llevo a tu casa –gruñó-, es lo menos que puedo hacer al ser mi invitada. ¿No crees?

-Haz lo que quieras –le urgió-, yo solo quiero irme a mi casa y si es posible, perderte de vista por un tiempo...

-Perdona –sonrió para sus adentros. Ya volvía a tener a la Leslie que conoció, en un principio. Terca como una mula-. Pero tendremos que vernos, quieras o no quieras. Te recuerdo que eres mi esposa y que...

-¡Déjame en paz! Ya sé quién soy y que estoy embarazada –gritó exasperada-. Pero nadie se ha parado a pensar siquiera en  mí, en cómo me siento respecto a ello... –comenzó a pasearse de un lado a otro.

-Me estas sugiriendo la idea del aborto –dijo totalmente sorprendido y haciendo, que Leslie se detuviera repentinamente.



-¡No seas imbécil, quieres! –lo insultó enfadada, por que llegara a pensar aquello-. Es solo que tengo que asimilarlo, entiendes. Yo no tenía pensado casarme y tener un hijo, Ya tenía muchos planes hechos. Los cuales  ahora, ya no...

-Entiendo –soltó un suspiro llenos de culpabilidad-. Siento mucho, el que te haya destruido tus sueños, tus planes, tu vida... –Se sentía culpable. Pero la culpa l atenían los dos. AL haberse comportado como unos irresponsables. Sí, era acierto. Su vida, en una noche había dado un giro importante. Provocando que tuviera que cambiar todos sus sueños, para convertirse en una perfecta madre, para su bebé.


La verdad, parándose a pensar. Últimamente, no se sentía completa, era como si le hubieses faltado algo. Y ahora sabía que era. Aquel hombre que tenía delante suyo y el regalo que le había dado. Pero había un problema. El amor. Aquella palabra no existía para él. Solo conocía el amor de dos semanas, dándose calor en la cama.


Estaba claro, que  le proponía que se quedase a vivir con él, por que estaban casados. Casados por error. Y también, lo que se haría más evidente con el paso del tiempo, es que estaba embarazada y él, era el padre. Y claro, como buen caballero y por su reputación, al mundo de los negocios tenía que guardar apariencias. ¡Maldita sea! Por que no la amaba, como ella a él. Por que tenía que tener tan mala suerte.



Durante el trayecto en coche, ninguno de los dos volvió a mencionar palabra. Bendelin, nada más sentarse tras el volante puso una emisora de radio. Aquello fue para ella, como una señal diciéndole que no quería ser molestado por nada. Y eso fue lo que hizo, se dedicó a observar el exterior. Y en pensar, que su vida amorosa era un verdadero fracaso.


Había conseguido encontrar a su amor, como desde muy pequeña había soñado. Y que fuera igual de hermoso, como lo había sido el de sus padres, pero era imposible. Él no la amaba y aquello, era lo que hacía dudar respecto a su propuesta.


Bendelin detuvo el coche enfrente de su casa, pero no abrió la boca. Solo la miró un momento, para volver enseguida la vista al frente. Por lo visto, estaba enfadado. Mejor. De esa manera, estaba segura que no la molestaría en unos días.


-Gracias por todo –le dijo sin ninguna emoción. Mientras se apeaba del coche, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Así que, con la espalda bien rígida, se dirigió con tranquilidad a su casa.


¡Gracias por qué! Pensó Bendelin enfurecido, mientras conducía nuevamente a su casa. Por traerla de vuelta a casa, por la cena del Viernes, por darle su apoyo o, por arruinarle la vida...


-¡Mierda! –con gran fuerza golpeó el volante con su puño, mientras pensaba lo imbécil que había llegado a ser.


Si Leslie, quería estar sola por un tiempo para poder meditar, ella ganaba. No pensaba molestarla para nada. Si quería algo de él, que fuera a buscarlo.


 8º, CAPITULO.-


-No sé qué hacer –dijo Henry con preocupación-. Llevan un mes sin verse...

-Henry, cariño –intentó calmarlo Rosana-. Ya son mayores y...

-¡Mayores! –se exaltó-. Por Dios, pero si un niño de ocho años tiene en estos momentos, más conocimiento que esos dos.

-Pero son ellos dos quienes tienen que resolver sus problemas.

-Problemas, problemas... –gruñó-. En mis tiempos, cuando dejabas a una mujer embarazada te casabas con ella y la cuidabas.

-Bueno –sonrió-, casados ya están...

-¡Pero no viven como tal!

-Deja que pase el tiempo –resopló-. No debes preocuparte por ellos, Henry. Además, no querías que Leslie se casara y tuviera hijos...

-¡Rosana! No tengo ganas de bromear.

-Eso es por que te has vuelto un viejo gruñón –Le contraatacó.

-¡Y tú...! –Empezó con enfado, pero lo sustituyó por cariño-. En un avieja cada vez más guapa.

-Gracias, eso ya lo sabía –sonrió, mientras le  acariciaba la mano.



Eran las siete de la tarde y Matt, se encontraba con Bendelin en el despacho acabando un trabajo. Estaba preocupado por él. Había pasado ya un tiempo desde que tuvo aquella conversación Con Leslie y no se habían vuelto a ver para nada. Y aquello le resultaba muy raro, viniendo por parte de él.


-Bendelin –empezó un poco dubitativo.

-Sí –respondió despistado éste, mientras anotaba unos datos en el ordenador.

-No entiendo como lo puedes aguantar.


Ven lo miró por un momento, no hacía falta que le preguntara de que  hablaba. Porque lo sabía perfectamente, con solo mirarlo a los ojos. No era el primero que le hacía aquella pregunta. A lo largo del mes, le habían interrogado su madre, su hermana, Henry y Rosana... Todos estaban preocupados, por no decir que él también.
Se pasaba las noches sin conciliar el sueño, pensando en cómo se encontraría su esposa y su hijo. No se atrevía a llamarla, ni ir a visitarla. La última vez que se vieron, tuvieron una buena discusión... Y recordaba que le dijo que necesitaba tiempo para ella. Pues bien, eso es lo que estaba procurando.


                -¡Dejarme todos en paz, queréis! –Apagó el ordenador y se levantó del escritorio hecho una furia-. Entiendo que estáis preocupados, pero es mi vida al igual que la de ella. Así que no os metáis en donde no os llaman –Dicho esto, cogió su abrigo y salió por la puerta dejando a un Matt, bien sorprendido.



               
No tenía que haberse marchado de aquella manera. Una hora después, se encontraba conduciendo de forma vaga, por las calles de Londres. Y arrepentido, en la forma en que le había hablado a su amigo.  Pero tenían que entenderle. Ya llevaba un mes sin verla, sin escuchar su voz... Y estaba que se tiraba de los pelos, para que vinieran atormentarle todavía más, al hacerle preguntas que no podía responder, por que no sabía nada.


                Se detuvo en un semáforo, en un estado de desánimo. Cuando al mirar a su derecha vio al objeto de sus pensamientos, durante aquellas cuatro largas semanas. Era Leslie, hablando con una mujer ataviada con bata blanca. Fue entonces, cuando se fijó que era el centro médico para mujeres embarazadas.
                Pensó en dejarla tranquila, tal como ella le había pedido a gritos... Eso es lo que había entre ellos, gritos. Por que siempre que se encontraban acababan entablando una discusión. Y casi siempre, había sido por una tontería. Sentían esa necesidad de pelearse, como para demostrarle al otro que podía vivir sin él, cuando resultaba ser todo lo contrario.  Pero y si le ocurría algo... No lo creía, por que se la veía muy sonriente y más bella que nunca. Aparcaría el coche encima de la acera y se bajaría a su encuentro. Y le eran igual las retahílas que le fuera a soltar, en cuanto lo viera. Ya habían pasado cuatro semanas, en todo ese tiempo podía haber  pensado lo que tuviera que pensar. Solo esperaba, que no tomara la amarga decisión de abortar. Ella le había dicho, que tampoco estaba a favor de aquello. Por que si decidía hacerlo, ya la había perdido para siempre.


                -Buenas tardes, señoras... –Leslie se quedó helada al escuchar aquella voz. Hacía un mes que no sabía nada de Bendelin. Él la había dejado en paz, tal como ella le había pedido... Lo había echado mucho en falta. Ahora reconocía, que no tenía que haberle tratado tan mal aquella última vez. Todo fue por el enfado que llevaba encima, pues su vida cambiaba sin que ella lo hubiese pedido. ¿Le pediría aún que se fuera a vivir a su casa? No lo sabía. Ya que había pasado un mes y no la había llamado, para saber si su hijo estaba bien. No se había preocupado por nada... Pero la culpa de ello, la tenía ella. No tenía que darle más vueltas.


                Durante ese largo mes, habían sido Rosana y Laura, quienes habían ido animarla. Y para consejos de embarazo había sido Sasha, la mujer de Dani.  Pero habían sido tantas lágrimas las que había derramado... Todas por su tristeza de no tener a Bendelin a su lado. Y no paraba de recordar, aquella noche tan magnífica en sus brazos y besos, que innumerables veces le había robado. Había tenido mucho tiempo para pensar y lo había hecho, llegando a la conclusión de que iría a vivir con él, si éste se lo proponía otra vez. Iba a luchar por conseguir su amor. Era una idea descabellada, pero sabía que lo iba a conseguir. Cogiendo fuerzas, se dio la vuelta y miró a Bendelin con una sonrisa.


                -¡Bendelin! Que sorpresa –lo cogió del brazo, dejando al hombre bastante sorprendido por su alegría, con su encuentro-. Deja que te presente a mi doctora, es quien vela por la seguridad de nuestro hijo.

                -Le felicito señor, Van Holden –sonrió la doctora, mientras le ofrecía su mano. Ésta era también amiga de Leslie, y sabía todo lo ocurrido-. Espero que me cuide mucho a los dos.

                -Encantado –sonrió, mientras le estrechaba la mano-. Y puede estar tranquila. Pondré todo mi empeño en ello.

                -Bueno Leslie –se giró a ella-. Ya sabes, tienes que hacer mucho reposo y nada de estrés –le indicó, mirando también a Bendelin.

                -Tranquila –le aseguró la muchacha, despidiéndose de ella.

                -¿Va todo bien? –preguntó Ven, en cuanto se hubieron quedado solos en la puerta del centro médico.

                -Sí, no hay nada de que preocuparse –le contestó sinceramente-. ¿Bueno, qué haces por ésta zona?

                -¿La verdad? –Dijo con sinceridad-. Harto de que todos me pregunten por tu estado y no les pueda decir nada, por que no estoy enterado de nada, tal como me pediste. Salí a despejarme un rato la cabeza, dando una vuelta con el coche, antes de coger a Matt por el cuello y retorcérselo –Leslie rió por un momento.

                -La culpa l atengo yo, por la forma en cómo te hablé aquel día –se disculpó, con el arrepentimiento en los ojos.

                -La culpa la tenemos todos –dijo poniéndole una mano encima el hombro-. Todos hemos dicho o hecho algo, que ha llevado a ésta ridícula situación entre nosotros.

                -Sí así lo crees –dijo en un hilo de voz, sin llegar a soltar su culpabilidad de encima de sus hombros.

                -No, Leslie –le acarició la mejilla con ternura-. No te culpes, de acuerdo –sonrió, haciendo que Leslie también sonriera y aceptara aquellas palabras.

                -De acuerdo.

                -Hace mucho frío aquí fura –miró a su alrededor, en donde la gente caminaba deprisa por el aire que hacía-. ¿Te gustaría venir a un bar conmigo, a tomarte un buen chocolate caliente?

                -Mmm, no me hables de chocolate que se me hace l aboca agua –sonrió ante el ofrecimiento del hombre.

                -¿Has venido en tu coche?

                -No, hoy no tenía ganas de conducir.

                -Entonces, vayamos al mío que está aquí encima de la acera, no vaya a ser que venga un guarda y me  multe –la cogió por el brazo y la condujo a su automóvil, en donde el ambiente era mucho más cálido que el de la calle.



                EL bar era un lugar tranquilo y acogedor. Lleno de cómodos sillones, en vez de duras sillas como los locales que tienen todas las ciudades. Las mesas eran pequeñas y redondas, con una preciosa lámpara acompañada de un jarrón, con tres preciosas rosas rojas, que desprendían un maravilloso olor. Se estaba muy bien allí, en diferencia al frío de la calle. Las paredes eran de un color verde oscuro, haciendo juego con los sillones rojos y las mesas de madera color cerezo. En cada pared, había una pequeña chimenea encendida, haciendo aún más hogareño el local, de lo que ya era. Era estilo a medieval.


                -Es precioso –dijo sin quitar la vista de los decorados-. No sabía que existiese un lugar tan encantador como éste.

                -No hace ni un mes que lo inauguraron –comentó él, sin quitarle los ojos de encima-. Hará unas dos semanas, que vengo a tomarme un relajado café.

                -Entiendo, debes de tener mucho trabajo ahora.

                -Sí, eso también es una de las razones por las que vengo aquí a relajarme...

                -Buenas tardes –una joven camarera, los interrumpió para tomarles nota. Haciendo que las palabras de Bendelin, quedaran suspendidas en el aire.


                Hasta que la joven muchacha no les trajo el chocolate con las pastas, no se dijeron nada. Leslie siguió observando el entorno, con ojos de admiración. Las paredes estaban llenas de pinturas y figuras románticas, del siglo dieciséis. Su mirada se detuvo en un cuadro, en donde habían retratado a una pareja de jóvenes enamorados, en donde el hombre le ofrecía una delicada rosa roja a su bella amada que la cogía, con un brillo en su mirada. Sin duda, la persona que hubiese realizado aquellos personajes, era una persona felizmente enamorada. 


                Bendelin estuvo mirando un momento, a las personas que había en el local. Cuando se fijó en Leslie, vio que estaba mirando un cuadro detenidamente, con mirada ensoñadora. Detuvo su mirada por un momento en el cuadro, para intentar saber el por que de aquella mirada en sus ojos... Fue cuando Leslie decidió abandonar sus pensamientos y prestar atención a su compañero, pero se encontró que éste también observaba aquella imagen. Aunque había adelgazado un poco, seguía igual de irresistible. En su oscuro cabello, habían comenzado aparecer algunas canas por la parte de la sien, dándole un aspecto de más varonil, del que ya tenía anteriormente. Sus ojos grisáceos y ano reflejaban aquella frialdad, lo habían sustituido por una expresión vacía, llena de cansancio y tal vez algo de... Imposible. Aquellos ojos, no podían demostrar una pizca de amor, era una ridiculez el pensar en aquella idea.


                Sus mejillas se tornaron sonrosadas, cuando Bendelin volvió su atención en ella, pillándola desprevenida, con sus ojos puestos en él. Aquello le gustó. Pillarla observándolo y que se avergonzara de ello. ¿En que estaría pensando?... Es igual, solo sabía que aún cuando se sonrojaba era igual de preciosa.


                -¿Tengo monos en la cara? –preguntó aún con descaro, sabiendo que aquello provocaría un tono más fuere en las mejillas de su preciosa esposa.

                -Qué... –se puso un poco nerviosa-. No, no. Solo te observaba...

                -¿Estoy igual de guapo que siempre? –preguntó con una sonrisa terriblemente arrebatadora.

                -Sí –contestó sinceramente-, solo que más delgado de lo que yo recuerdo.

                Cierto, últimamente he tenido muchas preocupaciones. El trabajo... Ya sabes, dormir muy poco y comida rápida.

                -Sí, ya sé. También me ha ocurrido a mí, muchas veces.
                -Pero no creo que hayas perdido ni un gramo de tu preciso cuerpo –dio con voz melosa.

                -Has dado en el clavo –cogió una galleta y la hundió, en el delicioso y dulce chocolate.

                -Así, que siempre has tenido la misma figura –afirmó Bendelin, en forma de pregunta.

                -Sí...

                -Pero ya no –la miró fijamente a los ojos, por un momento para bajarlos de forma lenta por sus labios, cuello y detenerse en sus senos-. Tus senos están mucho más grandes y redondos, de lo que yo creo recordar, ¿me equivoco?

                -No, no te equivocas –contestó con un poco de rabia, al sonrojarse nuevamente-. Es lo más normal, dado en el estado en que me dejaste, ¿no crees?

                -Creo que hacen falta dos personas, para llegar a ese estado como tú dices...

                -Es igual, solo que no creo que a ti te hiciera gracia, el que te dijera que tu pene ha menguado, desde la última vez que... –se calló rápidamente, con gran vergüenza.

                -No puedes  decir eso, por que no te acuerdas de cómo soy desnudo –sonrió traviesamente-. Ah, no ser que me mintieras respecto aquella noche...

                -Sabes perfectamente, que no me acuerdo de nada.

                -Pues si quieres, nos vamos a mi casa y lo arreglamos.

                -¡Bendelin, por favor!

                -Qué –sonrió abiertamente-, no hay por que avergonzarse, soy tu esposo y como tal tienes ciertos derechos sobre mí.

                -Como no pares de decir tonterías, me marcho y te dejo solo.

                -Está bien, tu ganas –paró al fin el juego cogiendo su tazón, para tomar una buena cucharada de chocolate-. Pero no sabes lo que te pierdes –como no, tenía que decir la última palabra, pensó Leslie.

                -¡Bendelin! –intentó reprimirlo, pero no pudo por que la sonrisa se le escapó.

                -Bueno, cambiando de tema para la señorita... ¿Cómo te va con E.K. ¿ –preguntó con curiosidad.

                -Bien, por el momento ha decidido tomarse unas vacaciones cortas.

                -Vaya, que suerte tienen algunos –dijo con reproche.

                -Tú también puedes coger vacaciones, como todo el mundo.

                -Sí, pero para pasarlas solo... ¿Te gustaría venirte una semana conmigo? –preguntó ilusionado.

                -Mmm..., no sé –se quedó parada-. Tendría que pensármelo...

                -Claro, como no –suspiró-. En fin, volviendo al tema. Piensa E.K., quedarse con la revista Éxito definitivamente.

                -No, solo se fue con ellos, por que yo me enfadé  con vosotros...

                -Entonces, eso significa que piensa volver con nosotros.

                -¿Si lo volvéis aceptar?

                -No debería, después de todo, pero lo haré puesto que les prometí a mis lectores que habrían artículos de él.

                -Perfecto, entonces lo llamaré para comunicárselo.

                -Espero que algún día me lo presentes –inquirió con burla-. Entre un matrimonio, no deben existir secretos.

                -Yo creo que lo que mantiene hoy en día a un matrimonio, es que poco a poco se vayan conociendo los secretos e intimidades de una persona. De esta manera, no se aburrirán tan pronto al conocer todas las cosas de ella.

                -En parte tienes razón –sugirió-. ¿Eso quiere decir que más adelante, si todo funciona puede que me lo presentes?

                -Francamente –meditó un  poco-, no lo creo posible.

                -¿El qué, tu secreto o nuestro matrimonio? –la pilló por sorpresa, sacándole una sonrisa.

                -No pienso responder a eso, tengo mi derecho como mujer...

                -Feminista... –la acusó en broma-. Bueno, pues lo averiguaré por mi mismo –cogió una galleta y la mojó en el tazón.

                -Pues te deseo mucha suerte, en tu vano intento.

                -Vaya, que poca fe llegas a tener sobre en mí.

                -Es que son muchas las personas, que han fracasado en el simple intento de sacarlo a la luz –dijo con cierto orgullo.

                -Y eso parece que te enorgullece... Pero yo soy muy diferente a ellos.

                -Tú eres un viejo presumido.

                -OH –en tono divertido y llevándose sus manos encima del pecho, le dijo -, eso es un golpe muy bajo princesa.

                -Pues lo siento, pero creo que es verdad.

                -Entonces, te pido que me dejes demostrarte a partir de ahora todo lo contrario.

                -¿Cómo? –La curiosidad pudo con ella.

                -Bueno, ya te sorprenderé algún que otro día.

                -De acuerdo –lo desafió-. Pero no creo que consigas nada.

                -Yo pongo toda m confianza en que sí que lo lograré –le sonrió, haciendo que se temiera lo peor al haberlo desafiado.


                Estuvieron un rato más hablando, pero sin llegar a rozar el tema principal, sabiendo que aún no era el momento. Habían estado un mes sin verse por ello, y solo faltaba que la primera vez que volvían a encontrarse, lo fastidiaran todo por su testarudez.


Bendelin acompañó a Leslie a su casa, en donde se despidieron con un poco de incomodidad. No sabían bien, bien como tenían que actuar. Era notable, que algún cambio se había producido entre ellos... Solo se dijeron adiós.  No habían hablado para llamarse o volver a verse, para tomar algo. Así que seguían como al principio, sin saber nada de nada.



Era jueves y como tal, María se encontraba en la cocina preparando una cena especial para sus hijos y Matt, que no tardarían en ir llegando. Esa noche como tantas otras, ella y su hija preguntarían a su hijo por Leslie y si pensaba seguir con los brazos cruzados, mientras el tiempo iba pasando. Si todo seguía como hasta ahora, no le quedaría más remedio que tener que ir hablar personalmente con Leslie y, preguntarle cómo estaba realmente la situación. Además, era su nuera y llevaba en su vientre a su tan deseado nieto. Y quería saber cómo se encontraban los dos y llevarle algún que otro regalito, que no había podido resistirse en comprar.


Escuchó como alguien cerraba la puerta principal y dejaba unas llaves, en la mesita del recibidor. Momentos después, aparecía Susana por la puerta de la cocina quejándose del frío que hacía...


-Buenas noches, mamá –se acercó a ella y le dio un cálido abrazo-. ¿Está aquí el irresponsable de mi hermano?

-No, cariño –le sonrió, mientras apagaba el horno-. Y escúchame bien, no quiero que esta noche te vuelvas a ensañar con él –le reprimió-. Suficiente tenemos con la pelea de su esposa, para que también lo esté contigo.

-Tranquila –se acercó a una bandeja con canapés y cogió uno-. Ya me disculpé con él, al día siguiente por teléfono.

-Me parece muy bien, pero no quiero que se vuelva a repetir el mismo episodio –se acercó a ella, para coger la bandeja y alejarla de sus manos-. Deja de picotear y sube a ducharte... –le volvió  a reñir, pero con ternura-. ¿No querrás hacer esperar a esos dos hombres?

Que culpa tengo yo, de terminar mucho más tarde que ellos dos... –refunfuñó, mientras subía al piso de arriba, para ducharse después de un día duro de trabajo.


Cuando Matt llegó, Susana apareció con aspecto más relajado, corriendo a los brazos de su prometido para darle un cálido abrazo y contarle, los acontecimientos del día. Ya empezaban a impacientarse por la falta de Bendelin, cuando escucharon que la puerta se habría apareciendo él, con un ramo de flores en cada mano y expresión contenta.


-Buenas noches -saludó a todos con una sonrisa y se acercó primeramente a su madre, para darle dos besos y uno de los ramos-. Para la mujer más guapa -se dio la vuelta y le entregó el otro a su hermana-. Y para la hermanita más peleona... -Los tres estaban sorprendidos, no sabían que pensar. Quien les iba a decir, que aparecería aquella noche de tan buen humor... Algo debía de haber ocurrido-. Siento llegar un poco tarde, pero antes de salir de casa me ha sorprendido una llamada -se disculpó con sinceridad.

-¿Quién era? -preguntó Susana, para acallar la curiosidad que les carcomía a todos.

-OH, era Dani -contestó despreocupado-. Me llamaba para invitarme a cenar, con su mujer Sasha.

-AH -respondió desilusionada-. ¿Y ya está? ¿Eso era todo?

-Sí -contestó él, sin extrañarse por su interés. Sabía que todos, se pensaban que era Leslie quien había llamado. No pensaba contarles nada. No quería tenerlos aún más pesados de lo que ya eran.

-¿Y las flores?-seguía preguntando.

-Que yo recuerde, siempre os he regalado flores -se excusó-. Bueno, ya sé que llevaba un tiempo que no...

-Ya vale de tantas preguntas -interrumpió María, al comprobar que su hijo no pensaba soltar palabra. Algo había  ocurrido, para que tuviera aquel brillo en la mirada. Pero tendrían que aguantarse, como siempre-. Todo el mundo a la mesa, que ya va siendo hora y seguro que estáis hambrientos.



Eran cuatro, los días que habían pasado. Aún recordaba la sensación extraña, que le había recorrido por todo el cuerpo cuando la había dejado en casa. Era como si la hubiese acariciado con sus manos, produciéndole una agradable sensación de bien estar. Y parecía, como si nunca se hubieran llegado a conocer y aquel parecía  su primer encuentro. Como dos desconocidos, tratando en el menor tiempo de conocer al otro y agradarle todo lo mayor posible...Como estaba tan confusa, habían tomado la decisión de no contárselo a nadie. Mejor, así no la incordiaban aún más. Y esperaba que Ben, hiciera lo mismo.


Ahora, ya no salía a correr por las mañanas. En vez de ello, salía a caminar un poco como le había recomendado la doctora. Pero de todas maneras le iba bien, por que Tor tenía que hacer su ejercicio habitual. De manera que seguía haciendo su mismo recorrido. Cuando llegó al cruce, que conducía a la casa de Bendelin, se paró un momento con la sonrisa en la boca. Recordando la sorpresa que se llevó aquel día, al averiguar que él vivía allí y lo guapo que estaba. Pero dejando los recuerdos para más tarde, siguió su camino como todos los días hacía.


Pasaron  cerca de cuarenta minutos, desde que se había parado en el cruce cuando volvió a pasar por él, para ir a dar la vuelta. Cuando de repente, entre los matorrales apareció un gato blanco, haciendo que Tor fuera en su encuentro. Lo maldijo al momento. El gato se dirigía corriendo hacia la zona de Bendelin, en un intento de escapar del perro. Estaba ya cansada y apenas tenía ganas de ponerse a correr un poco, así que empezó a llamarlo a gritos. Al ver que no le hacía caso, empezó a caminar deprisa por el camino. Pero al parecer no iba a resultar fácil. El gato, entraba y salía de la maleza, poniéndole los nervios de punta, por que no conseguía adivinar a ciencia cierta por donde iban. 


Al momento, escuchó el ruido de un coche que se acercaba a ellos. Primero miró detrás de ella, pero no vio nada en el recto camino. El temor iba subiendo por sus venas, cuando vio que venía por delante, pero que no lo veía por culpa de la curva que hacía el maldito camino, totalmente cubierta por árboles y plantas.


Empezó a dar gritos desesperados a Tor, temiéndose lo peor. Por un momento, no aparecían ni él ni el maldito gato por el camino, y rezaba por ello. Sus piernas empezaron a moverse más deprisa en dirección a la curva, por si tenía que detener al coche. Estaba llegando al principio de la curva, cuando empezaba a ver algo del coche. Pero de pronto dos sombras salieron de los matorrales, pasando como dos balas por delante del coche, haciendo que el conductor se llevara un susto y apretara el freno en un golpe seco. Pero fue en vano. La gravilla hizo que  éste derrapara de costado y en dirección a ella... Asustada por el cambio de último momento, reaccionó rápido al quitarse del medio y viendo como todo aquel conjunto de hierro, chocaba bruscamente contra el árbol.


Todo parecía pasar a cámara lenta. Dos sombras cruzándose por delante de él, pisar el freno y en medio de aquel caos ver como se dirigía en dirección a Leslie. ¡Dios! Suplicaba por que todos fuese una alucinación y no se encontrara allí, porque ya era tarde para que él hiciera algo.


Rápido, tenía que darse prisa en ver si el conductor se encontraba bien. Ya había visto como Tor se había parado a un lado del camino. Estaba asustado, al ver como aquella enorme sombra se le echaba encima. Se acercó a la puerta del conductor, que por fortuna era la que no había recibido el impacto. ¡No! Allí dentro, se encontraba Bendelin con la cabeza apoyada en el volante. El miedo volvió a recorrerle por las venas,  pero aquella vez con más furia... Mientras sus ojos se empañaban por las lágrimas, empezó a tirar nerviosa de la manilla...


-¡Bendelin! -gritaba mientras daba un fuerte tirón a la manilla-. ¡Bendelin, por favor! -volvió a llamarlo, al segundo tirón y consiguiendo abrir la puerta. Cogió al hombre por los hombros y le reclinó hacia atrás en el asiento-. ¡Despierta, por favor! -Lo miró a la cara con gran desesperación, viendo un pequeño corte encima la ceja derecha. En aquel momento, el hombre abrió los ojos soltando un gemido de dolor llevándose la mano a la ceja-. ¡OH, Bendelin! -Leslie se echó a sus brazos. Estaba contenta al ver que éste se despertaba-. Me has dado un susto de muerte -Aún seguía un poco confundido por todo, pero no le impidió que rodeara con sus fuertes brazos aquel cuerpo tembloroso. El cuerpo de su amada esposa, y soltó un suspiro de alivio al comprobar que estaba ilesa.



No paraba de llorar. Se apretaba cada vez más a él, consiguiendo que Bendelin sonriera de forma tonta, al poder comprobar por fin, los sentimientos de ella hacia él. Una enorme felicidad le corrió por todo el cuerpo, haciendo que la abrazara con más fuerza y con pequeños susurros empezara a tranquilizarla.


-Ya está, princesa -le acarició el cabello-. Ya ha pasado el susto.

-No vuelvas hacerlo nunca más -levantó la cabeza, para mirarlo fijamente a los ojos y descubrir que éste estaba sonriendo-. ¿Se puede saber qué tiene tanta gracia? -preguntó, un tanto molesta.

-Nosotros, mi pequeña -le puso ambas manos alrededor de su cara y le alzó el rostro hacia él, para juntar sus bocas en una delicada caricia.


No pensaba luchar. Llevaba mucho tiempo peleando contra las fuertes ganas de volver a sentir como sus labios eran devorados por los de él. Levantó sus brazos y los puso alrededor del cuello de su amado, para que éste profundizara más. Y así fue. Bendelin apretó su fuerte pecho contra sus senos y abrió con desesperada pasión, sus dulces labios con la lengua, para adentrarse en un laberinto de sensaciones.


No sabían cuanto tiempo pasó, hasta que fueron interrumpidos por la grave voz de un hombre.


-Discúlpenme -dijo un poco avergonzado por interrumpirlos-, no quisiera molestarlos, pero he escuchado el golpe y me he acercado para comprobar qué había ocurrido- de mala gana, Ben separó sus labios de Leslie y se giró atender al preocupado hombre-. ¿Se encuentran bien?

-Sí, muchas gracias -le sonrió, cuando en verdad deseaba gritarle que los dejara en paz para poder seguir con lo que estaban haciendo. Había pasado muchas noches y horas en el trabajo, soñando con poder volver a probar aquel dulce manjar. Y por fin, después de mucho tiempo lo conseguía y era molestado por una persona.

-¿Quiere que llame a una grúa? -Volvió a preguntar, sin ninguna gana de marcharse aparentemente.

-No, gracias -volvió a sonreír, pero transmitiéndole con la mente que se marchara y los dejara en paz. De acuerdo, estaba siendo muy egoísta, pero es que por fin...-, tengo mi teléfono móvil aquí y el teléfono de mi empresa de seguros.

-De acuerdo -les sonrió-, en ese caso yo me marcho en vista de que no hago falta. Que pasen un buen día, y siento lo de su coche -dijo despidiéndose.


A Bendelin, le eran igual los daños que hubiese sufrido su coche. Lo que le importaba verdaderamente, era que volvía a tener en sus brazos a su bella esposa. Ahora se la llevaría a su casa, en donde hablarían larga y tendidamente. Y le pediría que hiciese las maletas y se mudara allí, ya habían perdido mucho tiempo tontamente. Sonrió para sí. Por mucho que quisiera, su mujer tomaba sus propias decisiones por sí misma, de manera que por mucho que él quisiera ella es quién diría la última palabra. Solo le quedaba rezar, como no paraba de hacer desde que la había conocido.


-Será mejor que coja y llame a la aseguradora, para que vengan a llevarse el coche -dijo vagamente.

-Lo siento mucho -se disculpó aún abrazada a él-. Si Tor no hubiese perseguido a ese gato...

-No pasa nada, cariño -sonrió dándole las gracias al animal por haberse cruzado en su camino y darle aquella nueva oportunidad con Leslie-. Ahora se lo llevaran arreglar y quedara como si no hubiese ocurrido nada.

-Quieres decir -añadió con temor-. Creo que ha quedado muy mal.

-Bueno, pues si no tiene arreglo -dijo sin enfado-, no me quedará más remedio que ir al concesionario para adquirir otro modelo.

-Suerte que no eres de esos, que están obsesionados con sus coches...

-De eso, será mejor no hablar -empezó a moverse para salir del coche.

-¿Qué quieres decir con ello? -preguntó al haber soltado él, aquel comentario.

-Bueno, pues que éste todo terreno significaba mucho para mí -la miró por un momento, ya fuera del coche los dos-. Con él, he llegado a ganar unas pocas carreras de montaña y realizado algunos viajes...

-Vaya lo siento mucho -dijo sinceramente-. Cuando acaben de arreglarlo, me pasas la factura que ya me encargo yo.

-Leslie, Leslie -sonrió acercándose a ella y posando las manos en sus hombros-, por que siempre estas tan a la defensiva con migo -le rozó los labios instantáneamente-. Sabes perfectamente, que no quería decir eso con mi comentario...

-Perdona -se disculpó agachando la mirada-. Es el instinto que tengo...

-Pues conmigo más vale que te lo guardes, sino quieres pelea -bromeó posando con suavidad su frente contra la de ella-. Será mejor que haga esas llamadas.


Bendelin hablaba por teléfono, mientras observaba como Leslie se sentaba junto a un asustado Tor, en un lado del camino. Después de determinar el lugar en donde estaba el coche, llamó a Matt para comunicarle que esa mañana no le esperara muy temprano en la oficina. Como era de esperar, éste le preguntó el motivo pero él no le dijo nada, aumentando así la preocupación hacia él por el humor que tenía últimamente.


-¿Y bien? -preguntó Leslie, al ver que se guardaba el teléfono en el bolsillo del abrigo.

-En quince minutos estarán aquí -dijo mirando a su alrededor-. Será mejor que vayamos a mi casa, hace mucho frío para que estemos aquí quietos.

-Perfecto -aceptó levantándose del suelo y Tor detrás de ella-, así te curaré la herida que tienes en la ceja.

-Mmm, tu haciendo de enfermera -pronunció sensualmente.

-Atrévete hacer algo y tendrás que acudir enserio al hospital.

-Aguafiestas -le reprochó Bendelin, mientas se introducía nuevamente en el coche para sacar su maletín.

-Dime todo lo que quieras, pero no vas a conseguir nada de mí -empezó  a caminar en dirección a la casa.

-¿Ni siquiera un beso como los que me has dado antes?

-Ya veremos... -sonrió con travesura-. Depende de lo buen chico que seas.

-No vas a tener ninguna queja -se ilusionó, emprendiendo el camino con ella-. Me estaré muy quietecito.



-¡Hay! -volvió a quejarse el hombre.

-Pero mira que llegas a ser quejica -rió a carcajada.

-A mi no me hace tanta gracia -dijo poniendo un puchero.

-Tanto hacerte el macho y eres, peor que un crio a la hora de la verdad -Volvió a reírse de él.

-Vaya, veo que le estas pillando el tranquillo a esto de burlarte de mí -la cogió de sorpresa, al pasarle los brazos por la cintura y sentarla de un tirón suave en su regazo-. Y por eso te mereces un pequeño castigo -sonrió travieso.

-Bendelin, me prometiste que te estarías quietecito -intentó quejarse entre risas.

-Verás, cariño. Los niños solemos mentir alguna que otra vez -la miró a los ojos, para que viera que no tenía nada que hacer, ante lo que se proponía hacerle.

-¡Bendelin, por favor! -se reía y chillaba a la vez, pidiéndole que parase cuando éste empezó hacerle cosquillas con los labios, en la base del cuello.

-No -sonrió feliz, volviendo con el castigo.



Se encontraba Pedro en la cocina arreglando unos estantes, cuando entró su esposa Helen con una gran sonrisa en su expresión.

-Ahora se encuentran en el aseo de aquí abajo -le confesó en un susurro-. Tienen que estar bromeando, por que ella no para de chillarle entre risas...

-Bueno, pues déjalos tranquilos -le regañó-. No vaya a ser que lo estropees todo.

-¿Estas convencido como yo, de que están enamorados y hechos el uno para el otro? -le susurró con alegría.

-Sí -afirmó-. Ya era hora de que sentara la cabeza y, con una mujer de verdad.

-Cierto, esperemos que no vuelva aparecer por aquí la lagarta de Verónica...

-No sé que decirte... -dudó por un momento-. Hace mucho  que no viene hacer una pequeña visita. No me extrañaría que viviera a meter las narices, si se entera de que va con esa joven.



-Dile a Helen que cocina de maravilla -dijo, mientras devoraba otro trozo de tarta de manzana. Mientras Bendelin disfrutaba viéndola comer.

-Creo que lo adivinará, cuando le diga que no me has dejado ni un trocito para mí -bromeó.

-Me has dicho que no te apetecía -lo acusó, mientras se chupaba los dedos con el caramelo que había dejado la tarta.

-Tranquila, iba en broma.

-Bien -lo miró con pena-. Lo siento mucho pero tengo que marcharme. Tengo una reunión con un cliente muy importante.

-Seguro que no puedes cambiarla -le pidió.

-No, ya es la segunda vez que lo hago con él -se levantó del sofá con desgana.

-Está bien, pero que conste que no me alegra mucho -le advirtió-. Se supone que me tienes que vigilar el golpe.

-¡Que niño! -lo acusó divertida.

-¿Me permites que te acompañe a casa?

-De acuerdo, con lo que he comido no creo que pueda andar mucho.

-Exagerada -se acercó a ella y la levantó en brazos-. Si no pesas nada... -la miró a los ojos divertido-. Deja que te ayude un poquito a llegar al coche.

-Por favor, déjame en el suelo -se rió-. Qué dirá Helen cuando nos vea.

-Posiblemente, pensará que hemos hecho el amor en el sofá del salón y como buen amante que soy, te llevo en brazos por que estas muy agotada.

-¡Bendelin! -lo riñó, pegándole en el brazo pero sin poder ocultar una sonrisa ante aquella sugerencia.

-¡Hay! Me has hecho daño, princesa -la miró divertido al ver que tenía sus mejillas totalmente sonrojadas.

-Te lo mereces por el comentario que has hecho.

-Pero bien que te hubiera gustado que fuera cierto -sugirió de buen humor-. ¡Hay! Cariño, me has vuelto hace daño.

-Y más que te haré, como vuelvas abrir esa boca tuya.

-Si lo hago, será para besarte esos labios... -vio como volvía a mover la mano en dirección a su brazo-. Ni se te ocurra, sino quieres acabar en el fango.

-Pues cállate de una vez.

-Estas guapísima cuando te contienes el enfado... Vale, vale ya paro... -abrió la puerta del coche y la sentó en el sillón.

-Date prisa que no voy a llegar a tiempo -lo urgió, al ver que se tomaba su tiempo al ponerle el cinturón de seguridad-. ¡Bendelin! Que tengo que cambiarme de ropa.

-Pues a mí me gusta mucho tal como vas ahora...

-A ti te gusta todo, con tal de hacerme la pelota -bromeó.

-Mujeres... -cerró la puerta y se dirigió tras el volante-. En menos de cinco minutos estarás en la puerta de tu casita.

-Tampoco hace falta que corras mucho -lo reprimió-, No creo que me guste ver cómo te vuelves a chocar.

-No te preocupes, llegareis de una pieza -sintonizó una emisora de radio y puso el coche en marcha.



Estaba contenta, por que había pasado la mañana junto con Bendelin y no se habían peleado para nada. Nuevamente habían vuelto hacerse los despistados en el tema del embarazo, pero no le preocupaba mucho. Porque ya llegaría el momento para ello.


-Has estado toda la tarde de muy buen humor y con la cabeza y los pies en su sitio. ¿Te ocurre algo que deba saber? -preguntó Dani, en cuanto la reunión se acabó y se sentaran para comer la comida china, que habían pedido por encargo.

-Sí, que estoy embarazada y no paro de comer -bromeó.

-En serio Leslie -insistió, sin creerse la excusa.

-Qué quieres qué te diga. Es normal en  una mujer embarazada, que su estado de ánimo cambie cuarenta mil veces en un solo día.

-Entiendo, sigues sin querer contarme nada -tomó un sorbo de su cerveza-. Cuánto tiempo piensas tenerme castigado por lo que hice -señaló molesto.

-Mejor que calles, respecto a ese tema si no quieres que vaya de mal en peor. Y dime, cómo está Sasha últimamente.

-Bien, le duelen un poco las piernas pero está bien...

-Me pasaré una tarde de estas para hacerle una visita.

-Muy graciosa -le reprochó-, pero ya se lo diré ésta noche. ¿Y tú, cómo vas?

-Oh, bien... No paro de comer -sonrió feliz.

-¿Y el padre? -se atrevió a preguntar.

-Supongo que bien -se levantó y empezó a recoger sus cosas, escondiéndose la cara con el cabello por temor a que le viera sus emociones-. No sé nada, desde más de un mes.

-¿Y no piensas en llamarlo, para comunicarle que el embarazo marcha bien? -volvió a preguntar, utilizando un tono un tanto extraño.

-¿Qué es lo que buscas? -le inquirió con brusquedad.

-Perdona -intentó hacerse el despistado.

-Ya sabes. ¿Qué es lo qué quieres averiguar con tantas preguntas?

-Nada -seguía haciéndose el despistado-. Yo solo preguntaba, por saber que es lo que hacía el futuro papá.

-Pues en ese caso, pregúntaselo a él -dejó lo que estaba haciendo, se acercó al escritorio y cogió su maletín-. No sois para eso viejos amigos -le soltó en modo de reproche-. Aquí te quedas... Yo ya he trabajado suficiente por hoy.

-Leslie -se levantó del sofá y corrió a ella-. Lo siento, no quería molestarte con mis preguntas -ésta se giró a él, para mirarlo asqueada.

-Pues ya ves, lo habéis conseguido -sonrió forzadamente-. Sí, tú y todos. De acuerdo que os preocupéis pero hay cosas que no os incumben.

-¿Qué culpa tenemos?

-Escúchame bien -lo miró desafiante-, procura cuidarte a ti y a tu esposa, y déjame vivir a mí. Por que el que seas mi amigo, no te da ningún derecho a escoger mis decisiones -Acto seguido, le cerró la puerta en las narices.


Se sentó tras el volante de su viejo coche con las manos apoyadas en el volante. No iba a conducir, hasta que se calmase un poco. Además, no sabía qué hacer. Su amiga Laura, trabajaba hasta las siete y no pensaba asomarse por la oficina de Roxana. Seguramente se encontraba allí su padre y empezaba avasallarla como había hecho Dani. Estaba harto de todo aquello. ¿Con qué derecho tomaban decisiones por ella?... Resopló, por todos los sofocos que le causaban los demás. Mejor era no visitar a nadie. Y como no tenía trabajo que realizar, decidió ir hacer la compra de la semana por adelantado. Un poco más animada, se dirigió al supermercado que había cerca de su casa.



¡Dónde tenía ésta gente, la salsa bechamel! Por más vueltas qué daba, no la encontraba. Y estaba empezando hartarse un poco. Había una joven que no paraba de encontrarse ocasionalmente con él, por todos los concurridos pasillos. Todas las veces se le enganchaba del brazo, sin parar de sonreír tontamente y diciéndole que por lo visto, el destino quería que se encontraran. Bendelin le sonreía, y con una pequeña disculpa se separaba y escapaba lo más rápido posible.


En una de sus huidas, al girar en uno de los pasillos se chocó con una persona pisándole el pie. Provocando que ésta soltara una exclamación de dolor y consiguiendo, que la pesada joven se acercara y se le enganchara nuevamente.


-Lo siento mucho -empezó a disculparse, pero se calló al encontrarse a Leslie con una mueca de dolor en el rostro y los ojos vidriosos. Entonces empezó a reírse a carcajadas.

-¿Qué tiene tanta gracia? -preguntó la joven, con gran curiosidad. No sin soltarle antes, una mirada llena de celos a Leslie.

-Por lo visto, nuestros caminos están destinados a ser accidentales, princesa. Y ésta vez, reconozco que la culpa ha sido mía... -le mostró una irresistible sonrisa, a la cual no se pudo resistir. Ignorando también por el momento, a la joven que tenía colgada del brazo.

-¿Qué os conocéis? -preguntó con voz melosa.


Leslie, pudo observar como Bendelin soltaba un desesperado suspiro. Por lo visto, aquella jovencita se le había enganchado y no lo soltaba para nada. No le extrañaba, estaba guapísimo con aquella gabardina que ocultaba su maravilloso cuerpo, cubierto con unos tejanos negros y un jersey de cuello alto color crema.


-Por supuesto -lo miró sonriente a los ojos, para después dirigirse a la joven muchacha-. Éste caballero a quien usted tiene cogido del brazo, es mi marido. Y  le rogaría, que lo soltase cuanto antes por su bien -Bendelin le guiñó el ojo, dándole las gracias por su rescate. Mientras que la joven se ponía roja como un tomate y huía de allí.

-Gracias -dijo después de observar, como salía la muchacha disparada de allí-. ¿Te duele mucho?

-¿Qué? -preguntó sin comprender.

-El pie -contestó, sin dejar de sonreír al ver lo despistada que iba.

-¡Ah! No, no me duele ya -sus mejillas se tiñeron un poco, por su estupidez-. ¿Qué haces aquí?

-Comprar un par de cosas, para la cena de hoy.

-¿Qué no tienes a Helen?

-¿No te lo he dicho ésta mañana? Ella y Pedro, se han marchado a Francia esta mañana después de que te llevara a tu casa. Por lo visto, la hermana de Pedro se ha caído por las escaleras y se ha roto una pierna y varias costillas... Y bueno, les he dicho que estén el tiempo que les haga falta.

-¿Y quién te va a cuidar? -preguntó con curiosidad.

-Mujeres -soltó-. Acaso pensáis, que todos los hombres son iguales.

-Sí -contestó sin pensárselo dos veces.

-Pues éste que está aquí -se llevó una mano al pecho con orgullo-. Es diferente a los demás.

-No me lo digas... Tú te cambias de ropa interior todos los días -bromeó.

-Que simpática que llegas a resultar... Verás, yo sé cocinar y no me refiero solo a tortillas. También planchar y todas las demás tareas.

-Bueno en ese caso -se burló-. ¿Te importaría que te contratase como hombre de la limpieza?

-Tengo que llevar uniforme -le siguió el juego.

-Sí.

-En ese caso, lo siento. A mí me gusta tener libertad de movimiento mientras hago las tareas. Así que lo hago siempre desnudo.

-¡Bendelin! -le pegó en el brazo.

-¿Qué? -sonrió.

-¡Vale ya de tanta broma!

-Pero si no es broma -se defendió.

-¡Por favor!...

-Está bien, princesa -reconoció con pesar-. Voy bien tapadito, aunque es toda una lástima.

-Presumido -lo acusó.

-Sí, sí -se mofó, mientras cogía su carro-. Per apuesto que te gustaría...

-Eres imposible -cogió un bote de salsa rosa y lo depositó en su carro.

-Oye, sabes en donde tienen puesto el bechamel -le preguntó, recordándose de que estaba buscándolo.

-Sí, delante de ti a la altura de tus rodillas.

-¡Por fin! -exclamó aliviado, al tenerte entre sus manos la salsa-. Es que  con aquella pesada, me ponía de los nervios y no veía apenas nada.

-Es raro que no la invitaras a cenar -expuso con recelo.

-¿Y por qué iba hacerlo? -levantó una ceja-. Ah, ya veo -le dijo con un poco de reproche-. Como soy un playboy, tengo que invitar a toda mujer que se me ponga a tiro.

-Mas o menos...

-Pues no es cierto. Por que tú eres la única, que ha cenado en mi casa.

-Pero no soy una de esas, que después de cenar fuera a dormido en tu cama -dijo un poco exaltada y tal vez celosa.

-¿Celosa! -preguntó con picardía-. Pero para tu información y aunque no te lo creas, no ha dormido todavía ninguna mujer en mí cama -inquirió-. La primera que lo ha hecho has sido tú. Y encima sin que ocurriera nada.

-¡Mentiroso! -gruñó.

-Como quieras -empezaba a cansarse de discutir siempre el mismo tema-. De acuerdo que me he acostado con mujeres. ¡Soy una persona! Y como tal, tengo necesidades como todo el mundo. Pero aquello, de que cada dos por tres con una mujer diferente, es mentira... - tomó aire y vio como algunas de las personas que pasaban por allí, los miraban con curiosidad-. Por que en mi vida, solo ha habido dos mujeres. Las demás que salen en las revistas y programas... ¡Falsas! Lo hacen para presumir o para conseguir una exclusiva y algunas, aunque no lo parezca son amigas mías, que solamente les estaba haciendo un favor... -soltó al fin un profundo suspiro, como para aliviarse del enfado.


No esperaba que se enfadasen tanto... ¿Dos mujeres? ¿Quienes serían? Entraría ella en esa corta lista, como él decía. Oh, a lo mejor como no la amaba no estaba incluida. Y en ese caso, estaría en aquellos momentos con alguna mujer. Esperaba que no. Puede que éste se hubiera cansado un poco de tanto ir detrás, y ella solo hacía que darle la espalda. Tampoco le había vuelto a proponer que se fuera a vivir con él. Y tampoco había mostrado el mínimo interés por su hijo... ¡Dios mío! Cabía la posibilidad de que Bendelin hubiese conocido a alguien... Había tardado mucho en decidirse si le iba a conquistar el corazón. Y ahora, puede que lo hubiese perdido. Lo miró con sus ojos vacíos, a los suyos llenos de seguridad y... ¿Amor? Imposible. Por unos instantes le había parecido ver aquel sentimiento en la mirada del hombre. Lo amaba y no había nada que lo pudiese cambiar. Ya basta de tanta tontería. Fuese quien fuese la otra mujer, ella iba a intentar conquistarlo.


-Lo siento, yo... -intentó disculparse, pero él la interrumpió con arrepentimiento después de como ella lo hubo mirado a los ojos.

-No, quien tiene que disculparse soy yo -le acarició la mano-. No debería de haberme enfadado así...

-Pero he sido yo quien...

-Nada, mujer -sonrió-. Que por lo visto he vuelto a la vieja usanza de gritarte o enfadarme contigo, en cuanto te veo.

-Somos polos opuestos -bromeó.

-¿Sabes que los polos opuestos se atraen? -ya volvía a ser el Bendelin de siempre.

-No empecemos -lo alertó-, mientras empujaba el carro hacia la caja.

-Ahora no puedes decirme que miento, por que sabes que es verdad -le dijo, mientras empujaba su carro hasta ponerse a su altura-. Si no, pregúntaselo a tus labios en vez de tu cerrado cerebro.

-Bendelin -protestó.

-Lo siento si te molesto...

-Es igual -cogió una bolsa de patatas, que había en el estante de enfrente y le preguntó-. ¿Vas a cenar solo esta noche? -Vaya, estaba sorprendida. Jamás había sido tan lanzada en lo que respectaba a invitar a los hombres.

-No -respondió esperanzado. Consiguiendo que la expresión de la mujer  se quedara bloqueada, sin saber que responder.

-Así que después de todo ese rollito que me has dado, igualmente ya te has buscado compañía -lo miró de arriba abajo, fulminándolo con la mirada-. Veo que no pierdes el tiempo.

-Soy un hombre con recursos -sonrió débilmente-. Pero te digo una cosa, no empieces a pensar mal.

-¿Quien lo hace? -indicó un tanto molesta.

-Tú. Leslie, querida... Tengo familia. No hace falta que invite a una mujer. Si no, de que me sirve como dices tú, de que te soltara el rollo de siempre con mis conquistas.

-¿Entonces, se puede saber quién es? -preguntó con recelo.

-Eso, ya lo sabrás a su debido tiempo -le comunicó son sonrisa torcida.

-Entonces, será cuando vengas a pedirme los papeles del divorcio... -intervino burlonamente.

Bendelin sonrió ante el malicioso comentario de su querida esposa-. Si me permites, me tengo que marchar a prepara la cena para mi invitada.


La dejó allí sola y sorprendida... Menudo morro tenía. ¿Cómo podía estar enamorado de él? Bastante enfurruñada consigo misma, se dirigió a caja comprobando con desilusión, que Bendelin ya había desaparecido.








 9º, CAPITULO.-
Tres horas después de salir del supermercado, llegaba agotada y hambrienta a su casa. Al salir de allí estaba tan enfadada con Ben, que había decidido dejar las bolsas de la compra en el coche y mirar un poco los escaparates de las tiendas que había cerca. Al final, había comprado unas cuantas cosas... Como un par de peluches, para su niño cuando naciera y un par de juegos de sábanas, para la cuna. Acababa de dejar las bolsas en el comedor, cuando sonó el timbre de la casa. Soltó un suspiro… Esperaba que no fuese Dani, pidiéndole explicaciones de donde había estado toda la tarde. ¡Pero no! La sorpresa invadió rápidamente en su cara, al hallarse un chico cerca de los diez años si es que los tenía, con un enorme ramo de rosas rojas en sus pequeños brazos.
-¿La señora Van Holden?
-¿Qué? -¿Había oído bien?... Ese chico, había dicho Van Holden...
-¿Se encuentra en casa la señora Van Molden? -volvió a preguntar el chico con una sonrisa.
-Sí, soy yo... -Vaya, ya sabía quién le enviaba ese ramo de rosas tan precioso... ¿Pero con qué derecho, iba diciendo que era su esposa? Pero le era imposible enfadarse, ante un detalle tan precioso. Aunque no sabía que motivos se escondían tras él. El joven le entregó el ramo con mucho cuidado, para no estropear las delicadas flores-. Oh, espera un momento que te de... -le dijo, cuando vio que el joven se disponía a marcharse.
-No hace falta señora -le agradeció-. Su marido, ya se ha encargado de ello -Y rápidamente desapareció por la esquina.
Cerró la puerta asombrada, y se dirigió a la cocina a poner las rosas en agua. Estaba muy confusa. No entendía el por que le enviaba aquellas rosas, y aquel niño no tenía ninguna pinta de trabajar en una floristería como repartidor...
Después de dejarlas en la mesilla de su dormitorio, y de aspirar su embriagador perfume, por última vez. Volvió al comedor, para guardar las cosas que había comprado, antes de darse un relajante baño y prepararse alguna cosa para cenar.
Se encontraba en la bañera rodeada de espuma, y acompañada de música clásica. Pero aun así no conseguía relajarse, por que solo hacía que imaginárselo con una bella modelo acompañándolo aquella noche y sus nervios se alteraban. No podía creerse que tuviera la desfachatez, de estar convenciéndola que se fuera a vivir con él. Y que le regalase flores, para después, presumir en sus morros que se citaba con mujeres, por entretenimiento suyo.
Ya se encontraba enfrente de la nevera, con su viejo pijama y la bata encima, intentando escoger entre sí preparase una tortilla con champiñones o de jamón york, cuando volvieron a llamar a la puerta. Con un poco de pereza se dirigió abrirla, llevándose otra vez una sorpresa, al hallarse en la puerta a un chico de unos veinte años aproximadamente, con una enorme caja y una rosa, clavada en el lazo de la ésta. Se fijó en la rosa, y pudo comprobar que era igual a las del ramo que había recibido aquella tarde por parte de Bendelin. Por lo tanto, suponía que aquello era nuevamente obra de su queridísimo playboy.
-Buenas noches, la señora Van Molden -preguntó el joven educadamente.
-Sí, yo misma -un poco aturdida, aceptó el paquete y fue a pedirle al joven que esperara un momento. Pero nuevamente, su marido también se había encargado de darle propina al recadero. Así que deseo las buenas noches al joven, y entró rápidamente al comedor para abrir el paquete.
Primero, separó la delicada rosa del lazo para olería por un momento y ponerla a un lado de la mesa. Desprendía el mismo perfume, que las del ramo. Dulce y delicado. Después, tiró del lazo y levantó la tapa de la caja, soltando una exclamación al descubrir un precioso jersey blanco de cachemir. Estaba más que sorprendida. No entendía el por que de todo aquello. Lo sacó de la caja con mucho cuidado, acercándoselo a la cara para notar la suavidad de éste. Iba a su habitación ha probárselo, cuando volvió a escucharse el timbre de la puerta. Se paró a medio caminar. Siendo la hora que era, no podía ser nadie más que el autor de todos aquellos regalos. Con una sonrisa en los labios, fue abrir la puerta. Pensando que por fin sabría el por que de todo aquello. Pero la sonrisa se esfumó, al encontrarse en la puerta al mismo joven que antes, pero con otro paquete y con otra rosa. Aquello ya le estaba mosqueando un poco. No entendía el por que no aparecía él y se lo entregaba todo de una vez. Aunque la verdad, le estaba gustando mucho aquel juego. Y al parecer el joven recadero, tenía que pensar lo mismo por que intentaba contenerse la sonrisa, al ver la cara de sorpresa de ella al volverlo a ver.
-Señora Van Molden -dijo entregándole el paquete, con sumo cuidado.
-Gracias y espero que mi marido le esté dando una buena propina, por todo este juego -dijo en broma, consiguiendo que el joven le sonriera abiertamente.
-No se preocupe, su marido sabe lo que hace -le contestó-. Buenas noches.
-¿Seguro que son las buenas noches definitivas? ... -preguntó sonriendo. Pero el joven solo levantó el brazo a modo de despedida, antes de girar en la esquina.

Cerró la puerta y con gran entusiasmo se dirigió al comedor, para abrir el paquete. Como antes, sacó con cuidado la rosa y volvió a inhalar el suave perfume de ésta. Después la depositó en la mesa, junto a la otra rosa. Tiró del lazo y levantó la tapa de la caja, hallando una preciosa falda larga de punto gordo, color negra. Desde luego, se podía decir que si había sido Bendelin quien había escogido la ropa, tenía muy buen gusto para ello. Cogió las dos prendas, para ir a su habitación y probárselas, pero fue interrumpida cuando el timbre de la puerta volvió a sonar.
Ya no sabía que pensar ni que hacer. ¿Pero qué demonios se proponía Bendelin? Sería ahora él, o volvía a ser el joven muchacho con otro paquete. Y la verdad, no sabía que es lo que le iba a traer ahora. Pero como el próximo paquete se tratara de ropa interior, se podía ir tragando la falda, el jersey y las rosas… No, las rosas no, que le gustaban mucho.
Era el joven recadero, con una enorme sonrisa en la cara y un sobre en sus manos. Por lo visto, este se lo tenía que estar pasando bomba, con ella. ¿Y que es lo que habría en aquel sobre? Cuando se encontrara con Bendelin le diría... La verdad, no sabía que le diría después de todo aquello.
-Señora Van Holden -sonrió.
-Gracias por todo...
-Robert James, señora -le contestó encantado.
-Pues muchas gracias por todo Robert, mi nombre es Leslie. Después de todo esto, creo que ya nos conocemos lo suficiente como para tutearnos. Y espero que éste sea el último viaje para que puedas marcharte a cenar a tu casa, que ya es tarde.
-Si todas las entregas fueran como estas, no me importaría para nada el plegar tarde todos los días, para poder ver una sonrisa tan bonita como la suya.
-Vaya, veo que estas hecho todo un donjuán -sonrió-. Y espero que no haya sido obra de mi marido. Si no, temo por las jovencitas de éste barrio -el joven rió, para después despedirse de ella y volver a desaparecer por la esquina.
Tuvo la gran curiosidad, de dirigirse hacia la esquina para comprobar por si Bendelin se encontraba allí, dándole ordenes al joven recadero. Pero no había nadie. La calle estaba solitaria salvo por Robert, que se iba alejando tranquilamente a la luz de las farolas. Con gran apresuramiento, volvió al comedor junto a todas las entregas que Bendelin le había enviado. Para respirar profundamente, antes de abrir con manos nerviosas el sobre blanco.
"Querida Leslie, estate preparada a las diez en la puerta de tu casa.
Bendelin."
¿Ya está?.... Todo ese numerito, para enviarle una nota en donde volvía a imponer ordenes. O eso, o Bendelin era un hombre muy poco romántico. Bueno, romántico era al haberle enviado todo aquello con aquel juego. Pero se podía decir que no era un hombre de palabras románticas. Pensándolo bien, no perdía nada por vestirse para estar lista a las diez. Así podría averiguar de una vez por todas, que es lo que estaba pasando por la mente de aquel hombre. Mejor era darse prisa, ya que solo faltaban quince minutos para la hora.
A las diez en punto, el timbre volvió a ser protagonista. Consiguiendo que tuviese un pequeño sobresalto, al no saber quien se encontraría tras la puerta.  Podía tratarse nnuevamente de Robert, o en ésta ocasión definitivamente sería Bendelin. Sabía más o menos, que la cena que iba a preparar Bendelin era para ella. Pero no sabía si habría alguien más. Por que tal vez, podía estar invitada la mujer con la que Bendelin iba ahora. Para comunicarle entre los dos, que pedían el divorcio pero que vendrían de visita para el bebé. Y que tal vez se lo llevarían por vacaciones, como muchos padres solían hacer en verano por sus hijos... Entonces, de repente ya no tenía ganas de ir vestida con aquella ropa, ni de abrir la puerta. Pero tenía que hacerlo, por que algo dentro de sí la animaba asir el picaporte con la mano, y abrir la puerta con una sonrisa en el rostro.
Lo último que su cabeza se iba a imaginar, era que al abrir la puerta se encontraría a un hombre uniformado y detrás de este, esperándola una limusina color negra. El chofer de la limusina, le sonrió y le entregó un pequeño ramo de rosas. Eran las mismas a las que había estado recibiendo durante la hora pasada. Sonrió, por un momento al imaginarse a Bendelin comprando todas las rosas que tenía la floristería, y la cara que pondría la florista. El chofer le ofreció su brazo y la condujo a la limusina. Dejándola sola en la parte posterior del vehículo. Bueno, sola... sola, no se podía decir. Por que el interior del coche estaba lleno de rosas, inundando así el ambiente de una fragancia dulce acompañada de la música de Celine Dion.
Ya se encontraba mucho más relajada. Después de todas esas molestias que se había tomado, no podía estar esperándola en su casa con otra mujer, para indicarle que quería el divorcio o algún acuerdo semejante. Por la ventana, vio como acababan de traspasar la gran verja de la casa de Bendelin. Y aquello hizo que sus nervios volvieran aflorar un poco. Que le diría Bendelin nada más verla... Y como si la hubiese escuchado, cuando la limusina paró enfrente de las escaleras, la puerta se abrió y apareció más guapo que nunca.
Bajó con gracia felina las escaleras, y con gran decisión abrió la puerta y asomó la cabeza con una sonrisa arrebatadora de las suyas. A lo primero se hundió en el cómodo sillón, por la timidez que le atacó repentinamente. Y en vista de ello, Bendelin le ofreció la mano y llamándola con voz segura y calmada.
-Leslie, cariño... -y haciendo acopio de todo su valor, apoyó su pequeña mano en la de él, sintiendo rápidamente como las emociones que durante tanto tiempo había mantenido bajo llave, florecían ante aquel leve contacto del hombre que amaba... Ya no había marcha atrás. Sus ojos lo reflejaban y él, lo veía.
-Bendelin, yo...
-No digas todavía nada, por favor -le pidió con voz suplicante.
Cuando entraron en el salón, su respiración se contuvo al observar las molestias que había tenido Bendelin a lo largo de aquella noche, solo para ella...
Delante de la chimenea, había dispuesto una pequeña mesa adornada con un pequeño candelabro y un jarrón con varias rosas de las muchas que le había regalado. Y para que se sentaran cómodamente, había dispuesto de miles de cojines alrededor de ésta, todos de diferentes colores pero sin dejar de ser preciosos. Y a un lado, había el sofá, que suponía que era por si más tarde querían sentarse en él. Todo era muy romántico...
***
-¿Espero que haya sido de tu agrado? -preguntó en cuanto acabaron de cenar, con su voz aterciopelada, haciendo que el bello de sus brazos se le erizara.
-Sí, muchas gracias... ¿Pero no entiendo, todo esto porqué? -logró articular al fin, en un hilo de voz.
-¿Acaso todo lo que hago, debe de tener una explicación? -le dijo con mirada Irónica.
-Viniendo de ti, si.
-Pues no hay nada raro -dijo con voz pausada acercándose a la chimenea, para añadir un tronco más-, ¿Acaso no puedo invitarte a cenar?
-Sí... -respondió con un poco de cautela-. Pero es muy raro, Bendelin. Admítelo.
-De acuerdo Leslie, tú  ganas -dijo con sonrisa torcida al darse la vuelta y acercarse a ella.
-Me parece que ya no quiero saberlo... -se apresuró a contrarrestar con una débil sonrisa, al escuchar el tono y la decisión, con que le contestó.
-¿Porqué? -enarcó las cejas al hacer la pregunta, pero sus ojos la miraban con cierta burla.
-Bueno... -tomó con manos nerviosas la copa de agua para darle un trago y así, poder disimular su nerviosismo.
-¿Me tienes miedo? -le preguntó con voz seductora, consiguiendo que la boca se le secara del todo.
-Yo... Porqué, que tontería -fue a responderle apresurada consiguiendo así no dar ninguna seguridad en sí misma, al tartamudear un poco.
-No sé... como es de noche y estamos completamente solos en la casa... -soltó la frase así sin más. Consiguiendo sacarle de sus casillas por completo.
-¿Y? No creo que de la noche a la mañana, te hayas convertido en un loco asesino. -Pero sí en un empedernido seductor -respondió sin apartar la vista de sus ojos.
-Eso no es nada nuevo para mí -se tranquilizó al comprobar que todo era una broma-. Desde el primer día que te conocí, que te comportaste como tal.
-Y bien que a ti te gustó -sonrió al haber conseguido sonsacarle un sonrojo por aquella sugerencia.
-Bendelin, por favor...
-Qué, mi princesa -susurró con voz aterciopelada.
-... No empecemos de nuevo -le reprochó soltando un suspiro.
-Pues de eso quería hablar -sugirió con voz calmada y segura -, de volver a empezar de nuevo…
¡Qué! Había oído bien. Bendelin había pronunciado por fin aquellas palabras... Por favor, esperaba que todo aquello no fuera un fastidioso sueño. Su corazón había parado de latirle, ¡Maldita sea! Notaba como le faltaba aire. Y la culpa la tenían sus nervios. Por que no sabían aguantar un par de frases, que llevaba mucho tiempo intentando escuchar...
Uno, dos, tres... Contó mentalmente, para después expulsar aire y conseguir normalizarse. Solo le faltaba montar una escena en un momento como aquel... Bien, ya se encontraba lista para escuchar lo que Bendelin quería decirle. No creía que se le declarara, pero su objetivo principal era conquistarlo y si Bendelin le pedía que viviesen juntos, más fácil lo tendría.
-¿Perdona, no te comprendo? -mintió.
-Quiero que nuestra relación vuelva a empezar -dijo con seriedad.
-Que yo recuerde, nunca hemos tenido ninguna relación, ¿verdad?
-Si así lo crees -contrapuso sin estar muy de acuerdo.
-¿Cómo que si así lo creo? -protestó exasperada-. Que yo sepa, lo único que ha habido entre nosotros, es un montón de tontas discusiones...
-Pero aparte sentimos lo nuestro...
-Tú lo has dicho, lo nuestro -enfatizó las dos últimas palabras con un gruñido-. Tú lo tuyo y yo lo mío... Y por favor, si vamos a empezar otra de nuestras discusiones creo que será mejor que me vaya.
-Aún no, por favor -suplicó con voz profunda-. Te prometo que no voy hacerte enfadar...
-Pues de momento, ya has empezado mal...
Bendelin se calló por unos instantes. Aquella noche tenía que salir bien. Se lo prometió, cuando empezó a idearla con mucho cariño para ella... Estaba claro, que tal como había empezado hablar la había fastidiado, así que tenía que pensar en otra cosa. Su vida dependía de los próximos minutos. Además, estaba seguro de que funcionaría bien. Llevaban un tiempo encontrándose y no se enfadaban para nada. Todo era como si fueran una pareja más... Por no mencionar el día del accidente... Aquello le había dado grandes esperanzas, de que ella todavía pudiera sentir algo hacia él. Y si así era, solo tenía que ir conquistándola poco a poco...
-¿Leslie, marcha todo bien? -preguntó con voz cortada.
-Sí, el bebé está bien.
-¿Y tú? -volvió a preguntar.
-Yo... -lo miró un momento a los ojos, para encontrarse con una mirada profunda, consiguiendo que su respuesta se prolongara un poco más-. Me encuentro bien. No tengo ningún mareo matutino...
-¿De verdad?
-Sí -contestó esbozando una débil sonrisa-. Acabas un poco más cansada de lo normal, pero todo marcha bien.
-¿Me perdonaras algún día, por cambiar tus planes de vida?
-Tonto sonrió-, ya estas más que perdonado. Además, cada día se me hace más atractiva la idea de ser madre. Y tú solo no tienes la culpa de esto -dijo agachando la mirada.
-Gracias... Para mí, la idea de ser padre también me va gustando cada día más -lo creía, por que sus ojos le decían la verdad-. Leslie, me gustaría que vinieras a vivir aquí conmigo.
Si. Sus labios querían contestar aquella palabra con muchas ganas, pero todo tenía su tiempo. Y aquello era un paso muy importante, que había que revisarle todos los puntos.
-Creo que es mejor para los tres -sonrió distraídamente-. Aquí no tendrías que preocuparte por la casa, por que Helen y su marido te cuidarían con mucho cariño a ti y al bebé. Nuestra familia, nos dejaría por fin tranquilos en cuanto vieran que vivimos juntos bajo el mismo techo...
-Bendelin...
-Por favor, Leslie -le suplicó-. Para mí también será mucho mejor, por que no tendré que pasarme todos los días muerto de preocupación, por saber si os encontráis bien al no veros todos los días si vives en tu casa. Además, creo que nuestro trato ha mejorado mucho
-Bendelin, yo...
-No tienes por que responderme ahora, sí no quieres... -se apresuró a indicar.
Y bien. Eran muchos los motivos que Bendelin había mencionado, para que aceptase aquella proposición. Había estado deseando con todas sus fuerzas, que entre aquellas palabras saliese la palabra mágica... Pero no había sido así. De manera, que aquello es lo que había. Una larga lucha en demostrarle que no toda su relación se tenía que basar en el deseo, sino también en el amor.
Tampoco quería parecer una desesperada ante sus ojos. Si aceptaba en aquel momento, así que no le quedaba otro remedio que tardar en responderle unos días...

-¿Leslie? -la llamó en un susurro, al ver que la joven se quedaba por un momento con la mente fuera de allí.
-Perdona -sonrió con delicadeza-. Si no te importa que me lo piense un poco.
-No, claro -aceptó-. Es una cosa importante y tiene su debido tiempo.
-Bendelin, muchas gracias por la cena y los regalos... Todo ha sido magnífico -murmuró con voz apagada-. Pero creo que es el momento de que la velada toque su fin.
-Ya...
-Creo que es lo más...
-Después de mi proposición -la interrumpió.
-Sí.
-Diantres -masculló entre dientes-. Tendría que haberme esperado un poco más para proponerte...
-Lo siento -sonrió-. Pero también me encuentro un poco agotada -se disculpó.
-Lo entiendo. Y te pido disculpas, pero es que a veces soy muy poco considerado.
-Eh, no tienes la culpa de nada -le susurró, poniéndole una mano en su brazo.
-Gracias -sonrió-. Ha sido una velada magnífica.
-No gracias a ti por todo. Jamás habían hecho tal cosa por mí...
-Pues te aseguro, que ahora habrán muchas cosas como las de hoy -la miró con cariño-. Pero ahora, a llevarte a casa que es tarde.
-¿En la limusina?
-No en mi Bentley, si no te importa.
-Me gusta tu coche.
-Gracias, pero eso significa que no te ha gustado la...
-Oh, sí. Pero es mucho más agradable el llevar a alguien a tu lado de acompañante.
-¿Es eso un cumplido? -le preguntó, mientras le retiraba la silla para que se levantara.
-Quien sabe -sonrió, mientras se dirigían fuera de la habitación-, ¿seguro que no quieres que te ayude a recoger todo?
-Déjalo mujer -dijo mientras le ponía el abrigo-. En cuanto llegue me pondré a recogerlo y no creo que tarde más de quince minutos.
-Como quieras -se rindió al fin.

Eran las dos de la madrugada, cuando Bendelin se encontraba sentado enfrente de la chimenea, con su perro a sus pies. No tenía mucho sueño, estaba un poco nervioso o aceptando la realidad, muerto de miedo.
Esa noche había dado un gran paso, proponiéndole al fin lo que desde el primer día había querido. Tener junto a él a Leslie. Ahora solo faltaba su respuesta, que podía tardar Uno o dos días, quien sabía. Todo dependía de su queridísima mujer.
Sonrió. Cuando fue acompañar a Leslie hasta la puerta, estaba seguro que ella había deseado por un momento que la besara. Y por supuesto que lo había deseado, pero no quería complicar las cosas con aquello... Bueno... Sería mejor que hiciera un pensamiento y fuera acostarse, que bastante tarde era.


 10º; CAPITULO.-



-Bendelin me ha propuesto que me vaya a vivir con él -por fin, deseaba poder decírselo a alguien, para que la ayudara en su respuesta. Aunque ya lo sabía desde el primer instante.

-¿Cuando? -preguntó Laura sorprendida. Era la única que sabía que ellos dos se habían visto en algunas ocasiones.

-El otro día -respondió, mientras cogía un bote de galletas del armario de la cocina.

-¿Fue nuevamente un encuentro casual? ¿No hubo ninguna riña? -volvió a preguntar.

-No, no fue ningún encuentro casual -sonrió mientras le señalaba uno de los jarrones que contenía las rosas que Bendelin le había regalado-. Más bien, fue una cena planeada en su casa.

-Vaya, vaya... ¿Y bien? -le urgió a que le contestara, mientras mordía una galleta de chocolate.

-No lo sé -dejó escapar un profundo suspiro-. Sabes que lo quiero mucho... -Pero crees que él no, verdad.

-No es que lo crea, es que lo sé -dijo secamente-. Él me lo ha propuesto, por que también quiere al bebé y desea lo mejor para él. Y en cuanto sus deseos hacia mí, son los mismos de siempre...

-No me lo digas -intervino-. El deseo de llevarte a la cama. -Cierto y no me vengas, con que ya lo ha hecho...

-Pero tal vez quiera hacerlo nuevamente, por que como es un playboy empedernido no acepta la idea de que no recuerdes nada de aquel momento... -bromeó.

-Te crees muy graciosa, verdad.

-Si -se rió-. No venga, ahora en serio. ¿Qué piensas hacer?

-Lo que  ya  sabes  -sonrió esperanzada-.   Aceptar  su   propuesta  y tratar  de conquistarlo.

-Me encantaría poder observarlo todo desde la primera fila... Pero no creo que sea muy ético, que digamos.

-Laura...

-Qué -sonrió-. Solo te deseo lo mejor y te recuerdo que las velas en el dormitorio son muy...

-¡Laura! - la intentó acallar entre risas.

-Pero si es verdad -se defendió riéndose a carcajadas.


En aquel momento sonó el timbre de la puerta, extrañando a las dos jóvenes por que no sabían quién podía ser aquella hora de la tarde. Leslie se levantó de la silla y fue con paso tranquilo abrir la puerta de la entrada, que nuevamente volvía a sonar el timbre.


Estaba un poco nerviosa. Por que tal vez quien llamaba era Bendelin que venía a pedirle que le diera una respuesta, por que pensaba que cuarenta y ocho horas eran más que suficientes para pensar una respuesta. ¿Que le diría cuando aceptase su propuesta? Sonreiría y la levantaría en brazos, diciéndole lo mucho que la quería... Tonterías.


-¡María! ... -estaba más que sorprendida. Delante de la puerta se encontraba la madre de Bendelin cargada con muchísimas bolsas de compra, y una enorme sonrisa en el rostro.

-¡Hola querida! -sonrió pasando hacia el recibidor y dejando las bolsas un momento en el suelo, para quitarse el abrigo y dejarlo en el perchero, que había a un lado de la pared-. Espero no molestarte, pero veras tenía unas ganas enormes de traerte un par de cositas que le he comprado al bebé.

-No, no claro usted siempre es bien recibida en esta casa -aún no salía de su asombro-. Pero pase al comedor, estoy con una amiga...

-Oh, si quieres me marcho y vengo en otro momento -se giró y habló un poco avergonzada.

-No, Laura es mi mejor amiga y me gustaría que la conociese -sonrió, mientras se agachaba y cogía un par de bolsas-. ¡Laura! -la llamó

-Leslie -la regañó la mujer mayor-, no deberías de coger ningún tipo de peso así que ya estas dejando las bolsas en el suelo.

-Sí -apareció de pronto la joven chica saludando a la mujer mayor y quitándole a Leslie las bolsas que se había agachado para coger-. Tu estate quieta que no debes de coger peso ninguno -la regañó también.

-Laura -dijo una vez en el comedor-, te presento a María la madre de Bendelin.

-Encantada de conocerla señora -sonrió tímidamente la chica.

-Lo mismo digo Laura -le dio dos besos en la mejilla, mientras le dedicaba una simpática sonrisa-. Así que tu eres la joven a quien tengo que darle las gracias por cuidar de mi yerna, ya que mi queridísimo hijo no lo hace...

-Bueno... yo.... -no sabía que contestar.

-Sí, si no seas tímida -sonrió-. Si yo pudiera le daría un par de tundas a mi niño, pero este ya no lleva pañales para poder regañarle cuando hace algo mal... -soltó un suspiro-. Bueno, que te parece si abres los regalos que te he traído a ti y al bebé.

-De acuerdo, pero antes voy a preparar un poco de té -empezó a encaminarse a la cocina, pero Laura la interrumpió diciéndole que se sentara que ya lo preparaba ella.

-Vaya, veo que tienes una buena amiga -sonrió observando a Laura dirigirse a la cocina.

-Si, nos conocemos desde que éramos niñas pequeñas.

-Esas son las buenas amistades que nunca terminan, las que hacemos cuando somos niños pequeños... -sonrió un poco entristecida-. Bueno, mi hija Susana también quería venir para conocerte, pero ha tenido una urgencia en el último momento. Ella trabaja como doctora y cirujana en el hospital.

-Bueno, ya habrá otro día -sonrió.

-Tienes una casa bonita, pequeña pero bonita -le dijo sinceramente.

-Bueno, como solo vivo yo la encuentro bien de tamaño.

-No, no si yo no digo lo contrario es perfecta para una pareja que no tenga pensado en tener niños o para una persona soltera, pero para una persona que empieza a tener niños, se le hace muy pequeña con el paso del tiempo -sonrió-. Te lo digo yo, que tengo experiencia con todos los cacharros que necesitan cuando son pequeños y grandes.

-Ya me lo imagino -sonrió divertida ante la expresión de la mujer. En aquel momento entró Laura, llevando en sus manos la bandeja con el té y un surtido de pastas.

-Bueno, aquí traigo una pequeña merienda -sonrió la joven, mientras dejaba en la mesita delante del sofá la bandeja y se sentaba enfrente de las dos mujeres-. ¿Pero todavía no habéis abierto los regalos? -preguntó sorprendida.

-A Laura le encanta abrir regalos aunque no sean para ella -le explicó Leslie a María, sonriendo por la cara de Laura.


-Vaya, y que esperas a echarte un novio para que te llene de regalos, muchacha -la regañó en broma.

-Todavía no he encontrado a mi príncipe azul.

-¿Príncipe azul? -sonrió María-. Pero si de esos ya no existen en esta vida...

-Bueno... -soltó un suspiro-. Entonces estoy resignada a ser una vieja solterona... -las tres mujeres se rieron mientras empezaban abrir los regalos que había traído María.


Eran cerca de las nueve de la noche, cuando Laura se despidió de las dos mujeres diciendo que tenía que ir a comprar un par de cosas que hacían falta en la casa, antes de que las tiendas le cerrasen.


-Bueno, también creo que es hora de que yo me marche -empezó a levantarse del sofá-. Mi hija tiene que estar a punto de llegar a casa y no quiero que se preocupe por mi tardanza.


-Le doy las gracias por todos estos regalos tan preciosos, María -sonrió agradecida la joven.

-No, yo te doy las gracias por ser la madre de mi nieto... ¿Bueno, sé que no debería que es cosa perdida, pero que tal van las cosas entre vosotros dos? -preguntó con cierta vacilación.

-Sé que no debería decirle nada, pero últimamente nos hemos estado viendo y ciertamente me propuso una cosa que he aceptado


-En serio, así que eso era... -¿No comprendo?...

-Ya notaba desde hace unos días a mi hijo un tanto extraño -sonrió la mujer-. Soy su madre y por lo tanto, noto algunas cosas que para otros son desapercibidas.

-Entiendo.

-¿Y dime niña, qué es eso que has decidido aceptar? -preguntó esperanzada.

-El vivir bajo el mismo techo...

-¡Sí! -exclamó la mujer emocionada-. Si ya decía yo que solo os hacía falta tiempo... -calló al ver la expresión un tanto seria de la joven-. No me digas que he vuelto a meter la pata...


-Bueno, no vamos a vivir como una pareja normal y corriente... En verdad lo hacemos por el bien de...

-¿Pero estaréis bajo el mismo techo, verdad?- preguntó con cierta urgencia en la voz.

-Si, pero...

-Bueno Leslie, será mejor que me marche que es tarde y mañana habrá que madrugar que hay muchas cosas que hacer -Le dio dos besos a la joven y se dirigió al recibidor para ponerse el abrigo y despedirse rápidamente de la chica.


Leslie estaba perpleja... ¡Que había hecho por dios! No tendría que haberle dicho nada a María, a saberse que es lo que haría ahora esa mujer con la información recogida, no quería ni pensarlo ... Y de seguro que Bendelin se enfadaba con ella ... Bastante enfurruñada consigo misma, empezó a recoger las tazas para ponerlas en el friegaplatos y empezar hacerse algo ligero para cenar.





***
Le despertó el hablar de personas, pero era una cosa imposible ya que estaba solo en la casa. Así que tuvo que quitarse las sabanas, coger su batín y bajar a la planta de abajo haber que es lo que ocurría.


Fue abrir la puerta del dormitorio y descubrir que la voz de una de las personas, pertenecía a su madre. ¡Diantres! Que hacía su madre a las siete de la mañana en su casa... De mala gana bajó las escaleras y entró en la cocina de donde provenían las voces, para quedarse clavado en la puerta al hallarse delante de él un buen grupo de mujeres, que estaban discutiendo sobre unas carpetas que hablan encima de la encimera mientras bebían de sus calientes tazas de café. De pronto al descubrir la presencia del hombre las mujeres pararon de hablar para quedarse mirándolo.


-¡Bendelin hijo! -su madre se alegró de verlo y se acercó a él, para presentárselo a las demás mujeres-. Señoras les presento a mi hijo Bendelin -era como una pesadilla el ver como todas las mujeres sonreían de forma provocativa, mientras se ponían sus ropas bien o se bajaban un poco el escote de) traje... /Dios, pero que era todo aquello!

-Buenos días -sonrió esforzadamente, mientras cogía a su madre del brazo y la sacaba por un momento fuera de la cocina-. Si me disculpan un momento... Tengo que discutir una cosa con mi queridísima madre...

-Hijo pero que te ocurre -replicó su madre ante la poca educación con que la trató en aquel momento su hijo.


-Eso de ahí dentro es lo que me ocurre -gruñó con fuerza señalando con el brazo a la cocina.

-Yo pensaba que ya estarías en el trabajo como siempre... -empezó a disculparse su madre.

-No madre, como puedes ver no estoy en el trabajo... -¿Y eso? -preguntó extrañada-. ¿Te encuentras mal?

-No madre, no me encuentro mal -replicó entre dientes-. Últimamente empiezo un poco más tarde por que así he querido... Y ahora -subrayó con bastante fuerza las siguientes palabras-, ¿me quieres explicar que hace todo ese gallinero en mi cocina?

-Oh, nada especial -dijo demostrando una maravillosa sonrisa-. Tan solo estamos escogiendo el color para el cuarto del bebé, los muebles, todas esas tonterías ya sabes...

-No, no sé -masculló enfadado sin saber todavía que es lo que estaba ocurriendo en su casa.

-Bueno como Leslie se viene a vivir aquí, pensé en quitarle toda la faena pesada de decorar el cuarto del niño... -soltó un suspiro feliz-, y en los cuatro detalles de vuestro dormitorio y del de invitados... Ya sabes, poner un pequeño toque femenino en tu casa... -se calló al ver la expresión que tenía su hijo-. ¿Te ocurre algo?

-¿Cómo sabes que se viene a vivir aquí? -preguntó cogiéndola por los hombros.

-Bueno ayer fui a su casa a llevarle unos regalos y me quedé a tomar un té con ella y Laura y el tema salió... -Bendelin la soltó y subió las escaleras corriendo, dejando a su madre completamente extrañada-, ¿Pero hijo, que diantres te ocurre?


No podía ser, se repetía constantemente Bendelin mientras se vestía. Si lo que su madre le había dicho era cierto, aquello significaba que tenía la posibilidad de conquistar a Leslie si se venía a vivir a su casa... Tenía que ir a verla y preguntárselo... Oh mejor no, pensó por un momento. Tal vez sería mejor que se esperase a que ella fuera a darle la noticia. Ya que a lo mejor en el último momento podía cambiar de decisión si se enteraba de todo lo que estaba haciendo su madre en su casa ... Bien contento, entró en la cocina sin prestarle atención a las mujeres que habían allí que no paraban de quitarle el ojo de encima mientras desayunaba. Tenía otros pensamientos en la cabeza como para prestarle atención a las víboras que no paraban de hacer cosas, para que Bendelin les prestase su atención aunque fuese por un instante. Pero bueno, es que no habían deducido que tal vez estaba casado o se iba a casar al estar re decorando su casa, e instalando en uno de los dormitorios un cuarto para un bebé... Acabó y se fue al trabajo a darle la buena noticia a Matt.






Hasta la hora de comer, Bendelin no tuvo tiempo de ver a su amigo Matt por la cantidad de trabajo que tenían últimamente. Como siempre decidieron quedar en el bar de Jack, para comer y allí poder hablar sin que nadie los interrumpiera por nada.


-Así que por fin la tienes en donde tú querías -dijo Matt, mientras se llevaba a la boca un trozo de salchicha.

-Si, y si te digo la verdad no sé cómo actuar al respecto -reconoció un poco avergonzado.

-Siendo el Bendelin de siempre -le apoyó-. Duro y seguro de ti mismo. -Tampoco quiero asustarla -sugirió con cierta ironía.

-Tú ya me entiendes, se tu mismo -comentó mientras le daba un trago a su cerveza-. Compórtate como siempre te comportas cuando estas en tu casa.

-Tienes razón... Pero es que no sé cómo va a ser su comportamiento, ante todo éste lio.

-¿Habéis hablado ya?

-No.

-Entonces, por que tantas preocupaciones si aún no os habéis puesto las normas...

-Matt, será mejor que no sigas...

-¿Porqué? -siguió el joven sin comprender nada-. Seguramente en cuanto ella venga a decirte que acepta tu oferta, seguro que detrás de ello te espera una enorme lista con un montón de tonterías que te prohibirá hacer en su presencia...

-Matt -seguía Bendelin intentando callarlo.

-Pero si es verdad, todas...

-Sí, señor Mathew -interrumpió una voz femenina-, todas que...


El joven se dio la vuelta, encontrándose al objeto de su conversación con una sonrisa maliciosa en el rostro y los brazos cruzados sobre el pecho, como si estuviera a punto para propinarle un buen bofetón si hacía falta ... Vaya, se podía decir que aquello si que era una buena pillada.


-Buenos días señorita Mcken... quiero decir señora Van Holden... -no sabía que decir.

-Buenos días, señor Matthew -sonrió tímidamente al mirar por un momento a Bendelin-, ¿Espero que no le moleste, el que les interrumpa en su hora de comida?

-Y ahora..., no digas más tonterías -interrumpió Bendelin levantándose de la silla y cogiéndola del brazo-. No interrumpes y tranquila... -miró hacia Matt-. Puedes tutear a éste individuo que tienes aquí delante.

-Si yo soy un individuo, tú que eres un monstruo -sugirió Matt en broma, para cortar un poco la tensión.

-Matt, Matt... Nuestra amistad puede peligrar -sonrió mientras le ofrecía sentarse a Leslie.

-Muchas gracias, pero si no te importa... -empezó a disculparse-. Pero veras, me gustaría dejar un asunto zanjado cuanto antes mejor.

-Claro... -miró un momento a su amigo, pidiéndole disculpas-. ¿Si no te importa?

-Qué me iba a importar -sonrió, mientras se acomodaba en la silla-. Así estaré solo para cuando llegue tu hermana.

-Cuidado con lo que hacéis -lo amenazó en broma.
-Eso mismo digo -miró burlonamente a la joven, viendo como sus mejillas se tornaban sonrosadas por un momento-, Ah sido todo un placer el poder volver a verla, señora Van Holden...

-Lo mismo digo -fingió una encantadora sonrisa, cuando en verdad lo que deseaba era romperle los morros a su amigo por su divertido sentido del humor.


Bendelin se puso su abrigo y condujo a Leslie a sus oficinas. El lugar más cercano, que se suponía que debía ser tranquilo para poder hablar de un tema importante, pero en un día de tanto trabajo como aquel lo creía imposible.


En cuanto entraron por la puerta del despacho, el teléfono ya empezó a sonar pero Bendelin le comunicó a Hanna que no le pasara ninguna llamada aunque fuese importante. A lo mismo que ninguna visita. Y hasta que Bendelin no se hubo quitado el abrigo y se disponía ayudarla a ella con el suyo, Leslie no habló.



-Desde luego -decía mientras se sentaba en el cómodo sofá-, pensaba que tu socio era mucho más serio y educado que tú -soltó las siguientes palabras con tono irónico-, pero desde luego sois de la misma calaña, no me extraña que os llevéis tan bien.

Bendelin se rió a carcajada con el comentario de su esposa -¿Y eso te molesta?


-No más bien me irrita -empezó a contestar con seriedad pero la sonrisa se le fue escapando poco a poco-. Es verdad, no se puede hablar con vosotros por que siempre le buscáis otro sentido a mis palabras...

-¿Eso ha hecho Matt? -preguntó Bendelin en tono de burla.

-Si y lo sabes muy bien -replicó un poco malhumorada-. Es igual, no he venido aquí a discutir vuestro comportamiento infantil...

-¿Y cuál hemos venido a discutir? -sugirió en tono provocativo-. El que tuvimos aquella noche, como dos quinceañeros...

-Bendelin que no estoy para bromas en éste momento -en sus ojos empezaban asomar pequeñas chispas.

-Yo tampoco, Leslie -habló pausadamente-. Yo tampoco... Por que si mal no recuerdo, hay una vida que depende de nosotros. Y quiero que sepas, que voy hacer todo lo posible por que sea feliz en éste mundo.


No sabía que decir, por que la verdad no sabía cómo tenía que tomarse aquellas palabras... ¿Sería cierto lo que decía Bendelin? Sería incluso capaz de obligarla a vivir con él si su respuesta era negativa, por el bien de su hijo ... Oh quería decir, que era capaz de recurrir a los tribunales y apartarla de su bebé ... Solo sabía que tenía que tener en cuenta que cuando Bendelin amenazaba, había que tener cuidado.


-¿Me estás amenazando? -preguntó con gran firmeza en su voz.

-¡Cielos, no! -gruñó Bendelin enfadado de que pudiera pensar aquello-. Pero quién crees que soy, Bendelin el bárbaro...

-Bueno ahora que me paro a pensarlo... -comentó en broma, al saber que Bendelin no le haría nada malo.

-Entonces significa que ya no soy tu Bendelin el playboy... -dijo con voz sensual poniéndole los pelos de punta a Leslie.

-Será mejor que dejemos éste tema -carraspeó un poco antes de poder seguir-. Creo que hay cosas más importantes que discutir.


-Como quieras -sonrió-, pero sigues siendo la misma mojigata de siempre...
-Yo no soy ninguna moji... -se calló de pronto al ver que como una tonta había caído en el juego del hombre-. Oh, quieres parar ya y empezar hablar en serio.

-De acuerdo como quieras -dijo mostrando una de sus atractivas sonrisas-. ¿Pero quieres antes algo para beber o comer?

-No sé... -empezó a responder, pero como siempre Bendelin tomaba la iniciativa al coger el intercomunicador y hablar con Hanna.

-¿Hanna por favor, podrías pedirnos una jarra de té y un par de sándwiches? -colgó y la miró-. ¿Te parece bien?

-Sí por mí no hay ningún problema, pero pensé que tu ya habías comido. •Acababa de empezar. -Oh vaya, cuanto lo siento...

-No tienes por que preocuparte, me gusta mucho más la compañía de mi esposa que la del loco de mi compañero... -comentó sonriendo mientras se desanudaba la corbata-. ¿Bueno y a qué debo el honor de tu visita?

-Ya lo sabes... -espetó un tanto nerviosa por el tema que iban hablar-. No te hagas el tonto conmigo, vale.

-De acuerdo iremos al grano -dijo en tono seguro, mientras se empezaba a remangar las mangas de la camisa consiguiendo poner cada vez más nerviosa a Leslie-¿Qué me respondes?...

-Bien, yo... - estaba nerviosa y el tener un enorme nudo en el estómago y la boca seca no le ayudaba en nada-. Acepto tu oferta -logró articular al fin, pero con la mirada agachada sin ver la sonrisa de triunfo que por un momento apareció en el rostro de Bendelin.

-Muy bien -respondió mientras abría un cajón y dejaba la corbata bien doblada. -¿Eso es todo lo que me vas a decir? -preguntó la mujer perpleja.

-Sí que más quieres que te diga -Leslie pensaba que en el fondo el hombre se tenía que estar riendo por su victoria-. Ahora solo tenemos que trasladar tus cosas en el momento en que tú me digas y ya está...



No, no está -pensaba Leslie. Iban a vivir bajo el mismo techo y quería saber que es lo que le esperaba. Tendrían que hablar sobre muchas cosas, como el dormitorio suyo y del bebé, las tareas domesticas, las visitas... Aunque esperaba que en su larga estancia en la casa de su marido, no llegaran a recibir muchas visitas femeninas. Esperaba que al menos guardara un poco de respeto por ella y no propagara a los cuatro vientos que le ponía los cuernos a su esposa delante de sus morros...

-Habrá que establecer algunas normas, no sé... -empezó a decir pero Bendelin la cortó rápidamente un poco escandalizado al escuchar palabra.

-¿Normas? -dio un profundo suspiro-. En mi casa nunca han habido normas y pienso dejar que siga así por mucho tiempo... Leslie, quiero que te comportes como si estuvieras en tu casa. De hecho, esa será de ahora en adelante tu casa... Y no quiero protestas de ninguna clase -siguió al ver que la chica volvía a replicar.

-Muy bien -se levantó con enfado del sofá y se dirigió al escritorio en donde él estaba cómodamente sentado-. Como veo que tu ya has zanjado todo el asunto, me marcho -se encaminó a la puerta y cuando llegó a ella se dio la vuelta y lo fulminó con la mirada-. Por cierto, puedes meterte tu té y sándwiches por donde te quepan ... Prefiero morirme de hambre, antes que comer ante un...

-Leslie...- la amenazó Bendelin para que no dijera nada, de lo que más tarde pudiera arrepentirse. Consiguiendo que cerrara con un fuerte portazo, como la última vez que estuvo allí.


Bendelin se quedó pensativo. No tenía mucha suerte, por que cuando avanzaba un paso en la relación con su esposa enseguida retrocedía dos. La culpa de todo la tenía él, por que bien que sabía el temperamento que tenía Leslie, y no hacía nada para que no se enfadara con el... Rezaba por que no lo llamara al día siguiente, comunicándole que había cambiado de idea y todo por culpa de su estupidez.


A las nueve de la mañana el timbre de la puerta despertó a Leslie, de su profundo sueño. Soltando un bostezo apartó las sábanas y cogió su bata, para ir abrir. Tor la recibió en el comedor, dándole un lametazo en la mano mientras movía con gran alegría la cola. Y dirigirse después corriendo a la puerta y olisquear por debajo de la puerta, para ver si conocía a la persona que llamaba un domingo tan temprano a ella. Por el dulce ladrido que dio, Leslie supo que era alguien conocido y querido por él.


Fue abrir la puerta y la sonrisa que había en su rostro apagarse al ver quién era. No entendía como Tor, había podido cogerle tanto cariño a Bendelin. Por lo visto los dos eran igual de tontos...


-Buenos días -habló sin ningún tipo de cortesía y sin ofrecerle entrar en la casa-¿Ha que debo tal honor?

-Siento mucho el haberte despertado -se disculpó al verla con la bata y el pijama puesto, y notar que había tardado un poco en responder a la llamada-. Pero como antes te levantabas temprano para salir a correr, pensé que ya estarías despierta... Pero si quieres vengo en otro momento, por mi no es ninguna molestia.

-Tor -llamó al perro y una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de la mujer-. ¿De veras? Pues entonces por que no te pasas en otro momento o día -Y dicho esto, le cerró la puerta en los morros a su marido dejándolo completamente sorprendido. Tuvo su momento de remordimiento y fue abrir la puerta, pero cuando lo hizo él ya no estaba allí...-. ¡Estúpida! -se insultó al ver lo niña que había sido al hacerle aquello a Bendelin. Ahora se pensaría que estaba enfadada con él y que le estaba declarando la guerra. Enfadada consigo misma, se dirigió al dormitorio para darse una ducha y pensar en hacer algo al respecto.


Bendelin sonreía más tarde en su casa, mientras se tomaba un café en compañía de su golden. Había visto una sonrisa en el rostro de su mujer y aquello significaba que no estaba todo perdido... Pero por lo visto tenía ganas de volver a jugar como en un principio habían hecho. Pues bien, él también tenía muchas ganas de darle suavemente con la puerta en los morros...









               















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