- ¿Me has estado evitando? -entrecerró los ojos Flavio dirigiéndose a
Caro que lo miraba desconcertada. No lo
había oído llegar.
- Eh… no.
¿A qué te refieres? -Caro se hizo
la inocente mientras se servía más patatas.
- No te he visto por casi dos semanas… ¿es normal?
- No… diría que he estado muy ocupada. Y… tú también…
- Yo no…
lo normal diría yo y… ¡eso no
tiene que ver! -soltó frustrado- ¿qué sucede Caro? ¿hice algo mal?
- ¿Tú?
-se sorprendió por el ligero temblor de su voz- No, Flavio… soy yo…
- Caro yo…
-en sus ojos se vio indecisión y una especie de lucha… finalmente
cedió- ¿seguimos siendo amigos?
- ¿Ami…?
-Caro tosió- sí, claro
Flavio… ¿por qué?
- No has hablado conmigo desde…
- Sí…
-interrumpió- tengo cosas que
pensar…
- ¿Permites que te lleve a tu casa hoy?
- No…
hoy necesito pensar… -se mordió
el labio inconscientemente.
Flavio deseó gritar
con todas sus fuerzas. ¿Pensar? ¡Maldita sea!
¿No había tenido tiempo de pensar en los últimos 10 días? ¡Lo estaba volviendo loco al no saber que
había hecho mal! Y… ella quería pensar… ¡demonios!
- ¿Flavio?
-su voz sonó insegura.
- Esta bien
-asintió él conteniendo con pura fuerza de voluntad sus
pensamientos- ¿hablaremos mañana?
- Sí…
mañana vamos a mi departamento
-dijo sin detenerse a pensar- voy
a preparar algo de comer ¿te parece?
- Claro.
Mañana será entonces -musitó
Flavio y sin poder contenerse le rozó los labios y se alejó.
La lluvia resbalaba
por su cuerpo lentamente hasta llegar al suelo que iba recorriendo con
rapidez. Quería evitar mojarse pero, a
estas alturas, era prácticamente imposible.
Suspiró cansada mientras miraba a uno y otro extremo de la calle. Ahora, ¿dónde estaba? Alzó su vista y finalmente divisó aquel
cartel que se elevaba a dos cuadras de su departamento. Pero, aún estaba lejos y la lluvia caía cada
vez más copiosamente… lo mejor era tomar un taxi, como le habían sugerido si se
perdía. Mas, era muy terca… siempre lo
había sido… y finalmente decidió que no estaba tan lejos después de todo.
Cruzó la avenida y su
distracción le valió empaparse completamente los zapatos al pisar un charco de
manera descuidada. Miró su calzado
arruinado… ¡que se le hacía!… y continuó
por un callejón que seguro le llevaba directamente hasta el dichoso cartel que
le servía de punto de ubicación. Recordó
por qué se encontraba en esa situación… una vez más… por terca. Si hubiera dejado que Flavio la llevara… si
hubiera…
Pero el hubiera ya no
existía. Ahora estaba ahí, algo perdida…
bueno, bastante perdida. Si… su casa,
estaba cerca… ¡a ocho cuadras! Que no
era decir poco en esas enormes avenidas….
Igual, lo mejor era
apresurarse… estaba hambrienta y deseaba estar en su sala sentada con un libro
en la mano y en la otra un buen chocolate caliente… solo pensarlo se sintió más
animada y reanudó con más vigor la marcha.
Finalmente llegó a
las tan familiares y serpenteadas calles.
Se felicitó internamente por el logro y sonrió satisfecha… su
departamento estaba a tan solo 2 cuadras.
Caminó con tranquilidad a pesar de que la lluvia amenazaba con volver a
arreciar. De todos modos sus zapatos ya
estaban arruinados y su ropa estaba salpicada de pequeñas gotas…
Cruzó la calle y
empezó a rebuscar las llaves en su bolso cuando un auto pasó a toda velocidad
por su lado… empapándola completamente.
Soltó una maldición por lo bajo mientras concluía que, definitivamente,
ese no era el mejor de sus días. Se
retiró los lentes que llevaba y los guardó… sin razón porque no podían estar
más mojados. Suspiró nuevamente y se dio
cuenta que un auto venía por detrás.
- No, no otra vez… -pensó y apresuró el paso.
Pero el auto no
avanzaba… de hecho lo hacía pero tan lentamente, parecía ir detrás de
ella. Le entró un pánico… ¿quién le
decía que no era un psicópata o algo peor?
El auto se puso a su
altura y el chofer bajó la ventanilla.
Ella no lo miró… para qué… no conocía a casi nadie en esa ciudad y era
poco probable que fuera alguno de sus pocos amigos.
Estaba tan cerca de
su casa… dio unos pasos hasta que finalmente estaba en la puerta
principal. Ahora ya no le ocurriría nada
porque si no, gritaría… Tomó las llaves
entre sus manos temblorosas y mientras intentaba insertarla en el cerrojo, lo
escuchó… sintió como las llaves se resbalaban lentamente y un solo pensamiento
cruzó por su mente:
- ¡Imposible!
A la vez que aquel
hombre volvía a repetir, a sus espaldas, más fuerte:
- ¿¡Carolina!?
Ella siguió estancada
en el lugar. Negó lentamente con la
cabeza y enfrentó… al hombre de su vida.
- Fernando…
-musitó en un suspiro, encarándolo finalmente.
Y como si el cielo se
hubiera desatado, empezó una tormenta fortísima.
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