Estrella ardiente
Hay
gente a la que no podemos imaginar
siendo adultos.
Es
como si aquella juventud que destilan, tan abrumadora y desafiante fuera su
estado ideal. No están hechos para
envejecer, sólo para brillar en la etapa de mayor plenitud.
En
ese entonces yo tenía dieciocho años, estaba a punto de graduarme y mirando a mis congéneres podía imaginarlos de
mayores. Casi podía ver sus futuros.
Algunos
tras un escritorio, otros siendo abogados, un par haciendo trabajos mal pagados,
políticos o desempleados. También podía imaginar qué sería de las chicas
populares, de aquellas que nos traían locos a todos.