domingo, 15 de febrero de 2015

Heridas de amor 15°




Elizabeth extrañaba tener alguna amiga cercana, pero su mejor amiga estaba actuando en una obra musical en el extranjero y no quería preocuparla, las demás personas que conocía no eran tan cercanas a ella. De hecho llamó a un par y se sintió más desanimada, podía percibir la lástima o el desinterés por su situación.
Lo cierto era que había estado demasiado concentrada en el baile para construir verdaderos vínculos con los demás, y también que desde el día que había perdido a Cristhian nunca había vuelto a confiar plenamente en alguien.

Había estado rodeada de mucha gente, era querida y tenía un amplio círculo social, pero estaba sola.
Finalmente se decidió a llamar a Robert. Si era sincera no se había sentido muy bien con él cuando la había visitado, pero era la única persona cercana que le quedaba, el único que podía servirle de escudo contra Kensington y el pasado.
Su novio, dijo que estaba de viaje, pero llegaría en una semana e iría a verla inmediatamente. Hablaron durante un rato, él le contó un poco sobre el impacto que había tenido su accidente en el mundo artístico y también le dijo que no se preocupara por sus contratos o presentaciones.
-Todo fue resuelto- dijo Robert.
-¿Cómo?
-No lo sé, cuando vi a los productores me dijeron que no me preocupara, todo estaba resuelto pero no me dijeron ni como ni quién lo había hecho- le dijo y luego se despidieron.
Ella sí sabía, sabía quién se había encargado de todo. Debería estar agradecida, pero la enojaba, la enojaba mucho.
Él era tan capaz, siempre sabía qué hacer, siempre lograba su cometido. Aquello la irritaba, sobre todo porque ella estaba en un torbellino constante. Cristhian era tan seguro, lo veía como un ancla en medio de una tormenta y lo que más temía era aferrarse a él por debilidad.
Esa necesidad casi animal de alejarse de él, de protegerse como si fuera un depredador al acecho, complicó la convivencia.
No podía evitar enfadarse y tener explosiones de mal genio delante de él, y Cristhian cada vez se volvía más taciturno.
También luchaban día a día por el tema de sus medicamentos, ella se negaba a tomarlos y él insistía hasta hartarse. Algunos días le ganaba y otras vencía ella mientras el hombre se retiraba murmurando.
Confrontar era la única manera en que Liz podía manejar sus sentimientos. Y el anhelo. Porque no importaba cuanto luchara o lo negara, muy dentro de ella quería volver al pasado, desde niña Cristhian Kensington había sido el centro alrededor del que giraba. Pero ya era tarde, se habían alejado tanto que era imposible volver a reunirse, aunque ella seguía sintiendo aquel magnetismo, casi como una fuerza de atracción, cada vez que lo tenía cerca.
Y para no desear lo imposible, peleaba. Peleaba contra él y peleaba contra sí misma.
Margueritte la había llevado al jardín y se había quedado dormida en el sillón mientras leía.
Entonces tuvo un sueño, aunque más bien era un recuerdo. Algo que había pasado en los lejanos días de su infancia.
Tenía unos doce años cuando se había caído de la bicicleta y se había lastimado el tobillo, Cristhian la había cargado en su espalda todo el camino a casa.
Ahora volvía a vivir ese momento.
-¿Peso mucho? – había preguntado preocupada por molestarlo. En aquellos años odiaba ser tan niña y temía que él la encontrara molesta.
-No pesas nada, pelirroja.
-Soy una carga, ¿verdad?
-Jamás, jamás serás una carga para mí.- dijo él y ella se recostó cómodamente contra su espalda.
Aún en sueños sentía el calor y el olor propio de Cristhian. En sueños trató de acercarse más, de apresar esas sensaciones antes de despertar y que se desvanecieran.
Sin embargo,  el aroma y la calidez se hacían más fuertes, incluso sentía la textura de un cuerpo firme. Abrió los ojos y descubrió por qué las imágenes en su mente eran tan vividas, Cristhian estaba cargándola realmente.
-¿Qué haces..? – preguntó aún adormilada.
-Te dormiste aquí afuera, te llevo a la habitación…- explicó sujetándola más cerca de sí. Liz no discutió, simplemente pensó que aquello era como la continuación del sueño y de acurrucó contra él.
Se relajó y se permitió dormir, en paz.


Al día siguiente, Elizabeth aceptó almorzar en el comedor acompañada de Cristhian, básicamente porque quería preguntarle algunas cosas y decirle a él sobre la visita inminente de  Robert.
Pudo desplazarse sola hasta la mesa donde todo estaba dispuesto para que ella se acomodara con su silla. Lo primero que notó fue que estaba cargada de comida, y estaban muchos de sus platos favoritos.
-Come…- indicó Cristhian y ella frunció el ceño.
-No soy un pavo para que me rellenes, sabes.
-Te gusta comer y estás muy delgada – le dijo él y ella frunció más el ceño. Siempre había sido delgada, y  a pesar de ser bailarina comía mucho más de lo que los demás creían. Y disfrutaba comiendo, pocas personas sabían eso, Kensington era uno.
Aunque era mutuo, también ella sabía cosas de él.
De  pronto recordó otro fragmento del pasado
Se vio a sí misma cocinando mientras Cristhian la ayudaba, sus años de vivir solo y los distintos trabajos que había tenido lo hacían un hábil ayudante de cocina, no sabía preparar una variedad de platos, pero podía pelar verduras y cortar a una velocidad sorprendente. También hacía las mejores papas fritas del mundo.
-Elizabeth…- la llamó con seriedad para sacarla de su ensimismamiento  y ella pestañeó al mirarlo.
Estaba segura que nadie más sabía que el poderoso Cristhian Kensignton, que aquel hombre formidable que la miraba inquisitivamente  y vestía ropa carísima, sabía hacer papas fritas crujientes y deliciosas.
Era paradójico que uno pudiera conocer tanto a alguien y que al mismo tiempo muchas veces lo sintiera como un extraño.
Compartían muchos años de vivir juntos y también muchos años de desencuentros.
-¿Tú te encargaste de mis contratos, verdad? – preguntó ella.
-Sabes la respuesta, pelirroja. ¿Estás buscando otra pelea?
- No correspondía que lo hicieras.
- ¿Entonces se suponía que dejará que se lanzarán sobre ti mientras estabas convaleciente? ¿También debía dejarte a merced de la prensa?
-Robert…
-¿Tu novio? ¿De verdad crees que él podía encargarse?  Nadie sabía qué hacer, Liz.
-Y tú si sabías qué hacer, cuando se trata de negocios  siempre sabes…- dijo ella con dureza.
-Come tranquila Elizabeth y déjame comer a mí en paz.
-Robert viene pasado mañana- dijo ella sosteniéndole la mirada a Cristhian.
 -¿Quieres que le haga de anfitrión o algo? – preguntó con sarcasmo sin ningún otro gesto que delatara cómo se sentía.
-No, sólo que supuse que deberías saberlo. Esta es tu casa después de todo, no la mía.
-Entiendo- dijo él levantándose.
-¿Te vas?
-Sí, perdí el apetito. Mejor me voy a hacer negocios ya que es en lo que soy bueno – dijo y se marchó.

Dos días después, el novio de Elizabeth llegó a la casa.
Cristhian lo saludó cuando llegó y luego se quedó encerrado en el despacho que había acondicionado para trabajar cuando estaba ahí. Tenía muchas cosas que atender en la empresa, pero no quería marcharse si aquel hombre estaba de visita.
No le caía bien, bastaba que hubiera estado conduciendo el auto durante el accidente para ganarse su aversión. Además no podía entender que ella quisiera verlo, cada minuto que pasaba se irritaba más.
Liz se había arreglado para recibir a Robert e incluso había pedido que la ayudaran a sentarse en una silla alta en lugar de su silla de ruedas.
Margueritte la había ayudado, llevaba su largo cabello rojizo suelto y cepillado, maquillaje ligero y ropa elegante aunque cómoda.
No quería verse como una inválida frente a aquel hombre, incluso había tomado los antidepresivos, aunque había evitado los calmantes.
La joven necesitó sólo un par de minutos para darse cuenta de lo incómoda que era aquella situación, la conversación era superficial y ella supo que cualquier vínculo que hubiera tenido con él, se había quebrado en el accidente. Hizo todo lo posible por lucir animada y tratar de actuar como la de antes como si nada hubiera cambiado, Kensington estaba en la casa y no pensaba dejar que él se percatara de la lástima que Robert sentía por ella ni de lo desilusionada que se sentía.
Cristhian trato de concentrarse en los contratos que leía, pero sus pensamientos se distraían fácilmente. En aquellos años había tratado de no pensar en las relaciones de Elizabeth, pero ahora, con ella tan cerca y bajo su cuidado , se le hacía muy difícil.
Quería echar a aquel hombre, nadie que la dejara salir lastimada la merecía, incluyéndose a él mismo.
Su humor iba empeorando cuando Margueritte llamó a su puerta y entró.
-¿Qué sucede? ¿Todo está bien allá afuera?
-Sí, señor, sólo que…
-Dime, qué sucede –insistió al verla dudar.
-La señorita no tomó los calmante ni ayer ni hoy, no quería estar somnolienta  pero esta mañana se quejó del dolor en sus piernas. Y recién  volví a notar una breve mueca en su rostro, le ofrecí que los tomara pero no quiere, creo que está aguantando la molestia debido a su visitante.
-No te preocupes, yo me encargo- le dijo y la mujer hizo un breve gesto de asentimiento. Ahora sí estaba enfadado, dudaba que ese tipo mereciera que ella aguantara el dolor por brindarle una buena imagen.

Liz trató de acomodarse un poco en el asiento mientras hablaba con Robert de las novedades en  el mundo artístico, cuando sintió otra fuerte puntada en sus piernas. Rogó en silencio que no empeorara, deseaba conservar un poco de orgullo.
-¿Estás bien? – preguntó e hombre al verla palidecer levemente.
-Sí, no te preocupes- mintió, pero inmediatamente vio ingresar a Cristhian.
Se le acercó decidido con un vaso de jugo y los medicamentos, casi ignoró al otro hombre que la acompañaba.
-Toma-dijo pasándole el vaso y las pastillas.
-Déjame en paz…-contestó ofuscada pro aquella interrupción  apartando la mano del hombre con brusquedad. A estaba tratado como a una enferma cuando ella intentaba con todas sus fuerzas mostrarse fuerte.
-Tómalo – insistió él .
-¡Dije que me dejes en paz!-gritó ella y arrojó el vaso y los remedios al suelo, los cristales saltaron  y Bob se corrió sorprendido, Cristhian ni siquiera se sobresaltó, ni un músculo se movió de su cara, la observó fijamente y luego sonrió levemente.
Se apartó un instante  y regresó inmediatamente con otro vaso y más pastillas.
Se puso junto a ella y posando su mano en la nuca de la chica le dio un fuerte tirón al cabello  lo que provocó que ella abriera la boca para quejarse  de dolor y él pudiera meterle las pastillas a la fuerza .
-Trágalas – siseó  con fiereza.
Liz estaba por escupirlas  pero vio la determinación en los ojos oscuros que la desafiaban, si ella no tomaba los remedios él seguiría insistiendo hasta que lo hiciera sin importar que método debiera usar.
 No iba a darse por vencido, lo conocía demasiado bien.
Él percibió su rendición y le acercó el vaso de jugo a los labios, la chica bebió un largo trago y luego apartó la mano de él.
-¡Eres un maldito bastardo!-le soltó enfurecida.
-Lo soy…y tú querida te estás poniendo a mi nivel con una rapidez sorprendente –le respondió él mirándola con determinación.
En ese momento Bob se animó a hablar, antes se había quedado pasmado por el enfrentamiento de Liz con Cristhian, él desprendía una autoridad que lo había acobardado, sin embargo no iba a dejar que insultaran así a la joven.
-¡Oye tú…quién te crees…!-empezó a decir Robert y Cristhian se dio vuelta para mirarlo.
-Quién soy…-completó y lo miró como si contemplara a un insecto-¿Y tú quién eres?
-No voy a dejar que la trates así, yo soy…-titubeó Robert.
- ¿Su novio? ¿Uno de sus ex amantes?.Pues te diré que yo fui su primer hombre, así que eso me da un poco más de antigüedad  a la hora de tomar decisiones sobre su salud ,¿no crees?-dijo él , dejando a Bob sin palabras.
-Te odio – le dijo ella por lo bajo.
-Haz todos los berrinches que quieras, pero vas a tomar los remedios o me obligarás a que yo me encargue –dijo él sin siquiera voltearse para mirarla y luego se retiró de la habitación.
-¿Liz cariño? ¿quieres irte de aquí?-preguntó Bob acercándose a ella.
“Fui su primer hombre” había dicho él sin dejar percibir ningún sentimiento. Como si aquello sólo fuera una reafirmación de sus derechos, como si no hubiera cambiado su mundo para siempre, porque así había sido para ella. Liz hubiera deseado golpearlo, tirarle con algo, hacerle daño porque la estaba hiriendo. Le daba la sensación de que era una más de sus inversiones, algo que él debía resolver  sin involucrar sus sentimientos. Lo odiaba, ni siquiera estaba segura de que quedara un rastro de humanidad en él.No era ni la sombra del hombre que había amado…
-Liz…-la llamó Bob y sólo entonces ella recordó su presencia allí, cuando Cristhian estaba cerca no existía nadie más.
-Bésame – dijo ella de pronto.
-¡¿Qué?!-exclamó sorprendido
-Bésame Robert – insistió la chica y el hombre se inclinó para depositar un beso suave en sus labios.
Y aunque ella no pudo verlo , supo el momento exacto en que Cristhian se  alejaba de la puerta de cristal desde donde contemplaba la escena.

Durante los tres días siguientes, Cristhian Kensington no regresó a la casa.
Los empleados lo mantenían informado sobre el estado de Liz y él se dedicó en cuero y alma a su trabajo, los trabajadores de su empresa volvieron a estar en alerta por el ritmo endemoniado de su jefe. Comentaban entre ellos que los días de descanso que habían tenido habían sido solo un preludio de aquella etapa, y se esforzaban en complacerlo porque su mirada indicaba que no estaba de humor para gente que cometiera errores.
Cristhian estaba enfadado y confundido, durante años había controlado sus emociones pero desde el día que le habían informado del accidente vivía en un torbellino emocional constante.
Esa pelirroja lo estaba volviendo loco, completamente loco.
Así que agotaba su mente en largas jornadas laborales y dormía pocas horas en su departamento.
Por otro lado Elizabeth deambulaba por la casa añorando  la compañía de Cristhian, sabía que era ella la causante de su alejamiento, el primer día se había sentido bastante satisfecha, pero ahora se sentía bastante mal.
Su relación con Robert había terminado, con el beso lo había sabido totalmente, y lo peor era que sentía que en aquella condición no tendría la posibilidad de una nueva relación, no era la mujer de antes, ni siquiera se sentía capaz de atraer a alguien.
Y el hombre de sus sueños, el hombre de sus pesadillas era el recordatorio constante de lo que había perdido. Incluso ahora que llevaba tres días sin verlo y que ni siquiera podía descargarse peleando con él.


Cristhian se vio forzado a regresar a la casa, Margueritte había  tenido que irse por una emergencia familiar y también la enfermera había tenido un inconveniente, podía contratar más gente, pero no quería dejar sola a Liz con gente extraña.
Aún así postergó s regreso hasta las primeras horas de la noche.
-Volviste…- comentó ella al verlo entrar. Había estado mirando películas en el living.
-Sí, me cansé de hacer dinero a costa de pobres inocente.
-¿No podemos tener una tregua? – preguntó ella al darse cuenta de la ironía de él.
-Tú empezaste la guerra, pelirroja. No yo. ¿Y tu novio? – peguntó e inmediatamente quiso morderse la lengua, no quería saber sobre aquel hombre pero su inconsciente lo había traicionado.
-Robert no es más mi novio.
-¿Te diste cuenta que era un imbécil?
-Ya basta, Cristhian, No podía cargarlo con alguien como yo…
-¿Alguien como tú, a que te refieres? – dijo acercándose hasta ponerse delante de ella, Liz levantó la mirada avergonzada, avergonzada de sí misma.
-¿Qué hombre podría cargar con esto que soy ahora?
-¡Rayos pelirroja,! ¿Hablas en serio?
-Soy una lisiada…
-Si hay algún problema contigo es ese carácter que estás desarrollando, solías ser más encantadora antes.
-Solía caminar antes…
-Y podrías volver a hacerlo  si haces la rehabilitación. No eres una carga…eres una mujer hermosa.
-Sí claro, dudo que pueda resultar atractiva para alguien – dijo ella y Cristhian notó sorprendido que lo decía en serio. Maldito accidente, maldita depresión y maldito él por no poder hacer nada.
-Elizabeth…
-Déjame, voy  adormir, no necesito tu consuelo.
-No es consuelo. Pero de acuerdo, si estás cansada, ve a la cama. Te ayudaré- dijo recordando que no  había nadie más que ellos dos.
-¿Ves? Soy alguien que tienen que ayudar hasta para acostarse a dormir. Sólo puede dar lastima.
-¡Diablos! – exclamó él y se paro frente a ella, puso sus brazos sobre los apoyabrazos de la silla deteniéndola y obligándola a mirarlo- Deja de hablar así de ti misma – ordenó. Luego, se inclinó y la besó, poco a poco el beso fue cobrando intensidad, hasta que finalmente se apartó.
-¿Qué haces? –preguntó ella con el aliento entrecortado. No había esperado aquella reacción de él.
-¿Qué crees…? – preguntó él y volvió a besarla, al tiempo que con la mano recorría el cuello y empezaba a desabrocharle la blusa..
-¡Para Cristhian! – dijo ella apartándolo con las manos.
- Tarde. No voy a detenerme  Liz – le dijo él con la mirada oscura llena de intensas promesas.
-Claro que sí, esto…-dijo haciendo un gesto que abarcaba su cuerpo .
-No es “Esto”, eres tú, la de siempre, sólo que malditamente terca.
-No sé qué te propones pero deja de jugar ya.- Le dijo molesta mientras el beso aún le quemaba en los labios. Había esperado que se apartara pero él tomó  la mano de ella y la posó sobre su entrepierna donde el deseo  masculino era evidente.
-¿Lo ves? No  puedo detenerme – le contestó sonriendo mientras ella apartaba la mano avergonzada.
Luego la levantó en brazos de la silla de  ruedas.
-¡Déjame!..no puedes hacer esto – protestó mientras le golpeaba los hombros con fuerza. Se sentía totalmente indefensa, incapaz de defenderse, pero cuando él bajó la cabeza y la besó seductoramente, dejó de golpearlo y casi se relajó en sus brazos.
No temía un ataque físico, Cristhian no era capaz de eso, temía mucho más lo que le hacía sentir. Temía al deseo crudo que le provocaba y temía no ser suficiente mujer para afrontarlo.
-Liz, no lo compliques tanto…-dijo él con suavidad mientras la besaba tiernamente y  entraba cargándola a su habitación.
-¡No puedo caminar!¡Mis piernas…!- protestó ella.
-Aún tienes sensibilidad  en tu cuerpo y en cuanto a tus piernas cariño, no tienen mucha importancia en esto – le dijo y ella le golpeó con toda fuerza en un brazo.
-¡Maldito!- protestó y en ese momento la depositó cuidadosamente en la amplia cama, al mismo tiempo que se cernía sobre ella. Elizabeth iba a seguir insultándolo pero sus palabras fueron silenciadas por la oscura mirada masculina. Aquella mirada lo borró todo. Inmediatamente Cristhian bajó la cabeza y la besó, lenta, suavemente, con ternura, aumentando la intensidad poco a poco…hasta que ella se olvidó cualquier objeción.
La desvistió con delicadeza mientras sus manos dejaban rastros de fuego en cada rincón del cuerpo femenino, después se apartó para quitarse la ropa y con presteza volvió junto a ella.
Volvió a besarla mientras se acomodaba entre sus piernas moviéndola con muchísimo cuidado.
Se apoyó en sus brazos para no molestarla con su peso , suspendido sobre ella,  la miró con una intensidad arrolladora, aunque Elizabeth percibió que también pedía su consentimiento para lo que iba a suceder. Temía ser rechazado y su bravuconería era sólo una máscara, ella podía leerlo en su mirada, sin embargo necesitaba que aquello tuviera un significado, necesitaba saber qué era lo que lo movía a aquel acto apasionado.
-¿Por qué?-preguntó mientras miraba su hermoso rostro elevarse sobre ella.
-Porque te deseo- contestó llanamente sin dejar de mirarla.
-¿Por qué?- susurró ella una vez más queriendo saber que había tras el deseo.
-No lo sé- contestó él titubeando y algo indescifrable brilló en sus ojos oscuros, casi como si fuera algo que le causaba dolor.
Liz no iba a obtener una respuesta, pero tal vez el hecho de estar allí juntos era suficiente.
Tendría que bastar.
Ella no podía elevar su cuerpo hacia él para invitarlo, no podía entrecruzar sus piernas en su cintura para atraerlo como hubiera deseado hacerlo, pero enredó sus manos en su cuello y lo acercó a sí para besarlo y darle la aceptación que él pedía. Esa fue toda la señal que Cristhian necesitó para entrar en ella con lentitud.
Los dos gimieron de placer por aquella unión y a ella le pareció oírlo musitar “tanto tiempo…” pero las intensas sensaciones lo volvían todo tan irreal que no estuvo segura.
Luego empezaron un baile en el que ella no necesitaba su movilidad, una danza que estaba grabada en su sangre y en la que podía deslizarse sin inconvenientes al compás de los movimientos de él.
Había habido otros hombres en su vida, incluso  alguno le había jurado amarla mientras  la tomaba, sin embargo nunca había sentido con nadie lo que sentía con él.
Era como si  su cuerpo pudiera engañar al tiempo y borrar trozos de su vida, sólo él era su amante, como la primera vez, como ahora. Y  aunque nunca pronunciara palabras de amor, había una intensidad en él que nunca había sentido en ningún otro, y ella lo anhelaba de la misma manera.Sólo con Cristhian era más que sexo, sólo con él existía aquella entrega total.
En sus brazos estaban la pasión, la necesidad y el placer, aunque también había una delicadeza que rozaba la devoción en su forma de hacerle el amor. La brusquedad con la que había actuado para seducirla se había desvanecido  totalmente.
No quedaba rastro de frialdad  o autoritarismo en el hombre que se preocupaba más por el disfrute de ella que por el de él, era el mismo de antaño y a la vez era  un hombre distinto, parecía completo, feliz consigo mismo y ese fue el último pensamiento de Liz antes de perderse en el remolino del placer supremo y entregarse al olvido.
Luego  , sin fuerzas para  analizar lo sucedido , se durmió abrazada a él.

  La contemplaba dormir desde el sillón junto a la cama, le había costado desprenderse de su abrazo , pero  no era buena idea permanecer a su lado. Observó atentamente la línea de su  esbelto cuerpo apenas cubierto a medias por la sábana, la deseaba, la seguía deseando con locura y tenerla pegada a él no era buena idea. Ya haberle hecho el amor una vez había sido forzar demasiado su frágil cuerpo, ella aún necesitaba recuperarse del todo. Y teniéndola a su lado, él sólo podía pensar en volver a amarla, quería tomarla apasionadamente, hundirse en ella sin contenerse, sin temer hacerle daño.
Pero por  ahora se mantendría alejado.
Tenía muchas razones para mantener la distancia con Elizabeth, pero  con el aroma y el calor de ella aún marcando su cuerpo ,le costaba recordarlas.
Todo lo atraía hacia ella, parecía haber viajado años y años, atravesado tormenta tras tormenta sólo para volver a ella, una vez más.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...