Elizabeth extrañaba tener alguna amiga cercana, pero su mejor amiga
estaba actuando en una obra musical en el extranjero y no quería preocuparla,
las demás personas que conocía no eran tan cercanas a ella. De hecho llamó a un
par y se sintió más desanimada, podía percibir la lástima o el desinterés por
su situación.
Lo cierto era que había estado demasiado concentrada en el baile para
construir verdaderos vínculos con los demás, y también que desde el día que
había perdido a Cristhian nunca había vuelto a confiar plenamente en alguien.
Había estado rodeada de mucha gente, era querida y tenía un amplio
círculo social, pero estaba sola.
Finalmente se decidió a llamar a Robert. Si era sincera no se había
sentido muy bien con él cuando la había visitado, pero era la única persona
cercana que le quedaba, el único que podía servirle de escudo contra Kensington
y el pasado.
Su novio, dijo que estaba de viaje, pero llegaría en una semana e iría a
verla inmediatamente. Hablaron durante un rato, él le contó un poco sobre el
impacto que había tenido su accidente en el mundo artístico y también le dijo
que no se preocupara por sus contratos o presentaciones.
-Todo fue resuelto- dijo Robert.
-¿Cómo?
-No lo sé, cuando vi a los productores me dijeron que no me preocupara,
todo estaba resuelto pero no me dijeron ni como ni quién lo había hecho- le
dijo y luego se despidieron.
Ella sí sabía, sabía quién se había encargado de todo. Debería estar
agradecida, pero la enojaba, la enojaba mucho.
Él era tan capaz, siempre sabía qué hacer, siempre lograba su cometido. Aquello
la irritaba, sobre todo porque ella estaba en un torbellino constante. Cristhian
era tan seguro, lo veía como un ancla en medio de una tormenta y lo que más
temía era aferrarse a él por debilidad.
Esa necesidad casi animal de alejarse de él, de protegerse como si fuera
un depredador al acecho, complicó la convivencia.
No podía evitar enfadarse y tener explosiones de mal genio delante de él,
y Cristhian cada vez se volvía más taciturno.
También luchaban día a día por el tema de sus medicamentos, ella se
negaba a tomarlos y él insistía hasta hartarse. Algunos días le ganaba y otras
vencía ella mientras el hombre se retiraba murmurando.
Confrontar era la única manera en que Liz podía manejar sus
sentimientos. Y el anhelo. Porque no importaba cuanto luchara o lo negara, muy
dentro de ella quería volver al pasado, desde niña Cristhian Kensington había
sido el centro alrededor del que giraba. Pero ya era tarde, se habían alejado
tanto que era imposible volver a reunirse, aunque ella seguía sintiendo aquel
magnetismo, casi como una fuerza de atracción, cada vez que lo tenía cerca.
Y para no desear lo imposible, peleaba. Peleaba contra él y peleaba
contra sí misma.
Margueritte la había llevado al jardín y se había quedado dormida en el
sillón mientras leía.
Entonces tuvo un sueño, aunque más bien era un recuerdo. Algo que había
pasado en los lejanos días de su infancia.
Tenía unos doce años cuando se había caído de la bicicleta y se había
lastimado el tobillo, Cristhian la había cargado en su espalda todo el camino a
casa.
Ahora volvía a vivir ese momento.
-¿Peso mucho? – había preguntado preocupada por molestarlo. En aquellos
años odiaba ser tan niña y temía que él la encontrara molesta.
-No pesas nada, pelirroja.
-Soy una carga, ¿verdad?
-Jamás, jamás serás una carga para mí.- dijo él y ella se recostó
cómodamente contra su espalda.
Aún en sueños sentía el calor y el olor propio de Cristhian. En sueños
trató de acercarse más, de apresar esas sensaciones antes de despertar y que se
desvanecieran.
Sin embargo, el aroma y la
calidez se hacían más fuertes, incluso sentía la textura de un cuerpo firme.
Abrió los ojos y descubrió por qué las imágenes en su mente eran tan vividas,
Cristhian estaba cargándola realmente.
-¿Qué haces..? – preguntó aún adormilada.
-Te dormiste aquí afuera, te llevo a la habitación…- explicó sujetándola
más cerca de sí. Liz no discutió, simplemente pensó que aquello era como la
continuación del sueño y de acurrucó contra él.
Se relajó y se permitió dormir, en paz.
Al día siguiente, Elizabeth aceptó almorzar en el comedor acompañada de
Cristhian, básicamente porque quería preguntarle algunas cosas y decirle a él
sobre la visita inminente de Robert.
Pudo desplazarse sola hasta la mesa donde todo estaba dispuesto para que
ella se acomodara con su silla. Lo primero que notó fue que estaba cargada de
comida, y estaban muchos de sus platos favoritos.
-Come…- indicó Cristhian y ella frunció el ceño.
-No soy un pavo para que me rellenes, sabes.
-Te gusta comer y estás muy delgada – le dijo él y ella frunció más el
ceño. Siempre había sido delgada, y a
pesar de ser bailarina comía mucho más de lo que los demás creían. Y disfrutaba
comiendo, pocas personas sabían eso, Kensington era uno.
Aunque era mutuo, también ella sabía cosas de él.
De pronto recordó otro fragmento
del pasado
Se vio a sí misma cocinando mientras Cristhian la ayudaba, sus años de
vivir solo y los distintos trabajos que había tenido lo hacían un hábil
ayudante de cocina, no sabía preparar una variedad de platos, pero podía pelar
verduras y cortar a una velocidad sorprendente. También hacía las mejores papas
fritas del mundo.
-Elizabeth…- la llamó con seriedad para sacarla de su
ensimismamiento y ella pestañeó al
mirarlo.
Estaba segura que nadie más sabía que el poderoso Cristhian Kensignton,
que aquel hombre formidable que la miraba inquisitivamente y vestía ropa carísima, sabía hacer papas
fritas crujientes y deliciosas.
Era paradójico que uno pudiera conocer tanto a alguien y que al mismo
tiempo muchas veces lo sintiera como un extraño.
Compartían muchos años de vivir juntos y también muchos años de
desencuentros.
-¿Tú te encargaste de mis contratos, verdad? – preguntó ella.
-Sabes la respuesta, pelirroja. ¿Estás buscando otra pelea?
- No correspondía que lo hicieras.
- ¿Entonces se suponía que dejará que se lanzarán sobre ti mientras
estabas convaleciente? ¿También debía dejarte a merced de la prensa?
-Robert…
-¿Tu novio? ¿De verdad crees que él podía encargarse? Nadie sabía qué hacer, Liz.
-Y tú si sabías qué hacer, cuando se trata de negocios siempre sabes…- dijo ella con dureza.
-Come tranquila Elizabeth y déjame comer a mí en paz.
-Robert viene pasado mañana- dijo ella sosteniéndole la mirada a
Cristhian.
-¿Quieres que le haga de
anfitrión o algo? – preguntó con sarcasmo sin ningún otro gesto que delatara
cómo se sentía.
-No, sólo que supuse que deberías saberlo. Esta es tu casa después de
todo, no la mía.
-Entiendo- dijo él levantándose.
-¿Te vas?
-Sí, perdí el apetito. Mejor me voy a hacer negocios ya que es en lo que
soy bueno – dijo y se marchó.
Dos días después, el novio de Elizabeth llegó a la casa.
Cristhian lo saludó cuando llegó y luego se quedó encerrado en el
despacho que había acondicionado para trabajar cuando estaba ahí. Tenía muchas
cosas que atender en la empresa, pero no quería marcharse si aquel hombre
estaba de visita.
No le caía bien, bastaba que hubiera estado conduciendo el auto durante
el accidente para ganarse su aversión. Además no podía entender que ella
quisiera verlo, cada minuto que pasaba se irritaba más.
Liz se había arreglado para recibir a Robert e incluso había pedido que
la ayudaran a sentarse en una silla alta en lugar de su silla de ruedas.
Margueritte la había ayudado, llevaba su largo cabello rojizo suelto y
cepillado, maquillaje ligero y ropa elegante aunque cómoda.
No quería verse como una inválida frente a aquel hombre, incluso había
tomado los antidepresivos, aunque había evitado los calmantes.
La joven necesitó sólo un par de minutos para darse cuenta de lo
incómoda que era aquella situación, la conversación era superficial y ella supo
que cualquier vínculo que hubiera tenido con él, se había quebrado en el
accidente. Hizo todo lo posible por lucir animada y tratar de actuar como la de
antes como si nada hubiera cambiado, Kensington estaba en la casa y no pensaba
dejar que él se percatara de la lástima que Robert sentía por ella ni de lo
desilusionada que se sentía.
Cristhian trato de concentrarse en los contratos que leía, pero sus
pensamientos se distraían fácilmente. En aquellos años había tratado de no pensar
en las relaciones de Elizabeth, pero ahora, con ella tan cerca y bajo su
cuidado , se le hacía muy difícil.
Quería echar a aquel hombre, nadie que la dejara salir lastimada la
merecía, incluyéndose a él mismo.
Su humor iba empeorando cuando Margueritte llamó a su puerta y entró.
-¿Qué sucede? ¿Todo está bien allá afuera?
-Sí, señor, sólo que…
-Dime, qué sucede –insistió al verla dudar.
-La señorita no tomó los calmante ni ayer ni hoy, no quería estar
somnolienta pero esta mañana se quejó
del dolor en sus piernas. Y recién volví
a notar una breve mueca en su rostro, le ofrecí que los tomara pero no quiere,
creo que está aguantando la molestia debido a su visitante.
-No te preocupes, yo me encargo- le dijo y la mujer hizo un breve gesto
de asentimiento. Ahora sí estaba enfadado, dudaba que ese tipo mereciera que
ella aguantara el dolor por brindarle una buena imagen.
Liz trató de acomodarse un poco en el asiento mientras hablaba con
Robert de las novedades en el mundo
artístico, cuando sintió otra fuerte puntada en sus piernas. Rogó en silencio
que no empeorara, deseaba conservar un poco de orgullo.
-¿Estás bien? – preguntó e hombre al verla palidecer levemente.
-Sí, no te preocupes- mintió, pero inmediatamente vio ingresar a
Cristhian.
Se le acercó decidido con un vaso de jugo y los medicamentos, casi
ignoró al otro hombre que la acompañaba.
-Toma-dijo pasándole el vaso y las pastillas.
-Déjame en paz…-contestó ofuscada pro aquella interrupción apartando la mano del hombre con brusquedad. A
estaba tratado como a una enferma cuando ella intentaba con todas sus fuerzas
mostrarse fuerte.
-Tómalo – insistió él .
-¡Dije que me dejes en paz!-gritó ella y arrojó el vaso y los remedios
al suelo, los cristales saltaron y Bob
se corrió sorprendido, Cristhian ni siquiera se sobresaltó, ni un músculo se
movió de su cara, la observó fijamente y luego sonrió levemente.
Se apartó un instante y regresó
inmediatamente con otro vaso y más pastillas.
Se puso junto a ella y posando su mano en la nuca de la chica le dio un
fuerte tirón al cabello lo que provocó
que ella abriera la boca para quejarse de dolor y él pudiera meterle las pastillas a
la fuerza .
-Trágalas – siseó con fiereza.
Liz estaba por escupirlas pero
vio la determinación en los ojos oscuros que la desafiaban, si ella no tomaba
los remedios él seguiría insistiendo hasta que lo hiciera sin importar que
método debiera usar.
No iba a darse por vencido, lo
conocía demasiado bien.
Él percibió su rendición y le acercó el vaso de jugo a los labios, la
chica bebió un largo trago y luego apartó la mano de él.
-¡Eres un maldito bastardo!-le soltó enfurecida.
-Lo soy…y tú querida te estás poniendo a mi nivel con una rapidez
sorprendente –le respondió él mirándola con determinación.
En ese momento Bob se animó a hablar, antes se había quedado pasmado por
el enfrentamiento de Liz con Cristhian, él desprendía una autoridad que lo
había acobardado, sin embargo no iba a dejar que insultaran así a la joven.
-¡Oye tú…quién te crees…!-empezó a decir Robert y Cristhian se dio
vuelta para mirarlo.
-Quién soy…-completó y lo miró como si contemplara a un insecto-¿Y tú
quién eres?
-No voy a dejar que la trates así, yo soy…-titubeó Robert.
- ¿Su novio? ¿Uno de sus ex amantes?.Pues te diré que yo fui su primer
hombre, así que eso me da un poco más de antigüedad a la hora de tomar decisiones sobre su salud ,¿no
crees?-dijo él , dejando a Bob sin palabras.
-Te odio – le dijo ella por lo bajo.
-Haz todos los berrinches que quieras, pero vas a tomar los remedios o
me obligarás a que yo me encargue –dijo él sin siquiera voltearse para mirarla
y luego se retiró de la habitación.
-¿Liz cariño? ¿quieres irte de aquí?-preguntó Bob acercándose a ella.
“Fui su primer hombre” había dicho él sin dejar percibir ningún
sentimiento. Como si aquello sólo fuera una reafirmación de sus derechos, como
si no hubiera cambiado su mundo para siempre, porque así había sido para ella. Liz
hubiera deseado golpearlo, tirarle con algo, hacerle daño porque la estaba
hiriendo. Le daba la sensación de que era una más de sus inversiones, algo que
él debía resolver sin involucrar sus
sentimientos. Lo odiaba, ni siquiera estaba segura de que quedara un rastro de
humanidad en él.No era ni la sombra del hombre que había amado…
-Liz…-la llamó Bob y sólo entonces ella recordó su presencia allí,
cuando Cristhian estaba cerca no existía nadie más.
-Bésame – dijo ella de pronto.
-¡¿Qué?!-exclamó sorprendido
-Bésame Robert – insistió la chica y el hombre se inclinó para depositar
un beso suave en sus labios.
Y aunque ella no pudo verlo , supo el momento exacto en que Cristhian
se alejaba de la puerta de cristal desde
donde contemplaba la escena.
Durante los tres días siguientes, Cristhian Kensington no regresó a la
casa.
Los empleados lo mantenían informado sobre el estado de Liz y él se
dedicó en cuero y alma a su trabajo, los trabajadores de su empresa volvieron a
estar en alerta por el ritmo endemoniado de su jefe. Comentaban entre ellos que
los días de descanso que habían tenido habían sido solo un preludio de aquella
etapa, y se esforzaban en complacerlo porque su mirada indicaba que no estaba
de humor para gente que cometiera errores.
Cristhian estaba enfadado y confundido, durante años había controlado
sus emociones pero desde el día que le habían informado del accidente vivía en
un torbellino emocional constante.
Esa pelirroja lo estaba volviendo loco, completamente loco.
Así que agotaba su mente en largas jornadas laborales y dormía pocas
horas en su departamento.
Por otro lado Elizabeth deambulaba por la casa añorando la compañía de Cristhian, sabía que era ella
la causante de su alejamiento, el primer día se había sentido bastante
satisfecha, pero ahora se sentía bastante mal.
Su relación con Robert había terminado, con el beso lo había sabido
totalmente, y lo peor era que sentía que en aquella condición no tendría la
posibilidad de una nueva relación, no era la mujer de antes, ni siquiera se
sentía capaz de atraer a alguien.
Y el hombre de sus sueños, el hombre de sus pesadillas era el
recordatorio constante de lo que había perdido. Incluso ahora que llevaba tres
días sin verlo y que ni siquiera podía descargarse peleando con él.
Cristhian se vio forzado a regresar a la casa, Margueritte había tenido que irse por una emergencia familiar y
también la enfermera había tenido un inconveniente, podía contratar más gente,
pero no quería dejar sola a Liz con gente extraña.
Aún así postergó s regreso hasta las primeras horas de la noche.
-Volviste…- comentó ella al verlo entrar. Había estado mirando películas
en el living.
-Sí, me cansé de hacer dinero a costa de pobres inocente.
-¿No podemos tener una tregua? – preguntó ella al darse cuenta de la
ironía de él.
-Tú empezaste la guerra, pelirroja. No yo. ¿Y tu novio? – peguntó e inmediatamente
quiso morderse la lengua, no quería saber sobre aquel hombre pero su inconsciente
lo había traicionado.
-Robert no es más mi novio.
-¿Te diste cuenta que era un imbécil?
-Ya basta, Cristhian, No podía cargarlo con alguien como yo…
-¿Alguien como tú, a que te refieres? – dijo acercándose hasta ponerse delante
de ella, Liz levantó la mirada avergonzada, avergonzada de sí misma.
-¿Qué hombre podría cargar con esto que soy ahora?
-¡Rayos pelirroja,! ¿Hablas en serio?
-Soy una lisiada…
-Si hay algún problema contigo es ese carácter que estás desarrollando,
solías ser más encantadora antes.
-Solía caminar antes…
-Y podrías volver a hacerlo si haces
la rehabilitación. No eres una carga…eres una mujer hermosa.
-Sí claro, dudo que pueda resultar atractiva para alguien – dijo ella y
Cristhian notó sorprendido que lo decía en serio. Maldito accidente, maldita
depresión y maldito él por no poder hacer nada.
-Elizabeth…
-Déjame, voy adormir, no necesito
tu consuelo.
-No es consuelo. Pero de acuerdo, si estás cansada, ve a la cama. Te
ayudaré- dijo recordando que no había
nadie más que ellos dos.
-¿Ves? Soy alguien que tienen que ayudar hasta para acostarse a dormir.
Sólo puede dar lastima.
-¡Diablos! – exclamó él y se paro frente a ella, puso sus brazos sobre
los apoyabrazos de la silla deteniéndola y obligándola a mirarlo- Deja de
hablar así de ti misma – ordenó. Luego, se inclinó y la besó, poco a poco el
beso fue cobrando intensidad, hasta que finalmente se apartó.
-¿Qué haces? –preguntó ella con el aliento entrecortado. No había
esperado aquella reacción de él.
-¿Qué crees…? – preguntó él y volvió a besarla, al tiempo que con la
mano recorría el cuello y empezaba a desabrocharle la blusa..
-¡Para Cristhian! – dijo ella apartándolo con las manos.
- Tarde. No voy a detenerme Liz –
le dijo él con la mirada oscura llena de intensas promesas.
-Claro que sí, esto…-dijo haciendo un gesto que abarcaba su cuerpo .
-No es “Esto”, eres tú, la de siempre, sólo que malditamente terca.
-No sé qué te propones pero deja de jugar ya.- Le dijo molesta mientras
el beso aún le quemaba en los labios. Había esperado que se apartara pero él
tomó la mano de ella y la posó sobre su
entrepierna donde el deseo masculino era
evidente.
-¿Lo ves? No puedo detenerme – le
contestó sonriendo mientras ella apartaba la mano avergonzada.
Luego la levantó en brazos de la silla de ruedas.
-¡Déjame!..no puedes hacer esto – protestó mientras le golpeaba los
hombros con fuerza. Se sentía totalmente indefensa, incapaz de defenderse, pero
cuando él bajó la cabeza y la besó seductoramente, dejó de golpearlo y casi se
relajó en sus brazos.
No temía un ataque físico, Cristhian no era capaz de eso, temía mucho
más lo que le hacía sentir. Temía al deseo crudo que le provocaba y temía no
ser suficiente mujer para afrontarlo.
-Liz, no lo compliques tanto…-dijo él con suavidad mientras la besaba tiernamente
y entraba cargándola a su habitación.
-¡No puedo caminar!¡Mis piernas…!- protestó ella.
-Aún tienes sensibilidad en tu
cuerpo y en cuanto a tus piernas cariño, no tienen mucha importancia en esto – le
dijo y ella le golpeó con toda fuerza en un brazo.
-¡Maldito!- protestó y en ese momento la depositó cuidadosamente en la
amplia cama, al mismo tiempo que se cernía sobre ella. Elizabeth iba a seguir
insultándolo pero sus palabras fueron silenciadas por la oscura mirada masculina.
Aquella mirada lo borró todo. Inmediatamente Cristhian bajó la cabeza y la
besó, lenta, suavemente, con ternura, aumentando la intensidad poco a
poco…hasta que ella se olvidó cualquier objeción.
La desvistió con delicadeza mientras sus manos dejaban rastros de fuego
en cada rincón del cuerpo femenino, después se apartó para quitarse la ropa y
con presteza volvió junto a ella.
Volvió a besarla mientras se acomodaba entre sus piernas moviéndola con
muchísimo cuidado.
Se apoyó en sus brazos para no molestarla con su peso , suspendido sobre
ella, la miró con una intensidad
arrolladora, aunque Elizabeth percibió que también pedía su consentimiento para
lo que iba a suceder. Temía ser rechazado y su bravuconería era sólo una máscara,
ella podía leerlo en su mirada, sin embargo necesitaba que aquello tuviera un
significado, necesitaba saber qué era lo que lo movía a aquel acto apasionado.
-¿Por qué?-preguntó mientras miraba su hermoso rostro elevarse sobre
ella.
-Porque te deseo- contestó llanamente sin dejar de mirarla.
-¿Por qué?- susurró ella una vez más queriendo saber que había tras el
deseo.
-No lo sé- contestó él titubeando y algo indescifrable brilló en sus
ojos oscuros, casi como si fuera algo que le causaba dolor.
Liz no iba a obtener una respuesta, pero tal vez el hecho de estar allí
juntos era suficiente.
Tendría que bastar.
Ella no podía elevar su cuerpo hacia él para invitarlo, no podía
entrecruzar sus piernas en su cintura para atraerlo como hubiera deseado
hacerlo, pero enredó sus manos en su cuello y lo acercó a sí para besarlo y
darle la aceptación que él pedía. Esa fue toda la señal que Cristhian necesitó
para entrar en ella con lentitud.
Los dos gimieron de placer por aquella unión y a ella le pareció oírlo
musitar “tanto tiempo…” pero las
intensas sensaciones lo volvían todo tan irreal que no estuvo segura.
Luego empezaron un baile en el que ella no necesitaba su movilidad, una
danza que estaba grabada en su sangre y en la que podía deslizarse sin
inconvenientes al compás de los movimientos de él.
Había habido otros hombres en su vida, incluso alguno le había jurado amarla mientras la tomaba, sin embargo nunca había sentido
con nadie lo que sentía con él.
Era como si su cuerpo pudiera
engañar al tiempo y borrar trozos de su vida, sólo él era su amante, como la
primera vez, como ahora. Y aunque nunca
pronunciara palabras de amor, había una intensidad en él que nunca había
sentido en ningún otro, y ella lo anhelaba de la misma manera.Sólo con Cristhian
era más que sexo, sólo con él existía aquella entrega total.
En sus brazos estaban la pasión, la necesidad y el placer, aunque
también había una delicadeza que rozaba la devoción en su forma de hacerle el
amor. La brusquedad con la que había actuado para seducirla se había
desvanecido totalmente.
No quedaba rastro de frialdad o
autoritarismo en el hombre que se preocupaba más por el disfrute de ella que
por el de él, era el mismo de antaño y a la vez era un hombre distinto, parecía completo, feliz
consigo mismo y ese fue el último pensamiento de Liz antes de perderse en el
remolino del placer supremo y entregarse al olvido.
Luego , sin fuerzas para analizar lo sucedido , se durmió abrazada a
él.
La contemplaba dormir desde el
sillón junto a la cama, le había costado desprenderse de su abrazo , pero no era buena idea permanecer a su lado.
Observó atentamente la línea de su esbelto cuerpo apenas cubierto a medias por la
sábana, la deseaba, la seguía deseando con locura y tenerla pegada a él no era
buena idea. Ya haberle hecho el amor una vez había sido forzar demasiado su
frágil cuerpo, ella aún necesitaba recuperarse del todo. Y teniéndola a su
lado, él sólo podía pensar en volver a amarla, quería tomarla apasionadamente,
hundirse en ella sin contenerse, sin temer hacerle daño.
Pero por ahora se mantendría
alejado.
Tenía muchas razones para mantener la distancia con Elizabeth, pero con el aroma y el calor de ella aún marcando
su cuerpo ,le costaba recordarlas.
Todo lo atraía hacia ella, parecía haber viajado años y años, atravesado
tormenta tras tormenta sólo para volver a ella, una vez más.
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